El corazón de la ciudad vieja de Jerusalén para los cristianos es la basílica del Santo Sepulcro, conocida por los habitantes locales como “iglesia de la resurrección”: en su interior se encuentran el Calvario, lugar de la crucifixión y muerte de Jesús, y la Tumba de Cristo, desde la que el Hijo de Dios resucitó al tercer día. Los dos Santos Lugares están relacionados y son inseparables, como lo es el misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo que tuvo lugar allí y se realiza continuamente. Desde hace ochocientos años, los frailes franciscanos de la Orden de Frailes Menores son los custodios del Santo Sepulcro en nombre de la Iglesia católica, y comparten la propiedad de la basílica con la Iglesia greco-ortodoxa y la Iglesia apostólica armenia.
De cantera a jardín
El Calvario, tal y como testimonian los Evangelios, debía encontrarse en las afueras de la ciudad, en una zona dedicada a sepulcros. Pero, ¿cómo se presentaba esta zona en tiempos de la crucifixión y resurrección de Cristo?
Las excavaciones arqueológicas de la segunda mitad del siglo XX demostraron la existencia de una vasta cantera para la extracción de la piedra malaki, situada a penas fuera de las murallas, y que se utilizaba desde el siglo VIII al I a.C. para construir los edificios de los ciudadanos.
Cuando se abandonó la cantera esta zona se utilizó para pequeños huertos y jardines cultivables y en sus paredes rocosas, a lo largo de la colina, se realizaron una serie de tumbas de familia.
El mismo Gólgota, el “monte” en el que se clavaron las cruces, debía aparecer como el pico de una roca más elevado y separado de la colina, un lugar adecuado para la ejecución demostrativa de las penas capitales.
Desde que Herodes Agrippa en el 41-42 d.C. amplió el circuito de la muralla de Jerusalén hacia el noroeste, el Gólgota empezó a formar parte de la ciudad, y de lugar aislado con el tiempo, se transformó en parte integrante y centro de la ciudad.
Ælia Capitolina
Una consecuencia importante de las rebeliones judías contra la dominación romana fue la destrucción de Jerusalén y la edificación de una nueva ciudad, la colonia romana de Elia Capitolina, dedicada al emperador Adriano que había deseado su construcción. Jerusalén se transformó así en una ciudad con características griego-romanas, dotada de cardo y templos dedicados a las divinidades romanas para borrar todos los recuerdos judíos. En esta nueva distribución urbana, el huerto del Gólgota se encontraba en el centro de la ciudad. En esta misma área se erigió un templo pagano construido sobre un terraplén que selló los restos más antiguos, tal y como cuentan los testimonios de Eusebio, obispo de Cesarea en el siglo IV y de San Girolamo, que vivió en Belén desde el 386 hasta su muerte.
La época de Constantino
En el 324-325 por encargo de Constantino, el obispo de Jerusalén Macario, inició la destrucción de los edificios paganos construidos en el Gólgota, con el fin de buscar la tumba vacía de Cristo. Con gran sorpresa y en contra de cualquier expectativa, el historiador Eusebio transmitió el relato del descubrimiento de la “gruta más santa de todas”, la que había sido testigo de la resurrección del Salvador.
Después del descubrimiento de la tumba y del pico rocoso del Gólgota, los arquitectos constantinopolitanos proyectaron un complejo de edificios articulado e imponente destinados a usos litúrgicos específicos.
La obra de Constantino, que fue inaugurada oficialmente el 13 de septiembre del 335, modificó la geología de la zona para realizar un complejo de edificios que culminaban en la Anastasis con la tumba de Cristo en el centro. A lo largo del cardo columnizado de la ciudad se erigía la escalinata que llegaba hasta el atrio donde, a través de tres puertas, se accedía a la basílica del Martyrion.
La basílica debía de ser magnificente con sus cinco naves divididas por columnas y pilares que sostenían un techo artesonado dorado. En el fondo de la basílica, a través de dos puertas colocadas al lado del ábside, se llegaba al patio exterior, rodeado por tres lados de pórticos, y en la esquina sureste se elevaba, en su aspecto natural, la roca del Gólgota.
Desde el tripórtico se sostenía imponente la fachada del grandioso mausoleo del Anastasis: el edificio fue concebido como una gran cuenca circular que en el centro tenía el Edículo de la Tumba, rodeado de columnas y pilares que formaban un deambulatorio superado por una galería superior.
Una gran cúpula con óculo abierto se elevaba sobre el Anastasis y hacía que la basílica fuera visible desde toda la ciudad. Por último, en el exterior a lo largo del lateral norte del Anastasis, encontraron espacio los ambientes destinados al Obispo y al clero de la Iglesia madre de Jerusalén.
La invasión persiana y la conquista árabe
La conquista de Jerusalén por parte de los persianos en el 614 estuvo acompañada por tres días de saqueos y destrucción. El mismo Patriarca Zaccariafue prisionero y robaron la reliquia de la Verdadera Cruz, para traerla de nuevo a Jerusalén por el emperador bizantino Heraclio en el 630.
El complejo del Santo Sepulcro en el que los cristianos de Jerusalén se refugiaron durante el asedio, fue incendiado y muchos fieles murieron. El abad de San Teodoro, Modesto, se empeñó en la búsqueda de los fondos para la reconstrucción de las iglesias destruidas en Jerusalén por los ejércitos persianos. Éste afirmó que todas fueron restauradas en el 625 d.C. y se deduce que fueron reparados también los daños que había sufrido el Santo Sepulcro.
En el 638, el patriarca de Jerusalén Sofronio, entregó pacíficamente la ciudad al califa Omar: las derrotas bizantinas contra los musulmanes que provenían de la península árabe cambiaron el curso de la historia de Palestina durante los siguientes cuatro siglos.
Es a causa de la visita del califa al Santo Sepulcro y a su oración en el exterior de la basílica del Martytion, en el pórtico oriental, la pérdida del derecho de acceso al santuario por la entrada principal, que se convirtió en lugar de oración individual para los musulmanes.
Los peregrinajes a la Ciudad Santa continuaron interrumpidos y las historias de los viajeros ofrecían una descripción del Santo Sepulcro y de los cambios que ocurrieron en este período como el desplazamiento del acceso por el lado sur, la construcción de una iglesia en el lugar del Calvario y de la iglesia de Santa María, además de la veneración de nuevas reliquias como la copa de la última cena, la esponja y la lanza expuestas en el religioso obsequio.
La destrucción de Al Hakim
En el 1009 d.C., el fanático califa fatimita de Egipto al-Hakim bi-Amr Allah emitió la orden explícita de destruir las iglesias de Palestina, Egipto y Siria, y sobre todo el Santo Sepulcro, tal y como narra el historiador Yahia ibn Sa’id.
Se trató de una destrucción radical del santuario que llevó a la demolición de la iglesia del Calvario, de lo que quedaba de las estructuras que sobrevivieron del Martyrion y abatimiento completo del Edículo del Sepulcro. Todos los restos arqueológicos y los objetos de decoración fueron destruidos o robados. La furia devastadora se detuvo solamente ante la robusteza de las estructuras constantinas del Anastasis que se salvaron en parte porque estaban sumergidas por los restos de la destrucción.
La reconstrucción inició pocos años después pero la complejidad del proyecto constantino se perdió para siempre y la Rotonda del Anastasis se convirtió en el fulcro de la iglesia y la única basílica del complejo nominada en las fuentes históricas sucesivas. La restauración, de la que se encargó la Corona Imperial de Bizancio, terminó en 1084, bajo el reinado del emperador Constantino Monomaco.
La transformación cruzada
La creciente dificultad por acceder a los lugares santos de la cristiandad llevaron a los emperadores bizantinos a pedir ayuda a Occidente, que respondió con el inicio de las campañas cruzadas.
El 15 de julio del 1009 los cruzados conquistaron la Ciudad Santa, masacrando hebreos y musulmanes y la convirtieron en el corazón de su reino durante casi un siglo, hasta el 2 de octubre de 1187.
Pocos días después de la conquista, el Conde Goffredo di Buglione recibió el título de “Advocatus” es decir, protector laico del Santo Sepulcro, con el deber específico de defender a los lugares santos en nombre del Papa y del clero latino.
Los cruzados pusieron en marcha las obras para volver a entregar algunas partes del Santuario al corazón de la Cristiandad, que había sido restaurado recientemente. Para adaptar el santuario a la liturgia Latina en el espacio del tripórtico Constantino, se construyó un Chorus Dominorum unido al Anastasis, en el que oficiaban los religiosos latinos.
Otra importante realización cruzada fue la construcción de la iglesia de Santa Elena en el lugar en el que la tradición jerosolimitana recordaba el hallazgo de la Verdadera Cruz por parte de la madre de Constantino. La intención de los cruzados era la de realizar una única basílica que reagrupara todas las memorias que se celebraban, donándole una forma adecuada para acoger a miles de peregrinos.
La diversidad de estilos románicos europeos representados por las primeras intervenciones en la basílica por voluntad del rey Baldovino I (1100-1118), encontraron a lo largo del tiempo una cohesión mayor sobre todo gracias a los artistas que trabajaban para el rey Baldovino III (1140-1150).
La basílica del Santo Sepulcro tal y como ha llegado a la actualidad refleja aquel estilo románico cruzado que reunió en una única estructura las memorias sagradas unidas a la muerte y resurrección de Cristo.
Un período difícil
El año 1187 el ejército de Saladino reconquistó Jerusalén y la iglesia del Santo Sepulcro se cerró. Gracias a los acuerdos con el emperador de Constantinopla se restableció una jerarquía griega.
Los católicos, llamados Francos o Latinos, fueron readmitidos por un breve lapso de tiempo para después ser de nuevo expulsados durante la feroz invasión de los cuaresmianos el año 1244, cuando los cristianos fueron asesinados crudelmente y la basílica, una vez más, gravemente dañada.
El peregrino Thietmar, en el año 1217, dice que la iglesia del Santo Sepulcro y el lugar de la Pasión “están siempre cerrados, sin culto y sin honor, y no se abren más que alguna vez a los peregrinos, a fuerza de dinero”.
Ante las protestas del mundo cristiano, el sultán se excusó ante el papa Inocencio IV atribuyendo la devastación a irresponsables y aseguró que, reparados los daños, consignaría las llaves a dos familias musulmanas para que abrieran la basílica a la llegada de los peregrinos (una situación que dura hasta nuestros días).
Fue un período oscuro. Funcionarios sin escrúpulos se aprovecharon del deseo de las comunidades cristianas de acceder a la basílica. Los peregrinos, tras pagar una tasa, eran introducidos en la basílica y se les asignaba un lugar y un altar especial donde podían asistir, incluso durante algunos días, a las ceremonias que se celebraban en su lengua.
En aquel tiempo, se establecieron en Jerusalén colonias de cristianos procedentes de Mesopotamia, Egipto, Armenia, Etiopía, Siria, Grecia y Georgia. La reina georgiana Tamara obtuvo la exención de tasas para su comunidad y el permiso de vivir en la iglesia. Los monjes recibían la comida y los donativos a través de aperturas practicadas en la puerta de la basílica. El santuario empezó a decaer de forma gradual.
Los soberanos de Occidente, perdida la posibilidad de recuperar con las armas los Santos Lugares, establecieron tratados con los sultanes para asegurar el culto católico y la asistencia a los peregrinos. Los reyes de Nápoles tuvieron mucho éxito en este sentido consiguiendo, el año 1333, una residencia para la comunidad latina de Jerusalén.
Los Franciscanos en el Santo Sepulcro
En 1342, con la aprobación del papa Clemente VI, el honor de custodiar los Lugares Santos se asignó a los Franciscanos, presentes en Tierra Santa desde 1335. Desde entonces, los frailes franciscanos ocupan la Capilla de la Aparición de Jesús resucitado a su Madre.
Fray Nicolò da Poggibonsi, que en aquellos años se encontraba en Jerusalén visitando la basílica del Santo Sepulcro, escribió: «En el Altar de Santa María Magdalena ofician los Latinos, es decir los Frailes Menores, o Cristianos latinos; que en Jerusalén y más allá de los mares, es decir, en Siria y en Israel y en Arabia, y en Egipto, no hay más religiosos, ni sacerdotes, ni monjes, si no los Frailes Menores y éstos se llaman Cristianos Latinos».
El archimandrita ruso Gretenio, cuenta que dentro de la basílica, cerrada durante todo el año excepto en las fiestas pascuales y de los peregrinajes, se encuentran permanentemente un sacerdote griego, un georgiano, un franco – es decir, un fraile menor-, un armenio, un jacobita y un abisinio.
Fue un periodo de relativa calma: las diferentes Comunidades cristianas presentes en el Santo Sepulcro consiguieron celebrar juntas los ritos de la Semana Santa, incluida la procesión del Domingo de Palma.
Bajo el dominio turco
El año 1517, el centro de poder del mundo islámico se transfiere de la dinastía mameluca de Egipto a los turcos otomanos. El sultán, que residía en Constantinopla, favorecía a la Iglesia greco-ortodoxa y eso causó muchos roces entre griegos y latinos.
Un terremoto, en 1545, derribó parte del campanario. El dinero y las intrigas palaciegas convirtieron el Santo Sepulcro en un trofeo al mejor postor. Entre 1630 y 1637 algunas partes de la basílica cambiaron de manos hasta en seis ocasiones.
En 1644 los georgianos, no pudiendo satisfacer el pago de las tasas, dejaron la basílica y, poco después, se fueron también los abisinios. Los franciscanos consiguieron adquirir los espacios abandonados por las otras comunidades.
En 1719, tras las largas discusiones, los franciscanos comenzaron la restauración de la cúpula de la Anástasis. Con el temor de que los trabajos se paralizaran sin motivo, emplearon 500 trabajadores custodiados por 300 soldados.
Se rehizo la cúpula y el tímpano con las ventanas ciegas, pero se perdieron los mosaicos, demasiado dañados. Los armenios rehicieron la escalinata de la Capilla de Santa Elena y los griegos demolieron los pisos que amenazaban la ruina del campanario. El edículo fue restaurado en 1728.
Un decreto del Sultán, en 1757, atribuyó a los griegos la propiedad de la basílica de Belén, la Tumba de la Virgen y, en común con los latinos, algunas zonas de la basílica del Santo Sepulcro. Desde entonces no se han realizado grandes cambios en lo que se refiere a la propiedad de los Santos Lugares.
La época del Mandato británico
Una vez concluida la guerra mundial en la que perdió Alemania y Turquía su aliada, Palestina pasó a la administración mandataria de Inglaterra.
La esperanza de que la cuestión de los Lugares Santos pudiera resolverse de manera equitativa, ya que los ingleses encontrándose fuera de la cuestión serían jueces más imparciales entre las partes contendientes, no fue correspondida.
El proyecto de la constitución de una Comisión que hubiera podido examinar los derechos de cada una de las Comunidades, fue retirado y las controversias se asignaron a la competencia del Alto Comisario inglés de Palestina, con la obligación de hacer que se respetara el Status Quo. El gobierno inglés en caso de obras urgentes o restauraciones, según el art. 13 del mandato y de una ordenanza de 1929 del Departamento de Antigüedades, podía intervenir directamente. Esto ocurrió en 1934 y en 1939.
Después del gran terremoto de 1927, el arquitecto inglés Harrison dio la alarma sobre la peligrosa estabilidad de la basílica y la apuntaló con andamios de hierro y de madera. Los Franciscanos y Griegos invitaron arquitectos especialistas para que realizaran una ulterior pericia y el resultado fue que los trabajos de apuntalamiento realizados no bastaban para evitar una catástrofe, por lo que era necesario buscar otras soluciones.
Las tres Comunidades, por su parte, se dedicaron a reparar los daños causados por el terremoto: los Griegos reconstruyeron la cúpula de los Catholicon, los Franciscanos repararon la capilla del Calvario y los Armenios, la de Santa Elena.
Desde 1948 hasta hoy
Si, por un lado, el siglo pasado fue para el Santo Sepulcro una sucesión de dificultades relacionadas con los sucesos políticos del país, por otro lado, fue el siglo que permitió mayores acuerdos comunes entre las Comunidades del Status Quo.
Durante la regencia del reino Hashemita de Jordania, cristianos y musulmanes pudieron acceder libremente a la ciudad santa y a la basílica, a diferencia de los hebreos, siendo la Ciudad Vieja completamente situada en el interior de los territorios jordanos. Una visita de excelencia fue la del rey de Jordania Abdullah el 27 de mayo de 1948.
Durante algunas obras de restauración en el techo, un miércoles 23 de noviembre de 1949 a las 20 horas, un incendio dañó la cobertura de la gran cúpula, pero el gobierno de Amman se puso en marcha de inmediato para las reparaciones.
En 1959 tuvo lugar un cambio decisivo cuando las tratativas entre los representantes de las tres comunidades Griego Ortodoxa, Latina y Armenia llegaron al acuerdo para el gran proyecto de restauración de la basílica.
En 1960 iniciaron las obras y también fue la ocasión para verificar el estado del depósito arqueológico en las trincheras y las muestras útiles, que fue realizado por el padre franciscano y arqueólogo del Studium Biblicum Franciscanum, Virgilio Corbo.
Durante más de veinte años, padre Corbo participó en el descubrimiento de importantes mosaicos, materiales que la investigación del edificio restituía sobre la historia y en su atenta interpretación, publicó su trabajo en 1982, “El Santo Sepulcro de Jerusalén” con la documentación completa de las investigaciones arqueológicas.
La primera visita papal en toda la historia de los lugares santos tuvo lugar en enero de 1964, cuando Paolo VI rezó ante de la Tumba vacía. Muchos años después, en ocasión del año jubileo del 2000, el beato Juan Pablo II la visitó dos veces en el mismo día, y nueve años más tarde la comunidad cristiana local pudo disfrutar de la visita del nuevo pontífice Benedicto XVI.
Después de la guerra llamada de los seis días, desde 1967 también la basílica del Santo Sepulcro pasó bajo el control israelino y, todavía hoy, guardias israelinas supervisan el desarrollo tranquilo de las prácticas de apertura y cierre de la basílica y el flujo de peregrinos sobre todo, durante el periodo pascual.
El diálogo continuado entre las tres Comunidades para las actividades de los espacios comunes de la basílica ha traído nuevas e importantes inauguraciones, como la de la cúpula que se encuentra sobre el Edículo, descubierta a la mirada conmovida de fieles, peregrinos y religiosos el 2 de enero de 1997 y, la más reciente, de los espacios indispensables acondicionados como servicios higiénicos.
Las tratativas entre los representantes de las Comunidades no se detienen y todavía están examinando los acuerdos para la restauración del Santo Edículo y para una nueva pavimentación de los espacios comunes.
Todavía tenía que descubrir la casa de Pedro en Cafarnaum, cuando en 1960 la Custodia de Tierra Santa encargó al “fraile buscador de los Lugares Santos” dirigir las tareas de excavación programadas para la restauración de las partes católicas de la basílica del Santo Sepulcro.
Después de tres años, en 1963, las tres Comunidades presentes en el Sepulcro lo eligieron arqueólogo de las obras efectuadas en las partes comunes, un encargo que duró 17 años siguiendo día y noche las obras y otros 2 años más para entregar a la prensa su monumental obra “El Santo Sepulcro de Jerusalén. Aspectos arqueológicos desde los orígenes hasta el período cruzado”.
Padre Virgilio Corbo llegó a la Tierra Santa con sólo 10 años desde su ciudad natal Avigliano, en los apeninos lucanos, como alumno del Seminario menor de la Custodia de Tierra Santa. Bajo la guía de padre Bellarmino Bagatti, durante la estancia obligatoria en Emmus el-Qubeibeh entre 1940 y 1943, p. Corbo realizó sus primeras experiencias en excavaciones arqueológicas intensificadas por los rastreos arqueológicos de los territorios adyacentes al monasterio, sede de la que los frailes podían salir una vez a la semana. El primer campo de investigación fueron los monasterios bizantinos del desierto de Judas sobre los que realizó la tesis para su licenciatura en el Instituto Pontifico de Estudios Orientales de Roma; tesis titulada “Las excavaciones de Khirbet Siyar el-Ghanam (Campo de los pastores) y los monasterios de los alrededores”, publicada después en el Collectio Maior dello Studium Biblicum Franciscanum en 1955. Sucesivamente, se dedicó a las investigaciones arqueológicas en el Monte de los Olivos, en un área al abrigo del Santuario de la Ascensión y en la Gruta de los apóstoles en el Getsemaní.
En 1960 comenzó su larga actividad como arqueólogo experto en el Santo Sepulcro, actividad que realizó junto con otras importantes investigaciones arqueológicas en la Fortaleza del Herodión (1962-1967) y en el Monte Nebo (1963-1970).
A partir de 1968, p. Corbo junto con p. Stanislao Lofredda, trabajó en el lugar que lo hizo más famoso, dirigiendo 19 campañas de excavaciones en el Lago Tiberiades, en aquella Cafarnaum que restituyó la casa de Pedro transformada en lugar de culto por los primeros cristianos, gracias al incansable trabajo de los hermanos.
Su fe franciscana en el Evangelio y su pasión por la arqueología estaban fundidas en un físico corpulento y un espíritu volcánico que siempre lo empujaban a la búsqueda de una autenticidad, que definía “histórica y moral”, de los lugares de la Redención.
Desde el prefacio a los tres volúmenes sobre el Santo Sepulcro se intuye el espíritu pleno con el que el fraile arqueólogo se acercó al lugar del Gólgota y a la Tumba vacía, “con la misma ansia de los Apóstoles”. “Aquí comenzó el peregrinaje de los Apóstoles y de las primeras mujeres, en el alba del día de la Resurrección. Aquí siempre ha arribado el peregrinaje de la Iglesia desde hace dos milenios. Aquí continúa incesante nuestro peregrinaje para volver a escuchar el mensaje angelical “ecce locus ubi posuerunt eum... non est hic. Resurrexit!”.
Si hoy podemos conocer las estructuras del Santo Sepulcro y no solamente los planos ideales, se debe a la competencia y a la gran pasión de p. Corbo, que con pericia y con “intuición de amor hacia Aquél que es la figura triunfante de este monumento”, hizo que fueran dóciles las fatigas del trabajo y la resistencia de los hombres.
A finales de los años ’50 del siglo pasado, los representantes de las tres Comunidades que oficiaban el Sepulcro se pusieron de acuerdo para iniciar las obras de restauración de la basílica.
Esta intervención hizo posible la realización de excavaciones arqueológicas y análisis profundos de las estructuras, estudios que son la base del conocimiento actual de la basílica y de su historia arquitectónica.
Desde siempre, había sido centro de interés de muchos estudiosos, pero hasta aquel momento había pocos elementos seguros para una reconstrucción de las obras que se habían estado realizando hasta el siglo XX.
La mayoría de las reconstrucciones se basaban principalmente en los testimonios de los peregrinos que describían lo que sus ojos habían visto con el pasar del tiempo. Ya desde 1844 había llamado la atención de los arqueólogos, cuando en el cercano Convento Ruso se encontraron restos del acceso al Martyrium constantino, con la escalinata en el cardo máximo (estudios publicados en 1930).
El ápice de la investigación precedente a las indagaciones arqueológicas se alcanzó con los estudios recogidos en los cuatro volúmenes del “Jerusalem Nouvelle” de los padres dominicos Louis H. Vincent y Félix M. Abel, publicados entre 1924 y 1926, donde propusieron un plano reconstructivo del Sepulcro Constantino en el que también p. Corbo basó las investigaciones sucesivas.
Las apasionantes investigaciones arqueológicas realizadas desde 1960 hasta 1973 en la basílica del Santo Sepulcro gracias a los favorables acuerdos de las tres comunidades Católica, Griega y Armenia para la restauración de la basílica, fueron realizadas paso a paso por el arqueólogo franciscano padre Virgilio Corbo.
Desde el comienzo de las obras, el arqueólogo publicó con periodicidad constante, las relaciones preliminares contenidas en la revista científica “Liber Annus” y en varios artículos divulgativos en muchas revistas y periódicos.
La obra de investigación de 20 años de actividad en el Sepulcro que entregó al mundo y que permitió saldar los hechos evangélicos en el lugar venerado, fue subdividida por p. Corbo en tres volúmenes dedicados uno al texto, otro a las tablas de dibujos y de las reconstrucciones y el tercero, a las fotografías, y fue publicada en 1982 con el título: “El Santo Sepulcro de Jerusalén. Aspectos arqueológicos desde los orígenes hasta el período cruzado”.
El texto, escrito en italiano, estaba acompañado por un sumario y didascalias en inglés realizadas por el colega y estimado amigo padre Stanislao Lofredda.
Por primera vez se reconstruyó la larga historia del santuario a través de los datos materiales y de la documentación arqueológica, reunidos directamente por p. Corbo, tanto durante las excavaciones dirigidas por él que como observador cualificado de cada trinchera excavada en las partes comunes y como afortunado observador de aquellas zonas que estaban estrechamente reservadas a las Comunidades no latinas.
Y éste es uno de los méritos mayores de la publicación, el de haber reunido una gran cantidad de datos y documentación que, de otra manera habría permanecido dividida, y por haber elegido presentar los datos de manera “sintética”, sin privar al lector de síntesis históricas.
Los resultados de las investigaciones se organizaron en cuatro capítulos:
Los planos reconstructivos de cada una de las fases con la colocación de las estructuras que salieron a la luz, son la base de todos los estudios que en los últimos treinta años han analizado el Santo Sepulcro, y tuvieron en cuenta todas las novedades no solamente arqueológicas si no también arquitectónicas, conocidas gracias al descubrimiento de las piedras cuadradas de las paredes precedentemente cubiertas de revoques.
Para las áreas comunes del interior de la basílica, p. Corbo puso a disposición los datos recogidos de la excavación de canales o trincheras estrechas que debían servir para la colocación de subestructuras, y sólo en algunos casos obtuvo el permiso para alargar el área de excavación. Para las zonas de pertinencia latina puso a disposición todo el depósito arqueológico que se conserva en el área del patriarcado de la sacristía latina, en el coro de los Latinos o capilla de la Aparición y el altar de María Magdalena, colocadas al norte del Anastasis, y la capilla de la Invención de la Cruz.
Mientras analizaba las estructuras y hallazgos que iba encontrando, p. Corbo pudo confrontarse con padre Charles Coüsnon, el arquitecto de la comunidad Latina encargado de seguir las restauraciones de la basílica. Padre Coüsnon, que murió en 1976, dos años antes publicó la relación preliminar de su trabajo titulada “The Church of the Holy Sepulchre in Jerusalem”. El rico y estimulante careo entre los dos estudiosos a veces creó lecturas divergentes de los eventos y de las reconstrucciones del edificio. Una de las hipótesis de Coüsnon que fue mayormente aceptada por los estudiosos sucesivos, fue la de las columnas que componen la rotonda del Anastasis: las dos columnas originales que se han conservado desde tiempos de Constantino serían dos mitades de una columna más alta que perteneció al pórtico del templo romano de Adriano.
Respecto a Corbo, los estudios sucesivos no convergen principalmente en la atribución a Júpiter Capitolino del templo deseado por el Emperador Adriano en el lugar del Jardín del Gólgota. Corbo, que prefiere el testimonio de San Girolamo, declara haber encontrado restos de la triple celda del templo dedicado a la tríada Capitolina. Estudios más recientes tienden a sostener, de acuerdo con Eusebio de Cesarea, que el templo construido sobre la Tumba y sobre el Gólgota fuera el de Venus-Afrodita, un templo que podía tener forma redonda y en el que poder inspirarse los arquitectos de Constantino por la planta central del Anastasis.
Por último, uno de los aspectos hasta ahora menos destacado de la publicación de Corbo es la presencia de los dibujos realizados por los hábiles ingenieros, arquitectos y diseñadores que participaron en el relieve de las estructuras arquitectónicas, y que estuvieron al lado de Corbo y Coüsnon. De entre todos ellos, hay que destacar a Terry Ball, diseñador de talento anglosajón y uno de los primeros en comprender la importancia de restituir la historia de los edificios a través de dibujos reconstructivos: son suyos los detallados y elegantes dibujos de la fachada del Sepulcro.
V.C. Corbo, El Santo Sepulcro de Jerusalén. Aspectos arqueológicos desde los orígenes hasta el período cruzado, Jerusalén 1981- 1982, vol. 1, pág. 21.
La tumba de Jesús en la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén se reabrió el 26 de octubre de 2016. La tumba había estado cerrada solo dos veces anteriormente, en 1555 y en 1809, y siempre debido a obras de restauración. El objetivo de las obras era garantizar la seguridad del templete (el Edículo) que guarda en su interior lo que queda de la estructura sepulcral y el verdadero sepulcro vacío de Cristo. Al final de una compleja serie de intervenciones, en la última fase de las obras, se consiguió abrir la tumba, con un somero reconocimiento del interior, suficiente sin embargo para recopilar datos inéditos y profundizar en el conocimiento del lugar más santo de la cristiandad: el de la Resurrección de Cristo.
El acuerdo para iniciar las obras fue firmado el 22 de marzo de 2016 por las tres Iglesias: griega, latina y armenia, y se encargó al Politécnico de Atenas la gestión de las obras, permitiendo a las tres autoridades eclesiásticas evaluar juntas el estado de las intervenciones y decidir cómo proceder. Las obras, que duraron diez meses, fueron realizadas por un equipo coordinado por la profesora Antonia Moropoulou de la Universidad Técnica Nacional de Atenas, que dirigió tanto los estudios preliminares como la adecuada restauración del Edículo.
A raíz del acuerdo, el Edículo fue literalmente desmantelado y montado de nuevo, con el fin de reforzar su estructura. Las losas de mármol que lo recubren fueron pulidas, restauradas y, a continuación, montadas de nuevo fijándolas con pernos de titanio; se llevaron a cabo reparaciones con materiales compatibles con los antiguos. En todo momento se garantizó el acceso a la basílica de los peregrinos, porque los operarios asignados al Edículo trabajaron sobre todo por la noche. Por el contrario, el taller de restauración, instalado en la galería superior de los latinos, trabajó durante el día.
Las obras en el Sepulcro implicaron a unas setenta personas, en su mayoría tallistas y marmolistas procedentes de la Acrópolis de Atenas; desde Grecia llegaron también algunos obreros especializados en trabajos de albañilería y restauración, y después algunos conservadores, entre ellos dos del ministerio de Cultura. Además de ellos, obviamente, algunos trabajadores contratados in loco.
No hay que olvidar al grupo de trabajo de la Universidad de Atenas, compuesto por 27 miembros entre arquitectos y expertos de otras disciplinas. Cada una de las Iglesias – latina, griega y armenia – nombró sus peritos para evaluar y supervisar todo el proceso.
Tras el momento histórico de la reapertura de la tumba de Cristo, una fecha importante fue la inauguración del Edículo restaurado, que tuvo lugar el 22 de marzo de 2017 con una celebración ecuménica.
El 27 de mayo de 2019 los líderes de las comunidades cristianas a cargo del status quo anunciaron la firma de un nuevo acuerdo para la restauración y rehabilitación de los cimientos de la tumba santa y del pavimento de la iglesia del Santo Sepulcro. Dos instituciones académicas y científicas italianas de alto nivel continuarán los estudios y las obras bajo la supervisión del comité conjunto de las tres comunidades.
A través de las estrechas calles del Suk de la Ciudad Vieja, llenas de vendedores, souvenir religiosos y peregrinos curiosos, se llega casi sin darse cuenta delante de la entrada de la basílica del Santo Sepulcro. Ante una placeta empedrada rodeada de edificios se abre la fachada de la iglesia cruzada con sus entradas, de las que sólo la de la izquierda permanece abierta, sobre las que se encuentran el mismo número de ventanas enmarcadas por arcos ligeramente puntiagudos y elaborados con motivos vegetales.
En la época cruzada, las dos puertas estabanadornadas por lunetas decoradas: la de la derecha tenía un mosaico con la figura de la Virgen María, la de la izquierda todavía conserva las huellas del opus sectile realizado con preciosos mármoles esculpidos. Cuando terminaron la fachada, los cruzados añadieron el campanil en la esquina izquierda de la plaza, que en la actualidad se encuentra sin las plantas superiores que se derrumbaron en 1545. Por la derecha, una escalinata abierta lleva hasta un pórtico cubierto por una pequeña cúpula cilíndrica, el original acceso exterior al Calvario, después transformado en la pequeña Capilla de los Francos, de propiedad Latina, dedicada a la Virgen Adolorada.
Entrando en el patio, a lo largo de las gradas que llevan hasta el empedrado, todavía se pueden ver las bases de las columnas que sostenían el pórtico cruzado. Las columnas se enviaron como regalo a la Meca por deseo de los Corasmios en 1244. Por los laterales este y oeste del patio se abren las entradas a las capillas griego-ortodoxas, armenias y etíopes, además de al convento griego que se extiende por el lado oriental.
El único acceso al Santuario, con los dos batientes de madera del portón del tiempo de Saladino, está custodiado por dos familias musulmanas, Judeh y Nuseibeh, que cumpliendo los mismos gestos enseñados de padre a hijo, realizan cada mañana y cada tarde el ritual de apertura y cierre del exterior de la basílica.
Una vez que se cruza el umbral, a la izquierda se encuentra todavía un banco, el “sillón usada por los porteros musulmanes”, donde hoy se sientan los peregrinos y los religiosos de las Comunidades al servicio de la basílica.
La torre del campanario
Por la izquierda de la fachada, cuando ésta había sido terminada, en 1172 los cruzados erigieron la torre del campanario alterando la imagen de la fachada pero donándole una verticalidad que hoy no es posible apreciar.
De hecho, la torre con sus sencillos y sólidos muros y 29 metros de altura, tenía su belleza artística en las plantas superiores, donde se encontraban las campanas con la cúpula poliédrica, en diamante, que se derrumbaron en 1545 y que no fueron nunca más sustituidas.
El campanil también tenía la firma de su constructor: “Iordanis me fecit”, Giordano me construyó. Desde la llegada de Saladino en 1187, las 18 campanas que repicaban la hora y anunciaban las celebraciones fueron fundidas y hasta el siglo XIX no fueron sustituidas por las actuales.
Capilla de los Francos
La escalera adosada a la fachada lleva a la capilla de la Dolorosa –llamada de los Francos- que permitía el acceso directo al Calvario, facilitando a los peregrinos medievales cumplir el voto y ganar las indulgencias aunque la basílica estuviera cerrada y no tuvieran dinero para pagar la tasa de entrada. Debajo hay un oratorio dedicado a Santa María Egipcíaca.
La basílica del Santo Sepulcro, una vez que se cruza el umbral, se abre al peregrino con su carga de memorias reunidas justo en el lugar en el que ocurrieron: aquí, Jesús fue crucificado y venció la batalla contra la muerte. Entrando en la basílica por la derecha, se articulan las memorias relacionadas con la pasión, muerte y unción de Jesús.
Por algunos ripiados escalones, a la derecha de la entrada, se sube hasta el “monte” Gólgota. La roca en la que se clavó la cruz y que tenía que encontrarse al abierto en tiempos de la peregrina Egeria, se eleva todavía hoy unos 5 metros y es visible desde varios puntos de las vidrieras.
La planta elevada realizada por los cruzados está subdividida en dos naves: a la derecha, la capilla de la Crucifixión, propiedad de los Latinos, en la que se ofician la X y la XI estación del Vía Crucis y donde se recuerda cuando le quitaron los vestidos a Jesús y su crucifixión, tal y como se muestra en el mosaico de fondo; a la izquierda, la Capilla del Calvario que pertenece a los Griegos Ortodoxos, es el lugar donde los fieles se pueden arrodillar ante el altar para tocar, a través de un disco de plata, el punto en el que se clavó la cruz del martirio de Jesús. Aquí se cumple la XII estación del Vía Crucis donde Jesús, muriendo, entregó su espíritu al Padre, mientras la XIII está colocada delante el altar de la Mater Dolorosa.
La capilla que se encuentra bajo el Calvario está dedicada a Adam, el progenitor de la humanidad. Es el lugar donde los cruzados depusieron a Goffredo di Buglione y Baldovino, primer rey de Jerusalén.
Las tumbas cruzadas fueron destruidas por los Griegos Ortodoxos durante la restauración que siguió al incendio de 1808.
Antiguas tradiciones jerosolimitanas han sido fijadas en algunas capillas que se articulan a lo largo de la galería oriental: partiendo desde la Capilla de Adam se encuentran las capillas de la Columna de los Improperios, de la División de las vestes y de San Longino, para llegar hasta la Prisión de Cristo.
Entrando en la pequeña habitación de la Prisión se atraviesa el portal decorado con los capiteles cruzados que representan una insólita versión de Daniel en la fosa de los leones. La piedra de la unción colocada delante de la entrada de la basílica, citada por primera vez por el peregrino Ricoldo da Montecroce en 1288, recuerda el rito de la unción del cuerpo sin vida de Jesús y es particularmente venerada especialmente por los peregrinos ortodoxos. El moderno mosaico colocado en la pared posterior permite seguir mediante las escenas representadas el recorrido de Jesús, cuando lo bajaron de la cruz, fue uncido con aceites perfumados y depuesto en el sepulcro nuevo de José de Arimatea.
Según los Evangelios, algunas mujeres siguieron de cerca los sucesos: aunque el recuerdo de las “tres Marías” está fijado en el edículo construido sobre la piedra circular que se encuentra no muy lejos de la piedra de la unción, en dirección del Anastasis, delante del mosaico armenio de la crucifixión obra de los años ’70 del Novecientos.
Cappilla del Calvario
"Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y diciendo esto, expiró." (Lucas 23,44-46)
Subiendo por una empinada escalera se llega hasta el altar del Calvario que surge sobre la roca sobre la que se alzaba la cruz de Jesús. La roca es visible a través de las placas de cristal, a los lados del altar.
Los peregrinos pueden tocar la roca a través de una apertura en el disco de plata, bajo el altar, punto desde el cual, según la tradición, surgía la cruz.
Era aquí donde los peregrinos cumplían el voto, es decir, depositaban sobre el altar la pequeña cruz de madera que se les entregaba en su patria al comienzo del viaje. La capilla pertenece a los griegos ortodoxos y está decorada con lámparas y candelabros según su tradición.
Capilla de la Crucifixión
"Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucifiquen, y ellos se lo llevaron. Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado «del Cráneo», en hebreo «Gólgota». Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. " (Juan 19,16-18)
En la capilla situada al lado, que pertenece a los franciscanos, se hace memoria de la crucifixión.
El altar, en bronce plateado, es regalo del gran duque de Toscana Fernando de Médici (1588).
La decoración y los mosaicos fueron rehechos el siglo pasado. Del siglo XII es el medallón que representa la Ascensión. Entre las dos capillas se encuentra el altar de la Dolorosa.
El medio busto de la Virgen es un presente de la reina María de Portugal (1778).
Se desciende por una segunda escalera igual de empinada.
Capilla de Adán
"Respondió Jesús, diciendo: «Dichoso eres, mi querido Bartolomé, porque has contemplado este misterio. Y ahora, todo cuanto me preguentes te lo manifestaré». Pues bien, cuando desaparecí de la cruz, entonces descendí al abismo para llevarme a Adán y a todos los que con él estaban, de acuerdo con el ruego del arcángel Miguel." (Evangelio apócrifo de Bartolomé 1.7-8)
Bajo el Calvario, la capilla de Adán es una de las más antiguas de la basílica. En el ábside se puede ver la hendidura en la roca causada, según la primitiva tradición producida, por el terremoto acaecido en el momento de la muerte de Jesús.
La hendidura habría permitido que la sangre de Cristo llegara y redimiera a Adán, que se pensaba estaba sepultado aquí.
Para los primeros cristianos éste era incluso el origen del nombre Gólgota: lugar del cráneo. La tradición ha inspirado la iconografía del crucifijo que pone a los pies de la cruz una calavera, un reguero de sangre y, frecuentemente, una pequeña gruta.
Piedra de la Unción
«Ellos, mientras tanto, lo envolvían con cuidado, con especias y mirra, en un paño nuevo de lino que no se había usado nunca con nadie» (Evangelio apócrifo de Gamaliel).
En el atrio de la basílica está colocada la Piedra de la Unción, en memoria de la piedad de Nicodemo y José de Arimatea, que prepararon el cuerpo de Jesús para su sepultura.
Es muy venerada por los ortodoxos y está adornada con candelabros y lámparas. Un mosaico en el tabique frontal ilustra el episodio.
El Sepulcro que custodió el cuerpo de Jesús y que fue inundado por la luz de la resurrección de Cristo es el corazón no sólo de toda la basílica, si no de toda la cristiandad que desde hace siglos responde a la invitación del Ángel: “¡No tengáis miedo! Sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado, de hecho, tal y como dijo; venid, mirad el lugar donde estuvo sepultado” (Mt 28,5-6).
Cuando se entra en la basílica, por la izquierda se llega al Anastasis, la Rotonda constantina con el Edículo del Santo Sepulcro en el centro, bajo la cúpula restaurada e inaugurada en 1997.
La Rotonda es una de las partes del santuario que ha sufrido menos transformaciones planimétricas desde la edad de Constantino: una serie de tres columnas intercaladas por pilares sostienen una fuga de arcadas que se abren sobre la galería superior subdividida entre las Comunidades Latina y Armenia. Durante las restauraciones de la galería se encontraron los suelos en mosaico cosmatesco del siglo XI.
Las macizas columnas de la Rotonda, que sustituyen a las originales que estaban muy degradadas por el tiempo y los incendios, están decoradas con capiteles modernos esculpidos en estilo bizantino del siglo V. En el proyecto de Constantino, las columnas separaban el centro de la rotonda del deambulatorio permitiendo a los peregrinos poder girar alrededor del Edículo. Con el tiempo, este espacio se ha transformado en una serie de ambientes cerrados reservados a los sacristanes Griegos, Armenios y Coptos.
El único vano accesible para los peregrinos es la habitación que se encuentra en la parte trasera del Edículo denominada “capilla de San Nicodemo y José de Arimatea” y que ocupa el espacio del ábside occidental de la Rotonda. Una puerta estrecha y baja realizada en la habitación lleva a la tumba de “José de Arimatea”, una tumba típica de hornos o kokim del tiempo de Jesús. En el centro de la rotonda se encuentra el Edículo del Santo Sepulcro.
La tumba de Jesús fue aislada por los arquitectos de Constantino, y a través de los siglos ha sufrido destrucciones y restauraciones embellecedoras. En la actualidad se encuentra encerrada en el Edículo realizado por los Griegos Ortodoxos después del incendio de 1808, que sustituyó al de los franciscanos del siglo XVI.
El Edículo se encuentra bajo una pequeña cúpula de cebolla, se compone por un vestíbulo, la Capilla del Ángel que conduce a una estrecha cámara funeraria en la que por la derecha, se encuentra el banco de mármol que cubre la roca en la que fue depuesto el cuerpo de Jesús.
Detrás del Edículo se encuentra la capilla de los Coptos que, desde 1573 poseen un altar en el que poder celebrar en el interior de la basílica, y en el que, bajo el altar, se encuentra expuesta a la veneración una porción del banco de roca en la que se excavó la tumba de la sepultura de Cristo.
Edículo del Sepulcro
"Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca." (Mateo 27,59).
El Edículo del Sepulcro, compartido por las Comunidades, repropone en su composición las tumbas de la época de Jesús formadas por un vestíbulo en el que se ungía el cuerpo y se deponía en el sudario y por la cámara sepulcral, que en el caso de la de Jesús tiene forma de arcosolio, con el banco sepulcral paralelo a la pared. En 1808 hubo un incendio devastador y el Edículo actual fue realizado en 1810 por la comunidad Griego-Ortodoxa.
El Edículo está cubierto por un techo plano con una pequeña cúpula en el centro de estilo moscovita con forma de cebolla sostenida por pequeñas columnas; los laterales están decorados con inscripciones en griego que invitan a los pueblos y a las naciones a alabar el Cristo Resucitado. Detrás de los candelabros de las varias Comunidades, la fachada del Edículo se presenta enmarcada por una arquitectura formada por columnas torcidas, ornamentos, inscripciones, cuadros y lámparas de aceite.
Por problemas de estabilidad del Edículo, que necesita una nueva restauración, fue acorazado por una armadura de acero durante el Mandato británico. La visita durante el día está regulada por la comunidad Griego Ortodoxa y los peregrinos pueden entrar por turnos.
La comunidad Latina realiza celebraciones eucarísticas dentro del Edículo todos los días a partir de las 4.30 y hasta las 7.45 de la mañana, hora solar.
Capilla del Ángel
"Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca." (Marcos 16,5)
Entrando en el Edículo se detiene en el vestíbulo, llamado Capilla del Ángel en memoria del joven vestido con una túnica blanca que las mujeres vieron sentado en la tumba la mañana después del sábado y del que escucharon el anuncio de la Resurrección.
La pequeña cámara, larga casi 3,50 metros y ancha 4 metros, está decorada con paneles esculturales de mármol blanco intercalados por columnas y pequeños pilares.
En el centro se encuentra un pedestal con un fragmento de la roca que cerraba la entrada del Sepulcro, piedra conservada toda entera dentro de la basílica hasta la destrucción del 1009.
La antecámara hipogea original fue destruida ya en tiempos de Constantino, que pensó en un espacio frente a la cámara sepulcral libre de paredes y rodeada de balaustre.
El Edículo cruzado volvió a proponer tres puertas de acceso a la antecámara, que se cerraron en el siglo XVI. La reproposición de la antecámara funeraria es por tanto, una versión bastante reciente del complejo del Edículo.
Cámara del Sepulcro
"No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto." (Marcos 16,6)
Una pequeña puerta (133 cms.) introduce en la segunda habitación donde fue depositado el cuerpo de Jesús. El banco está protegido por láminas de mármol.
Los ornamentos no deslucen la simplicidad de este lugar, meta de millones de peregrinos y centro de la fe cristiana. Aquí Jesús venció a la muerte.
Rotonda o Anástasis
"El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús." (Lucas 24, 1-2)
La Rotonda, llamada Anástasis (resurrección), respeta la imponente estructura que alternaba, en los tres órdenes, pilastras, grupos de columnas y grandes ventanas. Desgraciadamente, con el correr de los siglos y las sucesivas restauraciones las ventanas han perdido la luz solar directa y el deambulatorio ha sido subdividido en dos plantas por un entrepiso.
Con ocasión de la última restauración, las 12 columnas del orden inferior han vuelto a tener el aspecto del proyecto original. Las dos columnas más cercanas al altar de la Magdalena eran, probablemente, dos partes de una misma columna perteneciente al primitivo complejo constantiniano o del templo de Adriano. La restauración de la cúpula se concluyó en los años noventa.
Tumba de José de Arimatea
"Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo, que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios." (Lucas 23, 50-51)
Entrando en la habitación colocada al oeste entre los pilares de la Rotonda, se observa una habitación oscura y mal tenida. Se trata de la capilla llamada “de los Sirianos”, comunidad que perdió varios derechos dentro de la basílica.
Esta misma lucha por los derechos entre Sirianos y Armenios por la propiedad del vano la ha llevado a su degradación. Un pequeño pasaje en la pared lleva hasta la Tumba de José de Arimatea: según la tradición, habiendo ofrecido su propia tumba a Jesús y como no quiso ser sepultado en la misma, el representante del Sinedrio lo depuso en esta tumba.
Ciertamente, este descubrimiento confirma la vocación a área sepulcral de este lado del monte Gareb. El metropolita Siro Ortodoxo celebra allí la misa con sus fieles todos los domingos.
Lo que sucedió aquel día después del sábado por la mañana temprano, se tuvo que divulgar en aquel “jardín” en el que se encontraba la tumba donada por José de Arimatea para la sepultura de Jesús.
El área que se encuentra en la parte septentrional de la Rotonda reúne los recuerdos evangélicos del anuncio de la resurrección. Las mujeres, según los Evangelios sinópticos, son las primeras testigos del anuncio cuando se dirigían al Sepulcro para ungir el cuerpo de su maestro y encontraron la piedra movida y un ángel con vestidos fulgurantes que les dijo: “No está aquí, ha resucitado”. Tal y como narra Juan el evangelista, María de Magdala fue la primera que encontró a Jesús resucitado y todavía no ascendido al Padre, a ella se le encomendó el anuncio de la resurrección.
Una vez superadas las columnas de la Rotonda se entra en el espacio de pertinencia de los Franciscanos. El altar de la derecha está dedicado a María de Magdala.
En este espacio, además de celebrarse la mayoría de las liturgias en el Sepulcro, es habitual encontrar a los padres Franciscanos en servicio, escuchando a los peregrinos y realizando las confesiones. Desde aquí se sube hasta la capilla latina de la Aparición de Jesús a su Madre. Esta memoria antigua y no narrada en los Evangelios, se ha transmitido en esta capilla, donde se conserva la columna de la Flagelación.
Detrás de estas ambientaciones está situado el convento franciscano en el que viven los padres al servicio de la basílica. La galería lateral está formada por una serie de arcos, conocidos como de la Virgen, porque recuerdan las visitas de la Virgen María al Sepulcro. Esta memoria está relacionada con las cinco columnas más pequeñas que se encuentran al lado de los pilares cruzados.
Las columnas son restos del pórtico, restaurado en el siglo XI por Monomaco, que rodeaba por los tres lados, como en el proyecto de Constantino, el espacio abierto ante la fachada del Anastasis. Gran parte de la pared original constantina se conserva en el muro de cierre lateral por encima de los arcos, hacia la Rotonda, donde se ve parte de la antigua fachada del Anastasis.
Capilla de María Magdalena
"Jesús le dijo: «¡María!». Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: «¡Raboní!», es decir «¡Maestro!»." (Juan 20, 17)
La capilla de pertinencia latina está dedicada al encuentro de la Magdalena con Jesús narrado en el Evangelio de Juan.
Sobre el altar se encuentra el moderno bronce que representa el encuentro de la Magdalena con su maestro, obra del artista franciscano Andrea Martini.
Por el lado opuesto en alto se encuentra el órgano que acompaña las liturgias en latín de los frailes.
El pavimento de piedra negra y blanca es una copia del medieval del siglo XI y está formado por dos sectores circulares que indican la posición en la que se encuentra Jesús, el punto rodeado por los rayos, y la Magdalena, en el centro de los tres círculos, durante su encuentro.
Capilla de la aparición de Jesús a su Madre
«Jesús dijo entonces a María: "Has derramado ya muchas lágrimas. El que fue crucificado está vivo y está hablando contigo y quien te consuela es precisamente aquel que buscas, aquel que viste la púrpura celeste. Aquel de quien tu buscas la sepultura es el que ha destrozado las puertas de bronce y liberado a los prisioneros del Infierno» (Evangelio apócrifo de Gamaliel).
Llamada Capilla del Santísimo Sacramento o Capilla de la aparición de Jesús a su Madre, recuerda un hecho narrado en el apócrifo “Libro de la resurrección de Cristo del apóstol Bartolomeo”.
La capilla así dedicada existe a partir de la restauración del siglo XI de Constantino Monomaco y fue restaurada por los franciscanos en los años ’80 del Novecientos. Está decorada con un moderno vía crucis bronceado de padre Andrea Martini.
Por el lateral derecho del altar se encuentra la columna de la Flagelación, un tronco de columna de pórfido rojo, venerada desde hace siglos por los fieles Latinos de Jerusalén en el Cenáculo y traída a este lugar en 1553 por el padre Custodio Bonifacio de Ragusa.
Arcos de la Virgen
"Cuando amaneció el día, mientras su corazón estaba roto y triste, desde la derecha de la entrada penetró en la tumba una fragancia aromática: parecía la propagación del perfume del árbol de la vida. La virgen giró y se puso de pie, cerca de un arbusto de incienso, vio a Dios vestido con un hermoso vestido de púrpura celestial. Él le dijo: "Mujer, ¿por qué lloras y te lamentas tan tristemente en una tumba que no tiene cadáver?" (Evangelio apócrifo de Gamaliel)
Recorriendo la galería se hacen evidentes los distintos estratos de las distintas intervenciones realizadas a lo largo de los siglos.
Desde el muro del fondo, perteneciente al edificio original constantiniano, se destacan las columnas bizantinas y las pilastras del transepto cruzado.
Sobre el muro se distinguen los agujeros para los enganches de los mármoles policromados que revestían el edificio.
Cinco columnas, distintas de las demás, más pequeñas y bastas, forman los llamados Arcos de la Virgen, que recuerdan las visitas de la Madre del Señor al sepulcro del Hijo.
La memoria debió de ser considerada autorizada por los cruzados que quisieron preservar esta única parte del Tripórtico constantiniano.
Desde el deambulatorio, una escalera baja hasta la capilla dedicada a Santa Elena. Las paredes de la escalera están recubiertas por cruces, incisas en los siglos pasados por los peregrinos Armenios para testimoniar la devoción por la Cruz de este pueblo. En el 327 la emperatriz, madre de Constantino, fue peregrina en Jerusalén y quiso buscar la santa Cruz.
La historia narra el hallazgo de tres cruces en una antigua cisterna, junto con los clavos (de los que uno está montado en la Corona férrea en Monza, un segundo está en la Catedral de Milán y el tercero en Roma) y del titulus, el cartucho –querido por Pilato- que contenía la condena en tres idiomas (un fragmento se encuentra en Roma, en la iglesia de la santa Cruz). Un milagro permitió identificar la cruz de Cristo.
La capilla de tres naves, con 4 columnas que sostienen la cúpula es de propiedad de los Armenios y es del siglo XII. Fuentes y excavaciones arqueológicas confirman que ya en el proyecto constantino el aula se utilizaba de alguna manera. De las paredes cuelgan muchas lámparas según el estilo armenio.
Desde la Capilla armenia de santa Elena se accede a la inferior del “Inventio Crucis”, en la que se celebra cada año, el 7 de mayo, la memoria del hallazgo de la Santa Cruz y donde el padre Custodio franciscano lleva en procesión la reliquia de madera de la Cruz de Cristo al punto en el que tradicionalmente se encontró.
Capilla de Santa Elena
Realizada por los cruzados, en la capilla de Santa Elena actualmente oficia la comunidad armenia. El mosaico del pavimento representa las principales Iglesias de este pueblo.
Las cuatro columnas están coronadas por capiteles bizantinos, dos de estilo corintio y dos con cesta, que los cruzados reutilizaron sacándolos de la antigua mosquea de El Aqsa. Las ventanas de la pequeña cúpula reciben la luz del patio elevado de Deir es-Sultan, situado detrás del ábside de la basílica, donde se encuentran las celdas de los monjes etíopes.
Por una puerta trasera se llega hasta la Capilla de Vartan y de los mártires Armenios, abierta solamente bajo petición, en la que se encontró el antiguo dibujo de la barca que contenía la escritura “Domine ivimus” – Señor, estuvimos- que se considera la señal más antigua de veneración dejada por un peregrino antiguo antes todavía de la construcción de la basílica.
Capilla de la Invención de la Cruz
"Inventio sanctae crucis dicitur, quia tall die sancta crux inventa fuisse refertur. Nam et antea fuit inventa a Seth, filio Adam, in terrestri paradiso, sicut infra narratur, a Salomone in Libano, a regina Saba in Salomonis templo, a Judaeis in aqua piscinae, hodie ab Helena in morte Calvarie". (Jacopo da Varagine, Legenda Aurea, LXVIII)
Descendiendo aún más –es el punto más profundo de la basílica- se llega hasta la Capilla rupestre de la invención (hallazgo) de la santa Cruz.
Una ballaustrada señala el punto tradicional del hallazgo de las reliquias.
Las paredes conservan débiles trazos de frescos del siglo XII, mientras que en el techo se reconocen las secciones y los bloques de la antigua cantera de piedra.
El enlucido de las paredes, hecho con material hidráulico rico en ceniza, típico de los tiempos de Cristo, demuestra que este subterráneo se utilizaba, en aquel tiempo, como cisterna.
Frente al Edículo se abre el espacio reservado a los Griegos Ortodoxos, el Catholicon, que ocupa el centro de la basílica donde los cruzados realizaron el Coro de los Canónicos.
La Confraternidad del Santo Sepulcro, formada por monjes ortodoxos griegos presididos por el Patriarca Griego-Ortodoxo de Jerusalén, se encarga del cuidado del Santo Sepulcro en nombre de los griegos y realiza la mayoría de sus liturgias dentro del Catholicon.
Una cúpula sobre tambor, recientemente realizada en mosaico de estilo bizantino, con el Cristo Pantocrátor rodeado de obispos y patriarcas de Jerusalén, está sostenida por los arcos que se reúnen con penachos en los pilares cruzados donde se representan a los evangelistas; desde las ventanas del tambor, en momentos particulares del día entran rayos de luz que atraviesan la atmósfera creando efectos sugestivos.
En el fondo del Catholicon se encuentra el iconostasio, dividido por un rítmico escaneo de pequeños arcos y columnas de mármol rosa y en su interior contiene los iconos de la tradición griego-ortodoxa.
A los lados del iconostasio están colocados los dos asientos patriarcales reservados a las visitas solemnes del Patriarca Ortodoxo de Antioquia y del Patriarca Ortodoxo de Jerusalén. Detrás del iconostasio, más allá de una bóveda de vela se encuentra el ábside cruzado, cubierto por una superficie enervada en los ojivales separados por ventanas que iluminan la basílica.
Un jarrón de mármol rosado que contiene una piedra circular marcada por una cruz es el Omphalos, el ombligo, el centro del mundo: basándose en varias referencias bíblicas, este es el centro geográfico del mundo que coincide con el lugar de la manifestación divina. Este es un elemento que se encuentra presente en la religión hebrea que consideraba toda la ciudad de Jerusalén como centro del mundo; en la Ciudad Santa, los musulmanes lo hicieron coincidir con la roca colocada en el centro de la Cúpula de la Roca. En el Santo Sepulcro, la cruz de Cristo es el centro del mundo, desde aquí los brazos del Salvador se extienden para abrazarlo completamente.
En las excavaciones de 1967-68, el arquitecto griego Athanasios Economopolus encontró bajo el suelo del Catholicon, a la altura del ábside cruzado, la de la iglesia del Martyrion realizada por los arquitectos de Constantino.
En los edificios colocados al norte de la Rotonda se encuentra el convento franciscano en el que residen los frailes encargados del oficio del Sepulcro. Los edificios constituían el Patriarcado constantino, sede del Obispo de la iglesia madre.
En el antiguo proyecto constantino, una serie de vanos distribuidos en diversas plantas daban a un patio, un cuadrilátero al abierto alrededor del Anastasis que servía para dar luz a las ventanas de los ábsides de la Rotonda.
Del poderoso edificio del Patriarcado actualmente se conservan las paredes de la planta tierra y de la primera, situada a casi 11 metros de altura. P. Corbo realizó investigaciones arqueológicas en toda el área del convento. Modesto, en el siglo XI construyó la Capilla de S. María: desde el convento se puede ver todavía intacta la puerta con tres orificios de la entrada exterior de la capilla, realizada con columnas romanas y capiteles bizantinos reutilizados.
Una escalera impracticable actualmente, servía para que el Obispo de Jerusalén entrara en la basílica directamente desde la calle del Suk cristiano, a través de la cruzada Puerta de María.
Para los peregrinos católicos, a través del convento se llega a la sala de los Cruzados en la que se puede celebrar la Santa Misa.
Capilla de los Cruzados
Restaurada tras las excavaciones arqueológicas y la restauración del convento franciscano, la capilla de los Cruzados es una poderosa estructura constantiniana cubierta con una bóveda de cañón rebajada realizada durante la restauración de Modesto. La capilla, formada por una sala más amplia unida a un vano reducido por la presencia de un muro que separa las propiedades de franciscanos y griegos, formaba parte del vasto complejo del patriarca constantiniano y se conectaba con el patio por una serie de puertas.
La estancia, desconocida hasta 1719, se utilizó en un primer momento como almacén y, tras la restauración, como capilla para la celebración de la eucaristía por los grupos de peregrinos. Una puerta al fondo de la sala conduce a una de las numerosas cisternas excavadas en parte en la roca y utilizadas para recoger el agua de la lluvia. El vano más pequeño, que hoy acoge al altar, es parte de una estancia más grande donde las excavaciones arqueológicas han sacado a la luz los restos de la estructura de unas prensas para la uva y el aceite conectadas con canales para recoger el líquido exprimido. El vino y el aceite eran necesarios tanto para la liturgia del gran complejo constantiniano como para el mantenimiento del clero.
El Status Quo es un conjunto de tradiciones históricas y condicionamientos, de reglas y leyes que establece las relaciones, actividades y los movimientos que se desarrollan en las basílicas donde la propiedad es común a varias confesiones cristianas. Durante siglos las distintas comunidades cristianas han vivido bajo el dominio islámico codo con codo, a pesar de la profunda diferencia en cuanto a dogmas, ritos y lenguas.
Los franciscanos, en Tierra Santa desde 1335, adquirieron con el tiempo muchas propiedades en los Santos Lugares y, desde 1516 hasta 1629, fueron los principales propietarios.
Con la conquista de Constantinopla por los turcos, en 1453, el Patriarca griego, convertido en súbdito del imperio, fue agasajado con una extensa jurisdicción sobre todos los fieles de rito greco-ortodoxo del imperio Otomano, jurisdicción que aumentaba con la misma rapidez que las conquistas turcas y así, en 1516, también la obtuvo sobre los cristianos de rito ortodoxo de Tierra Santa.
Desde aquel momento, con la aprobación del sultán otomano, los Patriarcas ortodoxos de Jerusalén son griegos. En 1622, en un período de conflicto entre las potencias occidentales y el imperio otomano, empieza la contienda sobre la propiedad de los Santos Lugares.
Los franciscanos, fácilmente acusados de ser espías de las potencias extranjeras, empezaron a tener dificultades y tuvieron que recurrir a los embajadores de las potencias europeas para hacer valer sus derechos.
Los griegos tenían el apoyo de Rusia y los Santos Lugares se convirtieron en moneda de cambio, especialmente en el período que va de 1690 a 1757.
En la primera mitad del siglo XIX, la alianza de Turquía con Rusia tuvo consecuencias directas también en la cuestión de los Santos Lugares y en 1852 el Sultán consagró el Status Quo nunc (la condición que de hecho se daba en el momento del acuerdo), según querían los griegos. El Status Quo de derecho se afirmó y dura todavía hoy, siendo el único punto de referencia para resolver los litigios y disputas.
En ausencia de textos oficiales se basó en notas de carácter privado, que dejaron la situación jurídica confusa e incierta.
Dos familias musulmanas tienen el privilegio de la custodia de la puerta de la basílica, que se abre según los horarios establecidos por las tres comunidades mayoritarias.
Al final de la primera guerra mundial, con la disolución del Imperio Otomano y la consignación de la Tierra Santa al mandato británico, el problema de los Santos Lugares se convierte en internacional. El gobierno mandatario no quiso, o no supo cómo regularlo, y el gobierno jordano, que le sucedió en 1948, siguió la misma política. Incluso la Organización de las Naciones Unidas ha intervenido numerosas veces nombrando comisiones y patrocinando la internacionalización de Jerusalén, pero sin alcanzar resultados concretos.
De momento, las tres principales comunidades –griega, franciscana y armena-consiguieron llegar a un entendimiento para la restauración del techo de la basílica del Santo Sepulcro, que comenzó en 1961 cuyos trabajos, avanzando lentamente, llegan hasta nuestros días.
Latinos
Los Frailes Menores tienen el deber de custodiar en Tierra Santa los lugares consagrados por la presencia de Jesús. Es una misión especial que les fue encargada por la Santa Sede desde 1342, en memoria de la visita profética de San Francisco al sultán de Egipto en 1219.
Los Franciscanos ofician todos los días en el Santo Sepulcro siguiendo la liturgia católica romana y prestan asistencia a los peregrinos que visitan el santuario.
Su vida en el Santo Sepulcro está ocupada por las funciones litúrgicas en diversas horas del día y de la noche. El Statu Quo establece cómo, cuándo y dónde se alternan para la oración las diferentes comunidades, regulando además del calendario litúrgico, la mayoría de las cosas que ocurren cada día, mes y año.
Los Franciscanos comienzan la celebración de la misa después de los Armenios, a las cuatro y media de la mañana y terminan su servicio en el Edicola del Sepulcro con la solemne Eucaristía comunitaria de las siete siete y cuarto. Para las demás oraciones utilizan la capilla del Santísimo Sacramento.
Entre las celebraciones litúrgicas, la comunidad franciscana realiza cada día, desde las cuatro hasta las cinco de la tarde, una procesión que recorre el Santuario incensando los altares y las capillas.
La sugestiva liturgia a la que se unen grupos de peregrinos, evoca con himnos, antífonas y oraciones los momentos de la pasión, muerte, sepultura y resurrección del Señor.
Griegos
Con el Concilio de Calcedonia del 451 d.C., se produce una sucesión de patriarcas ortodoxos de fe calcedonia. La posición de la Iglesia griega, que se impuso desde 1533, explica por qué a la iglesia local se le llama comúnmente “griego ortodoxa”.
El patriarcado ortodoxo de Jerusalén instituyó en el siglo XV la “Confraternidad del Santo Sepulcro”dedicada a la Custodia de los Lugares Santos: la presencia de las letras OT sobrepuestas, Hàghios Tàphos (Santo Sepulcro) indican los lugares de la Basílica marcados por la presencia griega. En el interior del Santo Sepulcro, que ellos llaman Anastasis es decir, basílica de la Resurrección, el patriarca tiene su propia cátedra colocada en el amplio espacio del Catholicon.
La ceremonia religiosa más sugestiva y esperada por los ortodoxos de todo el mundo se celebra en el Santo Sepulcro, donde el sábado de Pascua miles de fieles esperan a que el Patriarca griego, después de haber rezado en el Edicola del Sepulcro, salga llevando dos fajos de velas encendidas para repartir el Fuego Santo a todos los fieles.
La Iglesia ortodoxa celebra las oraciones, las ceremonias y las fiestas siguiendo la tradición bizantina y el calendario juliano.
Armenios
La Iglesia armena pertenece al grupo de las tres Iglesias cristianas “antigua-orientales” que provienen de la tradición siria, armenia y alejandrina, así denominadas por la antigüedad de sus ritos que exprimen características peculiares étnicas y nacionales.
El pueblo armenio, el primero que aceptó el cristianismo como religión nacional, se encuentra presente en Jerusalén a partir del siglo V, cuando se establecieron las primeras comunidades, y consiguió todo un barrio desarrollado alrededor de la Catedral de S. Jaime, barrio que todavía hoy ocupa un sexto de toda la ciudad vieja.
Junto con los Latinos y los Griegos Ortodoxos, los Armenios Ortodoxos son la tercera comunidad sometida al Status Quo del Santo Sepulcro, santuario que llaman “Surp Harutyum” en armenio. La gran cantidad de pequeñas cruces incisas en la piedra (Khatchar) que acompañan al peregrino a la capilla armenia de Santa Elena, son la clara señal de veneración de un pueblo “adorador de la cruz”.
No es inusual ir al Sepulcro y ver jóvenes seminaristas armenios vestidos con sus tónicas azules, realizando celebraciones y liturgias cantadas en armenio.
La presencia Armenia en la basílica además, se reconoce por la cruz caracterizada por no tener la imagen de Cristo, en la que de los cuatro brazos se ramifican motivos floreales, que significa el origen de la vida y la salvación en el crucifijo.
Coptos
La Iglesia ortodoxa copta, que recuerda a la tradición alejandrina como la etíope y eritrea, tiene sus orígenes en Egipto. Una tradición marca la llegada a Palestina en el siglo IV, siguiendo a Santa Elena Madre de Constantino aunque, con toda probabilidad los primeros contactos con los Lugares Santos ocurrieron a través de experiencias de vida monástica.
Los coptos, que actualmente cuentan en Jerusalén con unos mil fieles reunidos alrededor de su arzobispo que reside en el monasterio de San Antonio al lado del Santo Sepulcro, ofician en la basílica el altar que se encuentra detrás del Edicola.
En este altar es constante la presencia de un monje copto, que se reconoce por el típico manto negro con bordados dorados.
Las celebraciones, que presiden todos los domingos ante su altar, se realizan en árabe con partes en copto, un idioma formado del antiguo egipcio mezclado con el griego.
Sirianos
La Iglesia siro-ortodoxa de rito antioqueno es la primera herede de la antigua Iglesia Judeo-cristiana y actualmente representa a los cristianos de idioma siriaco difundidos en muchos países medio orientales.
El idioma litúrgico es el siriaco, un idioma que pertenece al arameo, la lengua antigua que hablaba Jesús. Paralelamente al patriarca bizantino, un documento afirma la presencia en Jerusalén de un obispo Siro ya a partir del siglo VI.
La sede del metropolita Siro se encuentra en la iglesia de San Marcos, que se sitúa entre los barrios armenio y hebreo, que una antigua tradición jerosolimitana la considera la casa de María, madre de Marcos el evangelista.
En la basílica del Santo Sepulcro los Siro Ortodoxos ofician en la capilla de José de Arimatea y Nicodemo, realizada en el deambulatorio que se encuentra detrás del Edicola del Sepulcro, cuya propiedad está contestada por los Armenios.
Etíopes
Los Etíopes (o abisinios) representan el primer país cristiano en África. Unida con los orígenes alejandrinos, esta Iglesia presenta la característica de haber conservado usos antiguos testamentarios, como la circuncisión y las normas levíticas alimentarias y de pureza ritual.
Su comunidad, marcada por la vida monástica, se encuentra presente en Jerusalén desde el siglo IV, contemporáneamente con la llegada de San Girolamo.
En 1283 tuvieron su primer obispo, demostrando que también tenían derechos importantes en la basílica del Santo Sepulcro durante todo el medioevo, que después perdieron durante el período otomano. En la actualidad una pequeña comunidad vive pobremente en las celdas que se encuentran en el techo de la capilla de Santa Elena, complejo monástico que ellos llaman Deir es Sultan, del sultán.
Durante la Pascua, llegan a Jerusalén numerosos hombres y mujeres etíopes envueltos en ligeras estolas blancas que, con danzas y cantos en la antigua lengua “ghe’ez” celebran el sábado por la noche el ritual de la “búsqueda del cuerpo de Cristo”.
Cada día en la apertura y cierre de la basílica se repite una compleja “ceremonia”.
Como es sabido, la custodia de la puerta y de la llave del Santo Sepulcro está a cargo de dos familias musulmanas (Nuseibeh y Judeh).
El Sultán de Egipto Malek Adel – según cuenta el historiador Giacomo da Vitry – tenía muchos hijos que colocó con diversas donaciones y herencias; dos de ellos fueron los encargados de la custodia remunerada de la puerta del Sepulcro.
Después de la invasión de los Corasmios (1244), el sultán Ajub escribió al Papa Inocencio IV pidiéndole perdón por los daños causados en la basílica y asegurándole que los habría reparado y que habría confiado las llaves a dos familias musulmanas para que abrieran la puerta a los peregrinos. Desde entonces, este derecho se ha transmitido de una familia a otra.
En pasado, para hacer que se abriera la puerta y poder entrar en la basílica, era necesario pagar un impuesto personal: Fidenzio de Padua cuenta que la cifra era de unos 80 francos de oro. Este impuesto personal para la entrada se pagaba a los custodios musulmanes al lado de la puerta, donde había un banco de piedra. El impuesto personal para la entrada fue abolido por Ibrahim Pascià en 1831.
En la actualidad se abre todos los días, aunque hay que tener en cuenta que además de los derechos de estas dos familias musulmanas, existen también diversos derechos de las tres Comunidades que ofician en el Santo Sepulcro: Latinos (franciscanos), Griegos y Armenios. Es por esto que la apertura de la puerta del Santo Sepulcro presenta un complicado ceremonial que a muchos podría parecer extraño e inútil.
Existen dos tipos de «apertura»: la apertura sencilla y la solemne:
El peregrino se sorprende con frecuencia cuando descubre que la hora del Santo Sepulcro no coincide con la de su reloj, ya que allí dentro se utiliza siempre la hora solar porque el reglamento no tiene previsto el cambio de hora, con el fin de mantener invariables los horarios de las liturgias.
Las Santas misas presididas por los Latinos en el Edicola del Santo Sepulcro inician a las 4.30 de la mañana y continúan cada media hora hasta las 7.45. A las 6.30 los frailes celebran la misa cantada del día en el espacio que se encuentra frente al Edicola.
Simultáneamente se celebran Santas Misas en el Calvario, en la nave de la derecha, desde las 5 hasta las 6.30. Los viernes, la misa cantada de las 8.30 de la mañana se celebra en el Calvario.
Además, todos los viernes las comunidades realizan por turnos las tareas de limpieza del Edicola del Santo Sepulcro. Los frailes, según la tradición, hacen la vía crucis todos los viernes por las calles de Jerusalén, con salida a las 15 horas desde la Flagelación, terminando delante del edicola, donde se proclama la Resurrección de Nuestro Señor. Cuando terminan todas las celebraciones Latinas de la mañana toca el turno de los Griego Ortodoxos.
Todos los días a las 16.00 horas, la comunidad franciscana realiza la procesión diaria en la basílica del Santo Sepulcro, saliendo desde la Capilla del Santísimo, parándose en todas las capillas que rodean la rotonda, bajando también por la Capilla del descubrimiento de la SS. Cruz, subiendo por el Calvario para después llegar hasta el Edicola del Sepulcro y terminar con la bendición eucarística en el punto de salida.
Los peregrinos de diferentes nacionalidades son parte integrante de este rito cuotidiano.
De los otros dos ritos que co-habitan en el Santo Sepulcro, solamente los Armenios presentan una procesión itinerante en la basílica y se celebra los últimos tres días de la semana.
Después del cierre de la basílica, las funciones de las tres Comunidades continúan, a partir de las 23.30, con las varias incensaciones y los oficios nocturnos.
La primera misa que se celebra es la de los Griegos Ortodoxos a las doce y media de la noche, seguida por los Armenios dos horas después, para llegar al horario de la apertura y el inicio de la vida diurna del Sepulcro.
Apertura y clausura de la Basílica:
Horario de verano (abril a septiembre): 5-21 todos los días.
Horario de invierno (octubre a marzo): 4 - 19 todos los días
Santas misas dominicales:
Horario de verano (abril a septiembre): 5:30 – 6:00 – 6:30 (solemne, en latín) y 18:00.
Horario de invierno (octubre a marzo): 4:30 – 5:00 – 5:30 (solemne, en latín) y 17:00.
Santas misas feriales:
Horario de verano (abril a septiembre): 5:30 – 6:00 – 6:30 – 7:00 – 7:30 (solemne, en latín)
sábado a las 18:00 horas.
Horario de invierno (octubre a marzo): 4:30 – 5:00 – 5:30 – 6:00 – 6:30 (solemne, en latín) – 7:15 –
sábado a las 17:00 horas.
Procesión cotidiana:
Horario de verano (abril a septiembre): 17:00 todos los días
Horario de invierno (octubre a marzo): 16:00 todos los días.
Evangelio según San Mateo (Mateo 27, 33-50)
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa «lugar del Cráneo», le dieron de beber vino con hiel. El lo probó, pero no quiso tomarlo. Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron; y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían: «Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!». De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo: «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: «Yo soy Hijo de Dios». También lo insultaban los ladrones crucificados con él. Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: «Elí, Elí, lemá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías». En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían: «Espera, veamos si Elías viene a salvarlo». Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Marcos (Marcos 15, 22-37)
Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: «lugar del Cráneo». Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó. Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno. Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron. La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: «El rey de los judíos». Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. (Y se cumplió la Escritura que dice: «Fue contado entre los malhechores») Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: ¡«Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!». De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!». También lo insultaban los que habían sido crucificados con él. Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: «Eloi, Eloi, lamá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías». Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: «Vamos a ver si Elías viene a bajarlo». Entonces Jesús, dando un grito, expiró.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Lucas (Lucas 23, 33-46)
Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos. El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!». También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». El le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y diciendo esto, expiró.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Juan (Juan 19, 16-30)
Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucifiquen, y ellos se lo llevaron. Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado «del Cráneo», en hebreo «Gólgota». Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz. Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: "El rey de los judíos". sino: "Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos"». Pilato respondió: «Lo escrito, escrito está». Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: «No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca.» Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed. Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Mateo (Mateo 27, 57-61)
Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran. Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue. María Magdalena y la otra María estaban sentadas frente al sepulcro.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Marcos (Marcos 15, 42-47)
Era día de Preparación, es decir, vísperas de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea –miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios– tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto. Informado por el centurión, entregó el cadáver a José. Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Lucas (Lucas 23, 50-56)
Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo, que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado. Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado. Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado. Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Juan (Juan 19, 38-39)
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús –pero secretamente, por temor a los judíos– pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Mateo (Mateo 28, 1-7)
Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro. De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Angel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos. El Angel dijo a las mujeres: «No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba, y vayan en seguida a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán». Esto es lo que tenía que decirles».
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Marcos (Marcos 16, 1-8)
Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús. A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro. Y decían entre ellas: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?» Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande. Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas. pero él les dijo: «No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho». Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Lucas (Lucas 24, 1-12)
El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: «Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día». Y las mujeres recordaron sus palabras. Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás. Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles, pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron. Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro, y al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por que había sucedido.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Juan (Juan 20, 1-18)
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos. Los discípulos regresaron entonces a su casa. María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?». María respondió: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo». Jesús le dijo: «¡María!». Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: «¡Raboní!», es decir «¡Maestro!». Jesús le dijo: «No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: «Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes». María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Francisco de Asís y sus hermanos fueron a la Tierra Santa con el deseo de poder “respirar” en estos Lugares santificados la presencia del Hombre-Jesús.
La procesión cotidiana en el Sepulcro, que recorre los lugares de la pasión-muerte-resurrección de Cristo, es una forma de recordar a los peregrinos la necesidad de meditar constantemente sobre la humanidad de Jesús, que en estos lugares sufrió su Pasión y se manifestó en su Resurrección.
El estilo del Via Crucis, la procesión cotidiana, evoca la importancia de la devoción a la cruz, tema muy querido por el Santo de Asís y por la espiritualidad franciscana.
La procesión no nace como una práctica ritual de los frailes de la comunidad del Sepulcro, y no existe una sola “liturgia” dedicada únicamente al culto de los cristianos locales, si no que está dedicada a todos los Cristianos peregrinos que acuden a la basílica. Este aspecto ha ayudado a preservar el origen de los santuarios como patrimonio de la Iglesia Católica Universal. Todo esto también está testimoniado por la paciente y perseverante presencia de la comunidad de los frailes menores en el Sepulcro.
La estructura de la procesión sufrió cambios y variaciones durante los diferentes períodos históricos que han permitido conservar la práctica de la Procesión cotidiana hasta nuestros días.
A la procesión se le puede reconocer una función fuertemente legada a la devoción de los lugares como “reliquias” de la pasión-muerte-resurrección de Jesús Cristo, pero también a los personajes actores de estos momentos (María Madre de Jesús, Juan, María de Magdala, etc. etc.). La Palabra de Dios aparece como un elemento fundente de esta práctica procesional y con frecuencia se propone y se lee en clave poética.
Tradición histórica y litúrgica
La antigua costumbre descrita por Egeria de recorrer todos los lugares santos y de la pasión-muerte-resurrección de Jesús, se ha vivido desde hace siglos como una tradición de gran importancia. Egeria contaba que toda la comunidad presente durante la procesión, formaba un cortejo para acompañar al Obispo que se desplazaba para celebrar la liturgia en los diferentes santuarios de la ciudad, recitando cantos, salmos e himnos. Con la conquista islámica de Jerusalén, se prohibieron las manifestaciones externas de culto cristiano y todos los cultos se tuvieron que realizar en el interior de los edificios eclesiales.
También en época cruzada esta práctica tuvo su desarrollo de manera similar y mucho más sencilla, sobre todo después de que los Latinos consiguieron el derecho de transitar libremente alrededor de la Tumba.
Con la llegada de los frailes menores a la Basílica (presentes en el S. Sepulcro desde hacía tiempo, pero reconocidos oficialmente por los Papas en 1342) se restableció el culto cristiano en los Lugares Santos, que desde hacía mucho tiempo estuvo en manos de las autoridades musulmanas, para custodiar los santuarios y celebrar la liturgia. El texto más antiguo de la procesión remonta al 1431 con el diario de Mariano da Siena. La comunidad de los frailes acogía a los peregrinos introduciéndolos y guiándolos en el Lugar Santo, los peregrinos después de la entrada por la tarde, completaban la visita del santuario en forma de procesión y después de una noche de oración transcurrida en la basílica, la peregrinatio se concluía con la Eucaristía solemne y comunitaria celebrada por el Guardián franciscano.
Desde el siglo XVI, con el aumento de los religiosos residentes en el Sepulcro, pero sobre todo a causa de la llegada del Imperio Otomano, la procesión empezó a convertirse en una práctica cotidiana de la comunidad, en vez de un ritual relacionado con la llegada de los peregrinos, perdiendo de esta manera parte de su carácter pastoral, a causa de factores históricos evidentes.
Una reforma sustancial de la procesión tuvo lugar en el 1623 con el Custodio Tommaso Obicini, bajo la custodia del cuál, se publicó un procesional oficial, Ordo Processionalis.
En 1924, el entonces Custodio p. Ferdinando Diotallevi añadió a las estaciones de la procesión cotidiana, la estación de la Adolorada al Calvario. Al año siguiente entró en vigor una nueva versión de la procesión en la que se realizaron cambios en los himnos para adecuarlos a la edición oficial de la Antifonal Romana.
Itinerario:
Cuando suenan las campanas, la comunidad de los frailes se dirige al coro para la celebración de la Liturgia de las Horas; a continuación, salen del coro y comienza la procesión. Ésta, formada por catorce estaciones, comienza y termina en el mismo lugar, es decir, en la capilla del santísimo Sacramento o de la Aparición de Jesús resucitado a su Madre. En la procesión participan los frailes de la comunidad y algunos provenientes de San Salvador. En cada estación se recita o se canta un himno relacionado con el lugar, seguido de una antífona y de la colecta, y por último, se reza un Pater, Ave y Gloria. Hasta la séptima estación la procesión se recita en recto tono, es decir, utilizando siempre la misma nota, y después se canta.
Antiguamente también participaban en la procesión los sacerdotes de las otras confesiones, pero esta práctica se ha ido perdiendo con el tiempo.
Los frailes también tienen el derecho de incensar y rezar ante los altares de las otras confesiones cristianas.
La procesión sigue el siguiente itinerario:
En los días de gran solemnidad en la basílica, la procesión se anticipa y adquiere un carácter solemne. En la procesión participa junto con los frailes menores, un Prelado que es acogido solemnemente en la Basílica.
Apertura y clausura de la Basílica:
Horario de verano (abril a septiembre): 5-21 todos los días. - Septiembre 5:00 - 20:30
Horario de invierno (octubre a marzo): 4 - 19 todos los días
Horario extraordinario de apertura:
Navidad (25/12) 8:00 - 19:00
Fiesta de la Presentación del Señor (2/2) 8:00 - 19:00
Jueves Santo: la basílica cierra después de la celebración, es decir, a las 11:00 (o 12:00)
Viernes Santo: la basílica se cierra brevemente a las 7:00 (o 8:00) y se cierra durante el resto del día.
Viernes Santo ortodoxo: 8:45 (o 9:45) - 20:00 (o 21:00)
Sábado santo ortodoxo: la basílica está cerrada hasta el final de la celebración del fuego sagrado (3:00 pm o 4:00 pm) y luego permanece abierta hasta la noche del día siguiente (Domingo de Pascua ortodoxo)
Santas misas dominicales:
Horario de verano (abril a septiembre): 5:30 – 6:00 – 6:30 (solemne, en latín) y 18:00.
Horario de invierno (octubre a marzo): 4:30 – 5:00 – 5:30 (solemne, en latín) y 17:00.
Santas misas feriales:
Horario de verano (abril a septiembre): 5:30 – 6:00 – 6:30 – 7:00 – 7:30 (solemne, en latín)
sábado a las 18:00 horas.
Horario de invierno (octubre a marzo): 4:30 – 5:00 – 5:30 – 6:00 – 6:30 (solemne, en latín) – 7:15 –
sábado a las 17:00 horas.
Procesión cotidiana:
Horario de verano (abril a septiembre): 17:00 todos los días
Horario de invierno (octubre a marzo): 16:00 todos los días.
Prenotaciones misas para sacerdotes Católicos certificados con peregrinos y grupos católicos:
Franciscan Pilgrims' Office - FPO
tel: +972 2 6272697 E-mail: fpo@cicts.org
Para recibir información:
CIC - Christian Information Centre
(dentro de la Puerta de Jaffa, en frente de la Ciudadela)
tel: +972 2 6272692 fax: +972 2 6286417
e-mail: cicinfo@cicts.org
Cada día, los sacerdotes están disponibles para el Sacramento de la Reconciliación en la Capilla de la Magdalena