Como es tradición en Tierra Santa, el miércoles 1 de julio, en la basílica de la Agonía en Getsemaní, en las afueras de los muros de Jerusalén, se celebró la fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
La celebración comenzó esparciendo pétalos de rosas rojas sobre la piedra situada bajo el altar de la basílica. Fue el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, que presidió la eucaristía, quien introdujo la celebración con este gesto, recordando la agonía y la sangre derramada por Jesús el Jueves Santo precisamente sobre esta misma roca.
Siguiendo una antigua tradición preconciliar, la celebración se estableció el uno de julio de 1849 por el papa Pío X como consecuencia de la difusión de la devoción de los católicos en el mundo. Con la reforma del calendario litúrgico de 1970, esta fiesta fue sustituida por la solemnidad del Corpus Christi en todos los calendarios litúrgicos excepto en el jerosolimitano, que mantiene el culto vinculado al lugar de la Agonía.
En su comentario al evangelio, el Custodio se centró en tres palabras: conmemorar, celebrar y recibir.
El acto de conmemorar está ligado al recuerdo del regalo de su vida que Jesús nos hace a todos nosotros. “La sangre de Jesús, su vida entregada, es lo que trasforma nuestra vida”, señaló fray Patton. “Es lo que realiza la verdadera y plena liberación de cada uno de nosotros y de toda la humanidad”.
Celebrar es el acto gracias al cual el recuerdo se torna actual y efectivo, y permite a los fieles estar materialmente presentes en la cena pascual, en el sacrificio de la cruz y en la resurrección que vence a la muerte.
La última palabra sobre la que fray Patton centró su atención es recibir, recordando que en el momento de la consagración es Jesús mismo quien dice “Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi Sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”. “Por eso, hoy, en este lugar tan significativo, conmemoramos, celebramos y recibimos con fe el don de la preciosísima sangre de Nuestro Señor Jesucristo”, concluyó el Custodio de Tierra Santa. “Es un don que alimenta nuestra vida terrenal y que nos hace capaces de seguir los pasos de Jesús, pero también un regalo que nos proyecta a la vida eterna y nos hace anticipar ya “la promesa de la gloria futura””.
Al final de la celebración, según la tradición, los religiosos y los pocos fieles presentes recogieron los pétalos de rosa de la roca de la Agonía: un pequeño gesto para llevarse a casa un pedazo de la celebración de hoy.
Giovanni Malaspina