Existe un ritual diario dentro de la Basílica del Santo Sepulcro que desde hace 700 años marca la vida y la oración de los frailes franciscanos, custodios de este santo lugar: un ritual muy querido y al que asisten fieles, religiosos y peregrinos de todas las nacionalidades.
Se trata de la procesión que “diariamente desde 1336” se lleva a cabo en el interior de la Basílica y que, en un recorrido circular jalonado de himnos, antífonas y cantos, recorre las principales estaciones de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. A lo largo de los siglos, esta tradición se ha mantenido viva, sin interrupción, en el lugar más querido por la Cristiandad, acompañando en la oración y la devoción a los numerosos peregrinos que tienen el privilegio de unirse a esta procesión especial y única por los lugares más significativos de la historia del Hijo de Dios.
Fr. Stéphane Milovitch, actualmente Presidente del Santo Sepulcro, se ocupa desde hace años de la historia de la procesión, investigando las fuentes y analizando detalladamente este ritual en su desarrollo histórico y litúrgico (fruto de su investigación, el volumen Quotidianamente da prima del 1336).
«La procesión de la tarde no era ni una liturgia ni un ejercicio de devoción – explica fray Stéphane –. Era una forma de visitar el santuario. Las fuentes indican que mientras los fieles realizaban la visita a la basílica, el clero de las distintas comunidades religiosas presentes en el Santo Sepulcro señalaba de manera ritual lo que había que ver: cuando se llegaba a un determinado altar o lugar santo, los sacerdotes que actuaban como guías explicaban los misterios de la redención que habían sucedido allí y luego leían el texto bíblico correspondiente. Las paradas (“estaciones”) eran, por tanto, momentos de meditación sobre episodios particulares de la Pasión, desde la flagelación hasta el encuentro de Jesús resucitado con su Madre, pasando por el Gólgota y la tumba vacía».
Los primeros testimonios de la procesión se remontan a la primera mitad del siglo XIV, es decir, justo en los albores de la presencia franciscana en el Santo Sepulcro. Ya a finales del siglo XIV tenemos una lista de los distintos “santuarios” presentes dentro del edificio: corresponde a lo que será más tarde el orden de la procesión. Con el paso de los siglos, la procesión empezará a perder su carácter de “visita” y mediante una lenta metamorfosis, que culminará con el Concilio de Trento, la procesión se convertirá en un ritual definido con formas rígidas establecidas, al que los fieles son “invitados” a unirse.
El nombre oficial de la procesión diaria es Ordo Processionis Quae Hierosolymis In Basilica Sancti Sepulcri Domini Nostri Iesu Christi A Fratribus Minoribus Peragitur Custodia Terrae Sanctae. Este texto, a lo largo de siglos, sufrió innovaciones y añadidos hasta la reforma definitiva llevada a cabo por el Custodio de Tierra Santa, fray Tommaso Obicini, cuyo Ordo Processionalis (del 1623) se mantuvo en uso hasta 1925. Ese año entró en vigor una nueva versión de la procesión en la que se hicieron cambios en los himnos para adecuarla a la edición oficial del Antifonario Romano.
La procesión, que tiene lugar a las 16:00 en invierno (o a las 17:00 en verano), comienza en la capilla del Santísimo Sacramento (también llamada “De la aparición”) y termina en la misma capilla, después de un largo recorrido circular a través de toda la basílica. Al igual que el Vía Crucis, se compone de 14 estaciones, pero su peculiaridad está en el hecho de que las estaciones dentro de la basílica narran la Pasión de Cristo culminando en los lugares históricos de su crucifixión, sepultura, resurrección y apariciones a María Magdalena y a Su Madre.
La procesión está presidida por un hebdomadario (el fraile encargado de la celebración del culto en una determinada semana), dos ayudantes y el turiferario, que se encarga del incensario. Los frailes de la comunidad participan en la procesión siempre alineados en dos filas, mientras que los peregrinos y los fieles siguen la procesión con una vela encendida que les han entregado los sacristanes. En las estaciones, cada altar es incensado: después se recita o se canta – en coros alternos – un verso adecuado al lugar, un himno y la antífona, seguido de una oración colecta. Finalmente, para ganar las indulgencias, en cada estación se rezan el Padrenuestro, Ave María y Gloria.
El oficio se reza íntegramente en latín para mostrar que los Santos Lugares no son patrimonio exclusivo de la iglesia local palestina de lengua árabe, ni tampoco de la iglesia italiana (el italiano es la lengua oficial de la Custodia de Tierra Santa), sino que son patrimonio de la Iglesia católica universal.
«La procesión se inscribe en el contexto más amplio de las liturgias cotidianas de la comunidad franciscana que vive en el convento de la basílica – subraya fray Stéphane –. La fraternidad del Santo Sepulcro está bajo la mirada de todos: las liturgias y paraliturgias se desarrollan con decoro y devoción porque dan testimonio de la presencia de la Iglesia católica en este lugar, testigo de la resurrección del Señor».
Con la procesión diaria, los frailes menores de Tierra Santa perpetúan su misión de corroborar la sacralidad de los lugares evangélicos y bíblicos y testimoniar la especial presencia de Dios. Y aun hoy, mediante este ritual, pueden acompañar a los peregrinos a meditar los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesús en los lugares donde ocurrieron y siguiendo los pasos de todos los peregrinos que les han precedido a lo largo de los siglos.
I. Al altar del Santísimo Sacramento
II. En la Columna de la flagelación
III. A la Cárcel de Cristo
IV. Al altar de la división de los vestidos de Cristo
V. En la Cripta del hallazgo de la Cruz
VI. A la Capilla de Santa Elena
VII. A la capilla de la coronación y de los improperios
VIII. Al lugar de la Crucifixión en el Calvario
IX. Al lugar donde Cristo expiró en la Cruz
X. Al altar de la Adolorada
XI. A la Piedra de la unción
XII. Al glorioso Sepulcro de Nuestro Señor Jesús Cristo
XIII. Al lugar de la aparición de Jesús a María Magdalena
XIV. A la Capilla de la Aparición de Jesús resucitado a su madre.
Silvia Giuliano