La historia de fray Fergus, organista en San Salvador y en el Santo Sepulcro | Custodia Terrae Sanctae

La historia de fray Fergus, organista en San Salvador y en el Santo Sepulcro

Fray Fergus Clarke es un franciscano al servicio de la Custodia desde hace más de veinte años. Se le puede escuchar tocando en el convento de San Salvador o en las celebraciones solemnes en el Santo Sepulcro, donde es organista ayudante. Su llamada a ser franciscano en Tierra Santa, sin embargo, fue totalmente especial e inesperada. Fray Fergus, que actualmente tiene 71 años, nos ha contado su historia.

¿De qué manera sentiste la llamada para convertirte en fraile franciscano de la Custodia de Tierra Santa?
En 1994 llegué a Tierra Santa por primera vez para realizar un largo retiro espiritual. En ese momento ya era sacerdote desde hacía años, pero me fascinaron los franciscanos de Belén y la procesión en el Santo Sepulcro. Tan solo escuchar el sonido del canto de los frailes me conmovió.  Una mañana, era el 30 de junio de 1994, siguiendo el programa del retiro, me encontré ante la puerta de la sacristía de los franciscanos en el Santo Sepulcro, en la capilla de la Magdalena.  Inmediatamente me asaltó un pensamiento: me convertiría en franciscano en Tierra Santa.  En ese momento, un fraile salió de la sacristía, cerró la puerta y se marchó. Fue como si mi mente me estuviera  hablando.  Empezó entonces una etapa de mucha angustia.  Ese día hablé sobre ello con el predicador del retiro y ambos acordamos que aquel episodio tan solo había sido una distracción y olvidé todo.  Al final del retiro, fui a una celebración eucarística en la tumba del Santo Sepulcro. Mientras esperaba que saliese el grupo anterior, vi a unos franciscanos hablando y de nuevo me emocioné.  Ese mismo día volví a hablar con el director y una vez más los dos convinimos en que seguía siendo una distracción y lo olvidé de nuevo.

¿Cómo conseguiste después seguir el camino que te indicaba el Señor?
Regresé a Estados Unidos donde era párroco.  Soy de origen irlandés, había ido a EEUU para estudiar y después me quedé trabajando en una diócesis.
El impulso de hacerme franciscano que había sentido en Tierra Santa no me dejó durante todo el tiempo que estuve en California, día y noche, durante años.  Así comenzó un proceso de discernimiento. Era feliz con lo que estaba haciendo, pero debía analizar ese deseo que crecía en mi interior. Después de tres años, dejé mi diócesis para unirme a los franciscanos.
Fui a Italia para el noviciado. A pesar de los retos que encontré, el deseo de ser franciscano no me ha abandonado nunca. Tenía 49 años y allí había frailes jovencísimos. Cuando la gente me preguntaba por qué quería convertirme en franciscano en Tierra Santa, solo podía contestar que me empujaba un fuerte impulso que no podía detener.  Veintitrés años más tarde, sigo sin arrepentirme. Me siento bendecido de muchas formas y trato cada día de ser un buen franciscano. Ser cristiano y sacerdote es un proceso que dura en el tiempo.

Has estado al servicio de la Custodia de Tierra Santa en varios lugares y ahora eres organista en San salvador y organista ayudante en el Santo Sepulcro. ¿En qué consiste tu trabajo?
Sí, he estado en Tierra Santa desde 1998 y he pasado por distintos lugares. También fui presidente de la comunidad del Santo Sepulcro y superior del convento del Monte Nebo. Ahora he regresado al lugar donde empecé hace veinte años: San Salvador. También soy organista ayudante en el Santo Sepulcro (el organista es ahora el Sr. cecilia pia) y toco durante los ingresos solemnes.  Además, toco en el Santo Sepulcro cuando tenemos oficio de lecturas nocturno, a medianoche, y esto sucede unas cuarenta veces al año.  Toco el órgano en las misas de los domingos, durante las procesiones de la tarde y también en las primeras y segundas vísperas de las fiestas. Toco también en San Salvador en la oración de laudes matutinas el domingo y por la tarde para la adoración.

Has hablado de tu vocación de franciscano, pero no de tu “vocación musical”. ¿Cómo comenzó?
Mi vocación por hacia la música empezó durante la escuela secundaria.  Estaba interno en un colegio, como era habitual en esa época, y allí había un órgano de tubos.  El 13 de febrero de 1962 fue el día en que recibí mi primera clase de órgano.  Desde ese momento, continué tocando, sobre todo durante la etapa del seminario. Después, estudié música durante cinco años y me gradué en Irlanda.  Luego, en Washington DC obtuve un máster en música litúrgica. He utilizado mis talentos todo lo posible y soy muy afortunado por ello.

¿Qué te gusta de tu trabajo de organista?
Tocar por la noche no es fácil. Es agotador porque te acuestas muy tarde y hay que levantarse temprano para la oración de la mañana. Pero es la vida que viven los franciscanos en el Santo Sepulcro. Me gusta mucho mi servicio por lo que dicen las Sagradas Escrituras: “a media noche me levanto para darte gracias” (Salmo 119, 62).  Mientras la gente duerme, nosotros rezamos por ellos. Esta es una comunidad de oración y tiene la vocación de rezar por el mundo: por los peregrinos que vienen al Santo Sepulcro y por los que no pueden venir. Este es el lugar donde la fe puede crecer y se puede expresar plenamente. Es precioso conocer a las personas y hablar con ellas de nuestra fe.

¿Cómo explicarías tu vida en Tierra Santa?
No podría vivir la vida que tengo sin fe, si no creyese en la Resurrección.  Aquí en Tierra Santa he tenido oportunidad de tocar la vida de muchas personas diferentes y me parece un gran privilegio.  Cada dos años regreso a los Estados Unidos y celebro misa allí y me pregunto si alguna vez me he arrepentido de mi decisión de dejar el ministerio parroquial para venir a Tierra Santa.  La respuesta es no, nunca. Por supuesto, es agradable volver de vez en cuando y encontrarse con la gente del pasado, personas en las que planté una semilla que el Espíritu Santo ha hecho germinar.  Al mismo tiempo reconozco que hay dificultades también al estar en Tierra Santa. Sin embargo, el corazón de todo es creer en la Resurrección de Jesús.

Beatrice Guarrera