Para vivir la experiencia del jubileo en Tierra Santa, se propone la peregrinación a tres lugares jubilares: Nazaret (basílica de la Anunciación), Belén (basílica de la Natividad) y Jerusalén (basílica del Santo Sepulcro-Anástasis). A estos se suma el lugar del Bautismo de Jesús, en Jordania.

A lo largo del año, se invita a los cristianos locales y de todo el mundo a convertirse en peregrinos a estos lugares, como comunidades, como familias e individualmente.

En Nazaret, Cristo se hace carne en el vientre de María y María nos enseña que debemos creer que nada es imposible para Dios y abrirnos a la fecundidad del Espíritu Santo, para que Dios pueda obrar en nuestra vida y en nuestra historia y transformarla en historia de salvación.

En Belén, la esperanza tiene el rostro de un Niño y nos recuerda que Dios no salva con armas y ejércitos, sino con la fuerza desarmada de un niño en quien habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y es Jesús, es decir, Dios mismo, quien nos salva compartiendo nuestra vida.

En Jerusalén, en el Calvario, descubrimos la esperanza que nace de sentirnos amados de forma gratuita e infinita, porque allí se nos revela que el Hijo de Dios se entrega por nosotros. Finalmente, en el sepulcro vacío descubrimos el contenido más profundo de nuestra esperanza, que es la promesa del Resucitado de llevarnos con él a la gloria del Padre.

El lugar del Bautismo de Jesús, en Jordania, es un lugar que por su naturaleza recuerda la invitación a la conversión que nos dirige Juan Bautista para preparar el camino al encuentro con Jesús, para acogerlo como el Cristo y como el Señor de nuestras vidas.