La celebración de Nuestra Señora de los Siete Dolores, que representa un unicum de la ciudad de Jerusalén, marca el comienzo de la Semana Santa. La misa se celebró el 31 de marzo en el Calvario, en el altar de la Dolorosa, que separa la capilla propiedad de los greco-ortodoxos de la capilla latina de la Crucifixión. Aquí se encuentra la imagen de medio busto de madera de María, donada al Santo Sepulcro en 1778 por María Pía, reina de Portugal: la Virgen aparece atravesada en el pecho por una espada, en referencia al pasaje del evangelio de Lucas donde el anciano Simeón le dirige las palabras: "y a ti misma una espada te traspasará el alma" (Lc 2, 35).
Siguiendo la tradición, fue el vicario custodial, fray Ibrahim Faltas, quien presidió la celebración en la que se recuerdan los siete dolores de María, que constituyen una especie de camino de sufrimiento, del que fue protagonista la madre del Señor durante su vida terrenal: la profecía de Simeón sobre su hijo (Lc, 2, 34-35), la huida con José y el niño a Egipto (Mt, 2, 13-21), la pérdida de Jesús con doce años, encontrado después en el templo (Lc, 2, 41-51), el encuentro con Jesús en el Vía Crucis (Lc, 23, 27-31), su sufrimiento al pie de la cruz (Jn, 19, 25-27), el momento en que sostiene entre sus brazos a su hijo muerto (Mt, 27, 57-59) y finalmente cuando presencia el entierro de Jesús en el sepulcro (Jn, 19, 40-42).
En su homilía, fray Faltas invitó a los fieles a rezar por todas las madres que, aquí como en el resto del mundo dominado por injusticias y guerras, al igual que María se enfrentan a la agonía por la muerte de sus hijos: «Hoy, en esta fiesta de la Dolorosa, en este lugar del Calvario, único en el mundo, llevamos en nuestros corazones y en nuestra oración el dolor y el lamento de tantas mujeres que en esta tierra, como en el resto del mundo, han perdido a sus hijos, en guerras o conflictos absurdos: pongámonos al pie de la cruz para invocar a Dios Padre que vuelva la paz sobre la tierra y que la celebración de María Dolorosa nos ayude a comprender el gran regalo que hemos recibido de la cruz de Jesús».
Ante el dolor más desgarrador que puede existir, la muerte de un hijo, hay algo intenso, profundísimo. «Pero este hijo suyo – continuó fray Ibrahim Faltas – salvará a los hombres, dará a los hombres un “vino nuevo”, les dará su Espíritu. Y entonces María debe aceptar perder a su hijo por amor a los hombres. En cierto modo, se puede decir que en este momento María está viviendo su maternidad más profunda, porque es madre de Cristo y ahora se convierte en madre de todo el cuerpo de Cristo, de la Iglesia, es decir, de todos los cristianos».
El culto a la virgen Dolorosa y sus Siete Dolores es una devoción muy antigua, que existía ya a finales del siglo XI: establecida después en el viernes antes del Domingo de Ramos por Benedicto XIII en 1727, fue trasladada al 15 de septiembre durante el Concilio Vaticano II. Pero aquí, en el Santo Sepulcro, se conserva también la solemnidad preconciliar, muy querida por peregrinos y fieles, que se recuerda como solemnidad de los Septem Dolorum Beatae Mariae Virginis (Siete Dolores de la Santísima Virgen María).
Silvia Giuliano