La entrada de la cruz por la puerta de la basílica de la Anunciación de Nazaret marca el inicio del Jubileo en Tierra Santa.
El domingo 29 de diciembre, fiesta de la Sagrada Familia, según las indicaciones de la Bula de convocación del Jubileo “Spes non confundit”, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, como todos los obispos del mundo, abrió el Año Santo para la diócesis del Patriarcado Latino de Jerusalén que, además de Israel y los Territorios Palestinos, incluye también Jordania y Chipre.
Junto a él se encontraban el arzobispo maronita de Haifa y Tierra Santa, Moussa Hage, y el arzobispo greco-católico (melquita) de Acre, Haifa, Nazaret y Galilea, Youssef Matta. Una forma de subrayar la unidad entre los distintos ritos católicos que viven en Tierra Santa.
El comienzo de la celebración tuvo lugar en la parte inferior de la basílica. Después de la entrada, el patriarca con todos los arzobispos y superiores mayores de Tierra Santa y los concelebrantes –unos 150 sacerdotes en total – se dirigió a la Gruta de la Anunciación.
Tras un breve momento de oración personal, se leyeron algunos pasajes de la bula “Spes non confundit” y el patriarca dirigió a los presentes unas palabras sobre el significado de la indulgencia jubilar. “El Año Santo es el momento propicio para ponernos delante de Dios. Ante Él descubrimos que somos pecadores y necesitamos perdón. Durante el jubileo tenemos el privilegio de obtener de Dios el perdón completo de nuestras culpas, pero la indulgencia no es algo que conseguimos comprándola, sino que la obtenemos mediante la conversión”.
A continuación, se procedió a la aspersión de los asistentes con agua bendita, un signo bautismal. Los sacerdotes, en procesión y cantando el himno del Jubileo, subieron a la parte superior de la basílica para la segunda parte de la celebración. La Cruz jubilar – obra de la iconógrafa María Ruiz, que estará presente en todos los lugares jubilares de Tierra Santa – se colocó junto al altar.
Al final de la celebración se entregó una reproducción de la Cruz jubilar a todos los miembros de la Asamblea de Ordinarios Católicos de Tierra Santa. También a los obispos, al Custodio de Tierra Santa y a los demás superiores mayores presentes.
En su homilía, el patriarca subrayó cómo la virtud de la esperanza, centro del año jubilar, necesita fe y paciencia para ser vivida en plenitud. “La certeza de que nada nos separará del amor de Dios, la seguridad que proviene de su fidelidad, son el fundamento de nuestra esperanza”.
La realidad de Tierra Santa, inmersa en la guerra desde hace 15 meses, suscitó la reflexión sobre el Jubileo como tiempo de renovación y liberación. “Todos somos prisioneros de esta guerra, presos de nuestros miedos, que no nos permiten mirar con confianza y esperanza a los demás y al futuro. Necesitamos un jubileo, que Dios cancele nuestras deudas, que nos quite de los hombros y del corazón el peso de nuestros pecados, de nuestros miedos, que devuelva la luz a nuestros ojos. En definitiva, este es el sentido de la indulgencia: recibir el perdón de Dios, que vuelva a abrir nuestro corazón a la confianza y la esperanza y nos permita retomar el camino hacia el Cielo con un nuevo espíritu”.
Marinella Bandini