El viernes 31 de mayo, el día en que termina el mes mariano, la comunidad franciscana de la Custodia de Tierra Santa celebró la fiesta de la Visitación, en el santuario dedicado a ella, en Ein Karem.
El evangelio de Lucas (1:39-56) ofrece un cuadro delicado e íntimo del encuentro entre la Virgen María y su prima: Isabel, que en su vejez desesperaba de la posibilidad de tener hijos, saluda con emoción y alegría a María, que lleva en su vientre a Jesús. Este es el momento en que la Virgen entona el canto del Magníficat: el cántico, en diferentes idiomas, adorna la entrada del santuario con numerosas reproducciones sobre baldosas de cerámica.
Ein Karem es un pueblo situado a unos 8 km de la ciudad vieja de Jerusalén, y tradicionalmente es considerado el pueblo de sacerdotes donde vivía la familia de Zacarías, padre de Juan Bautista y esposo de Isabel, así como el lugar donde María visitó a Isabel después de enterarse de que estaba encinta del Hijo de Dios.
En el siglo XIV el santuario estaba custodiado por monjes armenios que poco después se retiraron. Los franciscanos adquirieron el lugar en 1679.
«Hemos venido hasta la casa de Isabel, como María – dijo en su homilía (aquí el texto completo) el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, que presidió la liturgia – para poder cantar con ella el Magníficat, el canto de alabanza a Dios por las grandes obras que ha realizado en ella, en la historia, y que desea realizar en nosotros».
Un canto que da esperanza, continuó fray Patton – «y que nos recuerda que si miramos la historia con fe y si también somos personas que verdaderamente leemos el presente a la luz de lo que Dios ya ha hecho y prometido, no podemos ser pesimistas ni estar tristes ni desanimados, sino que por el contrario podemos caminar con esperanza y trasmitir esperanza».
«María realizó un acto de fe perfecto – continuó fray Patton – un acto de fe personal, libre, voluntario y pleno, mientras que nuestros actos de fe son a menudo frágiles e inciertos. También nosotros necesitamos hacer un acto de fe como el de María, y estamos aquí para pedirle que sostenga nuestra fe».
Durante la celebración, se bendijo el icono de la Visitación, el encuentro entre dos mujeres embarazadas, ambas con hijos destinados a desempeñar papeles cruciales en la historia de la Salvación.
Al final de la misa, los frailes se dirigieron en procesión a la cripta de la iglesia, donde la tradición sitúa la casa de Zacarías e Isabel, lugar del encuentro con María. Aquí, en una roca medio excavada en la pared, también se conserva la piedra detrás de la cual supuestamente se escondió Juan Bautista para huir de la masacre ordenada por Herodes el Grande, con la intención de ejecutar a Jesús (episodio narrado en el evangelio apócrifo de Santiago).
En la cripta se leyó el pasaje de la Visitación del evangelio de Lucas, y de nuevo resonó el canto del Magníficat, con el que concluyó la celebración solemne.
«San Francisco reflexionó mucho sobre la maternidad de María – subrayó fray Patton al final de la celebración –, la ve como modelo de vida de todos los cristianos. Y al recordar que somos hijos del mismo Padre, subrayó que también estamos llamados a concebir y engendrar al Hijo de Dios cada vez que permitimos que el Espíritu del Señor nos una a Cristo y nos haga vivir una vida que se convierte en vida luminosa, ejemplar también para los demás. De esta forma, hoy aquí, engendramos a Cristo para las personas que más lo necesitan en la actualidad».
Silvia Giuliano