La radicalidad del amor de Dios que la Iglesia celebra en Navidad, contemplando el misterio de la Encarnación del Verbo, se manifiesta hoy con la entrega total hasta el derramamiento de sangre del protomártir Esteban.
En el violento contraste entre la vida y la muerte, entre la Navidad de Jesús y el martirio de Esteban, surge victorioso el amor, el amor de Dios que se entrega al hombre, haciéndose niño para salvarlo; el amor del discípulo que imita en todo a su Señor, en el sacrificio supremo de la vida y en la oración por sus asesinos.
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También el domingo 26 de diciembre fue un día intenso de celebraciones en Tierra Santa: comenzó con la celebración de la Sagrada Familia en Nazaret y continuó con la liturgia de Vísperas en el lugar del martirio de San Esteban en Jerusalén, el día en que la iglesia católica lo conmemora.
La primera celebración fue presidida por el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, en la iglesia superior de la basílica de la Anunciación. El Custodio, ya en Nazaret desde el inicio de las celebraciones navideñas, introdujo la celebración parroquial en árabe hablando de la Sagrada Familia. “Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, en el Evangelio leemos que el hijo de Dios quiso crecer en una familia y así consagró la familia como primera forma de encuentro de Dios con la humanidad”, dijo fray Patton.
“Este episodio del Evangelio narra la vocación más auténtica y profunda de la familia, acompañar a cada uno de sus miembros hacia el descubrimiento de Dios y de sus planes para su vida. De sus padres, Jesús aprende que ante todo debemos cumplir la voluntad del Padre”.
Por la tarde, la celebración de las vísperas de San Esteban en Jerusalén fue presidida por fray Marcelo Ariel Cichinelli, guardián del convento de San Salvador y discreto de Tierra Santa.
Según el relato de los peregrinos medievales, era en el exterior de la “puerta de San Esteban” (actualmente más conocida como “puerta de los Leones”) donde se conmemoraba la lapidación de San Esteban, sobre los restos de piedra de las escaleras que llevaban al Templo. En el mismo lugar encontramos actualmente una pequeña capilla dedicada a San Esteban, custodiada por los greco-ortodoxos, construida en 1967 y situada a pocos metros de la basílica de las Naciones, el santuario franciscano de Getsemaní, al pie del Monte de los Olivos. En las paredes de la capilla están pintadas tres escenas dedicadas a la vida de San Esteban: la consagración de los siete diáconos con la imposición de manos (Hch, 6, 1-6), la lapidación y la autodefensa del Santo (Hch 7), y el descubrimiento de sus reliquias en el año 415.
La homilía de las vísperas fue pronunciada por el diácono fray Jesús Manuel Silván García. “¿Dónde estamos inmersos? ¿Buscamos Su mirada? ¿Tenemos sed de Él? ¿Hambre de su Palabra y sed de su Espíritu?” Dijo el diácono al comentar las lecturas. “Debemos nutrirnos de la escucha y la reflexión de la palabra de Dios porque de ahí nace la misión, la caridad, el don extremo de sí mismo; la renuncia a la propia tierra para dar testimonio de que Cristo no es un concepto, sino que es Amor. Así podremos entender que celebrar la Navidad no puede ser solo un deseo, sino un misterio que invita a la meditación y a la respuesta sincera a la llamada”.
Al final de la oración, Fray Benito José Choque, superior del convento de Getsemaní, recordó e invitó a todos a la oración incesante por las víctimas de la pandemia y por el regreso de los peregrinos a Tierra Santa.
Giovanni Malaspina