Fue una fiesta de la Anunciación insólita la que se celebró el 25 de marzo en Nazaret. Frente la Gruta de la Anunciación se encontraban diez sacerdotes y, a distancia, los cantores y unos pocos más. Debido a las disposiciones de las autoridades para evitar la propagación del Covid-19, los fieles asistieron solo desde lejos, desde sus casas, viendo la transmisión en streaming directo del Christian Media Center. Al comienzo de la misa, monseñor Pierbattista Pizzaballa, administrador apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén, se dirigió a todos los fieles saludándolos y pidiéndole a la Virgen que intercediera ante el Padre.
“Debemos retroceder algunos siglos para encontrar una solemnidad de la Anunciación como la de hoy, casi clandestina”, decía monseñor Pierbattista Pizzaballa en su homilía. Pero, más allá de todas las preguntas y preocupaciones, el obispo pidió a los fieles que se dejaran interpelar por la Virgen María, en el día de su fiesta, allí en su casa. Monseñor Pizzaballa invitó en primer lugar a creer que nada es imposible para Dios (Lc 1, 37). En un momento en el que el progreso científico, nuestro mundo avanzado, nuestro sentimiento de ser “casi invencibles” se han derrumbado o han sido fuertemente cuestionados desde la llegada de este virus, el pasaje del evangelio invita a elevar la mirada y tener confianza en Dios.
“En el evangelio de hoy, María nos enseña a tener fe – afirmó monseñor Pizzaballa –. Creer es reconocer que esta mano invisible de Dios sigue trabajando y llega precisamente donde el hombre no puede. Creer significa también mantener la esperanza cristiana en esta difícil y dramática situación actual, que es la actitud de quien decide vivir en el amor: no se encierra en sí mismo sino que ofrece su vida, dando su “sí” incluso en los momentos más duros. Creer es, por tanto, escuchar, acoger, confiar, ofrecerse”.
La segunda indicación del obispo fue la de aceptar entrar en un periodo de gestación, un tiempo de paciencia, de silencio y espera, como María. Incluso si nuestra historia a veces es incomprensible, debemos pedir a la Virgen María “el don de la confianza en la obra de Dios sobre nosotros y sobre el mundo”, para encontrar así una nueva vida en Dios.
Durante la misa se leyó una oración escrita por los seminaristas del Patriarcado Latino de Beit Jala. “Oh, Madre, tú que has dado tu vida para el advenimiento de la Salvación del mundo, enséñanos a estar abiertos a la voluntad del amor de Dios y a seguirlo. Oh, Virgen, nos acogemos bajo el manto de tu protección materna para que nos protejas de toda enfermedad que se extienda sobre la faz de la tierra”, han escrito los seminaristas.
Después, a mediodía, llegó el momento del Ángelus desde la Gruta de la Anunciación, tras el cual monseñor Pizzaballa invitó a unirse en la oración del Padrenuestro, tal como había pedido el papa Francisco al mundo entero. A la oración con el Papa se unió también, desde el convento de San Salvador en Jerusalén, el padre Custodio fray Francesco Patton, junto con los demás frailes repartidos en los ocho países en los que trabaja la Custodia de Tierra Santa.
Beatrice Guarrera