Pétalos de rosas rojas, como gotas de sangre, se esparcen sobre la roca del Getsemaní, sobre la que Cristo sudó sangre (Lc 22,39-44), al son del canto “Vexilla Regis”, un antiguo himno en honor de la Santa Cruz en la que Cristo entregó su vida para la salvación de los hombres. Es el acto inicial de la misa que los frailes de la Custodia de Tierra Santa celebraron en Getsemaní con motivo de la solemnidad de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
La misa fue presidida por el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton y concelebrada por el vicario, fray Ibrahim Faltas, el visitador general fray Alojzy Warot, el obispo emérito de Chascomús (Argentina), monseñor Carlos Malfa y por fray Silvio de la Fuente, discreto de Tierra Santa, además de una veintena de sacerdotes.
La antigua devoción de la Sangre de Jesús – a la que se refieren varias tradiciones – encontró su expresión litúrgica gracias a Pío IX que en 1849 fijó el 1 de julio la fiesta litúrgica de la Preciosísima Sangre. San Pablo VI, tras la reforma litúrgica de 1969, unió esta fiesta a la del Corpus Christi. Jerusalén es el único lugar donde todavía se celebra. Esto es debido al hecho de que la basílica de la Agonía, al pie del Monte de los Olivos, conserva la memoria física del sudor de sangre de Jesús, la noche de su captura.
En su homilía, el Custodio subrayó el valor de la Sangre de Cristo como sello de la “nueva y eterna alianza” de Dios con su pueblo. “Nosotros no somos rociados con la sangre de animales muertos (Hb 10,4) sino que recibimos la sangre (es decir, la vida) de Cristo”. Fray Patton destacó también el poder salvífico de la sangre de Cristo, que nos redime de los pecados: “La sangre de Cristo es su vida entregada por amor y con infinito amor, y por eso es capaz de sanar nuestra propia vida en el momento en que la recibimos”
Además de custodiar la memoria de la sangre de Cristo, Getsemaní es también el lugar del aceite. El mismo nombre de Getsemaní significa “prensa de aceite”. La gruta llamada “de los apóstoles”, donde Jesús se retiraba, era una almazara. Los franciscanos de Tierra Santa siguen manteniendo viva esta tradición: al final de la misa, el Custodio bendijo unos saquitos que contenía algodón empapado en aceite de Getsemaní, que se regalaron a los asistentes.
Marinella Bandini