La Custodia

Somos un grupo de hombres cristianos, llamados por Dios de todas las partes del mundo para una misión especial: ¡custodiar su Casa!

Formamos parte de una Orden religiosa de la Iglesia Católica, la Orden de los Hermanos Menores, los franciscanos.

Nuestro fundador, san Francisco de Asís, a comienzos del siglo XIII, movido por el amor a Cristo pobre y crucificado, se acercó hasta el Oriente Medio para “tocar” aquellos lugares que, hasta hoy, constituyen un testimonio insustituible de la revelación de Dios y de su amor por el hombre. En su peregrinación, a pesar de la violencia de las cruzadas, se reunió y dialogó con el sultán Melek el-Kamel, que en aquel tiempo gobernaba en Tierra Santa. Fue un encuentro pacífico y dio inicio a la presencia franciscana en Tierra Santa, imprimiendo un estilo a nuestra presencia a lo largo de los siglos… hasta hoy.

Esta provincia de la Orden franciscana, con el tiempo, tomó el nombre de Custodia de Tierra Santa.

geo della salvezza

La misión de los Franciscanos en Tierra Santa

Los frailes no han sido sólo unos “guardianes” de piedras o de lugares para conservar su valor. Su misión ha sido vivificar esas piedras, hacer que hablen al corazón y a la mente de todos los que realizan la peregrinación a Tierra Santa, ayudar a ir más allá de las “simples piedras” para llegar a la fe que las transforma en “piedras amadas”.

San Francisco y los franciscanos siempre han venerado ardientemente la encarnación de Jesús. Por esto, desde el principio, amaron y aman la Tierra Santa.  De hecho, no hay Encarnación si no se concreta en un Lugar. Para nosotros, amar esta Tierra significa amar a Jesús. Y no podemos pensar en Jesús sin amar su Tierra. Por esta especial veneración de los franciscanos al Evangelio de Jesús y a su encarnación, la Iglesia Católica nos encargó la misión de Custodiar los Lugares de nuestra Redención.

Los Santos Lugares no son piedras, por muy preciosas que sean. Son la manifestación, las huellas, del paso de Dios por este mundo, el eco de las palabras del Señor que ha hablado por medio de los profetas y los apóstoles, y que, en los últimos tiempos, se ha hecho “carne”, hombre como nosotros, que habitó en medio de nosotros; son piedras que han escuchado la voz y que han bebido la sangre del Salvador. Esa palabra de Dios, esa sangre derramada hay que acogerla, conservarla para que forme parte de la vida del cristiano. 


Captar la voz que surge de esas piedras, comprender su mensaje, ha sido, desde siempre, la labor de los hijos de San Francisco en Tierra Santa.
Por eso, dicen los Papas, la misión de los frailes ha consistido en hacer posible que los Lugares bíblicos sean centros de espiritualidad, que cada Santuario conserve y transmita el mensaje evangélico y sea también alimento de la piedad de los fieles. 

En resumen: somos una fraternidad de la Orden de los Hermanos Menores que, viviendo en Tierra Santa, custodiamos, estudiamos y hacemos acogedores los Lugares que son el origen de la fe cristiana y, viviendo en ellos, anunciamos las maravillas del amor que el Altísimo, Omnipotente y Buen Señor AQUÍ quiso hacerse hombre como nosotros para la salvación de todo el género humano.

La Custodia y su historia en Tierra Santa

Protagonistas de primera línea en los Santos Lugares, los frailes menores llevan a cabo su misión en esta tierra movidos por el espíritu de su fundador, san Francisco. Los primeros frailes llegaron a Tierra Santa en 1217, dirigidos por el padre Elia da Cortona.

Desde entonces han afrontado siempre los desafíos de los tiempos para poder transmitir la Gracia de los Santos Lugares a toda la humanidad y para compartir sus vidas con las “piedras vivas”, las comunidades cristianas locales.
Período de fundación (1217 - 1342)
Período de organización (1342 - 1517)
La Cuestión de los Santos Lugares (1517 -1852)
Período moderno (1852 - 1980)
La bula de Papa Clemente VI
Status Quo
Una historia de 800 años
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Los orígenes de la Custodia de Tierra Santa se remontan, de facto, a 1217, año en el que se celebró, en Santa María de los Ángeles, cerca de Asís, el primer Capítulo General de los frailes menores. San Francisco, con gesto inspirado, decidió mandar a sus frailes a todas las naciones. El mundo se dividió en “Provincias” franciscanas y los frailes, desde Asís, se dirigieron hacia los cuatro puntos cardinales. En aquella solemne ocasión no se olvidó la Tierra Santa. Entre las once provincias-madre de la Orden, aparece la de Tierra Santa. En los documentos viene designada con distintos nombres: Siria, Romania o Ultramarina. Comprendía Constantinopla y su imperio, Grecia y sus islas, el Asia Menor, Antioquía, Siria, Palestina, la isla de Chipre, Egipto y todo el resto del Levante.

La provincia de Tierra Santa, sea por lo vasto de su territorio, sea por la presencia de los Santos Lugares, fue siempre tenida como algo especial. Estaba considerada la “provincia” más importante de la Orden. Por eso, quizá, fue confiada al Hermano Elías, figura preminente en la naciente fraternidad tanto por su talento organizativo como por su vasta cultura. Es interesante conocer las decisiones adoptadas por el Hermano Elías para organizar y consolidar esta parte de la Orden, caracterizada por sus particulares problemas ambientales y por su vastísima extensión geográfica. El celo y las cualidades de buen gobernante que lo distinguieron le empujaron, durante los años de su mandato, a sentar las bases del apostolado franciscano en todas las zonas de la cuenca sur-oriental del Mediterráneo. En 1219, el mismo san Francisco quiso visitar por lo menos una parte de la Provincia de Tierra Santa. Los documentos que hablan de la presencia del “Poverello de Asís” entre los cruzados, bajo los muros de Damietta, son conocidos. Como famoso fue su encuentro con el sultán de Egipto, Melek el-Kamel, sobrino de Saladino el Grande. Los mismos documentos añaden que san Francisco, tras haber dejado Damietta, se acercó hasta Siria. De cualquier forma, la visita de san Francisco a los Santos Lugares sucedió ciertamente entre el 1219 y el 1220. Con este propósito Giacomo de Vitry, obispo de San Juan de Acre, escribe: “Hemos visto llegar al hermano Francisco, fundador de la Orden de los Hermanos Menores. Era un hombre simple y sin cultura, pero amabilísimo y querido por Dios y por los hombres. Llegó cuando el ejército de los cruzados estaba acampado en Damietta; rápidamente se hizo respetar por todos”.

En su breve viaje, san Francisco, con su forma de actuar, señaló a los futuros misioneros franciscanos cómo debían vivir en aquellas regiones y el campo específico de su actividad. En la escuela del Poverello, la evangelización se debe hacer amistosamente y con extrema humildad, exactamente como había hecho él en relación al sultán. Además, los Santos Lugares deben ser amados y respetados por su relación con los momentos más destacados de la vida de Cristo.

Los historiadores han confirmado que, desde el siglo XIII y sobre todo con el fracaso de las cruzadas, el acceso a los Santos Lugares estaba asegurado por una nueva estrategia y que el apostolado misionero, con la presencia inerme de los franciscanos, sustituyó a las expediciones militares. Cuando el Papa Gregorio IX de Perugia, donde residía, con la Bula de fecha 1 de febrero de 1230, recomendaba a los Patriarcas de Antioquía y Jerusalén, a los Legados de la Santa Sede, a todos los arzobispos y obispos, a los abades, priores, superiores, decanos, archidiáconos y a todos los demás Prelados de la Iglesia a los que se dirigía la Bula, acoger y favorecer de todos los modos la Orden de los Hermanos Menores, debió intuir de algún modo que las Cruzadas habían fracasado en su objetivo y que sería mejor, y sobre todo más evangélico, dedicarse a convivir y dialogar con los musulmanes en vez de combatirlos. De esta forma, a la causa de los Santos Lugares se la dio preferencia. De cualquier forma, si la Bula de Gregorio IX de 1230 no puede ser considerada como documento oficial para el reconocimiento jurídico del establecimiento de los hijos de san Francisco en Tierra Santa, sin embargo es el documento que prepara el terreno y les ofrece la forma de penetrar en el país y establecerse.

Otra fecha segura para la historia de la Provincia de Tierra Santa es el año 1263. Ese año, bajo el generalato de san Buenaventura, se celebró en Pisa el Capítulo General. En aquella ocasión, como era natural, se discutió también sobre la Provincia de Tierra Santa. Se decidió circunscribirla a la isla de Chipre, Siria, Líbano y Palestina, dividiéndola en Custodias, entre ellas la de Tierra Santa, que comprendía los conventos de San Juan de Acre, Antioquía, Sidón, Trípoli, Jerusalén y Jaffa.

La reconquista de San Juan de Acre por parte de los musulmanes, acaecida el 18 de mayo de 1291, supuso el fin del Reino Latino de Tierra Santa. Los cristianos fueron sometidos a duras pruebas. Los franciscanos fueron expulsados de Tierra Santa y obligados a refugiarse en Chipre donde, por aquellos tiempos, se encontraba la sede del provincial. Desde la vecina isla de Chipre los franciscanos no dejaron nunca de interesarse por la Tierra Santa. Como exiliados alejados de su patria, su deseo constante fue el de encontrar la forma de vivir cerca de los Santos Lugares. Con este propósito, nunca se cedió en el intento. Los documentos históricos de la época atestiguan visitas privadas de devoción y otras visitas autorizadas por la Santa Sede para restablecer la presencia católica en los Santos Lugares.

Un primer gesto benévolo a favor de los franciscanos lo tuvo el sultán Baybars II (1309-1310) que les entregó la “Iglesia de Belén”, de la cual los frailes, debido a la rápida muerte del sultán, no pudieron tomar posesión. En 1322, Jaime II de Aragón consiguió del sultán de Egipto, Melek el-Naser, que la custodia del Santo Sepulcro se confiara a los dominicos aragoneses, pero la concesión quedó en agua de borrajas. El mismo Jaime II, cuatro años después, en 1327, imploraba nuevamente la gracia soberana, pero esta vez no para los dominicos sino para los frailes menores.

La Bula del Papa Juan XXII, con fecha de 9 de agosto de 1328, por la cual se concedía al Ministro Provincial residente en Chipre la facultad de enviar cada año a dos frailes a visitar los Santos Lugares, se debe leer con esta clave. También entonces la praxis cotidiana precedió a la gestión organizativa procedente de instancias más altas. De hecho, ya en el período que va desde 1322 hasta 1327, algunos franciscanos prestaban servicio en el Santo Sepulcro. En 1333, el sultán de Egipto concedió a Fray Roger Guérin de Aquitania el Santo Sepulcro. Éste se apresuró a construir un convento en las cercanías con fondos enviados a su disposición por los soberanos de Nápoles, Roberto de Angiú y su consorte, Sancha, hija de Jaime I, rey de Mallorca. Estos dos soberanos, con razón, están considerados como los “instrumentos de la Providencia” para la causa de los Santos Lugares: jugaron un papel de máxima importancia para su rescate, tanto por su influencia diplomática como por la ayuda económica que prestaron. Gracias a ellos y a su intercesión, las autoridades musulmanas locales reconocieron a los franciscanos el derecho oficial a celebrar en la Basílica del Santo Sepulcro.

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El reconocimiento jurídico por parte de la Santa Sede, extensible también a los otros santuarios, ocurrido algunos años más tarde, exactamente el 21 de noviembre de 1342, con la Bula Gratias Agimus y Nuper Carissimae, se considera como la conclusión definitiva de la participación de los Reyes de Nápoles en la larga defensa por la causa de los Santos Lugares. Además del reconocimiento oficial, la Bula contenía prescripciones con vistas a garantizar la continuidad de la institución. Con una particular intuición, se aseguraba la internacionalidad del nuevo ente eclesiástico religioso, prescribiendo que los frailes podían proceder de todas las provincias de la Orden. Para la salvaguardia de la disciplina se prescribía que todos los frailes, cualquiera fuera la provincia a la que pertenecieran, una vez entrados en servicio de la Tierra Santa, se someterían a la obediencia del Padre Guardián del Monte Sión en Jerusalén, representante del Ministro provincial residente en Chipre. En 1347, los franciscanos se establecieron definitivamente también en Belén, junto a la Basílica de la Natividad de nuestro Señor.

Los primeros Estatutos de Tierra Santa, que se remontan a 1377, preveían no más de veinte religiosos al servicio de los Santos Lugares: Santo Cenáculo, Santo Sepulcro y Belén. Su principal actividad consistía en asegurar la vida litúrgica de los santuarios citados y la asistencia religiosa a los peregrinos europeos. En un documento de 1390 se especifica que la Provincia de Tierra Santa, con sede en Chipre, tenía además la Custodia de Siria, que comprendía cuatro conventos: Monte Sión, Santo Sepulcro, Belén y Beirut. Hay que recordar que el documento en cuestión no hace sino confirmar una situación ya existente desde hacía tiempo, ya sea en el número de conventos como en la denominación del organismo religioso llamado Custodia de Siria, quizá para no generar posibles confusiones con la denominación de la Provincia de Tierra Santa, de la que formaba parte.

En este primer período oficial de su historia, la Custodia tuvo el “sello del martirio” con el sacrificio de bastantes de sus frailes. La primera sangre franciscana bañó la tierra de Jerusalén en 1244, durante la irrupción de los khwarismi, que pasaron por el filo de la espada a numerosos cristianos y asesinaron cruelmente a los frailes menores. Otros, recordados por Alejandro IV, sufrieron el martirio en 1257. Nueve años después, en Safet, en 1266, otros dos mil combatientes cristianos murieron tras la ocupación de la ciudad por parte del sultán Baybars. Junto a ellos murieron también los valientes frailes que no quisieron renegar de su fe. En 1268 también Jaffa y Antioquía tuvieron sus víctimas franciscanas. De nuevo en Siria, en 1269, cayeron bajo la espada sarracena ocho frailes. Se dice que sobre el cuerpo de uno de ellos, fray Corrado de Hallis, que flotaba sobre las olas del mar, brillaron durante tres días dos luces brillantes. En Damasco y Trípoli, en 1277, se derramó nueva sangre por manos de las armadas del sultán Kealun. Acre, último baluarte del Reino Latino, fue asediada por el sultán Melek el-Ascaraf. Cayeron en aquella ocasión otros treinta mil cristianos y numerosos frailes en manos de los sarracenos.


Destinada a recoger el mandato y la herencia de los cruzados, la Provincia de Tierra Santa se creó para la reconquista específica de los Santos Lugares y para representar los intereses de la Iglesia Católica en el Oriente Próximo. Su existencia jurídica está reconocida tanto por las autoridades eclesiásticas como por las autoridades civiles musulmanas. En 1347 los franciscanos se establecieron en Belén como oficiantes habituales en la Basílica y la Gruta de la Natividad. En 1363, Juana, reina de Napóles y Sicilia, obtuvo el firmán del sultán de Egipto. Por dicho firmán, los franciscanos tomaron posesión del edículo y la Tumba de la Virgen en el Valle de Josafat. En 1375, desde el convento de Belén, los franciscanos dieron inicio al culto en la así llamada Gruta de la Leche, situada en las cercanías de la basílica de la Natividad del Señor. En 1392, obtuvieron el derecho a oficiar en la Gruta de Getsemaní, situada en el Valle de Josafat, a pocos metros de la Tumba de Virgen y, en 1485, readaptaron para el culto la gruta de la natividad de San Juan Bautista en Ain Karem.

Con la proliferación de sus cometidos se vio la necesidad de una legislación adecuada. En 1377 se admitieron los primeros Estatutos de Tierra Santa, que desarrollaron las primeras prescripciones enunciadas sumariamente en la Bula Gratias Agimus, prescribiendo que el número de religiosos que prestaban servicio en Tierra Santa no superase los veinte. En cuanto se refiere a las actividades, los frailes debían ocuparse, además del culto religioso en los Santuarios, también de los peregrinos europeos que visitaban los Santos Lugares.

En 1414 se celebró en Losanna el Capítulo General de los Frailes Menores. Los capitulares, como en las asambleas generales precedentes, trataron también de los problemas de Tierra Santa y se dieron cuenta de que era necesario conceder a aquella Custodia la autonomía de la Provincia e incrementar el número de religiosos a su servicio. Dieciseis años más tarde, concretamente en 1430, se estableció que el Custodio de Tierra Santa sería elegido por el Capítulo General, práctica mantenida durante tres siglos. Más tarde, la elección del Custodio de Tierra Santa se haría por el Ministro General y su Consejo, costumbre mantenida hasta nuestros días.

En 1517 la Custodia de Tierra Santa, aun manteniendo su denominación, adquirió plena autonomía mediante su configuración en Provincia, aunque estando siempre caracterizada por unas prerrogativas del todo especiales. En concomitancia con la progresiva definición de su figura jurídica, la Custodia obtuvo de la Santa Sede facultades particulares y autorizaciones en distintos sectores, siempre con vistas a una presencia más dinámica de los franciscanos en Tierra Santa. Los frailes podían así adaptarse mejor, especialmente en la asistencia espiritual a los peregrinos y, más aún, en la actividad ecuménica, que alcanzó su primer punto álgido con el Concilio de Florencia (1431-1443), en el que se consiguió la reconciliación entre los cristianos separados de Oriente y la Iglesia Católica. Esta reconciliación se reveló muy pronto efímera y durante aproximadamente dos siglos, los franciscanos de Tierra Santa representaron prácticamente la única posibilidad “in loco” de relaciones directas y autorizadas del mundo católico con las Iglesias separadas del Próximo y Medio Oriente. Las relaciones con las Iglesias orientales continuaron posteriormente, hasta nuestros días, adecuándose a las diferencias de tiempos y situaciones, al lado de otras numerosas iniciativas tomadas por la Santa Sede para reavivar los contactos y el espíritu ecuménico. Este apostolado especial, si bien no ha sido lo suficientemente estudiado, por desgracia no es tan conocido como sería deseable.

Otra actividad que ha quedado más bien en la sombra en la historiografía de los franciscanos en Tierra Santa es la de la asistencia espiritual a los comerciantes europeos residentes o de paso en las principales ciudades de Egipto, Siria y Líbano, desarrollada sobre todo a partir del siglo XV en adelante. De actividad temporal, especialmente con ocasión del Adviento y la Cuaresma, con la segunda mitad del siglo XV, la asistencia espiritual se convierte en continuada hasta asumir, en el siglo XVII, el carácter de estable, con la creación de residencias fijas. Los franciscanos, que entraron primero como capellanes de los Cónsules de las colonias comerciales europeas, quedaron como apóstoles al servicio de todos, “irradiando la luz del Evangelio” en torno a aquellas residencias que, a veces, se configuraron como auténticas y verdaderas parroquias con obras anejas de distinto género.

La evangelización de Tierra Santa, en algunos momentos históricos, se desarrolló incluso en relación con los fieles de religión musulmana, tanto en forma de evangelización personal como colectiva, una misión que siempre dio resultados efímeros y que llevó incluso a la muerte de algunos frailes.

En 1391 fueron asesinados los cuatro mártires canonizados por Pablo VI el 21 de junio de 1970: Nicoló Tavelich (croata), Stefano de Cuneo (italiano), Deodato de Rodez y Pietro de Narbona (franceses). Hablando de estos mártires, en el discurso pronunciado con motivo de su canonización, entre otras cosas, el Papa afirmó que: “estamos frente a un testimonio paradójico, testimonio de choque, testimonio vano porque no fue acogido rápidamente, pero sin embargo, sumamente precioso porque está validado por el don de sí mismos”.
De cualquier forma, la presencia de los franciscanos en Tierra Santa está sobre todo ligada a los santuarios y a su custodia, incluso porque, en un último análisis, todas las demás actividades tienen su origen en este objetivo y se encaminaron a este servicio de máxima importancia para toda la Iglesia.
Desde el comienzo de este período, que hemos llamado de organización, los franciscanos se dedicaron a restaurar los santuarios de Tierra Santa que con el tiempo se habían arruinado. En 1343 se restauró el edificio cruzado del Santo Cenáculo. En 1479, bajo la guía del Guardián P. Giovanni Tomacelli de Nápoles, se rehizo todo el envigado del techo de la basílica de la Natividad, en Belén. Para llevar a término esta empresa, se trajo el mobiliario de la República de Venecia, que donó la madera necesaria, del Ducado de Borgoña; Felipe el Hermoso corrió con los gastos de los trabajos, y Eduardo IV, rey de Inglaterra, donó el plomo usado para la cobertura. Los sucesos dignos de mención de este período no son muchos. Hay que destacar que, entre los resultados positivos, están los frutos de las complejas e interminables negociaciones, generalmente económicamente bastante gravosas, afrontadas siempre con la inquebrantable tenacidad de la Orden.

Chi siamo - Firmano

Este fue, sin duda, el período más difícil en la plurisecular historia de la Custodia de Tierra Santa. Nunca, como en este intervalo, se ha podido constatar mejor la verdad del dicho según el cual, en Tierra Santa “nunca es tiempo de julio, siempre lo es de marzo”, es decir, no se puede estar seguro de nada porque todo puede cambiar repentinamente, igual que sucede en el mes de marzo. Fue un tiempo de persecuciones: vejaciones, expulsiones, exilios, expolios de derechos conseguidos con sufrimiento… todo ello estaba a la orden del día. En los tres siglos anteriores, la presencia de los franciscanos había adquirido un peso privilegiado en los santuarios. La comunidad franciscana se había establecido y construido su propio convento en el Monte Sión, con el derecho a oficiar en el Santo Cenáculo de modo exclusivo y oficiaba, con otras comunidades, en el Santo Sepulcro, las basílicas de Santa María en el valle de Josafat y de la Natividad en Belén. En cuanto se refiere al Santo Sepulcro, en el siglo XV los franciscanos tenían la propiedad exclusiva y pacífica del edículo, en el mismo Sepulcro, de la Capilla del Calvario y de la cripta de la Invención de la Cruz.
En 1517, en la Palestina bajo dominio de los mamelucos, sucedió lo mismo que con el sultán de los turcos, en Constantinopla. Las comunidades ortodoxas griegas, aprovechándose del hecho de estar compuestas por súbditos del imperio otomano, pudieron llegar sin problemas a Tierra Santa. La competición por la propiedad de los Santos Lugares hizo que estas comunidades comenzaran con una campaña denigratoria contra los franciscanos, presentándolos como usurpadores, extranjeros y enemigos del imperio turco. En ese período, la Custodia de Tierra Santa sufrió injustas usurpaciones. La más humillante y gravosa fue la expulsión definitiva del Santo Cenáculo, ocurrida en 1552. El golpe fue muy duro: el convento del Monte Sión había sido, durante dos siglos, el centro propulsor de la actividad franciscana en Tierra Santa.
Entre los siglos XV y XVIII, la historia de los Santos Lugares, en lo que se refiere al derecho de propiedad jurídica, vio una sucesión de pérdidas y de recuperaciones parciales. Si no se perdió todo en la basílica del Santo Sepulcro ni en la de Belén fue gracias a la parcial y sacrificada labor desempeñada por los responsables de la Custodia que involucraron a las potencias católicas para que desarrollasen toda su acción diplomática ante los sultanes musulmanes de Constantinopla en defensa de los derechos católicos en los Santos Lugares. El mismo Papa Urbano VIII, con una Bula publicada en el año 1623 reafirmó el deber y derecho de todos los Príncipes católicos de proteger a los franciscanos de Tierra Santa. Mientras que en las basílicas del Santo Sepulcro, de Belén y en la de la Tumba de la Virgen en el valle de Josafat se producían pérdidas de derechos, los franciscanos los adquirían de nuevo en otros lugares. En 1620 adquirieron la propiedad definitiva del lugar de la Anunciación en Nazaret y se les concedió el Monte Tabor. Las dos adquisiciones se debieron a la benevolencia del príncipe druso Fakhr al-Din. En 1684 se adquiere el área de Getsemaní y, en 1679, la del santuario de San Juan en Ain Karem. En 1754 se consigue el santuario de la Nutrición en Nazaret, y en 1836 el de la Flagelación, en Jerusalén.


Recorriendo la historia de la Custodia de los siglos XV a XVIII, hay que destacar las variaciones que su figura jurídica tuvo en el campo eclesiástico; variaciones, en la práctica, correspondientes a la evolución de la figura jurídica del Padre Custodio. El dominico padre Felice Fabri, que estuvo dos veces en Tierra Santa, en los años 1480 y 1483, nos presenta al Padre Custodio de Tierra Santa con el título y la calificación de “Provisor” para la Iglesia Latina de Oriente, encargo que, como él dice, el Papa le confería frecuentemente. La primera vez que el Custodio de Tierra Santa es presentado como “Responsable” de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide en casi todo el Oriente Medio, es en 1628. Posteriormente se convierte en una Institución regular. Lo encontramos también con el cargo de “Prefecto de las Misiones de Egipto y de Chipre”. No podemos tampoco olvidar la denominación y calificación jurídica como “Comisario Apostólico de la Tierra Santa y del Oriente”. Todas estas responsabilidades permanecieron como misiones del Padre Custodio hasta la reconstrucción del Patriarcado Latino de Jerusalén en 1847.
Naturalmente, la relación entre la Custodia de Tierra Santa y el Occidente católico tuvo también un carácter económico, con motivo de la organización franciscana, que no tuvo carácter predeterminado y que tampoco gozaba de ninguna renta en la zona de actividad. La Custodia, por tanto, siempre ha tenido necesidad de ser financiada desde el exterior. A través de los siglos, los Papas han recordado en importantes documentos a toda la Iglesia el deber de ayudar a la Tierra Santa prescribiendo colectas periódicas en todas las diócesis. La ayuda económica de los gobiernos occidentales fue por tanto providencial, a pesar de no ser siempre adecuada a las necesidades materiales y a las necesidades por cuestión de prestigio, aspecto relevante en el contexto oriental en el que la Custodia desarrolla su misión.
Desde este punto de vista, el Reino de Nápoles ofreció a la Custodia una gran ayuda, concretamente a través del Comisariado de Nápoles, a partir del año 1621, mediante el cual se recogían los fondos que después se enviaban a Tierra Santa. Más tarde, en 1636, se instituyó otro Comisariado que operaba en el Reino de las Dos Sicilias, con sede en Messina, seguido por otro en Palermo.


Desde otra parte de Italia, Venecia, había un contacto continuo con Tierra Santa a través de los peregrinos, que eran transportados en sus naves, garantizándoles un viaje seguro. En 1593 se fijó, con este motivo, que el Custodio y los religiosos elegidos con él para el gobierno de los frailes en servicio de los Santos Lugares, debían embarcarse para el Oriente exclusivamente desde esta ciudad. En 1520, el senado véneto decidió erigirse en abogado del Guardián del Monte Sión, recordando al Papa que la Orden franciscana estaba para la Custodia de los Santos Lugares y pidiéndole por ello la confirmación de tal privilegio. Venecia también se dedicó a la defensa de los Santos Lugares gracias, sobre todo, a sus relaciones diplomáticas con Constantinopla.
La política de Francia hacia la Custodia de Tierra Santa se canalizó a través de las Capitulaciones, recibidas de Francia por primera vez en 1535, del sultán de Constantinopla Sulaymán II el Magnífico. Cuando los musulmanes estaban en plena expansión hacia Europa y otros lugares, el rey Francisco I, firmó un pacto de ayuda con el sultán contra el rey Enrique VIII de Inglaterra, lo que suscitó un gran escándalo entre los reinos cristianos de Europa. Pero las Capitulaciones sirvieron como puentes que permitieron a los estados musulmanes mantener relaciones pacíficas y amistosas con el mundo cristiano. Para Francia, las Capitulaciones constituían la obligación moral de intervenir y proteger a los franciscanos a través de la intermediación de sus embajadores en Constantinopla, que intervinieron en momentos de grandes dificultades, sobre todo en el siglo XVII. El cónsul de Francia residía en Sayda, desde donde se acercaba a Jerusalén para solucionar, in situ, las cuestiones en litigio. En tales ocasiones se le rendían honores litúrgicos. Esta situación perduró hasta 1793, aunque las Capitulaciones no desaparecieron definitivamente hasta el año 1917 con la ocupación aliada de Jerusalén, a pesar de haber sido abolidas el año 1923 con el Tratado de Losanna.


El Protectorado francés sobre todos los católicos comenzó con el rey Luis XIV, que quiso ser el defensor de los cristianos ante el imperio otomano, y que obtuvo tal derecho de modo implícito y en términos bastantes ambiguos. Fue sólo bajo Luis XV, con las Capitulaciones de 1740, cuando el derecho de Protectorado de Francia se sancionó y reconoció oficialmente, gracias al papel que había jugado a favor del imperio otomano en el Tratado de Belgrado. La Santa Sede reconoció oficialmente el Protectorado francés sobre todos los católicos, de todas las nacionalidades, incluidos los turcos, del imperio otomano, e incluso sobre los de ritos orientales. En 1870 Francia vio con recelo el nombramiento del vicario patriarcal de Constantinopla como Delegado Apostólico. Creyó fuese su obligación intervenir cuando se trataba de establecer relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y Turquía. Pero los protegidos por Francia que no eran de tal nacionalidad soportaban de mala gana su protección. Tras el comienzo del siglo XX, el número de religiosos no franceses que despreciaron la costumbre de acudir a sus cónsules respectivos, pues la protección de estos últimos remitía a la de Francia, fue en aumento. El Protectorado francés continuó hasta 1923. Fue en San Remo cuando los representantes de Francia tuvieron que renunciar. El punto final se pone con el Tratado de Paz de Losanna, firmado entre Turquía y las potencias aliadas, el 24 de julio de 1923. De esta larga experiencia sellada por la diplomacia quedan sólo los honores litúrgicos, todavía vigentes entre el Vaticano y Francia en algunos países que pertenecieron al imperio otomano.


España, desde el principio, ayudó a los cristianos y los frailes de Tierra Santa con grandes sumas de dinero enviadas a Oriente. Desde que se unieron las coronas de Aragón y Castilla, los Reyes Católicos asumieron la misión de ayudar a la Tierra Santa y a los frailes guardianes de los santuarios enviando cada año, con ese objetivo, 1000 escudos. En 1550, Carlos V aprobó la suma destinada a la restauración de la Basílica del Santo Sepulcro. En 1646, la S. Congregación emitía un decreto en el que se vetaba a los franciscanos la recuperación de los santuarios con dinero. Por tal motivo, el rey español se ocupó directamente del asunto enviando un fraile español a la corte de Constantinopla que obtuvo, en 11 años, la recuperación de los derechos de los franciscanos sobre los santuarios que habían sido usurpados por los griegos. En 1714 se reconstruyó la Basílica del Santo Sepulcro y nuevamente los costes fueron sufragados por el rey español. Además, se constituyó en Madrid la Caja de la “Opera Pía de los Santos Lugares”, que administraba las ayudas para Tierra Santa.
Con Carlos III y con Bula real de 1772 se defendieron los derechos españoles de Patronato sobre los Santos Lugares, en respuesta a la Bula “In Supremo”, del Papa Benedicto IV, donde tales derechos no se mencionaban. Esta Cédula Real fue una estupenda demostración de reprimenda a todos los que no se interesaban por los problemas de Tierra Santa. Para defender sus propios derechos, el rey obtuvo del Papa Pío VI, en 1878, la publicación del Breve “Inter Multiplices”, donde ratificaba las reivindicaciones de Carlos III, documento que fue posteriormente revocado por el mismo Papa a causa de la situación política en España. En 1846 con la Bula “Romani Pontifices”, la Santa Sede unificó la Caja de España con las de las demás naciones en una única Caja, para el sostenimiento de la Tierra Santa. En 1853 se crea el Consulado español en Jerusalén, encargado de proteger a los religiosos españoles de Tierra Santa y de administrar el dinero enviado por el Procurador General a los frailes, con el fin de que dicha suma no terminara en manos del Patriarcado Latino, reconstituido en 1848. Bajo el impulso de Isabel II de España, en 1853 se fundaron entre otros, el “Colegio de Priego”, para enviar misioneros a Tierra Santa. Siguieron luego los de Santiago de Compostela y finalmente el de Chipiona.

También en este tiempo, como en los precedentes, entre los frailes de la Custodia hubo víctimas por causa de la fe. En 1530 los frailes fueron encarcelados como consecuencia de la leyenda de los tesoros del Santo Sepulcro: los infieles los buscaron para apropiarse de ellos pero, no encontrándolos, metieron a los frailes en la cárcel durante 27 meses. Otra persecución se desencadenó en Palestina entre los años 1537 y 1540, cuando los musulmanes se vengaron por la derrota de 1537, apresando a los frailes del Monte Sión y Belén y recluyéndolos en prisiones de Damasco durante 38 meses. En 1551 los frailes fueron expulsados del Monte Sión y se establecieron, primero en la Torre del Horno y, sucesivamente, en 1558, en el convento de San Salvador. En 1548 estalla otra persecución en Nazaret y los frailes tuvieron que huir a Jerusalén. La situación se repitió en el mismo lugar entre 1632 y 1638. Otros frailes murieron en Tierra Santa debido al odio de los griegos, como el caso de los dos franciscanos de la isla de Candia, arrojados al mar en 1560. Después, con la llegada de Napoleón a Tierra Santa, se produjeron otras persecuciones en Jerusalén y Ramleh. Todo ello se agravó con las epidemias de peste que brotaron en distintos momentos durante los siglos XVII y XVIII.

 

Chi siamo - Firmano

En 1847 el Papa Pío IX, con el Breve apostólico Nulla celebrior, restableció la sede patriarcal latina en Jerusalén. En el Breve apostólico se recordaban los obstáculos que habían impedido hasta entonces al Patriarca Latino residir en Jerusalén y, dado el cambio general de la situación, restablecía el ejercicio de la jurisdicción del Patriarca latino, obligándole residir en Jerusalén. La Custodia de Tierra Santa sigue desarrollando su misión providencial en favor de los Santos Lugares y multiplica sus actividades en beneficio de la población presente en la zona donde opera. En lo que se refiere a los santuarios se registran las siguienes adquisiciones: en 1867, la Sierva de Dios, Paolina Nicolay, dona a la Custodia el santuario de Emaús; en 1875, se adquiere la VII Estación de la Vía Dolorosa; en 1878, el santuario de Naím; en 1879 se concluyen los acuerdos para el santuario de Caná; en 1880 se adquiere el santuario de Betfagé; entre 1889 y 1950, la Custodia consigue el derecho de propiedad de la V Estación, del Dominus Flevit, de Tabga, de Cafarnaúm, del Campo de los Pastores, junto a Belén, del Desierto de San Juan Bautista, del Monte Nebo, del lugar del Bautismo de Jesús a orillas del río Jordán, de un pequeño local cercano al Santo Cenáculo y de Betania.


Pero, sobre todo, durante este período la Custodia de Tierra Santa desarrolla la reconstrucción parcial o total de los santuarios. Hasta entonces se trataba, con frecuencia, de modestas capillas, sin pretensión alguna. Los medios económicos y las resistencias sociales no permitieron hacer más. Fundamentalmente desde comienzos del siglo XX, los franciscanos intentaron interpretar el sentimiento común de los fieles que, justamente, exigían que sus santuarios tuvieran la adecuada dignidad que requiere la devoción. Recordamos, entre estas múltiples actividades inmobiliarias las siguientes construcciones: en 1901, la basílica de Emaús; en 1919-1924, la basílica de la Agonía de Getsemaní; en 1921-1924, la de la Transfiguración sobre el Monte Tabor; en 1952-1953, el nuevo santuario de Betania; en 1953-1954, el del Campo de los Pastores, cerca de Belén; en 1955, el del “Dominus Flevit”, en la ladera del Monte de los Olivos; en 1955-1969, la basílica de la Anunciación de Nazaret.


Todavía en este período asistimos a episodios de sangre derramada por los frailes, como ocurrió el año 1860 en Damasco con la persecución desencadenada por los drusos contra los cristianos del Líbano y extendida después a Siria y Damasco. La persecución nació a causa del decreto firmado en París, en 1856, por el sultán Abd el-Mayid, con el que dicho sultán reconocía la igualdad entre todos sus súbditos sin distinción de raza ni religión. La persecución provocó cerca de siete mil muertos, entre ellos el fraile beato Emmanuel Ruiz y sus compañeros mártires. Otro caso de martirio se da en Turquía, el año 1895, cuando fue asesinado fray Salvatore Lilli, uno de los mártires que ha sido canonizado.
El clima histórico de este período se puede comprender bien con la lectura de la crónica de un suceso luctuoso sucedido en Jerusalén en 1901 cuando, como consecuencia de la entrada en vigor del Status quo, se sucedieron escenas de tensión. En aquella ocasión se trataba del derecho a barrer la plaza contigua a las escaleras que permiten el paso a la conocida como capilla de los Francos. Los monjes griegos agredieron a algunos frailes, hiriéndolos gravemente con piedras que habían sido acumuladas en las terrazas que rodean la plaza.
Finalmente, en 1920, a causa de la persecución contra los armenios, murieron en manos de los turcos tres sacerdotes y dos frailes.


Se concluye esta síntesis histórica de la Custodia de Tierra Santa con las palabras de la Exhortación Apostólica Nobis in animo, del Papa Pablo VI en 1974: “No sin un diseño providencial, los sucesos históricos del siglo XIII llevaron a Tierra Santa a la Orden de los Hermanos Menores. Los hijos de san Francisco están, desde entonces, presentes en la Tierra de Jesús de forma ininterrumpida para servir a la Iglesia local y para custodiar, restaurar y proteger los Santos Lugares cristianos. Su fidelidad al deseo del fundador y al mandato de la Santa Sede ha estado con frecuencia ratificada con hechos de extraordinaria virtud y generosidad”.

Chi siamo - Firmano

Constitución jurídica de la “Custodia de Tierra Santa”

A los queridos hijos, el Ministro General de la Orden de Frailes Menores y el Ministro Provincial de la Tierra de Labor, salud y bendición apostólica.

1- Damos gracias al Dispensador de todas las mercedes y lo ensalzamos porque inflamó en tan ardiente devoción y celo de la fe a nuestros carísimos hijos en Cristo, el rey Roberto y la reina Sancha de Sicilia, distinguidos en honrar al Redentor y Señor nuestro Jesucristo, pues no cesan de obrar con infatigable desvelo cuanto redunda en alabanza y gloria de Dios y en veneración y honor del Santo Sepulcro del Señor y de otros Lugares Santos ultramarinos.

2- Hace poco tiempo, en efecto, llegó a nuestra Sede Apostólica una agradable notificación de parte del rey y de la reina, es decir, que ellos con grandes gastos y penosas negociaciones han obtenido del Sultán de Babilonia (el cual ocupa el Sepulcro del Señor y otros Lugares Santos de Ultramar, santificados por la sangre del propio Redentor, con grave ignominia de los Cristianos), el permiso para que los frailes de vuestra Orden puedan residir de modo permanente en la iglesia del mencionado Sepulcro y celebrar con solemnidad allí dentro Misas cantadas y Divinos Oficios; que se encuentran ya en aquel lugar algunos frailes de dicha Orden; y que el mismo sultán, además de esto, concedió al rey y a la reina el Cenáculo del Señor, la capilla donde el Espíritu Santo se apareció a los Apóstoles, y otra capilla donde Cristo, después de su resurrección, se manifestó a los Apóstoles en presencia de Tomás; y que la reina construyó un lugar o convento en el Monte Sión, en cuya superficie están, como se sabe, el Cenáculo y las dos capillas mencionadas. Ella, en efecto, desde hace un cierto tiempo ha intentado mantener allí continuamente, a sus expensas, a doce frailes de vuestra Orden para celebrar los Divinos Oficios en (la iglesia del) el Sepulcro, junto con tres personas seglares para atender a los mismos frailes y para remedio de sus necesidades.

3- Por eso la dicha reina, en cumplimiento de su piadosa devoción y la del rey en este asunto, Nos suplicó humildemente que interviniéramos con nuestra autoridad apostólica a fin de proveer a aquellos Santos Lugares con (el envío de) frailes devotos y domésticos idóneos hasta (alcanzar) el número antedicho.

4- Nos, por tanto, aprobando el pío y loable propósito de los dichos rey y reina, y su devota intención digna de la bendición divina, y queriendo secundar de manera favorable sus votos y deseos en esta parte, a tenor del presente (Breve) concedemos a todos y cada uno de vosotros plena y libre facultad de llamar, ahora y en el futuro, a vuestra presencia, por autoridad apostólica y a instancia de los recordados rey y reina, o de alguno de ellos o de sus sucesores, después de haber oído el parecer de los consejeros de vuestra Orden, a hermanos idóneos y devotos (tomados) de toda la Orden hasta (completar) el número señalado.

5- Y concedemos también que, dada la importancia del ministerio, a los que consideréis más aptos para el servicio divino les deis destino tanto en la iglesia del dicho Sepulcro del Señor como en el Cenáculo y en las capillas mencionadas, después de obtener información -de los Ministros Provinciales de la Provincia de la Orden en la que han de ser reclutados temporalmente esos Frailes- acerca de las cualidades de los Frailes llamados, y los enviéis a aquellas partes de Ultramar; y en el caso de que alguno de ellos cause baja, cuantas veces sea necesario, se dé licencia para que residan en aquellas tierras otros frailes que los sustituyan.

6- Os concedemos también la facultad de obligar, después de una llamada, a los (frailes) que se opongan, por medio de censuras eclesiásticas (no obstante cualquier prohibición apostólica o estatutos contrarios de la misma Orden, reforzados por solemne certificado, por aprobación apostólica o por cualquier otra convención, o sea, si por la Sede Apostólica se concedió a algunos, en general o en particular, la exención de incurrir en entredicho, suspensión o excomunión, por letra apostólica que no haga mención de modo pleno, expreso y literal de semejante indulto).

7- Nos queremos que, cuando estos mismos frailes así designados se hallen (en las regiones) de Ultramar, estén solamente bajo la obediencia y gobierno del Guardián de los frailes de dicha Orden del Monte Sión y del Ministro Provincial de Tierra Santa, en todo lo que es de su competencia.

Papa Clemente VI
Dado en Avignon, el 21 noviembre 1342, en el año primero del pontificado.

"Status quo", o bien "Statu quo", como se suele decir en Tierra Santa o como aparece en muchas publicaciones- en su sentido amplio se refiere a la situación en que se encuentran las Comunidades cristianas de Tierra Santa en cuanto a sus relaciones con los gobiernos de la región.

Específicamente, el “Status quo” indica la situación en la que se encuentran las comunidades cristianas en los Santuarios de Tierra Santa: situaciones que se refieren tanto a la propiedad como a los derechos que tienen dichas comunidades, ya sea por sí solas, ya en relación con otros ritos, en el Santo Sepulcro, en la basílica de la Natividad de Belén o en la Tumba de la Virgen en Jerusalén.

La vida de los Santuarios es inseparable de los regímenes políticos de Tierra Santa que han conducido progresivamente a la situación en que nos encontramos hoy. Durante los siglos XVII y XVIII, griegos ortodoxos y católicos estuvieron en continua controversia por algunos santuarios (Santo Sepulcro, Tumba de la Virgen y Belén). Fue un período de “luchas fraternas e intervenciones políticas”. A través de estos sucesos dolorosos se llegó a la situación, ratificada con un firmán de fecha 8 de febrero de 1852, que se conoce con el nombre de “Statu quo”.

El “Statu quo” en los santuarios de Tierra Santa, especialmente en el Santo Sepulcro, determina los sujetos de la propiedad de los Santos Lugares, y más concretamente los espacios dentro del santuario, e incluso los horarios y tiempos de las funciones, colocaciones, recorridos y el modo de realizarlos, tanto en lo que atañe al canto como a la simple lectura.

Es necesario recordar que las comunidades que ofician en el Santo Sepulcro, además de los latinos, son los griegos, los armenios, los coptos y los siríacos y que para cambiar cualquier cosa es necesario contar con todas las comunidades.

Las comunidades del Sepulcro se regulan según el calendario propio de cada rito. En lo que se refiere a la comunidad católica, los franciscanos siguen las fiestas según el grado de solemnidad anterior a la reforma del Vaticano II, pues así lo determina el derecho alcanzado con el “Status quo”, con sus primeras vísperas solemnes, oficio matutino, misa y demás funciones ligadas a ellas (procesiones, incensaciones, etc.).

Para poder entender mejor la situación, es necesario hacer algunas consideraciones históricas. Inmediatamente después de entrar en Constantinopla, Mehmet II proclamó al Patriarca griego de Constantinopla como la autoridad religiosa y civil de todos los cristianos residentes en su imperio.

Desde entonces, las comunidades ortodoxas de Grecia, gracias a que se componían de súbditos del imperio otomano, pudieron llegar hasta Tierra Santa y ejercer una influencia cada vez más eficaz sobre los sultanes para obtener, en su favor, ventajas en los santuarios. El clero heleno fue progresivamente sustituyendo al clero nativo. Desde 1634 el Patriarca ortodoxo de Jerusalén será siempre un griego.

En este período empiezan las reivindicaciones por parte del clero heleno sobre los Santos Lugares. En 1666, el Patriarca ortodoxo germano reivindicó los derechos ortodoxos sobre la Basílica de Belén, como antes habían hecho ya los Patriarcas Sofronio IV (1579-1608) y Teofanio (1608-1644). Reivindicaciones similares se hicieron seguidamente también por el Santo Sepulcro de Jerusalén.

Tales tentativas se frenaron, sobre todo, gracias a la intervención de Venecia y Francia ante la Sublime Puerta (así se llamaba la instancia suprema en el imperio otomano). En 1633 el Patriarca Teofanio consiguió un firmán con efecto retroactivo al tiempo de Omar (638), que confería al Patriarcado griego ortodoxo los derechos exclusivos sobre la Gruta de la Natividad, el Calvario y la piedra de la Unción. Las potencias occidentales, por su parte, bajo la presión del Papa Urbano VII, lograron retirar dicho firmán. No obstante, el mismo firmán fue promulgado una segunda vez en 1637.

En aquel tiempo, Venecia, Austria y Polonia estaban en guerra contra el imperio  y no consiguieron ejercer influencia alguna en favor de los franciscanos.La situación se volvió más drástica en 1676 cuando el Patriarca Dositeo (1669-1707) obtuvo otro firmán con el que se le otorgaba la posesión en exclusiva del Santo Sepulcro. Como consecuencia de las protestas occidentales, la Sublime Puerta nombró un tribunal especial para examinar los distintos documentos. En 1690, con otro firmán, el tribunal declaró que los franciscanos eran los legítimos propietarios de la Basílica. Desde entonces, las potencias occidentales fueron cada vez más activas ante el gobierno otomano para garantizar los derechos católicos en los Santos Lugares. Así ocurrió con la paz de Carlowitz (1699), Passarowitz (1718), Belgrado (1739) y Sistow (1791). No obstante, los resultados efectivos de tales intervenciones no fueron suficientes.

En 1767, después de algunos enfrentamientos violentos y hechos vandálicos que afectaron a la población local, los griegos ortodoxos y a los franciscanos, la Sublime Puerta dictó un firmán en el que se asignaba a los griegos ortodoxos la Basílica de Belén, la Tumba de la Virgen y casi toda la Basílica del Santo Sepulcro. A pesar de las repetidas llamadas del Papa Clemente XIII a las potencias occidentales, el firmán fue confirmado y fijó casi de manera definitiva, a excepción de algún pequeño detalle, la situación sobre los Santos Lugares hasta nuestros días.

En el siglo XIX, la cuestión de los Santos Lugares se convirtió en un contencioso político, especialmente entre Francia y Rusia. Francia obtuvo la protección exclusiva sobre los derechos de los católicos, mientras que Rusia lo era sobre los cristianos ortodoxos. En 1808 un gran incendio en la Basílica del Santo Sepulcro destruyó casi por completo el edículo cruzado del Sepulcro. Los griegos obtuvieron el permiso para reconstruir un nuevo edículo, que es el que hay actualmente. En 1829 se reconocen de manera definitiva los derechos de los armenios ortodoxos en la Basílica, que son los actuales.

En 1847 los griegos retiraron la estrella de plata situada sobre el lugar del nacimiento del Señor en la Gruta de Belén. De hecho, sobre la estrella había una inscripción en latín que atestiguaba la propiedad latina del lugar. En 1852 el embajador francés ante la Sublime Puerta, en nombre de las potencias católicas, exigió la devolución de los derechos de los franciscanos anteriores a 1767, y en particular la recolocación de dicha estrella.

El emperador otomano, bajo la presión del zar Nicolás, lo rechazó y publicó un firmán con el que se decretaba que el "Status quo" (es decir, la situación vigente en 1767) debía mantenerse.

Desde entonces, a pesar de los distintos intentos y las diversas guerras que se han sucedido, la situación ha permanecido inalterada, aunque la estrella fue recolocada en su lugar. Ni siquiera tras la caída del imperio otomano y el establecimiento del mandato británico el "Status Quo" ha vuelto a modificarse.

Tal situación se considera hoy como un derecho adquirido de facto.

  • Las relaciones entre las distintas comunidades cristianas se regulan todavía por el {Status Quo}, pero son cordiales y amistosas.
  • El diálogo ecuménico ha hecho olvidar de forma definitiva los conflictos históricos. No existe ya, al menos por la parte católica, la acusación de “usurpación” de los Santos Lugares.
  • Al contrario, la presencia cristiana multiforme en estos lugares se considera como una preciosa riqueza a conservar y un derecho adquirido e irrenunciable.
  • Los encuentros periódicos y las negociaciones entre las distintas comunidades hoy se concentran, sobre todo, en la restauración de las basílicas y sobre la posibilidad de una mejor coordinación de las diferentes liturgias.
  • Las decisiones se adoptan de común acuerdo entre las distintas comunidades religiosas, sin intervención externa alguna, ni de carácter político ni civil.

800 años de presencia franciscana en Oriente Medio

Los primeros frailes franciscanos desembarcaron en Acre en 1217, conducidos por Elías de Cortona. Han pasado 800 años y los frailes aún están presentes en Tierra Santa, dedicados a custodiar los lugares de la cristiandad y a ayudar a la población local.

Para celebrar este importante aniversario, en junio de 2017 los frailes de la Custodia decidieron ir a Acre para una peregrinación conmemorativa. El 16, 17 y 18 de octubre 2017 el convento franciscano de San Salvador, en la ciudad vieja de Jerusalén, acogió conferencias y encuentros con ponentes relevantes y figuras destacadas del mundo cristiano.

800 años de franciscanos en Tierra Santa, p. Michael Perry: "Nuestra presencia es para toda la humanidad"
800 años, cardenal Sandri: “La misión de la Custodia es ofrecer al mundo entero el tesoro de Jesús”
800 años, Mons. Pizzaballa: “En los franciscanos veo mucho entusiasmo y el deseo de servir a esta tierra”

Con motivo de 800 años de presencia franciscana en Tierra Santa, el Christian Media Center ha producido un documental especial dividido en tres partes. Es un viaje a los orígenes de la presencia franciscana que conduce a nuestro día y a las celebraciones del octavo centenario, que tuvieron lugar en Jerusalén  ⇒ Documental especial 

VIII centenario del encuentro entre San Francisco y el Sultán

El domingo 3 de marzo 2019 concluyeron las celebraciones dedicadas al VIII centenario del encuentro entre San Francisco de Asís y el sultán Al-Malik Al-Kamel organizadas entre Damieta y El Cairo por los franciscanos de la Provincia de la Sagrada Familia de Egipto. Un marco, el egipcio, que evoca directamente la reunión que tuvo lugar hace 800 años entre el santo y el sultán y que, aún hoy, habla a todos los que hacen del diálogo y la convivencia su realidad cotidiana. ⇒ https://custodia.org/es/news/egipto-viii-centenario-del-encuentro-entre-san-francisco-y-el-sultan
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La Cruz de Tierra Santa

La Cruz de Terra Santa, una cruz griega potentada de color rojo sobre fondo blanco rodeada de cuatro cruces más pequeñas, conocida también con el nombre de “Cruz de Jerusalén”, es el símbolo de la Custodia de Tierra Santa.
Orígenes e historia
No se dispone de informaciones ciertas sobre los orígenes de este famoso símbolo. El signo, que muchos han asociado con el reino que fundaron los cruzados en 1099, en realidad aparece sobre monedas, sellos y banderas que nada tienen que ver con el mundo de los cruzados. Es verdad, sin embargo, que con los cruzados la Cruz de Jerusalén adquirió, además del espiritual, una significado político y de identidad territorial.

Lo más probable es que la Cruz de Jerusalén sea la evolución de una cruz griega con puntos, en el lugar donde están las cruces más pequeñas, usada por las primeras comunidades cristianas de Oriente Medio en la época romana, miles de años antes de las primeras cruzadas. De hecho, muchos de los antiguos objetos encontrados en distintas localidades de Tierra Santa nos hacen pensar en la Cruz de Jerusalén, incluidos algunos mosaicos en los que aparce exactamente igual a la actual. Este ha sido el motivo por el que los franciscanos de Tierra Santa la han adoptado.

Significado

El significado por el que la Custodia franciscana ha adoptado esta cruz consiste en el recuerdo de la Pasión de Cristo y su dominio universal. Para muchos, de hecho, el número de cruces (cuatro pequeñas más una grande) simboliza las cinco llagas de Jesús sobre la cruz, mientras que la cruz, que siempre ha sido símbolo del cosmos a través del número cuatro que representa los cuatro puntos cardinales y el infinito, significa la presencia cósmica de la potencia divina.

Papas en Tierra Santa y su visita a la Custodia

La visita de Pablo VI en 1964
La visita de Juan Pablo II en 2000
La visita del papa Benedicto XVI en 2009
La visita del Papa Francisco en 2014

Primer sucesor de San Pedro que realizó una peregrinación a Tierra Santa. Pablo VI viajó en enero de 1964, mientras la Iglesia celebraba el Concilio Vaticano II. Llegó a Amán, en Jordania, donde se reunió con el rey Hussein.  Desde allí se trasladó en coche a Jerusalén, tras detenerse para orar a orillas del río Jordán y en el convento franciscano de Betania. La suya fue una peregrinación con una importante carga histórica y simbólica para la Iglesia. Pablo VI visitó los lugares donde vivió y pasó Jesucristo llevando, como él, el mismo mensaje de paz y amor.

 

El entonces Custodio de Tierra Santa, monseñor Lino Capiello, acompañó al Sumo Pontífice en su viaje a Jordania.

Después de una entusiasta acogida en la ciudad vieja por parte de sus habitantes y los peregrinos, que rompieron los cordones de seguridad y derribaron las vallas a su paso, el Santo Padre finalmente llegó al Santo Sepulcro, donde también fue recibido por los frailes franciscanos. Allí se recogió en oración ante la tumba vacía de Cristo en la que depositó un ramo de olivo de oro, traído desde Roma, y celebró la santa misa, el memorial de la Pasión, y rezó por la unidad.

De nuevo fueron los franciscanos quienes dieron la bienvenida al Sumo Pontífice en el santuario de la Anunciación de Nazaret, todavía en construcción, que fue bendecido por Pablo VI en esa ocasión.  Allí, el padre Custodio recibió del Santo Padre una valiosísima corona de diamantes para el cuadro de la Anunciación.

La peregrinación a los Santos Lugares no omitió lugares importantes como el lago de Tiberíades, Cafarnaún y la basílica de la Transfiguración, santuarios custodiados e ilustrados por los franciscanos.

La última etapa del viaje estuvo marcada por la visita a Belén y la importancia de su discurso, pronunciado en la Gruta de la Natividad.  Un mensaje al mundo de paz y bien para todos.

 

Telegrama del Santo Padre al reverendo padre Custodio de Tierra Santa

 

Entre recuerdos inolvidables, imágenes edificantes que recrean ante nuestro emocionado espíritu nuestra peregrinación a los Lugares santificados por los misterios de la redención cristiana, nos gustaría mencionar el profundo recuerdo de los encuentros con los queridos hermanos franciscanos de Tierra Santa en su hospitalaria casa, en los santuarios que tienen el privilegio de custodiar y en los lugares donde promueven el culto permanente en nombre de la Iglesia católica.

 

Nos complace aprovechar esta ocasión para manifestar un respetuoso pensamiento de agradecida admiración hacia todos los dignos hijos de San Francisco que en el transcurso de siete siglos han llevado a cabo con tanta abnegación el valioso y fecundo servicio de fiel apostolado en la tierra elegida por Jesús, en una admirable irradiación de fe viva, ardiente caridad y cuidado solícito.

 

Queremos expresar de nuevo nuestro complacido reconocimiento a usted y a todos los hermanos de la Custodia, invocando del Divino Redentor una gran efusión de favores celestiales, y alentamos su diligente laboriosidad ofreciéndoles nuestra Bendición Apostólica.

 

PAOLO PP. VI

 

La peregrinación de Juan Pablo II a Tierra Santa dura siete días: del 20 al 26 de marzo de 2000.

Recibido por el rey de Jordania, Abdalá II, y por toda la familia real, el Sumo Pontífice comienza su peregrinación jubilar en Amán, como hizo su predecesor Pablo VI.  El suyo también fue un viaje marcado por el deseo de llevar un fuerte mensaje de paz y fraternidad: “No importa lo difícil que sea, no importa cuán largo, el proceso de paz debe continuar” (del discurso pronunciado en Amán).

 

A ese encuentro histórico asistieron también el padre Custodio, Giovanni Battistelli, el padre Giacomo Bini, ministro general de la Orden de los Frailes Menores, y otros representantes de la iglesia católica y greco-ortodoxa.

En su discurso en el Monte Nebo, Juan Pablo II saludó a los presentes al inicio de su viaje, recordando las grandes figuras de Moisés y Jesucristo, al que dedicó cada paso de su peregrinación.  Su saludo, ese primer día, se dirigió también a los hijos de San Francisco y a su secular servicio de custodiar los santos lugares.

Juan Pablo II llegó a Tierra Santa en un momento histórico muy distinto al de los años 60.  Su propia condición física marca una diferencia con su predecesor, pero solo en apariencia.  El espíritu y el mensaje son los mismos: paz, fraternidad y justicia para todos los hombres.

 

La gente, llegada de todas partes para verlo, le reserva una calurosa bienvenida.  Por otro lado, también es recibido calurosamente por el rey de Jordania, el jefe de estado de Israel, Ezer Weizman y el presidente de Palestina, Yaser Arafat.

En Belén, Juan Pablo II animó al pueblo palestino recordando que la paz solo es posible cuando existe respeto por los derechos humanos, y después exhortó a la minoría cristiana a no emigrar. Ayudado por el Custodio, por un lado, y por el ministro general por otro, bajó los escalones que llevan a la Gruta de la Natividad y allí se recogió en oración durante unos minutos.

 

Importante y muy apreciada fue su intervención durante el encuentro interreligioso en el auditorio de Notre Dame de Jerusalén, en la que identificó el diálogo entre las diferentes religiones como vía para conseguir la paz en el mundo y, especialmente, en Tierra Santa.

No podía faltar la visita a la basílica de Nazaret, ya que parecía que toda la peregrinación estaba organizada en torno a la celebración de la fiesta de la Anunciación. Le esperaban a la entrada el padre Custodio, Giovanni Battistelli, y el ministro general de la Orden de los Frailes Menores, padre Giacomo Bini.

 

Entre los gestos inesperados que han pasado a la Historia se encuentran su visita al Muro Occidental y la oración que dejó en una de sus grietas.

La última visita del Sumo Pontífice fue al Santo Sepulcro el 26 de marzo, el último día de su peregrinación jubilar.  Tras celebrar la misa por la mañana y almorzar en la sede del Patriarcado Latino, pidió inesperadamente volver de forma privada al Santo Sepulcro para subir al Calvario, que por la mañana solo había visto de pasada mientras salía de la basílica.

 

De los artículos de Franco Valente ofm y Giampiero Sandionigi, revista de Tierra Santa 2000 y 2009.

"Una peregrinación, de hecho, la peregrinación por excelencia a las fuentes de la fe; y al mismo tiempo una visita pastoral a la Iglesia que vive en Tierra Santa: una comunidad de singular importancia porque representa una presencia viva allí donde tuvo su origen"

Benedicto en la Gruta de la Anunciación en Nazaret

La visita de Benedicto XVI a Tierra Santa está cargada de importancia histórica y espiritual.

Las etapas de la peregrinación de “Pedro” no cambian, ni cambia el significado profundo de sus discursos. Sus palabras para la Tierra Santa son palabras de apoyo y aliento para los que buscan la paz, los que buscan la unidad y los que buscan la fuerza para no abandonarla.

 

 “La Iglesia en Tierra Santa, que tan a menudo ha experimentado el oscuro misterio del Gólgota, nunca debe dejar de ser un heraldo intrépido del luminoso mensaje de esperanza que proclama esta tumba vacía. El Evangelio nos dice que Dios puede hacer nuevas todas las cosas, que la historia no se repite necesariamente, que los recuerdos se pueden purificar, que los amargos frutos de la recriminación y de la hostilidad pueden superarse, y que un futuro de justicia, paz, prosperidad y colaboración puede surgir para todos los hombres y mujeres, para toda la familia humana, y de manera especial para el pueblo que vive en esta tierra, tan querida para el corazón del Salvador”.

 

Así anima Benedicto XVI a los asistentes que le escuchan ante la tumba vacía, la misma “que cambió la historia de la Humanidad”.

Un viaje, en definitiva, signo de la fe y la esperanza.

 

La Paz, signo de San Francisco

 

Más de una vez el Sumo Pontífice agradeció a los frailes de la Custodia su trabajo en Tierra Santa. Reconoció el papel de los frailes como elemento necesario para construir la paz, recordando a todos que el mismo San Francisco fue un “gran apóstol de la paz y la reconciliación”.

 

Giuseppe Caffulli, Pedro de nuevo en el Sepulcro vacío, revista “Terrasanta”, número 3, mayo-junio 2009, año IV, pp. 70-72 e introducción, p. 3

La visita a Tierra Santa del papa Francisco

24-26 de mayo de 2014

«En esta basílica, a la que cada cristiano mira con profunda veneración, llega a su culmen la peregrinación que estoy realizando junto con mi amado hermano en Cristo, Su Santidad Bartolomé. Es una gracia extraordinaria estar aquí reunidos en oración. La tumba vacía es el lugar del que surge el anuncio de la Resurrección: “¡No temáis! Sé que buscáis a Jesús, el crucificado. Id aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos” (Mt 28, 5-7). Este anuncio, confirmado por el testimonio de aquellos a los que se apareció el Señor Resucitado, es el centro del mensaje cristiano, trasmitido fielmente de generación en generación. Lo que nos une es el fundamento de la fe, gracias a la cual profesamos juntos que Jesucristo, Hijo unigénito del Padre es nuestro único Señor».

Son las palabras del Papa durante el encuentro en el Santo Sepulcro.

El papa Francisco ya había anunciado su visita a Tierra Santa durante el Ángelus del 5 de enero de 2014: “En el ambiente de alegría típico de este tiempo navideño, deseo anunciar que del 24 al 26 de mayo próximo, si Dios quiere, realizaré una peregrinación a Tierra Santa para conmemorar el encuentro histórico entre el papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras I, que tuvo lugar exactamente el 5 de enero de hace 50 años. Habrá tres etapas: Amán, Belén y Jerusalén. Tres días. En el Santo Sepulcro celebraremos un encuentro ecuménico con todos los representantes de las Iglesias cristianas de Jerusalén, junto al patriarca Bartolomé de Constantinopla”.

También hoy los niños son un signo

«El Niño Jesús, nacido en Belén, es el signo entregado por Dios a los que esperaban la salvación. También hoy los niños son un signo. Signo de esperanza, de vida, pero también signo de diagnóstico para entender el estado de salud de una familia, de una sociedad, del mundo entero. Dios nos lo repite también en la actualidad a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI: «Este es el signo para vosotros», buscad al niño…
Precisamente a los niños palestinos el papa Francisco les dedicó tiempo y atención, antes de dejar Belén y Palestina. En el campo de refugiados de Dheisheh, el Papa se reunió con un centenar de niños, enseñándoles con pocas palabras sencillas cómo aplacar el odio y la violencia y volver siempre a empezar en la vida. «No penséis nunca que el pasado determina la vida. Mirad siempre hacia adelante, trabajad para conseguir lo que deseáis. La violencia no se vence con la violencia. La violencia se vence con la paz, el trabajo, la dignidad. Pido a Dios que os bendiga y os pido que recéis por mí».

Celebración Ecuménica en el Santo Sepulcro

Jerusalén, 25 de mayo de 2014
Como hace 50 años – cuando Pablo VI y Atenágoras se abrazaron sobre el Monte de los Olivos – el papa Francisco y el patriarca Bartolomé se encontraron en el lugar más significativo para cualquier cristiano: el Santo Sepulcro

«Con temor, emoción y respeto – afirmaba el patriarca de Constantinopla – nos encontramos ante el “lugar donde yace el Señor”, la tumba vivificante de la que surgió la vida. Y glorificamos a Dios misericordioso que nos ha hecho dignos, a sus indignos siervos, de la suprema bendición de ser peregrinos en el lugar donde se reveló el misterio de la salvación del mundo. Esta sagrada tumba nos invita a sentir otro temor que quizá sea el más extendido en nuestra era moderna, es decir, el miedo al otro, al diferente, el miedo al que pertenece a otra fe, otra religión u otra confesión. Ante esta situación, el mensaje que emana de la tumba que da la vida es urgente y claro: amar al otro, al otro con sus diferencias, a los que tienen otra fe o confesión».

«Sin embargo – declaraba el Papa – cincuenta años después del abrazo de esos dos venerables padres, reconocemos con agradecimiento y estupor renovado que ha sido posible, por impulso del Espíritu Santo, dar pasos realmente importantes hacia la paz. Debemos creer que, igual que fue movida la piedra del sepulcro, también podrán ser retirados todos los obstáculos que todavía impiden la plena comunión entre nosotros. Será una gracia de resurrección que ya podemos disfrutar en la actualidad. Cada vez que nos pedimos perdón los unos a los otros por los pecados cometidos en las relaciones con otros cristianos, y cada vez que tenemos el valor de conceder y recibir este perdón, ¡experimentamos la resurrección!».
El abrazo de amor de Jerusalén, en el signo del papa Montini y Atenágoras, está ahora destinado a alcanzar el corazón de los creyentes de todo el mundo.

Visita sorpresa al convento de San Salvador

Jerusalén, 25 de mayo de 2014

El papa Francisco, cambiando el programa oficial, almorzó con todos los franciscanos en San Salvador. Ningún papa lo había hecho antes, a pesar de que San Salvador es la casa central de todos los franciscanos de Tierra Santa y los papas han celebrado en los santuarios custodiados por los Hijos de Francisco. Fue un momento de inmensa felicidad. Los aplausos de los 95 frailes presentes en el refectorio, muchos de ellos jóvenes, se escucharon en toda Jerusalén. La comida fue muy sencilla. Pudimos experimentar la sencillez, la “minoridad”, como con frecuencia repite el papa Francisco. En las fotografías se puede ver el amor del Papa hacia todos y también su sencillez y alegría. ¿Qué queréis que os diga? Para mí fue como si un gran amigo hubiese venido a visitarnos. Y con él hubiera llegado la felicidad. La alegría del Papa lo decía todo. Y me sentí un poco más franciscano.

Resumen del texto de fray Artemio Vítores, ofm

El Papa en Getsemaní: ¿Quién soy yo ante mi Señor que sufre?

Jerusalén, 26 de mayo de 2014
«En aquella hora, Jesús sintió la necesidad de rezar y de tener junto a él a sus discípulos, a sus amigos, que le habían seguido y habían compartido muy de cerca su misión. Pero aquí, en Getsemaní, la oración se hace difícil e incierta; aparece la duda, el cansancio y el miedo. En la sucesión apremiante de acontecimientos de la pasión de Jesús, los discípulos asumirán diferentes actitudes hacia el Maestro: actitudes de cercanía, de alejamiento, de incertidumbre. Sería bueno que todos nosotros, obispos, sacerdotes, personas consagradas, seminaristas, nos preguntáramos en este lugar: ¿quién soy yo ante mi Señor que sufre? ¿Soy de esos que, invitados por Jesús a velar con Él, se duermen y en lugar de orar intentan evadirse cerrando los ojos frente a la realidad? ¿O me reconozco en aquellos que huyeron por miedo, abandonando al Maestro en la hora más trágica de su vida terrenal? ¿Existe quizá en mí la doblez, la falsedad del que lo vendió por treinta monedas, que se hacía llamar amigo pero traicionó a Jesús? ¿Me reconozco en los que fueron débiles y lo negaron, como Pedro?»

Antes de dejar Getsemaní el Papa plantó un olivo en el jardín de Getsemaní, como ya hizo Pablo VI. Un olivo que contará en los siglos venideros las esperanzas de paz y los testimonios de fe que el papa Francisco ha querido sembrar con su presencia en esta tierra.

El Papa en el Cenáculo: aquí nació la Iglesia, y nació para salir adelante

Jerusalén, 26 de mayo de 2014
«Es un gran don que el Señor nos hace, reunirnos aquí, en el Cenáculo, para celebrar la Eucaristía. Aquí, donde Jesús tomó su última cena con los apóstoles; donde, resucitado, apareció en medio de ellos; donde la fuerza el Espíritu Santo descendió sobre María y los discípulos, aquí nació la Iglesia, y nació para salir adelante. Desde aquí partió, con el Pan partido entre las manos, las llagas de Jesús en los ojos y el Espíritu del amor en el corazón.
El Cenáculo nos recuerda el compartir, la fraternidad, la armonía, la paz entre nosotros. ¡Cuánto amor, cuánto bien ha emergido del Cenáculo! Cuánta caridad ha salido de aquí, como un río de la fuente, que al principio es un arroyo y después se ensancha y crece… Todos los santos han surgido de aquí; el gran río de la santidad de la Iglesia tiene siempre su origen aquí, una y otra vez, desde el corazón de Cristo, de la Eucaristía, de su Espíritu Santo.
El Cenáculo, finalmente, nos recuerda el nacimiento de la nueva familia, la Iglesia, nuestra santa madre Iglesia jerárquica, constituida por Jesús resucitado. Este es el horizonte del Cenáculo: el horizonte de Cristo Resucitado y de la Iglesia. De aquí parte la Iglesia, para salir adelante, animada por el aliento vital del Espíritu».

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