Los frailes de la Custodia de Tierra Santa, con vestiduras rojas que recuerdan la sangre derramada por Jesús, subieron al Calvario. Como cada 14 de septiembre, celebraron la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz en el lugar de la crucifixión de Jesús.
Una reliquia de la Cruz fue llevada en procesión hasta la capilla latina en el Calvario. Durante la misa permaneció sobre el altar, bajo el mosaico de Cristo clavado en la Cruz. Este año, el relicario parecía más pesado: “Desde hace casi un año, aquí en Tierra Santa sentimos la impotencia de no poder hacer nada para detener el avance de la violencia”, dijo en su homilía el vicario custodial, fray Ibrahim Faltas, que presidió la celebración. Nos encontramos ante el nuevo Gólgota de esta época oscura de la historia de la humanidad, donde la guerra y la violencia están aplastando la vida incluso de los más pequeños”.
La procesión de los frailes siguió un recorrido alternativo al habitual, debido a las obras de restauración del pavimento, que en este momento afectan a la zona entre la Rotonda y el Calvario. Los frailes pasaron por delante de los Arcos de la Virgen, superaron la “prisión de Cristo” y recorrieron el deambulatorio sobre el que se abren la capilla de San Longinos, la de la división de las ropas de Jesús y la de los improperios.
La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz tiene su origen en Jerusalén y está ligada al descubrimiento de la Vera Cruz (Inventio Crucis) por Santa Elena. A raíz de este acontecimiento, se construyeron las basílicas constantinianas en el Gólgota (ad Martyrium) y en el Santo Sepulcro (Anástasis). Ambas fueron dedicadas el 14 de septiembre de 335. Además, la victoria cristiana sobre los persas (siglo VII) permitió la recuperación de las reliquias de la cruz y su regreso a Jerusalén. Con el tiempo, la fiesta adquirió un significado más amplio de celebración del misterio de la Cruz que Cristo transformó de instrumento de tortura en instrumento de salvación.
“La exaltación de la Santa Cruz nos permite conocer un aspecto de su corazón que solo Dios mismo podía revelarnos: la herida provocada por el pecado y la ingratitud del hombre se convierte en fuente de una nueva creación en la gloria” afirmó fray Ibrahim en su homilía. “Debemos rezar con fuerza para que de estas heridas surja una nueva vida de reconciliación y paz. A través de la locura de la Cruz, el escándalo del sufrimiento puede convertirse en sabiduría y la gloria prometida a Jesús puede ser compartida por todos nosotros, para que podamos resucitar de entre los escombros la paz y la justicia para todos los hombres de la tierra”. Al final de la misa, los fieles se reunieron ante el altar de la Magdalena para la bendición con la reliquia de la Cruz y el acto de veneración. Por la tarde, las segundas vísperas de la fiesta concluyeron con la procesión a la tumba y la incensación con el canto del Magnificat.
Marinella Bandini