En el Monte de los Olivos, desde la tarde del 8 de mayo, se sucedieron las celebraciones por la gran solemnidad de la Ascensión de Jesús, en la pequeña capilla en la que la tradición conmemora el lugar donde Jesús subió al cielo.
Con la Ascensión concluyen las apariciones pospascuales del Resucitado, el evangelista Lucas lo sitúa como punto de partida de los Hechos de los Apóstoles, considerados también una obra lucana: «Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista» (Hch 1,9).
En latín, el lugar de este acontecimiento es “Imbomon”: la hipótesis más probable es que se trata de una derivación del griego en bomo, en la elevación (altura, colina).
Una vez destruido el primer santuario, que probablemente databa del siglo IV, los cruzados reconstruyeron la iglesia edificando una pequeña capilla de estructura octogonal (el edículo que todavía hoy se puede ver), dejando abierto el techo de la iglesia. Desde 1198, cuando el pequeño santuario fue comprado por los emisarios de Saladino, los musulmanes completaron la capilla con una cúpula. El lugar siguió siendo propiedad del waqf islámico de Jerusalén y fue transformado en mezquita que, sin embargo, no se usa para el culto.
En la roca que se conserva en el edículo, hay un recuadro donde la tradición reconoce la huella del pie derecho de Jesús. Durante la fiesta de la Ascensión, las Iglesias cristianas han conseguido asegurarse el derecho a celebrar en el Monte de los Olivos al final de cada respectivo periodo pascual, respetando el status quo.
Las celebraciones empezaron la tarde del miércoles 8 de mayo con el ingreso solemne del vicario de la Custodia de Tierra Santa, fray Ibrahim Faltas, que luego presidió las vísperas. A continuación, los frailes franciscanos cantaron las letanías de los santos en procesión, dando tres vueltas alrededor del edículo cruzado.
La celebración continuó después con la oración de Completas en la capilla y la nocturna del oficio.
Durante la noche se sucedieron numerosas misas en la capilla del Monte de los Olivos hasta la mañana, cuando la solemne celebración estuvo presidida por el vicario custodial fray Faltas y se desarrolló al aire libre en presencia de numerosos fieles. «La Ascensión – comenzó fray Ibrahim Faltas en su homilía – nos insta a levantar los ojos al cielo, y luego volverlos inmediatamente a la tierra». Es aquí, recuerda el vicario, donde los hombres deben llevar el mensaje de amor y de misericordia de Jesús, a pesar de sus debilidades.
«San Francisco – continuó fray Ibrahim – deja entrar la Ascensión de Jesús en su vida: mirando al cielo pero permaneciendo en la tierra, glorificando a Dios en las criaturas y en el amor a los hermanos, hasta dejar que el Señor entrase incluso en su carne con los estigmas, de los que este año se celebra el octavo centenario con el título: “De las heridas, la nueva vida”. Y esto nos hace reflexionar más que nunca en este momento de guerra que estamos viviendo. Pienso en los miles de heridos de este conflicto entre Hamás e Israel, pienso en la herida del odio y de la venganza que ha afectado a toda la población, pienso en las personas heridas en su dignidad, sin trabajo, en la Tierra Santa, herida y aislada por este conflicto. También nosotros los frailes hemos sido profundamente heridos por esta guerra y muchas veces nos cuesta llegar a la gente que vive aquí, a nuestro alrededor, pero la liturgia y la oración fortalecen nuestra comunión. Formamos parte del plan de Dios y la Ascensión nos da un gran impulso y motivación para vivir con más entrega aun en Tierra Santa, en los lugares de la Salvación, continuando sembrando con alegría y fidelidad».
A pesar de la difícil situación generada por el conflicto en curso, la solemnidad atrajo no solo a fieles locales y muchos religiosos, sino también a grupos de peregrinos que empiezan a estar de nuevo presentes en Jerusalén, un signo de gran esperanza para las comunidades cristianas de Tierra Santa.
Entre los grupos presentes, también los feligreses de la iglesia de la Anunciación greco-melquita de Nazaret, encabezados por el padre Said Hashem que, como todos los años, en una tradición de más de una década, organiza este viaje desde Galilea a Jerusalén pasando por los lugares más representativos de la Ciudad Santa, rezando durante la vigilia nocturna y contemplando el misterio de la Ascensión, en el lugar donde sucedió.
SIlvia Giuliano