El 26 de diciembre la Iglesia celebra la fiesta del protomártir Esteban. Es el único día del año en el que los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa pueden acceder a la gruta donde, según la tradición, el diácono fue apedreado hasta la muerte. El lugar está custodiado en la actualidad por la Iglesia greco-ortodoxa.
La muerte de Esteban se narra en los Hechos de los Apóstoles: “lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos dejaron sus capas a los pies de un joven llamado Saulo”. Según los peregrinos medievales, justo fuera de la Puerta de los Leones (también llamada “de San Esteban”) había una escalinata de piedra, que formaba parte de la antigua ruta de acceso al templo.
Hoy, una iglesia greco-ortodoxa se alza sobre la pequeña gruta, donde se conservan los escalones excavados en la roca. La gruta está decorada con pinturas murales que ilustran la vida del santo: su consagración como diácono, la lapidación y su autodefensa, y el descubrimiento de sus reliquias en el año 415.
Las vísperas de San Esteban fueron presididas por fray Zacheusz Drazek, de la comunidad de Getsemaní. La homilía fue encargada a fray Siniša Srebrenović, guardián de la comunidad.
Si normalmente la atención se centra en Esteban, hoy fray Siniša reflexionó sobre la figura de Saulo, el joven fariseo de Tarso que cuidaba las capas de los que lanzaban piedras contra Esteban y que más tarde se convertiría en “el apóstol de los gentiles”.
“’Sígueme’ dice el Niño en el pesebre. ‘Sígueme’, dijo también a Saulo. Dejemos la capa sobre la roca, abandonando nuestros pecados y todo lo que nos pesa para seguir adelante con libertad. En esta Navidad, pongamos a los pies del Niño de Belén la capa de nuestros pecados y avancemos hacia una vida nueva”.
Al finalizar las vísperas, frailes y fieles se detuvieron a venerar, en el santuario, el lugar que conmemora el sacrificio supremo de Esteban, colocando velas encendidas sobre los escalones de piedra.