El perdón y la reconciliación han estado desde siempre en el centro del jubileo, en la forma especial de la indulgencia plenaria. Este tema no encuentra mucho espacio en la catequesis normal y con frecuencia se trata con prejuicios. Sin embargo, sigue siendo fundamental para vivir conscientemente el Año Santo y disfrutar plenamente de sus beneficios.
Hablamos de ello con monseñor Vincenzo Peroni, ex ceremoniero pontificio y hoy al servicio de la Custodia de Tierra Santa.
“La indulgencia plenaria está en el centro del jubileo y constituye su esencia desde el principio. Es como la culminación del camino de conversión y renovación de la vida a la que el jubileo llama a todos los bautizados”, subrayó.
Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, “la indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia”.
“El acceso a la Misericordia divina siempre es abierto, ordinario y generoso, especialmente mediante el sacramento de la Penitencia” explica monseñor Peroni. Las indulgencias “son un extra de gracia, que purifica a los fieles de las consecuencias que el pecado deja en la vida, incluso después de haber sido perdonado”.
Se podría decir que “solo los sacramentos son estrictamente necesarios en la vida cristiana; la indulgencia es un don adicional, que trae consigo grandes beneficios”. Por tanto, “lo necesario debe estar disponible de forma ordinaria. El gran valor de la indulgencia plenaria se aprecia también debido a su carácter extraordinario.
Además de la indulgencia plenaria vinculada al jubileo, hay muchas otras que se conceden en ocasiones concretas o ligadas a santuarios particulares.
La conversión y la renovación espiritual son el objetivo de todos los jubileos. Sin embargo, cada jubileo tiene una fisonomía específica, dada por la Bula de convocación, que vincula estos objetivos generales con las necesidades particulares de la Iglesia y de la sociedad en ese momento. Para el Jubileo 2025, el papa Francisco ha invitado a los fieles a redescubrir la virtud de la esperanza, en un contexto histórico que parece contradecir y ahogar este impulso hacia el futuro.
A lo largo de la Historia, los pontífices han indicado diferentes modalidades y tiempos para celebrar el jubileo, pero la esencia de la institución de la indulgencia no ha cambiado nunca. La última gran reforma fue la de Pablo VI, que en la Constitución Apostólica Indulgentiarum Doctrina quiso recuperar el valor altamente espiritual de las indulgencias.
El don de la indulgencia quiere mostrar el amor infinito de Dios. En este sentido, explica monseñor Peroni, “la misericordia es gratuita porque, por definición, el amor y el perdón son gratuitos. El valor de la misericordia es inestimable, ningún hombre podría pagarlo nunca”. Como escribe San Pedro, Jesús ya pagó el precio para redimirnos de la esclavitud del pecado (1 Pedro 1, 18-19).
“A pesar de que en algunas épocas históricas haya habido incorrecciones en la aplicación de la institución de la indulgencia, la doctrina y la práctica al respecto no han cambiado nunca – subraya monseñor Peroni –. La expresión “ganarse la indulgencia” en este caso no se refiere una ventaja económica, sino a la obtención de un beneficio espiritual”.
En realidad, se requiere una participación activa del penitente para recibir la indulgencia: “Nosotros, los pecadores – explica monseñor Peroni – estamos obligados a realizar algunas obras que tienen, por un lado, la función de reorientar nuestra vida hacia la comunión con Dios, distanciándonos del pecado y, por otro, de abrirnos a recibir la gracia que ya está preparada para nosotros. Las penitencias, sacrificios y renuncias son instrumentos destinados al bien y a la santidad de la persona, aunque a menudo, en un primer momento, tan solo percibamos su dimensión de exigencia.
Monseñor Peroni también cuenta su experiencia como confesor. “El confesonario es un ‘tribunal’ verdaderamente especial: no está permitido emitir nunca una sentencia condenatoria” dice. “Al final de una confesión, las únicas posibilidades son absolver de los pecados o aplazar la absolución, a la espera de que el penitente esté en las condiciones adecuadas para recibirla válidamente”. Un confesor puede ver “la gracia de Dios actuando concreta y eficazmente”.
“En la parroquia, durante las grandes solemnidades, me ha ocurrido estar en el confesonario hasta seis u ocho horas al día y salir más descansado y sereno que cuando entré. No pocas veces me sorprendí diciendo palabras de consuelo y orientación que jamás habría podido intuir en otro contexto: la gracia del sacramento actúa en el penitente y en el confesor”.
La esperanza cristiana “no es un deseo de un futuro mejor o un ilusorio ‘todo irá bien’, sino que surge de la certeza de la victoria de Jesús sobre el pecado y sobre la muerte” subraya monseñor Peroni. De ahí, el augurio para los que sean peregrinos en este jubileo de “dejarse conquistar por el ardiente deseo de experimentar la plena comunión con Dios. Más que un augurio, una exhortación, la misma que San Pablo dirigió a los cristianos de Corinto; ‘… os pedimos que os reconciliéis con Dios’ (2Cor 5,20). Y del perdón celebrado y recibido florecerá la capacidad de perdonar a los hermanos”.
“También la gran esperanza de paz que todos alimentamos en Tierra Santa no puede más que seguir este camino: solo si sentimos la experiencia liberadora del perdón de Dios aprenderemos a perdonarnos unos a otros”.
Marinella Bandini