Con el canto Vexilla Regis se abrió la celebración de la Preciosísima Sangre de Jesús, el viernes 1 de julio, en la basílica de la Agonía de Jerusalén. Precisamente en el lugar donde el Señor sudó sangre la noche en que fue traicionado, el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton ofm, condujo a los frailes en procesión desde el jardín de Getsemaní al interior de la basílica, donde presidió la misa solemne.
El canto dedicado a la cruz, estandarte real sobre el que Cristo derramó su sangre, acompañó el ritual esparcido de pétalos de rosa sobre la roca que recuerda la agonía de Jesús, situada frente al altar.
El culto a la Preciosísima Sangre, que hace referencia a la transformación del vino en la sangre de Cristo durante la misa, está estrechamente ligado a la devoción eucarística. La Eucaristía, de hecho, expresa la entrega del cuerpo y la sangre de Jesús realizada para salvarnos de la muerte y para introducirnos en la vida divina.
En su homilía, el padre Custodio repasó las lecturas que marcaron la liturgia de la Palabra, señalando cómo proponen un camino de reflexión en el que la sangre siempre está presente: primero en la antigua Pascua, que expresa “el drama que significa la sangre del cordero rociada en los dinteles de las casas”, luego el mencionado en el Apocalipsis respecto a las vestiduras blanqueadas por la sangre del Cordero y, finalmente, en la narración del evangelista Lucas: “En medio de su angustia, [Jesús] oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre”.
La sangre expresa naturalmente el don en forma de sacrificio que Cristo sufrió por nosotros. Un don que no se extingue con la muerte, sino que solo encuentra en ella su culminación. Según fray Patton, en efecto, “toda la vida de Dios es vida donada”; lo es desde el instante de su concepción en el vientre virginal de María, por obra del Espíritu Santo en Nazaret. Su vida es vida entregada aun cuando vive escondido y lo es después cuando anuncia el Evangelio y cuando obra milagros. Luego, por supuesto, el don alcanza su culmen cuando Jesús se ofrece libremente en la cruz y elige entregarse totalmente en las manos del Padre y pasar por la experiencia de la muerte en nuestro favor. Así también toda la persona de Jesús es entregada por nosotros. Se entrega su voluntad, como muestra su oración aquí en Getsemaní, y como demuestran todas las referencias al hecho de que su alimento es hacer la voluntad del Padre y al hecho de que se encarnó para hacer la voluntad del Padre”.
El adjetivo “preciosísima” añadido a “sangre” expresa el gran valor del sacrificio realizado por Jesús, el alto precio pagado para darnos la verdadera vida, el carísimo coste con que Dios mismo redimió a la humanidad ofreciendo la vida de su Hijo. De ahí la exhortación del padre Custodio a los fieles a intentar “celebrar de forma consciente la preciosísima sangre del Señor y recibirla de la manera adecuada” en la Eucaristía.
Al final de la celebración los fieles, junto con los frailes, compartieron un refrigerio en los espacios contiguos al jardín de Getsemaní, fuera de la basílica.
Filippo De Grazia