Jueves Santo: una vida rota y entregada | Custodia Terrae Sanctae

Jueves Santo: una vida rota y entregada

El triduo pascual en Jerusalén se inició en la basílica del Santo Sepulcro con la Missa in Coena Domini y la Misa Crismal. Estas celebraciones, presididas por el Patriarca latino Su Beatitud monseñor Pierbattista Pizzaballa, fueron solo las primeras liturgias que marcaron el Jueves Santo en la ciudad donde, hace dos mil años, sucedieron los hechos de la Pasión narrados por los evangelios. Por la tarde, según la tradición y en sintonía con el evangelio del día (Jn 13, 2-15), los frailes de la Custodia se dirigieron en procesión a la sala del Cenáculo, en el Monte Sion, donde tuvieron lugar los episodios del lavatorio de los pies y de la institución de la Eucaristía en la última cena de Cristo.

Antes de salir, y siguiendo una práctica propia del Status Quo, en el convento de San Salvador se llevó a cabo la entrega ritual a los franciscanos de las llaves de la puerta de entrada al Santo Sepulcro por parte de la familia que las guarda. Las llaves permanecerán en posesión de los frailes durante veinticuatro horas. 

En el Cenáculo, donde el Señor estableció la ley fundamental de la Nueva Alianza, es decir, la ley del amor mutuo y fraterno, el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, recordó el lavatorio de los pies de Jesús a sus apóstoles, repitiendo él mismo ese gesto de amor hacia doce frailes.
Reunirse en este lugar sagrado brindó al padre Custodio la oportunidad de recordar cómo, precisamente en el Cenáculo, Jesús hizo a la Iglesia y a cada uno de nosotros un triple regalo: el de un mandamiento nuevo, mediante el cual es posible entender el gesto del lavatorio de pies y todo el misterio pascual; el del ejemplo a seguir ofrecido por Cristo “para hacernos entender el significado de su muerte en la cruz” e indicarnos “cuál es el modo más sencillo de vivir el mandamiento del amor fraterno”; y, finalmente, el del alimento representado por la Ecuaristía “que nos hace capaces de amarnos como él nos amó y nos permite dar nuestra vida”. 

Desde el cenáculo, los franciscanos se dirigieron a la iglesia de Santiago de los Armenios y a la iglesia de los Santos Arcángeles, para rendir homenaje y conmemorar la hospitalidad que recibieron aquí en el siglo XVI.  En esta última iglesia, de hecho, los frailes fueron acogidos por los armenios durante siete años, después de que en 1551 los seguidores del pobrecillo de Asís fueran expulsados del convento del Cenáculo donde residían. Tras este tradicional tributo, los frailes se encaminaron a la iglesia sirio ortodoxa de San Marcos, conocida por haber sido construida sobre la supuesta casa de María, madre del evangelista Marcos y que, según la tradición siria, señalaría el lugar exacto de la última cena de Jesús.

Por último, la noche del Jueves Santo en Jerusalén se celebra la oración de la Hora Santa de Jesús en el huerto de Getsemaní, es decir, en el lugar donde Cristo sudó sangre durante la vigilia de oración que anticipó su Pasión. Durante la liturgia, presidida por el Custodio de Tierra Santa, se meditó sobre los tres momentos decisivos que caracterizaron la noche del arresto de Jesús: la predicción de Cristo de la negación de Pedro y de la huida de los discípulos; su agonía en el huerto de los olivos y, finalmente, su prendimiento.

Al final de la celebración, desde Getsemaní la asamblea se reunió en una procesión que, velas en mano, entre cantos y oraciones, llegó hasta la iglesia de San Pedro in Gallicantu, donde tuvo lugar la traición de Pedro.

 

Filippo De Grazia