El jueves 28 de marzo, en la basílica del Santo Sepulcro, el Patriarca Latino de Jerusalén, S.E. cardenal Pierbattista Pizzaballa inauguró las solemnes liturgias del Triduo Pascual con la celebración de la Misa in Coena Domini en la basílica del Santo Sepulcro
Con esta celebración, que debido a las normas del Status quo se adelanta a la mañana, se conmemora la institución de la Eucaristía, del sacerdocio ministerial y el lavatorio de los pies, gesto con el que Jesús muestra a sus discípulos la total generosidad al entregarse.
«Las dolorosas circunstancias actuales – dijo el Patriarca en su homilía –paradójicamente nos ayudan a entrar con más consciencia en el misterio pascual, un misterio “difícil” no tanto por la dificultad del dogma como por la dificultad de ser aceptado y vivido por nosotros».
Con sus palabras invita a los cristianos a reflexionar sobre cómo las circunstancias actuales no son diferentes de las de la Pascua del Señor. «Como entonces – continuó – también hoy el deseo de paz se confunde demasiado fácilmente con la necesidad de victoria. Como los discípulos, también nosotros nos encontramos perdidos y confusos, tentados a quedarnos dormidos. O, como Pedro, también nosotros nos sentimos tentados a empuñar la espada, dejándonos así invadir por sentimientos de violencia».
Es a Cristo a quien hay que mirar, en los acontecimientos del Jueves Santo en el que «Él pasa la peor noche de su vida con un amor mayor, entregándose por completo».
El sugerente y evocador rito del lavatorio de los pies tuvo lugar ante el Edículo del Sepulcro: el cardenal Pizzaballa lavó los pies a seis seminaristas del Patriarcado Latino y a seis frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa, haciendo visible el profundo significado del servicio de amor de Jesús – sabiendo que «es difícil – subrayó el Patriarca – entrar en este misterio, dejarse convencer de que el bien del mundo no proviene del poder y la fuerza, sino del servicio y la entrega, de lavarnos los pies unos a otros».
Durante esta celebración, los sacerdotes renovaron las promesas sacerdotales, renovación que no se realizó de forma privada sino pública: en la basílica se hallaban presentes más de 150 sacerdotes de todas las nacionalidades. Como está previsto en la liturgia del día en el Santo Sepulcro, se bendijeron los óleos sagrados que se utilizarán a lo largo del año para la celebración de los sacramentos de la salvación.
La liturgia concluyó con la conmovedora y solemne procesión para la reposición del Santísimo Sacramento: tres vueltas alrededor del Edículo (en la tercera vuelta se incluyó también la Piedra de la Unción, pasando por delante del Calvario), antes de entrar en la tumba vacía, donde el Santísimo Sacramento fue colocado en el sagrario, situado sobre el Sepulcro del Señor.
Silvia Giuliano