Alcemos la mirada a la Cruz de Cristo: único antídoto contra la violencia y el odio

Alcemos la mirada a la Cruz de Cristo: único antídoto contra la violencia y el odio

De nuevo este año, en la Basílica del Santo Sepulcro, los días 6 y 7 de mayo se sucedieron las celebraciones por la fiesta del Descubrimiento de la Cruz de Cristo. El centro de la solemnidad fue la capilla de Santa Elena, situada en la antigua cantera de piedra en el nivel inferior de la basílica donde se conmemora la inventio (“descubrimiento”) de la Santa Cruz por la madre del emperador Constantino en el año 326.

Jerusalén es el único lugar en el mundo donde todavía se celebra esta fiesta, ya que en 1960 el papa Juan XXIII suprimió la solemnidad del calendario romano, a favor de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz el 14 de septiembre. La fecha elegida para la conmemoración es el 7 de mayo porque la menciona San Cirilo de Jerusalén, que narra cómo una gran cruz luminosa apareció en el cielo, sobre el monte Gólgota, extendiéndose hasta el Monte de los Olivos.

La solemnidad, compuesta por muchos momentos litúrgicos, se abrió la tarde del 6 de mayo con la entrada solemne del Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, en la basílica, recibido por el presidente del Santo Sepulcro, fray Stéphane Milovitch. Durante la posterior procesión, que se realiza diariamente en la basílica, la comunidad de frailes y fieles se detuvo largamente en la capilla de Santa Elena: aquí, ante la reliquia de la Santa Cruz, el padre Custodio, revestido con vestiduras rojas y doradas, presidió las primeras vísperas.

A continuación, en la misma gruta, tuvo lugar el oficio nocturno de la Vigilia, durante la cual se leyó un pasaje extraído de la Historia de la Iglesia de San Rufino: el él se narra cómo Santa Elena consiguió distinguir la cruz de Jesús, entre las tres encontradas, gracias a la curación de una mujer gravemente enferma al entrar en contacto con la “verdadera” cruz.

La mañana del 7 de mayo, el Custodio presidió la misa solemne, a la que asistieron numerosos fieles, religiosos y peregrinos. Finalmente, al concluir la celebración, la reliquia de la Santa Cruz fue llevada en procesión hasta la rotonda de la Anástasis, donde se dieron tres vueltas alrededor del sepulcro vacío: pétalos de rosa e incienso precedieron el paso de la preciosa reliquia, que después fue expuesta a la veneración de los fieles en el interior de la capilla de la Aparición.

Según nos trasmitió San Rufino, Santa Elena pudo identificar el Gólgota gracias a la presencia de una estatua de Venus, colocada allí con la intención de desalentar el culto de los primeros cristianos y lograr que se perdiera el recuerdo del lugar exacto de los hechos de la Pascua del Señor.  «La ocultación de la cruz en el lugar más bajo de la cantera sucedió en tiempos del emperador Adriano, mediante la cobertura del Calvario y el Sepulcro bajo templos paganos – subrayó en su homilía fray Francesco Patton, Custodio de Tierra Santa –. La providencia divina, sin embargo, dispuso otra cosa: al intento de eliminar la memoria de la Cruz, del Calvario y del Sepulcro corresponde su hallazgo y la transformación de este lugar en el centro de la Cristiandad, en el lugar de donde emana la esperanza y da sentido a la vida de cada uno de nosotros y a la historia de la humanidad».

«Esto nos enseña que cuando los cristianos parecen sufrir momentos de persecución y de prueba no deben desanimarse, porque están entrando junto con Jesús en el misterio de la Pascua: están en la antesala de la resurrección – continuó fray Patton –. Hoy celebramos el descubrimiento de la verdadera cruz y una vez más somos invitados a alzar la mirada hacia Jesucristo clavado en la cruz. Es el único antídoto eficaz contra la mordedura de tantas serpientes que envenenan la cultura contemporánea y que se derivan de una insuficiente capacidad de confiar en Dios y en su Palabra. Necesitamos ser curados de las mordeduras de la enemistad y el odio, que a nivel personal producen incomprensión y violencia, y a nivel colectivo alimentan guerras y opresiones de todo tipo» (aquí la homilía completa).

Silvia Giuliano