“Lo que me impresiona mucho es que son todos distintos, cada uno con su propio carácter y su propia historia que contar, pero lo que tienen en común es su fidelidad y constancia en custodiar los Santos Lugares”
Con estas palabras cuenta Lucia Chiesa su experiencia como voluntaria al servicio de la Custodia de Tierra Santa. Originaria de Milán, Luisa es esposa y madre de cinco hijos. Desde hace unos años, pasa periodos en Jerusalén, ofreciéndose para diversos trabajos, desde cocinar para los frailes a la limpieza del Santo Sepulcro. Su experiencia como voluntaria comenzó hace algunos años cuando, durante un viaje a Tierra Santa con su hija mayor, descubrió la necesidad de un profesor de italiano para los frailes candidatos al convento de San Salvador.
“En aquel momento hacía falta un profesor para el curso de italiano de los nuevos frailes, estudiantes en el convento de San Salvador”, explica Luisa. “Así que me quedé unos tres meses, durante los que conecté mucho con estos jóvenes que llegaban de todo el mundo para estudiar y empezar su itinerario de formación franciscana”.
Durante sus años de servicio en la Custodia, Luisa trabajó estrechamente con la comunidad de frailes franciscanos del Santo Sepulcro. Se encargó de la limpieza de los espacios de la basílica correspondientes a los latinos, siempre necesitados de cuidados y mantenimiento. Junto con fray Stephane Milovitch, responsable del Terra Sancta Museum, colaboró en la limpieza y conservación de varios objetos sagrados. Entre sus recuerdos más significativos, Luisa menciona el tiempo dedicado a la limpieza del altar de los Médici, situado en la zona latina del Calvario, antes de que se retirara para ser restaurado.
“Fue un trabajo muy complejo”, afirma. “Durante el día, el Sepulcro estaba lleno de peregrinos, así que trabajábamos de noche para estar más tranquilos. ¡Fue una experiencia maravillosa, porque también involucré a las otras voluntarias italianas que vivían conmigo!”
Ya sea enseñando italiano a los nuevos estudiantes o lustrando los objetos de plata conservados en el museo, el servicio de Luisa en la Custodia de Tierra Santa se distingue por su profunda generosidad y disponibilidad.
“Soy muy feliz por poder dar mi tiempo de esta forma”, reflexiona Luisa. “Sobre todo cuando me dedico a limpiar los objetos frente al Sepulcro. En esos momentos me siento profundamente cerca de Jesús y siento su mirada sobre mí”.
Cada periodo transcurrido en Jerusalén enriqueció a Luisa con nuevas amistades y lazos profundos. “La amistad surgida con mis primeros alumnos se ha mantenido y consolidado con los años. Cada vez que regreso es una alegría poder volver a vernos y reencontrarnos todos juntos”.
También los momentos compartidos con otros voluntarios presentes en Jerusalén son un tesoro precioso. “Cada vez que vengo se forjan nuevas relaciones, nos hacemos amigos y se construye una verdadera familia. Juntos descubrimos muchas cosas, como que limpiar el Sepulcro, aunque pueda parecer un trabajo humilde, en realidad llena de paz y de alegría”.
Ser voluntaria en Jerusalén es para Luisa una experiencia que también enriquece profundamente su fe. “Ahora estoy enseñando italiano a un fraile de Corea del Sur. Cada vez me doy más cuenta de lo mucho que puedo aprender siempre de ellos: su disponibilidad, su compañía, pero sobre todo, su fe y el amor por estos lugares”.
Cada experiencia vivida en Jerusalén deja una huella imborrable en Luisa. “Es como llevarse a casa un trocito de cielo en la tierra. No sé cómo explicarlo, pero siento que estoy en un lugar más cerca de Dios, más cerca de Jesús”.
Esta conciencia impregna cada momento del día transcurrido en la Custodia. “Aquí se está más presente, se es más consciente de la fe y de la propia misión. En Jerusalén, cada acción se convierte en una oportunidad para conocerse mejor a uno mismo y a Dios”.
Lucia Borgato