Por la tarde, de nuevo en el interior de la basílica, tuvo lugar la “procesión funeraria”: se trata de un auténtico funeral por Jesús muerto en la cruz, según una antigua costumbre que data del siglo XV.
La liturgia fue presidida por el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, mientras que el secretario de Tierra Santa, fray Alberto Joan Pari, se encargó de llevar el crucifijo en el que estaba clavado Jesús.
En el Calvario, dos diáconos retiraron la corona de espinas de la cabeza de Jesús y los clavos incrustados en sus pies y manos.
En la penumbra y el silencio de la basílica, además de los textos evangélicos proclamados en varios idiomas, se escucha el sonido del martillo sobre los clavos para descolgar el cuerpo sin vida de Jesús de la cruz. Un sonido sordo y conmovedor, que habla del dramatismo del momento y, al mismo tiempo, de la plenitud del amor.
Después, Cristo muerto, tendido sobre una sábana, fue llevado hasta la Piedra de la Unción. Allí, el Custodio de Tierra Santa realizó los ritos de sepultura descritos en los evangelios, ungiendo el cuerpo de Jesús, como hicieron José de Arimatea y Nicodemo, utilizando el óleo y los perfumes bendecidos en Betania el Lunes Santo.
En el recogimiento y el silencio de la basílica, concluyó así el Viernes Santo, a la espera de la gran Vigilia de la Pascua de Resurrección que, por exigencias derivadas del Status Quo, se celebrará el sábado por la mañana.