Con el término Getsemaní se señalan tres lugares, custodiados por los franciscanos, que hacen referencia a la noche en que Jesús fue traicionado: el huerto de los Olivos, la gruta de Getsemaní y la basílica de la Agonía (también llamada “iglesia de las Naciones”). En el huerto de los olivos Jesús oró intensamente antes de la pasión, mientras que la gruta de Getsemaní se identifica con el lugar donde fue arrestado. En conmemoración de los hechos que tuvieron lugar en el jardín de Getsemaní, al pie del monte de los Olivos se alza hoy la basílica de la Agonía.
El «Monte de los Olivos» (808 m) se alza al este de Jerusalén y separa la Ciudad Santa del desierto de Judá, que, desde aquí, comienza a descender hacia el mar Muerto.
El valle del torrente Cedrón, que circunda Jerusalén por el este, separa el monte de los Olivos de la ciudad y del cercano monte Sión, situado más al sur; desde este último se dirigió Jesús a Getsemaní, después de la Última Cena, atravesando el valle.
En dirección norte desde el monte de los Olivos se encuentra el monte Scopus (820 m), que alberga actualmente la sede de la Universidad Hebrea de Jerusalén. La cima del monte de los Olivos ofrece sin duda la perspectiva más encantadora de la Ciudad Santa: desde allí y a simple vista es posible contemplarla en todo su esplendor.
Los olivos que desde hace milenios crecen en las laderas del Monte le han dado el nombre que lo identifica hasta el día de hoy. Con todo, la tradición judía lo conoce también como el «Monte de la Unción», porque los reyes y los sumos sacerdotes eran ungidos con el aceite obtenido de sus olivos. A partir del siglo XII, los árabes lo denominan «Yébel et Tur», expresión de origen arameo que significa «la montaña por excelencia» o «monte santo». Hoy lo llaman simplemente «Et Tur».
En realidad, el monte de los Olivos está formado por un conjunto de tres alturas de las que descienden las pronunciadas cuestas que conducen hacia el valle. Al norte se encuentra el «Karmas-Sayyad» (Viña del Cazador), de 818 m de altura; en el centro, el «Yébel et Tur» (Monte Santo), de 808 m; hacia el sur-oeste, al otro lado de la carretera que va de Jerusalén a Jericó, se localiza el «Yébel Baten al-Hawa» (Vientre del Viento), llamado también Monte del Escándalo, con 713 m de altura.
El monte de los Olivos desempeñó siempre un importante papel en la historia bíblica. Cuenta la Escritura que el rey David, huyendo de su hijo Absalón, que se había conjurado contra él, salió de Jerusalén descalzo y entre lágrimas, subiendo «la cuesta de los Olivos» (2Sam 15,30). El rey Josías destruyó los «altozanos» que Salomón había erigido en el monte de los Olivos para dar culto a los dioses de sus mujeres extranjeras (1Re 11,7; 2Re 23,13).
Después de la destrucción del Primer Templo de Jerusalén, los judíos comenzaron a peregrinar al monte de los Olivos porque, según la tradición, la Gloria del Señor salió de la ciudad «y fue a situarse sobre el monte al oriente de la ciudad» (Ez 11,23).
Durante el periodo del Segundo Templo, las hogueras encendidas sobre la cima del Monte anunciaban a los judíos de la diáspora la luna nueva con la que comenzaba el año religioso: un relevo de fuegos iluminados sobre las montañas iban propagando el anuncio hasta Babilonia (Misná, Rosh Ha-Shaná 2,4). En el monte de los Olivos era quemada la vaca roja cuyas cenizas, mezcladas con el agua de la fuente de Guijón, servían para purificar a todo el que había quedado impuro por contacto con un cadáver (Núm 19,1-10; Misná, Pará 3,6-7).
A partir de la conquista de Jerusalén por David (siglo X a.C.), fueron muchos los israelitas que dispusieron ser enterrados en las laderas del Monte. Según los profetas, el monte de los Olivos será el lugar designado por Dios para el Día del Juicio y la resurrección de los hombres rectos (Jl 3,4-5), cuando Dios haga bajar a todas las naciones al valle de Josafat, es decir, al valle del Cedrón (Jl 4,2); aquel día el Señor plantará sus pies sobre el monte de los Olivos, que se partirá en dos (Zac 14,4). Aquí nace la inequívoca vocación funeraria del Monte: desde el siglo XV, el extenso cementerio judío que hoy cubre una buena parte de sus laderas volvió a albergar nuevas sepulturas hasta el día de hoy.
El monte de los Olivos era paso obligatorio para quien se dirigía desde la aldea de Betania hacia Jerusalén; así lo haría Jesús, huésped de Lázaro y de las hermanas Marta y María. El Monte distaba de Jerusalén «lo que se permite caminar en sábado», es decir, el número de pasos permitidos por la ley judía en sábado (Hch 1,12).
En las proximidades de Betfagé y Betania, a lomos de un pollino, Jesús emprendió su entrada mesiánica en la Ciudad Santa, acogido por las aclamaciones de la muchedumbre (Mc 11,1-11).
El evangelista san Lucas insiste de forma especial en la costumbre de Jesús de frecuentar el monte de los Olivos, adonde se retiraba para pasar la noche o para enseñar a sus discípulos (Lc 21,37; 22,39).
Esta constante presencia de Jesús en el monte de los Olivos hizo de él uno de los lugares más venerados por la cristiandad. En memoria de su paso por este monte santo, desde los primeros siglos de la era cristiana surgieron en la cima y en las laderas del Monte distintos lugares de culto, destruidos varias veces a lo largo de la historia. Sobre alguno de ellos se reconstruyeron iglesias ya en el siglo XX.
Los principales recuerdos cristianos en el monte de los Olivos se refieren a los siguientes acontecimientos de la vida de Jesús:
Por lo demás, al pie del monte de los Olivos se encuentran otros dos importantes recuerdos jerosolimitanos vinculados muy estrechamente con la Iglesia naciente: la antiquísima tumba de la Virgen María, atestiguada por la versión siriaca del «Transitus Beatae Mariae Virginis», del siglo II d.C.; y la Iglesia de san Esteban, construida en época reciente, en recuerdo del suplicio del primer mártir de Jerusalén, que, según la tradición, fue lapidado y sepultado en este lugar junto a una roca.
Los lugares vinculados a la agonía y captura de Jesús son recordados desde tiempos antiguos.
Eusebio, en el Onomasticon de los Lugares Bíblicos, cita a Getsemaní, escribiendo que está al pie del Monte de los Olivos, "donde ahora los fieles se apresuran a hacer oraciones".
Por lo tanto, a fines del siglo III, el lugar ya es frecuentado por cristianos, donde expresan devociones particulares también recordadas por el anónimo Pellegrino de Burdeos en 333 y por San Cirillo en 350.
Es el peregrino Egeria, a fines del siglo IV, el primero en hablar de la nueva iglesia construida en las laderas del Monte de los Olivos, en el lugar donde Jesús oró antes de la pasión. Esta es la iglesia "elegante", descrita por la mujer en su diario, junto con las liturgias que tuvieron lugar a lo largo del Monte, a partir de la tarde del Jueves Santo: después de pasar la noche orando, al amanecer del viernes, la multitud de fieles descendió hacia Getsemaní, donde, a la luz de las antorchas, se leyó el pasaje evangélico del arresto de Jesús.
Los testimonios de finales del siglo IV permiten rastrear la construcción del edificio sagrado hasta el reinado de Teodosio I (379-395 dC). Los anales de Eutychius, patriarca de Jerusalén, escrito en el siglo X, confirman la construcción de la iglesia por Teodosio e informan sobre su destrucción, cuando el persa Cosroe II, en 614, entró en Jerusalén, tuvo la mayor parte de su Iglesias y conventos. Las excavaciones, que sacaron a la luz los restos de la iglesia bizantina, mostraron cómo el edificio se vio envuelto en un gran incendio, quizás establecido en 614, que probablemente causó su destrucción.
La situación de las ruinas de la iglesia es incierta hasta la edad de los cruzados. La adoración en el lugar continuó, como lo demuestra el Leccionario de Georgia del siglo VII-VIII. En las Crónicas de Theophanes Confessor (c. 758-818) se recuerda que el califa Abd al-Malik (685-705) quiso tomar las columnas de la iglesia de Getsemaní, para usarlas en la construcción de la mezquita en La Meca que estaba en construcción en esos años. , pero la intervención de un noble cristiano lo apartó de la intención.
Cyril de Escitópolis informa brevemente sobre la vida de Santa Saba, donde habla del "Santo Getsemaní" y del orfebre Rómulo, quien fue archidiácono en 532. El testimonio de San Willibaldo, quien en su El diario de viaje todavía registra la existencia de una iglesia. Sin embargo, si existiera una iglesia en el sitio, es probable que esté en ruinas.
Las noticias se reanudan a principios del siglo XII, en la época de la cruzada: Sevulfo (1102), Daniel el abad ucraniano (1106) y también el anónimo "Gesta Francorum" (alrededor de 1100), hablan de una simple oratoria en Getsemaní. , con derecho a san salvatore.
La reconstrucción cruzada de la iglesia comenzó en la segunda mitad del siglo XII. Primero, los cruzados construyeron la abadía de Santa María en Valle Josaphat, sobre la tumba de la Virgen María en el valle. La rica abadía, confiada por Goffredo di Buglione a los monjes de San Benedetto, estaba equipada con un convento y un hospital.
También la cueva, situada junto a la tumba de María y descrita por el abad Daniel, en 1106, como la cueva donde Judas entregó a Jesús por 30 negadores, fue transformada en una capilla por los cruzados y pintada de frescos con un cielo estrellado y escenas. evangélica.
En el sitio del oratorio de San Salvatore, en 1165, Juan de Würzburg relata que había encontrado una nueva iglesia, llamada así por el Salvador, con tres rocas distintas que recuerdan la triple oración de Jesús en el jardín. Aún en 1172, el peregrino Teodorico cuenta que los arquitectos cruzados estaban ocupados construyendo la iglesia del Salvador. La iglesia fue la sede espiritual de la Cofradía de la Caridad, una orden creada para ayudar a los peregrinos y recaudar fondos para el Hospital de Santa Maria di Valle Josaphat.
La iglesia dedicada al Salvador, pronto, fue demolida parcialmente por los ejércitos de Saladin, que también destruyó la abadía en la tumba de la Virgen, en 1187, como dice Rudolph, abad cisterciense inglés: solo se salvó la iglesia inferior de Santa María en el Valle Josaphat, gracias a la devoción islámica a la madre del profeta Jesús.
A través de una restauración, que se conoce gracias a las excavaciones arqueológicas, el edificio dedicado al Salvador continuó existiendo, aunque privado de su riqueza. Durante el Reino latino de Jerusalén y más allá, la iglesia siguió siendo un destino de peregrinación, hasta el último testimonio de 1323, de un creyente procedente de Cataluña. A partir de este momento, será la roca desnuda, visible hoy detrás de la Basílica, que será venerada, con el nombre de "Roca de los Apóstoles", en memoria del lugar donde los discípulos se quedaron dormidos durante la agonía de Jesús.
En otoño de 1891, por una feliz casualidad, se descubrieron en el terreno contiguo al Huerto de los Olivos los cimientos de un ábside y algunos fragmentos de mosaico de teselas grandes.
Las excavaciones sistemáticas comenzaron en marzo de 1909, dirigidas por fray Luc Thonessen, ofm. Los resultados arqueológicos convencieron al padre Orfali de que se trataba de los restos de la iglesia del siglo XII, construida sobre el tradicional lugar de la «Agonía» y llamada en las fuentes medievales «Iglesia del Salvador» o «Iglesia de la Oración del Salvador».
Pocos años después, también el arquitecto Antonio Barluzzi, encargado de la construcción de la moderna iglesia de Getsemaní, realizó un descubrimiento sensacional cuando procedía a asentar los cimientos para el nuevo templo: a unos dos metros de profundidad respecto a la planta de la iglesia medieval se conservaban los restos de un edificio más antiguo.
Se trataba de la iglesia de Getsemaní descrita por Egeria como «elegante», la iglesia que había sido construida en la época bizantina. A consecuencia de aquel hallazgo y a sugerencia del propio Barluzzi, la Custodia de Tierra Santa proyectó la construcción de la nueva basílica sobre el trazado de la antigua iglesia de Getsemaní.
La actual propiedad franciscana de Getsemaní es parte de las compras realizadas por la Custodia a partir del siglo XVII en adelante.
La granja de Getsemaní, antes de las excavaciones arqueológicas y la construcción de la Basílica, se caracterizaba por una porción de tierra donde crecían los olivos antiguos, mientras que la parcela restante estaba estéril y cubierta con las ruinas de la iglesia de los cruzados que habían sido destruidas. Una columna, colocada sobre los restos del ábside cruzado, fue muy venerada por los peregrinos: los latinos lo llamaron el "Beso de Judas", mientras que los orientales del "Pater Imon" (Nuestro Padre), aludiendo a la oración de Jesús en el jardín. Cerca de la columna había un área rocosa, conocida como "Rocce degli Apostoli", que según la tradición habría sido la piedra desnuda donde los apóstoles se durmieron mientras Jesús, no muy lejos, oraba.
La compra del área de Getsemaní, que también incluye el área verde más allá de la carretera, a lo largo del valle del Cedron, fue una operación larga y compleja, que se resume en 29 fechas que van desde el 9 de noviembre de 1661 hasta marzo de 1905. , cuando por 57 mil francos, los armenios también cedieron la tierra al sur del Jardín. Las propiedades de la Custodia, tanto de la Gruta, en manos de los franciscanos desde 1361, como del Jardín de Getsemaní, se registraron en los registros imperiales otomanos el 14 de diciembre de 1903.
La historia de la compra del Olivar es única, comprada gracias al dinero donado por dos hermanos nobles y católicos, Paolo y Giacobbe Grancovich, de Olovo, cerca de Sarajevo. Se podía comprar un total de 18 "chiratos" (partículas de suelo) en un total de 24. El jardín pertenecía a diferentes propietarios, pero estaba gestionado por el "wakf" de la escuela de Salahie, una fundación religiosa islámica que tenía su sede en la iglesia de Sant 'Anna, cerca de la puerta de Santo Stefano, a la cual, desde 1662, los franciscanos pagaban un impuesto anual para que otros no compraran las tierras vecinas. Como ciudadanos del Imperio Otomano, los dos hermanos podrían ser los actores de la transacción, comprando el jardín para la cifra final de 200 placas, incluso si el documento de adquisición certificara solo 90.
Una vez que se compró la propiedad, los franciscanos, para proteger los olivos que la tradición se remonta a la época de Jesús, en 1868 reemplazaron la pared de la cerca, de aproximadamente un metro de altura, con una más alta, reconstruida nuevamente en 1959.
La difícil realización del primer muro se describe en la crónica del P. Camillo da Rutigliano, el entonces Secretario de Tierra Santa.
Alrededor de 1872, en los nichos, se construyeron 14 mesas de terracota dentro de los nichos, construidas en Nápoles con las Estaciones de la Cruz y, en el mismo año, se construyó una habitación para el franciscano a cargo de la custodia del lugar y los ocho olivos. En 1879, fuera del huerto, también había un bajorrelieve de Jesucristo orando entre los olivos, una obra del artista veneciano Giovanni Torretti, y donada por la familia veneciana Paolucci al entonces Custodio P. Cipriano.
También gracias a la exposición de estas obras, mientras esperaban la reconstrucción de la basílica, los franciscanos ataron firmemente a la Getsemaní a su custodia, asegurándole la veneración de los peregrinos durante los próximos siglos.
El padre custodio Fernando Diotallevi (1918-1924) será recordado, entre otras cosas, por la construcción de las Basílicas de Getsemaní y del Monte Tabor. En particular, la construcción de Getsemaní implicó a muchos personajes de Palestina a comienzos del siglo XX, tanto en el ámbito religioso como en el político.
El descubrimiento, en 1891, de las ruinas cruzadas de la antigua iglesia del Salvador de Getsemaní sentaron las bases para decidir la construcción de una nueva basílica. Con todo, el proyecto inicial quedó enseguida paralizado por la presencia de la «Columna del Beso de Judas» dentro de la propiedad franciscana, motivo por el cual los ortodoxos griegos y armenios se negaron a renunciar a su derecho de tránsito.
Acabada la época de apoyo de los zares rusos a los greco-ortodoxos, nuevos obstáculos se interpusieron entre la Custodia franciscana y la construcción de la nueva Basílica de Getsemaní. El primero de ellos fue la intención expresa del arzobispo de Toulouse, Mons. Agustín Germain, de construir en la cima del Monte de los Olivos un gran “templo nacional francés” dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. Asesorado por la Sagrada Congregación De Propaganda Fide, el Custodio Diotallevi escribió una carta al obispo de Toulouse para disuadirlo de su intención de construir la basílica del Sagrado Corazón e invitarlo a colaborar en la reconstrucción franciscana de la basílica de Getsemaní.
Mientras tanto, la Custodia emprendió todos los procedimientos necesarios para realizar su proyecto: encargó el diseño de la nueva basílica al arquitecto romano Antonio Barluzzi y consiguió obtener, no sin esfuerzo, el consentimiento de los griegos para trasladar la Columna del Beso de Judas fuera del espacio de la iglesia medieval. A pesar de las dificultades económicas por la que atravesaba la Custodia, el Ministro General de la Orden, Serafín Cimino, garantizó a Diotallevi que no faltaría el sostenimiento económico para la construcción de los nuevos santuarios.
El 17 de octubre de 1919, el cardenal Felipe Giustini, en calidad de representante del Sumo Pontífice en Palestina, con ocasión del séptimo centenario de la fundación de la Custodia de Tierra Santa, colocó la primera piedra del nuevo santuario de Getsemaní.
A pesar de que el Papa Benedicto XV apoyaba el proyecto de la Custodia, el obispo Germain de Toulouse, henchido del espíritu nacionalista que abundaba en el clero francés, no cejaba en su empeño por erigir una iglesia francesa en el Monte de los Olivos. El estado francés había recibido en donación el terreno que ocupaban los restos de la basílica constantiniana de la Eleona, el actual Pater Noster, y aquel había sido el punto elegido para levantar la gran iglesia, cuya primera piedra se colocó el 2 de enero de 1920. Los británicos, que gobernaban en virtud del mandato de la Sociedad de Naciones, no veían con buenos ojos estas iniciativas francesas, que pretendían de alguna manera la hegemonía del protectorado francés sobre los territorios palestinos. La construcción del templo, en todo caso, no estaba destinada a llegar a buen puerto y siete años más tarde los trabajos quedaron suspendidos definitivamente por falta de fondos.
El gobernador inglés de Jerusalén, Ronald Storrs, no manifestó ningún apoyo al proyecto franciscano, por razones relacionadas con su fe protestante y con su sentido estético. Posición expresamente contraria al proyecto de la Custodia fue también la del Alto Comisionado, Herbert Samuel, que mandó suspender los trabajos con una orden fechada el 19 de julio de 1920. Mientras tanto, el sensacional descubrimiento de “todos los cimientos” de la iglesia de la segunda mitad del siglo IV, la iglesia vista por Egeria y destruida por los persas, mantuvo viva la esperanza de la Custodia para llevar adelante sus trabajos. El dictamen favorable para la realización de las excavaciones fue otorgado por el profesor John Garstang, director del Departamento Palestino de Antigüedades.
Este descubrimiento provocó también mucha agitación en los griegos, quienes, en octubre de 1920, con el pretexto de una apertura practicada en el muro que cerraba la propiedad franciscana de Getsemaní, recurrieron al gobierno mandatario y comenzaron con nuevos enfrentamientos violentos. Los trabajos se suspendieron y tampoco ayudó la torpe mediación del patriarca latino Barlassina. Los griegos incluso trataron de aumentar sus derechos de propiedad sobre el lugar de Getsemaní y sobre la futura basílica.
Mes y medio más tarde, tras infinitas negociaciones del Custodio, se reanudaron los trabajos en Getsemaní. La construcción de la cerca y la apertura de la nueva puerta agitaron de nuevo a los griegos, que, armados con bastones, marcharon contra Getsemaní y destruyeron los trabajos realizados, tratando además de ocupar el terreno. Tras horas de tensión, se llegó a un acuerdo que aseguró la continuación de las excavaciones por parte de los franciscanos bajo la supervisión del Departamento de Antigüedades.
Los obstáculos fueron superándose, también a causa de las divisiones internas de los griegos, que en aquel tiempo no estaban unidos al patriarca Damianos, a quien consideraban demasiado complaciente con los británicos y, en el caso específico de Getsemaní, con los franciscanos.
Los permisos para la construcción de la Basílica según proyecto de Barluzzi llegaron el 6 de enero de 1922 y permitieron el consecuente traslado de la Columna del Beso de Judas a la parte exterior de la tapia de la propiedad franciscana, de forma que se pudiese permitir el paso libre a los fieles ortodoxos que quisieran venerarla. Al año siguiente, un acuerdo bilateral canceló cualquier servidumbre o derecho de los griegos sobre la propiedad franciscana.
Por fin, gracias también al nacimiento de la revista Tierra Santa, que difundió por todo el mundo la causa de Getsemaní, no tardó en llegar el apoyo económico de numerosas limosnas procedentes de muchos estados católicos, motivo por el cual la iglesia fue llamada también Iglesia de Todas las Naciones.
Gracias al diligente trabajo de cerca de cuatrocientos obreros, fue posible la inauguración de Getsemaní el 15 de junio de 1924, con la asistencia de muchas autoridades eclesiásticas y civiles. Para que Diotallevi pudiera asistir en calidad de Custodio a la inauguración, se le concedió un semestre de prórroga en su cargo, periodo añadido a los seis años ya trascurridos en dicho ministerio.
Un firmán de 1636 declara que los religiosos franciscanos poseían la Tumba de María desde tiempo inmemorial. En efecto: en 1361 y 1363, tanto la reina de Nápoles, Juana, como el rey de Aragón, Pedro IV, se prodigaron con el sultán mameluco de Egipto para tratar de conseguir la Tumba de María en favor de los franciscanos. Su intervención tuvo éxito: los Estatutos de Tierra Santa de 1377 prescriben que los frailes celebren todos los sábados la Santa Misa en la Tumba de la Virgen, celebración recordada en 1384 por el peregrino italiano Jorge de Guccio Gucci.
El derecho de propiedad sobre la Tumba de María por parte de los franciscanos y la potestad exclusiva de celebrar allí misa diaria fueron confirmados en los decretos de los sultanes otomanos hasta 1847, pero quedaron anulados definitivamente pocos años después, en un firmán de 1853.
En 1757, muchos santuarios habían sido usurpados por los griego-ortodoxos, entre ellos la Tumba de María. Se limitó así la presencia franciscana en este lugar santo. Por otra parte, la intervención de Rusia en favor de los griego-ortodoxos impidió, de hecho, el restablecimiento de los derechos de los franciscanos.
Actualmente, la Tumba de la Virgen está custodiada por los ortodoxos, tanto griegos como armenios, y constituye, junto a la Basílica de Belén, el Santo Sepulcro y la Ascensión, el cuarto lugar santo regulado por el Statu Quo. Allí se establece que los franciscanos puedan seguir yendo en procesión solemne sólo una vez al año, en la fiesta de la Asunción de la Virgen María, el 15 de agosto.
A diferencia de lo ocurrido con la Tumba de María, la Gruta de la Traición, a la derecha de la entrada en la Tumba, ha permanecido siempre bajo la custodia de los franciscanos. Igual que en la Tumba, la presencia de los frailes en la Gruta se remonta al siglo XIV. En 1803, los religiosos obtuvieron del sultán Selim III el permiso para poner una puerta en la entrada y poseer la llave, puerta que permitió su preservación como lugar de oración.
octubre de 1956 - marzo de 1957
Tras un violento aluvión ocurrido el 23 de noviembre de 1955, la Custodia de Tierra Santa comenzó los trabajos de restauración de la Gruta de la Traición. Fue la ocasión para que el padre Virgilio Corbo estudiara toda el área y realizara interesantes descubrimientos. Los estudios, publicados en 1965, clarificaron considerablemente toda la serie de transformaciones ocurridas a lo largo del tiempo.
En tiempos de Jesús, muchas grutas naturales formaban el paisaje del entorno del Monte de los Olivos. En su origen, la misma Tumba de la Virgen, al lado de la Gruta de la Traición, era también una cueva.
La entrada primitiva a la gruta estaba situada en la pared norte, a la derecha del acceso actual. El interior estaba constituido por la actual parte central, la zona del altar mayor y una segunda cavidad que se encuentra al sur, descubierta durante los trabajos. La bóveda se sustentaba sobre cuatro pilares de roca natural, de los que hoy quedan tres.
La gruta contaba con un depósito de agua: una cisterna, en el ángulo noroeste, a la derecha de la entrada actual, estaba conectada con un pequeño pilón donde, a través de un sistema de canalización, se recogía el agua de lluvia y se decantaba antes de almacenarse en la cisterna.
Según el padre Corbo, en la depresión situada al este, donde está el altar actual, existía una prensa para el aceite. Una cavidad en la pared, todavía visible, serviría como hueco para encajar el brazo de la prensa. El agua interna de la gruta serviría así para diluir la densidad del aceite y hacerlo discurrir más fácilmente hacia los puntos de recogida. Las reducidas dimensiones del espacio, sin embargo, arrojan serias dudas sobre esta hipótesis.
Probablemente a partir del siglo IV, la gruta fue transformada en iglesia rupestre y asumió muy pronto una finalidad funeraria. Se practicó una especie de deambulatorio a lo largo de las paredes sur y oeste y la luz entraba por un lucernario. La construcción de la iglesia de la Tumba de María, a finales del siglo IV, obstruyó la entrada original, que fue reubicada hacia el noroeste.
A partir del siglo V se construyeron numerosas tumbas en el interior. Se aprovecharon también las paredes de la cisterna para instalar allí tumbas de arcosolio y el suelo fue compartimentado en diversos espacios a base de tabiques para las sepulturas y recubierto con mosaico con una inscripción, visible a la derecha de la actual entrada, de la cual quedan dos palabras de una invocación en griego: kē anapaus, Señor, concede el descanso...
La necrópolis, realizada sobre el pavimento musivo de teselas blancas, estaba compuesta por 42 sepulturas, desde la época bizantina hasta la cruzada, con algún caso de reutilización de enterramientos. En la excavación se hallaron numerosas inscripciones sepulcrales, algunas en griego y otras en caracteres cúficos. El único espacio preservado de sepulturas es el presbiterio, donde todavía hoy se encuentra el altar. No faltan por toda la gruta grafitos realizados por los fieles en la bóveda de la gruta en la época bizantina.
Durante el periodo cruzado, la gruta fue embellecida con la realización de pinturas en la bóveda, de las que quedan algunas huellas de estrellas y del ciclo evangélico que decora el presbiterio; aquí se puede leer también alguna inscripción. Los repetidos aluviones y la incuria han causado graves daños en los frescos. Siguiendo las descripciones ofrecidas por el peregrino Juan de Wurzburg y con base en los estudios iconográficos, se conjetura si el argumento del ciclo pictórico del presbiterio, donde sólo se pueden apreciar hoy algunas representaciones de vestidos, aureolas y un ala de ángel, tal vez estuviera compuesto por tres escenas: la oración de Jesús en el huerto, Cristo con los apóstoles y el ángel que consuela al Salvador.
Una reciente restauración de la bóveda ha consistido en limpiar los frescos, en los que es posible observar, por encima de las pinturas, numerosos grafitos dejados por los peregrinos durante y después de la época cruzada.
La entrada actual, aún con alguna modificación, sigue siendo sustancialmente la que se abrió en 1655 entre los dos muros de contención de las terrazas superiores.
Normalmente, quien visita por primera vez Tierra Santa llega hasta aquí pensando que el Huerto de los Olivos (llamado también «jardín» en Jn 18,1.26) es una gran parcela de tierra llena de plantas y flores, tranquilo en la quietud de la naturaleza, alejado del jaleo de la Ciudad Santa. Lo que en tiempos de Jesús debía de ser un espacio repleto de vegetación y cultivos, hoy es difícil imaginarlo con ese aspecto...
Desde siempre, cuantos han llegado a Tierra Santa tratan de vivir la experiencia de ver y tocar los lugares que dan testimonio de Jesús. Este jardín, con sus añosos olivos, probablemente está entre los lugares más fieles a la Jerusalén de hace dos mil años. Jesús se retiraba a estos parajes cultivados para pasar la noche y rezar; en la noche de aquel primer Jueves Santo, antes de su detención, soportó el sufrimiento que lo llevó a una decisión consciente y al total abandono a la voluntad del Padre.
El Huerto de los Olivos, cuidado oficialmente por los padres franciscanos desde 1681, está localizado al este del Valle del Cedrón, entre el sendero asfaltado que sube hacia el Monte y la transitada Carretera de Jericó. Situado a la entrada de la propiedad del santuario de Getsemaní, el jardín ocupa una superficie de unos 1200 metros cuadrados y está protegido por una valla que permite a los visitantes caminar alrededor de los centenarios olivos.
En el jardín, junto a los troncos huecos y retorcidos de los olivos más antiguos, se han plantado nuevos retoños, en sustitución de los cipreses y otras plantas florales que servían, en el siglo XIX, para la decoración del Santo Sepulcro.
Actualmente, los olivos más antiguos son ocho, con troncos cuyo diámetro sobrepasa en algunos casos los tres metros. En el huerto está también el olivo plantado por el Papa Pablo VI el 4 de enero de 1964, durante su peregrinación a Tierra Santa.
Todos los olivos, viejos y nuevos, producen una buena cantidad de olivas. Algunos estudios que está realizando la asociación italiana «Cultivemos la Paz», junto con el Consejo Nacional de Investigación de Florencia y otras entidades, tratan de verificar, además del estado de salud de los árboles, su edad y su mapa genético. Hasta ahora, de hecho, no está certificada la edad de los olivos, que son recordados en las crónicas de los peregrinos sólo a partir del siglo XIV, pero que Jorge Cucci, ya en 1384, describe como «antiquísimos», «numerosos y bellos».
Cada año llegan voluntarios de todo el mundo para ayudar a los frailes de la Custodia a cuidar los olivos, sobre todo en la época de la recolección de las olivas y para la poda de los árboles.
En la parte superior de una monumental escalera se alza la Basílica, que domina el valle de Cedron, justo en frente de la antigua Puerta de Oro que se abre a lo largo de las paredes almenadas de Jerusalén.
El atrio de la Basílica está formado por tres grandes arcos redondos, sostenidos por pilares flanqueados por columnas monolíticas, decoradas con capiteles corintios que recuerdan a los de la iglesia bizantina original. En la cornisa, en correspondencia con las columnas, están las estatuas de los cuatro evangelistas, modeladas por Tonnini.
La atención del visitante es recordada por el majestuoso mosaico del tímpano, ejecutado con teselas de colores brillantes sobre un fondo dorado. El tema, concebido por Giulio Bargellini y creado por la compañía Monticelli en 1930, es un himno a Jesús, representado como un mediador entre Dios y la humanidad. La humanidad se divide en dos grupos: a la izquierda, uno de los sabios que lloran sus límites, a la derecha, el simple y el afligido. Ambos grupos se flexionan en oración ante Jesús, que reúne las súplicas de toda la humanidad con los brazos abiertos y, levantando la cabeza, los devuelve al Padre, el principio y el final de todo. Un ángel, a la derecha de Jesús, toma su corazón lleno de los sufrimientos de los hombres. Bajo la escena, un verso de la carta a los hebreos acompaña y aclara la intención teológica del mosaico: "PRECES SUPPLICATIONESQUE CUM CLAMORE VALID ET LACRYMIS OFREENSE EXAUDITUS EST PRO SUA REVERENTIA" ("Ofreció oraciones y súplicas con fuertes gritos y lágrimas: por su reverencia fue concedida ": ver Heb 5.7)
En la parte superior de una monumental escalera se alza la Basílica, que domina el valle de Cedron, justo en frente de la antigua Puerta de Oro que se abre a lo largo de las paredes almenadas de Jerusalén.
El atrio de la Basílica está formado por tres grandes arcos redondos, sostenidos por pilares flanqueados por columnas monolíticas, decoradas con capiteles corintios que recuerdan a los de la iglesia bizantina original. En la cornisa, en correspondencia con las columnas, están las estatuas de los cuatro evangelistas, modeladas por Tonnini.
La atención del visitante es recordada por el majestuoso mosaico del tímpano, ejecutado con teselas de colores brillantes sobre un fondo dorado. El tema, concebido por Giulio Bargellini y creado por la compañía Monticelli en 1930, es un himno a Jesús, representado como un mediador entre Dios y la humanidad. La humanidad se divide en dos grupos: a la izquierda, uno de los sabios que lloran sus límites, a la derecha, el simple y el afligido. Ambos grupos se flexionan en oración ante Jesús, que reúne las súplicas de toda la humanidad con los brazos abiertos y, levantando la cabeza, los devuelve al Padre, el principio y el final de todo. Un ángel, a la derecha de Jesús, toma su corazón lleno de los sufrimientos de los hombres. Bajo la escena, un verso de la carta a los hebreos acompaña y aclara la intención teológica del mosaico: "PRECES SUPPLICATIONESQUE CUM CLAMORE VALID ET LACRYMIS OFREENSE EXAUDITUS EST PRO SUA REVERENTIA" ("Ofreció oraciones y súplicas con fuertes gritos y lágrimas: por su se concedió reverencia ": cf. Heb 5,7) El portal de entrada masiva de la Basílica, obra del ingeniero Pietro Adelchi Ricci, se realizó gracias a la contribución financiera del Padre Giovanni Gramiccia, Comisionado General de Tierra Santa y benefactores napolitanos.
Esta es la última obra del artista, quien murió a causa de la enfermedad de Amman cuando tenía solo 30 años. Durante su estancia en Jerusalén, donde fue asistente de Barluzzi, Ricci pudo estudiar la nueva fábrica y las intenciones de los diversos artistas que habían trabajado allí.
El portal, creado solo en 1999 y en formas más simples que el proyecto original, fue modelado por el escultor Tonnini. Representa el árbol de la vida con cuatro ramas que contienen los símbolos de los evangelistas. En los cuatro rollos están grabados, en latín, los pasajes de los evangelios que relatan la agonía de Jesús. Al pie del árbol se cincela el escudo de la Custodia con la cruz de Tierra Santa y los dos brazos cruzados de Jesús y San Francisco. , llevando en la palma de la mano los signos respectivamente de las heridas de la crucifixión y de los estigmas.
Más allá del portal, un sugerente olivo en bronce, del artista S. Gabai, con frondas retorcidas y retorcidas como los olivos centenarios del jardín sagrado, decora la ventana de la brújula. La fuerte luz del sol se filtra dentro de la iglesia a través de las ramas del árbol, una representación de los olivos que fueron testigos silenciosos de la agonía de Jesús.
El amplio espacio, interrumpido solamente por dos filas de seis columnas rosadas que sostienen las doce bóvedas rebajadas, reproduce, con dimensiones más amplias, la iglesia teodosiana de planta basilical con tres naves coronadas por ábsides semicirculares.
Según el proyecto de Barluzzi, todos los elementos debían contribuir a evocar el ambiente nocturno de aquel jueves de Pascua, cuando, entre el ramaje de los olivos y a la luz de la luna llena, Jesús experimentó la agonía y el abandono en la voluntad del Padre.
Para el interior, el arquitecto concibió la iluminación como el elemento característico: los grandes ventanales de las paredes laterales, con vidrios opalescentes de colores violáceos, crean una sombría penumbra que contrasta fuertemente con la blanca luminosidad exterior. La luz, filtrada por los orificios geométricos en toda la gama del violeta, entra al templo dibujando el signo de la cruz.
Esta ambientación nocturna creada en el interior de la basílica se intensifica con la decoración de los mosaicos de las doce bóvedas, en las que, sobre un fondo azul oscuro, brilla un cielo estrellado enmarcado en ramas de olivo. En el centro de cada una de las bóvedas están representados diversos motivos que aluden a la pasión y muerte de Jesús y el escudo de la Custodia de Tierra Santa. En recuerdo de las naciones que contribuyeron a la realización de la Basílica, se reproducen sus escudos y banderas en las cúpulas y en los mosaicos del ábside. Comenzado por el ábside de la nave izquierda, figuran Argentina, Brasil, Chile y México; en la nave central: Italia, Francia, España e Inglaterra; en la nave derecha: Bélgica, Canadá, Alemania y Estados Unidos. En razón de esta colaboración internacional, la iglesia se denomina también «Basílica de las Naciones».
Para la decoración del suelo, el arquitecto tuvo el innovador acierto de reproducir los mosaicos y la planta de la antigua basílica teodosiana, sobre la que se alza la actual basílica. Las bandas de piedra gris siguen el perímetro de los muros de la iglesia bizantina y van acompañadas por una línea de mármol blanco y negro en zigzag, que indica la posición de los canales de drenaje del agua de lluvia que era conducida hasta la cisterna. Por su parte, el artista Pedro D’Achiardi, tomando como modelo los fragmentos de mosaico encontrados en las excavaciones, reconstruyó el diseño de los motivos geométricos de los mosaicos del siglo IV: recorriendo la basílica se van encontrando pequeñas ventanas de cristal que permiten observar las teselas del mosaico original.
Mientras que, en las naves laterales, la fiel reproducción del mosaico antiguo muestra recuadros con diseños geométricos, ribeteados por marcos de cintas entrelazadas, para la nave central se prefirió un diseño original, aunque con los mismos colores de las teselas que formaban el antiguo mosaico. El nuevo mosaico se basa en motivos tradicionales del arte bizantino del siglo IV: una orla de volutas de hojas de acanto con flores y aves sobre un fondo negro enmarca el sobrio panel central, que representa, dentro de una trenza, una cruz patada redondeada, cuyo centro muestra el llamado monograma constantiniano, compuesto por las dos primeras letras de XPISTOS (“Cristo”, en griego: X y P, “ji” y “ro”), que era ya usado por los primeros cristianos.
Al entrar a la basílica, la mirada se eleva directamente hacia la escena de la agonía de Jesús, representada en el ábside central. La composición, ideada por el maestro Pedro D’Achiardi, es deliberadamente sencilla y con formas estilizadas, a fin de ayudar al observador a identificarse con la humanidad de Jesús, con la tristeza del Hombre-Dios que elige libremente someterse a la voluntad del Padre.
En el centro aparece Jesús, postrado sobre la roca, que le sirve de apoyo, en el marco nocturno del huerto de los olivos. Los tres apóstoles, que se quedaron dormidos «por la tristeza» (Lc 22,45), se dejan ver un poco más lejos, tras los árboles. La oscura bóveda celeste acentúa la ambientación nocturna, en la que resplandece desde lo alto un ángel que baja para confortar a Cristo. El Comisariado Húngaro sufragó los gastos para la realización del mosaico; por ello aparece su enseña nacional en la base del mosaico, junto al escudo de la Custodia de Tierra Santa. La escena representada corresponde a la narración del evangelista Lucas, de donde proceden los versículos en latín más densos de sentido: «Y se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba. En medio de su angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre» (Lc 22, 43-44).
Los mosaicos de los dos ábsides laterales son obra de Mario Barberis. A pesar de la diversidad artística y de composición de estos dos mosaicos con respecto al central, la utilización de la misma gama cromática y la idéntica ambientación nocturna en el escenario del huerto de los olivos confieren a todo el conjunto una ajustada uniformidad.
En el ábside de la nave izquierda está representado el beso con el que Judas traicionó a Jesús, como signo acordado con los guardias y los sumos sacerdotes para identificarlo. La traición, narrada por los cuatro evangelistas, está representada con un Jesús abrazado por Judas en el centro, los apóstoles coronados con aureola a la izquierda y los guardias que se alumbran con una antorcha a la derecha (Mt 26,49; Mc 14,45; Lc 22,47; Jn 18,3). La enseña de Irlanda, que sufragó los gastos de la obra, figura en la parte inferior derecha.
El eje de la basílica es, sin duda, la desnuda roca expuesta a la veneración, práctica que, como en todos los santos lugares, entronca con la continuidad de las antiguas costumbres. La devoción antigua estaba asociada a las llamadas «Rocas de los Apóstoles», meta de los peregrinos antes de la construcción de la basílica moderna. Por lo demás, las excavaciones han confirmado que la veneración de la roca desnuda también se practicaba en el interior de las iglesias cruzada y bizantina, de forma que los fieles podían tocar aquella misma piedra, testigo del sudor de sangre y de los sufrimientos de Jesucristo.
También hoy los peregrinos pueden tocar y venerar la roca en el presbiterio, a los pies del altar, dentro de una balaustrada que imita el estilo paleocristiano y que separa el presbiterio de la nave central. La roca actual, que tras casi un siglo de devoción ya empieza a mostrar signos de la veneración de los peregrinos, está cercada por una corona de espinas entrelazadas, realizada en hierro forjado y plata, con una altura de treinta centímetros y ligeramente inclinada hacia la roca. Es obra del artista Alberto Gerardi y está coronada por dos palomas moribundas de plata que decoran las esquinas y por tres cálices de los que beben dos palomas, uno en cada lado del recinto: todos los símbolos aluden a la pasión de Cristo y su martirio.
En los ábsides se conserva la roca natural, en la que se puede apreciar todavía el antiguo cincelado. Sobre esa roca apoyan los muros de la basílica. Estas rocas fueron esculpidas para poder construir la basílica bizantina y siempre fueron veneradas como parte de las «Rocas de los Apóstoles», todavía visibles en la parte posterior de la iglesia; allí situaba la antigua tradición el lugar en el que los tres apóstoles elegidos por Jesús como testigos de su agonía habían venido otras veces a velar en oración. Quedan in situ los únicos restos de la basílica teodosiana: una piedra en el ábside derecho y dos en el izquierdo, con vestigios del antiguo canal de drenaje para el agua de lluvia.
Atravesando el pórtico de la basílica, hacia el sur, son visibles las ruinas de la antigua basílica cruzada dedicada al Salvador, de mediados del siglo XII. Se trata de los primeros restos encontrados a finales del siglo XIX y excavados por los franciscanos a partir de 1909. La iglesia fue construida ligeramente desplazada respecto al eje de la anterior iglesia bizantina y era de mayores dimensiones. Constaba de tres naves con pilares cruciformes y ábsides semicirculares; una restauración posterior sustituyó los pilares por enormes pilastras octogonales.
Las excavaciones y la ulterior construcción de la basílica moderna ocasionaron el rebajamiento de los niveles originales de la iglesia: han quedado así a la vista los imponentes muros perimetrales y el peñasco que se eleva por la parte de los ábsides y que también podía observarse dentro del templo cruzado.
Como testimonio de la rica decoración de la iglesia queda sólo un fragmento de fresco con una cara de ángel, hoy conservado en el museo arqueológico del Studium Biblicum Franciscanum, en el Convento de la Flagelación de Jerusalén. La aureola con una cruz enjoyada que se ve al lado del rostro del ángel se le atribuye a la figura de Cristo. De esta forma, las interpretaciones de la escena representada serían dos: se trataría de la agonía descrita por Lucas, cuando un ángel se le apareció a Jesús para confortarlo; o bien representaría la majestad de Cristo, sentado en un trono y rodeado de arcángeles.
No todos los restos de columnas y capiteles que se pueden ver aquí y allá en el recinto corresponden a las iglesias bizantina o cruzada de Getsemaní. De hecho, se conservan aquí incluso las columnas de la Anástasis de la Basílica del Santo sepulcro, sustituidas en la restauración del siglo pasado.
La Gruta llamada comúnmente «de Getsemaní» se encuentra a la derecha de la Tumba de la Virgen y se abre al fondo de un pasadizo. La tradición, a partir del siglo IV, sitúa en esta gruta la traición de Judas. Por tanto, siguiendo los lugares de la memoria, Jesús, después de su agonía en el Huerto de los Olivos, volvió a la gruta para reencontrarse con los apóstoles y allí lo abordó Judas con los guardias.
Los franciscanos entraron en posesión de la gruta en 1361 y, a diferencia de lo que ocurre con la Tumba de la Virgen, mantienen dicha propiedad. Tras un aluvión ocurrido en 1955, la Custodia de Tierra Santa llevó a cabo unas excavaciones arqueológicas, dirigidas por el padre Virgilio Corbo, que permitieron estudiar la estructura de la cueva y realizar interesantes descubrimientos.
La gruta mide 19x10 metros. Siempre ha mantenido una fisonomía bastante natural, a pesar de las muchas transformaciones que ha sufrido. En un principio debía de ser un espacio de tipo agrícola, con cisternas y canalillos de agua y tal vez una prensa de aceite. A partir del siglo IV se convirtió en iglesia rupestre con finalidad funeraria. En la época cruzada, su bóveda fue decorada con pinturas de estrellas y escenas evangélicas.
La actual entrada data de 1655, cuando un aluvión volvió impracticables las entradas precedentes. Unos escalones conducen al interior de la gruta. La bóveda, rocosa y decorada, en parte natural y en parte tallada artificialmente, está sustentada sobre pilares, también éstos parcialmente naturales. Una reciente restauración ha consistido en limpiar la bóveda, pintada en la época cruzada, de forma que han salido a la luz los frescos y numerosos grafitos dejados por los peregrinos. El cielo, pintado con estrellas de varios colores sobre un fondo blanco, deja espacio en el presbiterio a un ciclo pictórico del que queda alguna huella y que probablemente presentaba tres escenas: la oración de Jesús en el huerto, Cristo con los apóstoles y el ángel que consuela al Salvador.
Se ha conservado una inscripción en latín a la derecha del presbiterio, compuesta por tres líneas con letras mayúsculas en blanco sobre un fondo rojo y negro. La traducción propuesta dice así: “Aquí el Rey Santo sudó sangre. Cristo, el Señor, frecuentaba estos lugares a menudo. Padre mío, si quieres, aleja de mí este cáliz”. Probablemente otras inscripciones como esta separaban las escenas representadas con el fin de describirlas.
Las pinturas realizadas al fresco son obra del artista Umberto Noni. La que está justo detrás del altar representa la oración diaria de Jesús entre los apóstoles, ambientada en el interior de una gruta como ésta de Getsemaní.
Dando la espalda al altar, a la izquierda de la escalera de entrada, se puede observar parte de la antigua cisterna, utilizada originalmente como depósito de agua y transformada en la época bizantina en cementerio. Una abertura en el suelo permite ver parte del fondo de la cisterna, con un trazado dividido en al menos cinco tumbas separadas por tabiques. Dentro de la cisterna, en la pared sur, fue realizada una tumba de arcosolio. La entrada bizantina a la gruta estaba ubicada en este lado, encima de la cisterna. Por una abertura cuadrada practicada en la base del muro se ven los escalones que, desde el lado norte, conducían al cementerio. Frente a la entrada bizantina se conserva, en el suelo, un fragmento de mosaico realizado con teselas blancas con una inscripción griega en teselas rojas y encuadrada en negro. Se trata de una inscripción funeraria de la que queda sólo la primera línea, que dice: “Señor, concede el descanso...”.
El Huerto de los olivos de Getsemaní, uno de los lugares más sagrados de la cristiandad –memoria viva de la agonía del Señor antes de su arresto- hoy puede ser conocido más a fondo por todos los creyentes.
Ya se conocen finalmente los resultados de la investigación científica promovida por la Custodia de Tierra Santa sobre los ocho árboles del milenario jardín. La investigación, iniciada en 2009, ha durado tres años y ha sido realizada por un equipo de investigadores del Consejo nacional de investigaciones (CNR, en sus siglas en italiano) y de distintas universidades italianas. El estudio ha sido presentado hoy, a las 11.30, en la Sala Marconi de Radio Vaticana, en Roma. Junto al padre custodio, fray Pierbattista Pizzaballa, han sido los profesores fray Máximo Pazzini, decano del Studium Biblicum Franciscanum de Jerusalén, el profesor Giovanni Gianfrate, coordinador del proyecto, agrónomo y experto en la historia del olivo mediterráneo, y el profesor Antonio Cimato, coordinador de la investigación científica, investigador principal del Instituto de evaluación de la madera y de las especies arbóreas (Ivalsa/Cnr Florencia), quienes han explicado a los periodistas el valor y el sentido de los resultados de la investigación.
Los resultados de la investigación han revelado que el tronco de tres de los ocho olivos (los únicos con los que ha sido técnicamente posible realizar el estudio) se remonta a mediados del siglo XII. Por eso, las plantas tendrían una edad confirmada de alrededor de novecientos años. Sin embargo, hay que hacer una precisión: la data indicada se refiere solamente al epigeo de la planta, es decir, la parte aérea (el tronco y las ramas). De hecho, la misma investigación ha demostrado que el hipogeo, la parte subterránea (la raíz), es ciertamente más antiguo.
El éxito de la investigación, además, se debe contrastar con las antiguas crónicas de viaje de peregrinos, según las cuales, la segunda basílica de Getsemaní fue construida entre el 1150 y el 1170, período durante el cual los cruzados se dedicaron a la reconstrucción de las grandes iglesias de Tierra Santa, y de Jerusalén en particular. Parece por tan tanto verosímil que, con ocasión de la construcción de la basílica de Getsemaní, se rediseñara también el huerto, realizando una intervención de recuperación de los olivos presentes en aquel tiempo. Otro resultado de gran interés es el surgido al definir los investigadores la impronta genética (fingerprinting) de las ocho plantas. Los análisis de regiones particulares de ADN han descrito «perfiles genéticos idénticos» entre los ocho individuos. Tal conclusión revela la peculiaridad de que los ocho olivos son, utilizando un término metafórico, «gemelos» entre sí y, por lo tanto, pertenecientes al mismo «genotipo». Esto solo puede significar una cosa: que los ocho olivos son todos «hijos» del mismo ejemplar. Además, se puede decir que, en un momento preciso de la historia –en el siglo XII, aunque probablemente mucho antes-, se plantaron en el jardín de Getsemaní porciones de ramas más o menos gruesas (esquejes de ramos) obtenidas de una misma planta, el mismo procedimiento que hoy día siguen utilizando los jardineros palestinos. Podríamos preguntarnos en qué momento, a lo largo de los siglos, se plantaron dichos esquejes. Por los Evangelios sabemos que, en tiempos de Jesucristo, los olivos ya estaban presentes y eran adultos. Su posterior existencia está testimoniada por un atento examen comparado de las descripciones del Santo Lugar realizadas por historiadores y peregrinos en el curso de los siglos.
Fray Pierbattista Pizzaballa, presentando los resultados de la investigación ha declarado que «para todo cristiano, los olivos del Huerto de Getsemaní constituyen una referencia "viva" de la Pasión de Cristo; del testimonio de la obediencia absoluta al Padre, incluso en el sacrificio de su persona por la salvación del hombre, de todos los hombres; y son también indicación y memoria de la disponibilidad que el hombre debe tener para "hacer la voluntad de Dios", única forma de distinguirse como creyente. En este lugar Cristo oró al Padre y se entregó a Él para superar la angustia de la muerte, la Agonía, la Pasión y la terrible ejecución en la cruz, confiando en la victoria final, la resurrección y la redención de los hombres.
Estos olivos multiseculares representan el "enraizamiento" y la "continuidad generacional" de la comunidad cristiana de la Iglesia Madre de Jerusalén. Como estos olivos –plantados, quemados, arrancados y de nuevo germinados, en el transcurso de la historia, de una cepa "inagotable"- así la primera comunidad cristiana sobrevive vigorosa, animada por el Espíritu de Dios, a pesar de los obstáculos y persecuciones».
Un proyecto para preservar la Iglesia de Getsemaní y formar a los restauradores y trabajadores de mosaicos del mañana.
El proyecto
La restauración y conservación se llevaron a cabo a través de la coordinación de la Asociación pro Terra Sancta y Mosaic Center de Jericó, bajo la supervisión científica de un comité especial del Studium Biblicum Franciscanum.
Los objetivos del proyecto son los siguientes:
- preservar y restaurar desde un punto de vista arquitectónico y artístico, una de las zonas más importantes de los Santos Lugares de Jerusalén y de toda la Tierra Santa.
- proporcionar formación a los jóvenes de Jerusalén a través de un curso práctico sobre restauración de mosaicos.
- profundizar en la concienciación del valor histórico y artístico de este santo lugar entre la población local y en la comunidad internacional.

Las actividades previstas incluyen:
- La documentación y la limpieza de los mosaicos que cubren el interior y, a veces la fachada exterior de la Basílica.
- Restauración del techo de la Basílica de la planta, y todas las piezas dañadas, tanto internos como externos.
- Realización de cursos prácticos de restauración de los mosaicos para los jóvenes de Jerusalén, en poder de los expertos locales del Centro Mosaico de Jericó.
- Organización de actividades y visitas a la Basílica para los jóvenes de las escuelas de Jerusalén.
Conseguido a través de la restauración de la Basílica de Getsemaní a los numerosos peregrinos que vienen a la Tierra Santa ahora pueden continuar para visitar y celebrar en uno de los lugares santos más importantes de Jerusalén. Al mismo tiempo, la comunidad local ha estado involucrado en la preservación del patrimonio histórico y artístico de esta ciudad, formando y restauradores de mosaico y el aumento de la unión de los jóvenes locales con el territorio, tan rico en historia.
Introducción
El Huerto de Getsemaní, el «Molino de aceite», es citado por Mateo y Marcos como el lugar en el que comenzó verdaderamente el drama de la pasión de Jesús. La debilidad humana de aquel momento de tristeza y angustia queda sintetizada en la oración de Jesús, que por tres veces pide al Padre «que pase el cáliz», una expresión bíblica que indica la terrible suerte que Dios reservaba a sus adversarios.
A los discípulos dormidos, Jesús les recuerda la necesidad de orar para «no caer en tentación». También en la oración del Padrenuestro había introducido Jesús este contenido: pedir a Dios Padre que no deje abandonados a sus hijos en el momento de la tentación, sino que les de fuerzas para superarla.
Mateo narra el saludo de Judas acompañado por un beso: era una costumbre habitual de cortesía entre los pueblos orientales e denotaba una estrecha relación de amistad. A esta amistad no renuncia Jesús, llamando ‘amigo’ al propio Judas.
Por otra parte, Mateo dedica un amplio espacio a la reacción de Jesús contra uno de los discípulos que, espada en mano, cortó una oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús condena la acción ofreciendo dos argumentos: por un lado, la exaltación de la no violencia y del perdón; por otro, la certeza de que su arresto formaba parte del designio que Dios había trazado e inspirado en las Escrituras de los profetas.
Texto
36 Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar». 37 Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia. 38 Entonces les dijo: «Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo». 39 Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú». 40 Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: «¿No habéis podido velar una hora conmigo? 41 Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil». 42 De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad». 43 Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño. 44 Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. 45 Volvió a los discípulos, los encontró dormidos y les dijo: «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. 46 ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega».
47 Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. 48 El traidor les había dado esta contraseña: «Al que yo bese, ese es: prendedlo». 49 Después se acercó a Jesús y le dijo: «¡Salve, Maestro!». Y lo besó. 50 Pero Jesús le contestó: «Amigo, ¿a qué vienes?». Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano y lo prendieron. 51 Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. 52 Jesús le dijo: «Envaina la espada: que todos los que empuñan espada, a espada morirán. 53 ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles. 54 ¿Cómo se cumplirían entonces las Escrituras que dicen que esto tiene que pasar?». 55 Entonces dijo Jesús a la gente: «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como si fuera un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me prendisteis. 56 Pero todo esto ha sucedido para que se cumplieran las Escrituras de los profetas». En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
(Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española, 2010).
Introducción
También el evangelista Marcos narra la noche de angustia y de intensa oración de Jesús, abandonándose definitivamente a la voluntad del Padre, seguida de la traición de Judas. Marcos subraya que la oración de Jesús al Padre fue una plegaria llena de confianza y de familiaridad. En el texto de Marcos, Jesús se dirige a Dios Padre con el término ‘Abba’, una palabra que la tradición judía nunca había usado en relación a Dios. Por otra parte, esta expresión ‘Abba’ sólo se emplea aquí en todos los evangelios, subrayando la profunda intimidad entre Dios y su hijo Jesús en el momento en el que éste se sintió más necesitado del amor del Padre.
Marcos es también el único que añade un detalle anecdótico, quizás de índole personal: se trata del joven que escapa de los guardias soltando la sábana y quedándose desnudo. Podría tratarse de un recuerdo autobiográfico: Marcos era de Jerusalén y el mismo huerto de Getsemaní tal vez pertenecía a su familia; aquella noche se habría quedado a dormir allí, cubierto sólo por una sábana.
Texto
32 Llegan a un huerto, que llaman Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí mientras voy a orar». 33 Se lleva consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir espanto y angustia, y les dice: 34 «Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad». 35 Y, adelantándose un poco, cayó en tierra y rogaba que, si era posible, se alejase de él aquella hora; 36 y decía: «¡Abba!, Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres». 37 Volvieron, y al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro: «Simón ¿duermes?, ¿no has podido velar una hora? 38 Velad y orad, para no caer en tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es débil». 39 De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. 40 Volvió y los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se les cerraban. Y no sabían qué contestarle. 41 Vuelve por tercera vez y les dice: «Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. 42 ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega».
43 Todavía estaba hablando, cuando se presenta Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. 44 El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles: «Al que yo bese, es él: prendedlo y conducidlo bien sujeto». 45 Y en cuanto llegó, acercándosele le dice: «¡Rabbí!». Y lo besó. 46 Ellos le echaron mano y lo prendieron. 47 Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. 48 Jesús tomó la palabra y les dijo: «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como si fuera un bandido? 49 A diario os estaba enseñando en el templo y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras». 50 Y todos lo abandonaron y huyeron. 51 Lo iba siguiendo un muchacho envuelto sólo en una sábana; y le echaron mano; 52 pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.
(Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española, 2010).
Introducción
De todos los evangelistas, Lucas es el único que recuerda el «sudor de sangre» causado por la profunda angustia de Jesús, que en aquel momento de oscuridad recibió del Padre el consuelo de un ángel. El fenómeno físico de la hematohidrosis se puede producir como efecto de un fortísimo sufrimiento físico y el evangelista, que según la tradición era médico, lo atribuye a la agonía (del griego ‘agonía’: lucha) de Jesús contra «el poder de las tinieblas».
El «poder de las tinieblas» que ostentaban los que vinieron a prender a Jesús tiene al menos una doble interpretación: literal y bíblica. Tal como argumentó Jesús, su arresto ocurrió de noche, es decir, en medio de las «tinieblas», de forma que la muchedumbre, que lo escuchaba de día, no pudiese intervenir en su ayuda. Pero, desde el punto de vista bíblico, a las «tinieblas» está asociada la ausencia de Dios y son así imagen de todo lo relacionado con el mal y el pecado.
El evangelista Lucas es también el único que narra el gesto de piedad que Jesús realizó en favor del criado del sumo sacerdote, curándole la oreja herida por la espada de uno de sus discípulos.
Texto
39 Salió y se encaminó, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. 40 Al llegar al sitio, les dijo: «Orad, para no caer en tentación». 41 Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba 42 diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». 43 Y se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba. 44 En medio de su angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre. 45 Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la tristeza, 46 y les dijo: «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en tentación».
47 Todavía estaba hablando, cuando apareció una turba; iba a la cabeza el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. 48 Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?». 49 Viendo los que estaban con él lo que iba a pasar, dijeron: «Señor, ¿herimos con la espada?». 50 Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. 51 Jesús intervino, diciendo: «Dejadlo, basta». Y, tocándole la oreja, lo curó. 52 Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra él: «¿Habéis salido con espadas y palos como en busca de un bandido? 53 Estando a diario en el templo con vosotros, no me prendisteis. Pero esta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas».
54 Después de prenderlo, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos.
(Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española, 2010).
Introducción
Juan no presenta a Jesús como el siervo sufriente de Isaías (cf. Is 42; 49; 50; 52-53). El Jesús de Juan lleva a cumplimiento, a través de su pasión, la misión a la que estaba destinado; su misma muerte en cruz es su glorificación (Jn 12,20-33).
Juan omite la agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos. Se dedica más bien a mostrar que Jesús no es simplemente uno a quien Judas traicionó, sino aquel que se ofrece voluntariamente para beber el «cáliz» que le ha dado el Padre.
A diferencia de los sinópticos, Juan no nombra ni el Monte de los Olivos ni Getsemaní, sino el Torrente Cedrón, el valle que separa el Monte del Templo del Monte de los Olivos.
Mientras que los otros evangelistas son imprecisos a la hora de señalar al culpable del incidente con el criado del sumo sacerdote, Juan no sólo especifica el nombre de la víctima, Malco, sino que identifica a Simón Pedro como responsable de la herida de su oreja derecha. Este gesto es interpretado como la voluntad, por parte de Pedro, de imponer una marca infamante. Además, Juan precisa que el arresto de Jesús fue llevado a cabo por una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, situación más real respecto a la indicada por Lucas, que incluye entre los presentes a los mismos sumos sacerdotes y a los oficiales del templo.
Testo
1 Después de decir esto, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. 2 Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. 3 Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. 4 Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: «¿A quién buscáis?». 5 Le contestaron: «A Jesús, el Nazareno». Les dijo Jesús: «Yo soy». Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. 6 Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. 7 Les preguntó otra vez: «¿A quién buscáis?». Ellos dijeron: «A Jesús, el Nazareno». 8 Jesús contestó: «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos». 9 Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste». 10 Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. 11 Dijo entonces Jesús a Pedro: «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».
12 La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron 13 y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; 14 Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo».
(Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española, 2010).
Nacimiento y desarrollo del ejercicio piadoso de la Hora Sancta.
En 1674, Jesús se le apareció a una sencilla mujer, Santa Margarita María Alacoque (1647-1690), durante la adoración del Santísimo. No era la primera vez que Cristo se le manifestaba mostrándole su Corazón, pero en esta ocasión Jesús le pidió una «Hora Santa» de reparación, que habría de celebrar cada noche del jueves al viernes, de once a doce. Durante este tiempo de oración, Jesús le haría partícipe de su tristeza en Getsemaní.
La difusión de esta práctica piadosa por todo el mundo católico estuvo muy relacionada con la popularidad que encontró en los siglos XVIII y XIX el culto al Sagrado Corazón de Jesús. La Hora Santa se fundamenta en tres grandes dimensiones que aparecen en los escritos de Margarita María: la oración de reparación, la unión con Cristo sufriente en Getsemaní, las expresiones de humillación.
En mayo de 1930 se celebró en Paray-le-Monial el primer centenario de la institución de la Hora Santa. A invitación de la Archicofradía de la Hora Santa, todo el orbe católico se unió para celebrar juntos la Hora Santa.
También el padre Custodio, Aurelio Marotta, dispuso que en Getsemaní, en el mismo lugar en el que Jesús padeció su particular Hora Santa, se celebrara esta práctica piadosa durante la noche. Tres años después, el 6 de abril de 1933, que era el jueves anterior a la Semana Santa, ante la piedra de la agonía en la Basílica de Getsemaní, el padre Custodio Nazareno Jacopozzi instituyó canónicamente la Cofradía de la Hora Santa, afiliada a la cofradía madre de Paray-le-Monial.
La Cofradía tuvo rápidamente numerosos inscritos de todo el mundo (en un año alcanzó los 21 500 cofrades y en tres años llegaron a 92 482). A quien formaba parte de ella se le pedía realizar el ejercicio de la Hora Santa en la tarde o la noche de cada jueves, recibiendo así indulgencia plenaria. Y la misa cantada que los frailes franciscanos celebraban en Getsemaní los jueves se aplicaba en sufragio por los inscritos en la cofradía.
Actualmente, la práctica de la Hora Santa ante la piedra de la agonía se sigue celebrando institucionalmente los primeros jueves de mes a las 16:00 horas. Además, todos los peregrinos que lo piden pueden celebrar su hora Santa en Getsemaní durante su peregrinación a Tierra Santa.
La Hora Santa del Jueves Santo
Cada año, en la noche del Jueves Santo, toda la comunidad franciscana se reúne junto con los fieles que llegan a Jerusalén para celebrar la Pascua y durante una hora velan y oran junto a Jesús.
Se proclaman en árabe, hebreo, alemán, inglés, francés, español, italiano y otras muchas lenguas los textos evangélicos que hacen referencia al lugar exacto en el que Jesús, antes de su arresto, sudando sangre, se abandonó a la voluntad del Padre y a su destino de sufrimiento y humillación.
La celebración recuerda los tres momentos principales narrados por los evangelios, que se corresponden con los tres santuarios que forman parte del entorno de Getsemaní: el Huerto de los Olivos, la Piedra de la Agonía y la Gruta de la Traición. Los textos que se proclaman son:
El anuncio de Jesús sobre las negaciones de Pedro (Mt 26,30-35; Mc 14,26-31; Lc 22,31-37);
La agonía de Cristo y su oración en el Huerto de los Olivos (Lc 22,39-46; Mt 26,36-46; Mc 14,32-42);
La detención por parte de los guardias (Mt 26,47-56; Mc 14,43-52; Lc 22,47-54).
Cada uno de los momentos, intercalados con breves tiempos de silencio, empieza con la lectura de Salmos, que trata de preparar a los fieles para la escucha del texto evangélico, seguido por una oración conclusiva.
En recuerdo del sudor de sangre que cayó sobre las rocas del huerto aquella noche, cuando Jesús vivió en oración intensa las horas previas a su detención, el padre Custodio esparce pétalos sobre la roca desnuda expuesta ante el altar y se inclina para besarla. Tras él, todos los fieles se prostran, tocan, besan y veneran la misma piedra que fue testigo de la agonía de Cristo.
https://www.horasancta.org/es
El Eremitorio de Getsemaní ofrece la posibilidad de orar en soledad siguiendo el ejemplo de Jesús que, en la noche de Getsemaní, AQUÍ vino a recogerse en soledad en diálogo personal con el Padre.
En esta comprensión del Lugar invitamos a todos los peregrinos al delicado respeto de dejarse tomar de la mano por el Señor que nos habla hoy.
Por ello, se intuye que el Eremitorio de Getsemaní se realizó exclusivamente para la oración y no es ni una meta turística ni un albergue para visitar Tierra Santa.
El Eremitorio acoge a todos: hombres y mujeres, presbíteros, religiosos y laicos en el respeto al camino de cada uno.
Horario de apertura del Santuario de Getsemaní:
Horario de verano (abril-septiembre): de 8:00 a 18:00
Horario de invierno (octubre-marzo): de 8:00 a 17:00
Horas de la cueva de Getsemaní
Verano: 8:00 - 12:00 / 14:30 - 18:00
Invierno: 8:00 - 12:00 / 14:30 - 17:00
Celebración de la Misa conventual:
Todos los días a las 6:00 (en italiano), el domingo a las 7:00 am.
Todos los jueves a las 16:00 horas, en italiano.
Los domingos, tras la Misa a las 16:00 se celebra la adoración eucarística.
Hora Santa
De lunes a sábado a las 20: 00 a 21: 00 - Hora Santa Internacional de reserva en la Oficina del Peregrino franciscanos - FPO.
Los primeros jueves de mes, a las 20:30 horas antorchas alrededor all'Orto Sagrado..
Fiestas y celebraciones a lo largo del año:
Periodo cuaresmal: Segunda semana de Cuaresma: Peregrinación con Misa solemne.
Semana Santa: Miércoles santo: Misa solemne con canto de la Pasión; Jueves santo: Hora Santa.
Solemnidad de la Preciosísima Sangre de Cristo – 1 de julio.
Solemnidad de la Asunción de la Virgen María – 14/15 de agosto.
Para cualquier tipo de celebración en el santuario es necesario hacer una reserva, que se realiza en esta dirección:
Franciscan Pilgrims' Office - FPO
tel: +972 2 6272697 E-mail: fpo@cicts.org
Los grupos católicos pueden celebrar la Santa Misa o la Hora Santa en las horas que se indican a continuación:
Día de la semana:
Mañana: 8:00 – 9:00 – 10:00 - 11:00
Tarde: 15:00 – 16:00 (invierno) 17:00 (Verano)
Domingos y festivos:
mañana: 9:00 - 10:00-11:00
por la tarde 15:00 (invierno-verano).
El servicio del Santuario está confiado a la Comunidad Franciscana de Getsemaní. Un fraile está siempre presente en el santuario al servicio de la acogida y atención a los peregrinos. Igualmente, siempre hay un sacerdote disponible para celebrar el Sacramento de la Reconciliación.
El Eremitorio, junto a la Basílica, forma parte del servicio que ofrece la Comunidad de Getsemaní. Este lugar, rodeado de grandes jardines, ofrece la posibilidad de orar en soledad, a ejemplo de Jesús, durante un periodo prolongado. Para información y reserva:
GETHSEMANE: CONVENTO
c/o FRATI FRANCESCANI POB 19094
91190 Jerusalem
Tel. +972 - 2 - 6266444
Fax +972 - 2 - 6261515
EREMITORIO DE GETSEMANÍ
Tel. +972 - 2 - 6266430
Fax +972 - 2 - 6260394
romitaggio@sitifattibene.com
página web romitaggio
Los santos lugares de Getsemaní están abiertos a todos. La misma santidad del lugar requiere respeto y silencio. En concreto, las explicaciones concernientes a la visita deben realizarse en el exterior.