También en Tierra Santa el Jubileo se inauguró bajo el signo de la Cruz. Esta es para el cristiano “tabla de salvación” y “signo de la esperanza que no decepciona porque está fundada en el amor de Dios misericordioso y fiel” (papa Francisco).
En Tierra Santa se ha creado una cruz-icono “ad hoc” para el jubileo, que está presente en todos los lugares jubilares.
Y también “ad hoc” fue su realización: tanto en la forma, con los extremos redondeados, como en sus dimensiones (120 x 70 cm) para que sirva como cruz procesional, y en los materiales, con la elección de la madera de cedro, la misma de la cruz de Cristo según una antigua tradición.
La iconógrafa María Ruiz fue la encargada de su ejecución, inspirándose en el icono de la Crucifixión que ella misma creó para el misal en árabe publicado recientemente.
“La Cruz de Cristo es vivificante, es una muerte que no acaba en la muerte, por eso es fuente de esperanza” dice la artista española. El oro que forma el fondo de la composición simboliza precisamente esta gloria de la resurrección.
El modelo iconográfico es el de la “cruz cósmica”, que expresa la universalidad de la salvación de Cristo y el don de la reconciliación concedido a la humanidad a través de su amor y su vida entregada en la Cruz.
Se basa en las palabras de San Pablo: “Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz” (Col 1,19-20).
La imagen capta a Cristo en el momento culminante de su sacrificio: “E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn 19, 30). Es lo que la Iglesia llama el “primer Pentecostés”, simbolizado por la paloma del Espíritu Santo: Cristo, al expirar, confía ya u Espíritu a la Iglesia, nacida de su costado traspasado.
En los dos extremos de los brazos de la Cruz están situadas las personificaciones del Sol (en rojo) y la Luna (en azul), que simbolizan todos los elementos celestes, asociados a la obra de recreación realizada por Cristo.
Bajo los pies de Cristo, la Tierra está representada como un globo rojizo, que evoca la pasión de Cristo por la humanidad y recuerda lo que repite San Pablo: “porque (Dios) lo ha sometido todo bajo sus pies” (1Cor 15,27).
La cruz se extiende hacia abajo para incluir la inscripción “Hemos sido salvados en la esperanza” en griego (lengua original del pasaje bíblico), latín y árabe, las lenguas de la liturgia en Tierra Santa.
Al igual que en el misal, María Ruiz utilizó un estilo “rico las tradiciones artísticas cristianas que han pasado por esta tierra y capaz de hablar a los cristianos de hoy, tanto los orientales como los de tradición latina”.
El estilo bizantino – en particular la tradición armenia – es en el que se inspira principalmente y el que le “permite trasmitir un mensaje universal”. “Esta no es mi interpretación de la crucifixión. Obedecí a determinado lenguaje para trasmitir de manera más transparente un mensaje que no es mío”.
Sobre la mesa, las herramientas de trabajo de María: escayola, colas, colores, pan de oro, pinceles. Tras la preparación de la madera (en el “Centro Piccirillo” de Belén), se procedió al enyesado, después el dorado y finalmente la pintura, “siguiendo el método iconográfico tradicional: un fondo oscuro sobre el que emergen las líneas de luz que dan forma al cuerpo y a los rostros”.
Todo cobra vida en la fe y en la oración: “No se puede crear una obra como esta sin creer en el mensaje de esperanza que es la Cruz, que esta imagen quiere trasladar”.
“Mientras pinto, incluyo en la oración a todas las personas que venerarán esta imagen, con un corazón reconciliado con Dios, y pido que esta reconciliación llegue a las personas que encontrarán a Cristo a través de esta cruz”.
Para María Ruiz “ha sido el trabajo más difícil que he hecho nunca”, por el tiempo de ejecución, pero también por el momento personal que estaba pasando. “Siempre hay un momento en el que experimento que el hecho de que la presencia divina habite en el icono no es fruto de mis propias fuerzas. Esta vez viví una distancia abismal entre lo que estaba representando y lo que soy, una distancia insalvable sin la gracia de Dios”.
Ver la cruz en las manos del Patriarca entrando en la basílica de la Anunciación de Nazaret el día de la apertura del Jubileo “fue una alegría inmensa y una enorme gracia: entre mis manos ha pasado lo que ahora es el símbolo de la esperanza para este año, para la diócesis”.
Tras la primera cruz, que permanece en Nazaret, María ha comenzado a trabajar en las cruces para los demás lugares jubilares.
“No son réplicas. No se trata de repetir algo cuya forma, elementos, colores… conozco. El encuentro con el Crucificado es siempre único, siempre nuevo. Es como encontrarse con una persona a quien conoces, pero que al mismo tiempo nunca terminas de conocer. No es suficiente haber encontrado a Jesús ayer, es una presencia que hay que encontrar hoy”.
Marinella Bandini