Cada año, el Domingo de Ramos es un día especial en Jerusalén, un día en que las calles están llenas de fieles, de peregrinos de todo el mundo, de alegría. Este año, en cambio, se desarrolló, como en otras partes del mundo, sin asamblea festiva, debido a las restricciones sanitarias. La misa pontifical que se celebra en el Santo Sepulcro a primera hora de la mañana se celebró igualmente, pero a puerta cerrada. Presidió monseñor Pierbattista Pizzaballa, administrador apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén, que bendijo las palmas en el Santo Edículo. En presencia de unos pocos frailes de la Custodia y de algunos seminaristas del Patriarcado Latino de Jerusalén, se celebró la misa del Domingo de Ramos.
Monseñor Pierbattista Pizzaballa encontró también la forma de llegar a los fieles de la Iglesia local y del mundo. A primera hora de la tarde llegó al santuario del Dominus Flevit en el Monte de los Olivos, desde donde pronunció un mensaje y bendijo a Jerusalén. Junto a él, el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, y una pequeña representación de franciscanos y del clero local.
La oración especial del obispo fue trasmitida en streaming directo por el Christian Media Center, para permitir la participación también a distancia.
Monseñor Pizzaballa, explicó el motivo: “Jerusalén es el símbolo de la Iglesia y de toda la humanidad, es la casa de oración para todos los hombres, según las Escrituras. Cuando lloramos sobre Jerusalén junto a Jesús desde este lugar, lloramos sobre toda la fraternidad humana por este difícil momento que estamos viviendo y por este triste Domingo de Ramos. Triste pero esencial”. El Dominus Flevit, de hecho, es el santuario construido en el lugar donde Jesús lloró, después de mirar a Jerusalén y predecir su ruina, por no haber reconocido al Mesías (Lc 19, 41-44).
Desde el Monte de los Olivos, Jesús hizo su entrada en Jerusalén entre la multitud que le aclamaba con Hossannas. “El significado que Jesús atribuye a su “entrada triunfal” es distinto del significado que la población de Jerusalén vio en ella – explica monseñor Pizzaballa –. Quizá es esta lección que quiere darnos hoy Jesús. Nos volvemos a Dios cuando hay algo que nos duele”. Ante la petición del hombre para que le resuelva cada problema, incluso en este momento del coronavirus, “Jesús responde a su manera”. “Precisamente porque Jesús dice “sí” a nuestros deseos más profundos, debe decir “no” a nuestros deseos inmediatos – continuaba Pizzaballa –. La historia de la gran entrada en Jerusalén, por tanto, es una lección sobre la discrepancia entre nuestras expectativas y la respuesta de Dios. […] El evangelio, sin embargo, nos dice que la fe cristiana está basada en la esperanza y en el amor, no en la certeza. Él no solucionará todos nuestros problemas, no nos dará todas las certezas que necesita nuestra naturaleza humana, pero no nos dejará solos. Sabemos que nos ama”. (Aquí el mensaje completo)
Después, el administrador apostólico del Patriarcado Latino bendijo a Jerusalén con la reliquia de la Santa Cruz. “La ciudad está cerrada, el mundo está cerrado. Nosotros debemos permanecer abiertos con el corazón, con las intenciones, con la oración – afirmó el obispo –. La oración puede superar las barreras que hay dentro de cada uno de nosotros y también fuera”
Beatrice Guarrera