La última cena
Lamentablemente, los evangelistas no han dejado indicaciones exactas sobre la casa en la que habrían tenido lugar los acontecimientos de aquella noche – quizá precisamente porque era un lugar demasiado conocido en tiempos de la Iglesia original. Por el tono de seguridad de la pregunta de Jesús también se deduce que el Maestro ya era muy conocido por el propietario de la casa. Para nosotros hoy, el único dato seguro es que se trataba de “una gran sala en el piso de arriba” y allí, probablemente invitado por una familia acomodada, Jesús celebró la Última Cena con sus discípulos.
“El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?». Él envió a dos discípulos diciéndoles: «Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?”. Os enseñará una habitación grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí». Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua.
Al atardecer fue él con los Doce. Mientras estaban a la mesa comiendo dijo Jesús: «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo». Ellos comenzaron a entristecerse y a preguntarle uno tras otro: «¿Seré yo?». Respondió: «Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre será entregado!; ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!». Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo». Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios». Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos” (Mc 14,17-26).
El lavatorio de los pies
En el evangelio de Juan no se describe la última cena de Jesús, que se da por sentada. Sin embargo, Juan narra el episodio del lavatorio de los pies para transformarlo en un momento clave de la partida de Cristo, que arroja luz sobre toda su existencia y ofrece a los discípulos reunidos para la cena, ayer y hoy, un ejemplo extraordinario:
“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro y este le dice: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?». Jesús le replicó: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde». Pedro le dice: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Simón Pedro le dice: «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús le dice: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos». Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios». Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. Os lo digo ahora, antes de que suceda,para que cuando suceda creáis que yo soy” (Jn 13,1-19).
Después de la Resurrección
Después de los acontecimientos de la Pascua, cuando los discípulos estaban reunidos «la tarde del primer día de la semana», Jesús se les presentaría de nuevo, mostrándose en todo su poder de Resucitado (Jn 20,19-23).
Y «a los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos» (Jn 20,26). ¿Dónde, si no en aquella misma sala en el piso superior en la que se habían reunido antes de la Pasión? Tanto es así que Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, habla de la «habitación del piso superior» como si fuese obvio de cuál se trataba. Allí era donde la comunidad primitiva tenía su base estable después de la ascensión de Jesús (Hch 1,12-14).
Pentecostés
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo: «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua». Palabra de Dios (Hch 2, 1-11)