La cuarta peregrinación del tiempo de Cuaresma en Tierra Santa empezó en Betania, en el santuario que se encuentra detrás del Monte de los Olivos, en el pueblo de los amigos de Jesús, Marta, María y Lázaro, conocido hoy con el nombre árabe al-Azariya.
El jueves 18 de marzo, a las 6:30 de la mañana, el secretario de Tierra Santa, fray Marco Carrara presidió una misa en el sepulcro de Lázaro, la gruta situada no muy lejos de la iglesia franciscana donde, según testimonios de los peregrinos del siglo IV, le habrían enterrado. El evangelio de Juan cuenta que yacía en esa tumba desde hacía cuatro días cuando Jesús le dijo: “Lázaro, sal afuera” y Lázaro salió con los pies y las manos aún envueltos con vendas y el rostro cubierto por un sudario (Jn 11,1-44).
El mismo día, a las 7:30, los frailes de la Custodia de Tierra Santa, llegados de Jerusalén, celebraron una misa en la iglesia del santuario de Betania. Fray Piermarco Luciano, vicemaestro de formación de estudiantes del convento de San Salvador presidió la liturgia, concelebrada por el guardián del convento franciscano de Betania, fray Michael Sarquah.
“El evangelio de Juan vinculado a este lugar pone ante nuestros ojos las figuras de dos mujeres: Marta y María – dijo en su homilía el padre Lukasz Popko, dominico y profesor de la École Biblique et Archéologique Française de Jerusalén –. Las mujeres aparecen en todos los momentos clave de la vida humana, desde el nacimiento a la muerte, y así es también en la vida de Jesús”. Como María, la madre de Jesús, las mujeres del evangelio siempre interceden por los demás y lo hacen de manera consciente y no irracional.
Según el padre Lukasz Popko, Jesús dejó que su amigo Lázaro muriese para después resucitarlo, con un propósito mayor: “En este tiempo de pandemia, el Evangelio nos revela que la vida biológica no es la más importante, sino que lo es la “vida de la fe”. Y ¿qué significa la “vida de la fe”? Jesús no da definiciones de la palabra fe, pero dice de sí mismo: «Yo soy la vida». Aunque lleguen momentos difíciles en la fe y pensemos que es demasiado tarde, para Jesús nunca es demasiado tarde, como no lo fue para Lázaro. Jesús siempre puede dar la vida”.
Tras la misa, los frailes se dirigieron en peregrinación a la tumba de Lázaro, a las afueras del patio del santuario.
En la época de Jesús, Betania era un suburbio de Jerusalén, mientras que hoy el muro de separación entre los territorios israelíes y palestinos la divide de Jerusalén. Para continuar la peregrinación cuaresmal, los frailes tuvieron que seguir un recorrido más largo para volver a Jerusalén, en el Monte de los Olivos, donde hicieron una parada en la iglesia de la Ascensión y del Padre Nuestro. Allí se proclamaron los pasajes evangélicos que según la tradición sucedieron en esos lugares: la Ascensión de Jesús al cielo (Mc 16, 15-20) y la institución de la oración del Padrenuestro (Mt 6, 5-13). Siguiendo los pasos de Jesús, en este tiempo de preparación para la Pascua, los franciscanos rezaron: “Quédate con nosotros, Señor”.
Beatrice Guarrera