Las ricas celebraciones de la Custodia de Tierra Santa con motivo de la solemnidad de la Asunción de María tuvieron lugar en Jerusalén entre la gruta de los apóstoles y la basílica de Getsemaní: aquí, al pie del Monte de los Olivos, se encuentra la Tumba de María, lugar custodiado y venerado desde los primeros siglos por los cristianos.
El relato de la muerte de María y de su Asunción es conocido gracias a la literatura apócrifa, conocida con el nombre de Dormición de la Virgen: en ella se narra la historia de los últimos días de la Virgen, cuyo cuerpo habría sido depositado aquí por los apóstoles en una tumba nueva en el valle del Cedrón, que encontraron vacía tres días después.
La veneración y el culto a María en este lugar nunca han decaído y precisamente aquí, desde la víspera de la fiesta, toda la comunidad franciscana se reunió bajo la dirección del Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, para conmemorar la Asunción, dogma definido por el papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950.
La celebración del tránsito de la Santísima Virgen
La solemnidad empezó la tarde del 14 de agosto con la vigilia de oración en la gruta de los apóstoles, que ya desde el siglo IV se relaciona con el lugar de la traición de Judas y el prendimiento de Jesús. Aquí se llevó a cabo la lectura de varios pasajes que narran la vida de María, permitiendo a los muchos religiosos, fieles y peregrinos reunidos rezar en una atmósfera de recogimiento y silencio. El Custodio de Tierra Santa invitó a reflexionar sobre el texto del tránsito de la Virgen y su conexión con el sentido de la “peregrinación que es nuestra vida”: «También nosotros viviremos la hora de la muerte – dijo el Custodio – como un momento de desprendimiento, pero al mismo tiempo como un momento en el que Jesús confía amorosamente nuestra alma a sus ángeles para que la guarden, a la espera de que toda nuestra persona experimente la resurrección, en el paraíso» (aquí el texto completo).
La emotiva procesión nocturna de la dormición de la Virgen a través del huerto de los olivos llevó después a los fieles hasta la basílica de la Agonía. Tras la última oración, el Custodio bendijo a la asamblea.
Fiesta de la Asunción
El 15 de agosto, en la basílica de la Agonía o “de las Naciones” – donde el pasado 1 de julio se inauguró el jubileo del centenario de la construcción de la basílica – se celebró la solemne misa pontificia, en presencia de una numerosa asamblea. En su homilía, el Custodio de Tierra Santa se centró en la belleza de María: María es bella, con una belleza que viene dada por la presencia constante del Espíritu Santo en su carne, que hace a la criatura transparente, capaz de mostrar la belleza que procede de Dios. María es bella, con una belleza que atrae sin contener nada vulgarmente seductor. María es bella, con una belleza que se manifiesta en su bondad como mujer, como esposa y como madre» (aquí el texto “María, mujer bellísima”).
Este año, fueron las hermanas franciscanas Hijas de Santa Isabel quienes portaron la imagen de la Asunta en la tradicional procesión al final de la celebración eucarística.
Por la tarde se celebraron las segundas vísperas. «María – reiteró fray Patton – “al trocar el nombre de Eva” como cantamos en el “Ave Maris Stella”, es la primera, después de Jesús y gracias a Jesús, que puede comer el fruto del árbol de la vida, es la primera que puede participar de la vida y la inmortalidad de Dios con toda su persona, con toda su humanidad, alma y cuerpo» (aquí la reflexión del Custodio).
Finalmente se llevó a cabo la tradicional procesión de peregrinos hasta la tumba de la Virgen, en el único día en que se permite a los franciscanos realizar esta peregrinación.
De hecho, los frailes menores, tras un periodo de posesión exclusiva de la tumba, fueron expulsados de allí definitivamente en 1757. Hoy el lugar está custodiado por los griegos ortodoxos y los armenios y constituye, junto con Belén, el Santo Sepulcro y la Ascensión, el cuarto lugar santo regulado por el Status Quo, según el cual los franciscanos pueden seguir yendo en solemne procesión solo con ocasión de la festividad de la Asunción.
Todos los presentes entraron en el edículo para acercarse y venerar el trozo de roca que es la tumba vacía de María.
Las solemnes celebraciones concluyeron con un refrigerio servido en el jardín del convento.
Silvia Giuliano