La procesión de las palmas en Jerusalén es uno de los momentos más evocadores que reúnen a toda la comunidad cristiana de Tierra Santa. También el domingo 13 de abril, una larga serpiente de palmas elevadas al cielo bajó del Monte de los Olivos, recorriendo los mismos pasos de Jesús en el momento de su entrada a Jerusalén.
Tras reunirse en torno al Patriarca, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, para la celebración del Domingo de Ramos en el Santo Sepulcro, los cristianos de Tierra Santa dieron testimonio de su fe en Jesús a lo largo de las calles de la Ciudad Santa: “Vosotros sois los que aquí, en Jerusalén, mantenéis viva la llama de la fe cristiana, y mantenéis viva la presencia de Cristo entre nosotros” dijo el Patriarca al final de la procesión.
Los fieles se reunieron en Betfagé. Aquí se proclamó el pasaje del evangelio que narra la entrada de Jesús en Jerusalén: “Y, cuando se acercaba ya a la bajada del monte de los Olivos, la multitud de los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios a grandes voces por todos los milagros que habían visto, diciendo: «¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas»” (Lc 19, 37-38).
Los presentes bajaron el Monte de los Olivos llevando en sus manos ramas de olivo y palmas trenzadas, alabando a Dios con cantos y oraciones. En la cola de la procesión, los frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa animaron el recorrido con cantos y música.
Cerraba la procesión el patriarca Pizzaballa, el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, y monseñor Adolfo Tito Yllana, nuncio apostólico en Israel y delegado en Jerusalén y Palestina, junto con representantes de otras confesiones cristianas. La procesión finalizó en la iglesia de Santa Ana, en la puerta de los Leones.
Al finalizar la procesión, el Patriarca dirigió un saludo a los asistentes y unas palabras de ánimo al comienzo de la Semana Santa, y en vista de la Pascua.
“La Pasión de Jesús no es la última palabra de Dios sobre el mundo. El Resucitado es su última palabra, y estamos aquí para repetirla y reafirmarla – explicó –. Aquí, hoy, a pesar de todo, a las puertas de Su ciudad y la nuestra, una vez más declaramos que queremos acogerlo realmente como nuestro Rey y Mesías, y seguirlo en su camino hacia su trono, la cruz, que no es símbolo de muerte, sino de amor”.
Una vez más el cardenal invitó a los cristianos a no tener miedo y a no desanimarse ante las divisiones y las hostilidades: “Esta es nuestra vocación: construir, unir, derribar barreras, esperar contra toda esperanza. Esta es y sigue siendo nuestra fuerza y este será siempre nuestro testimonio, a pesar de nuestras muchas limitaciones”.
Marinella Bandini