Viernes Santo: todo se ha cumplido | Custodia Terrae Sanctae

Viernes Santo: todo se ha cumplido

No son todavía las 8 y los peregrinos se concentran en la plaza del Santo Sepulcro, esperando que las puertas, que se cerraron por la tarde, se vuelvan a abrir. La voz que sale de los altavoces explica que quien entre permanecerá durante todo el tiempo que dure el oficio en la basílica, porque tras el paso del cortejo de los franciscanos que acompaña al patriarca, las puertas se cerrarán.

8 horas. Las puertas se abren finalmente. Los fieles, numerosos, se dirigen a la basílica. Todos esperan poder acceder al Calvario, aunque no todos lo conseguirán.
Es allí, en el Gólgota, en el lugar donde Jesús fue clavado en la cruz, adonde llega el patriarca portando una reliquia de la Vera Cruz. Y es allí donde nuevamente se canta, en latín, el relato del sacrificio de Jesús según el Evangelio de Juan; el coro del Magníficat interpreta el papel de la muchedumbre.

«Uno a uno, todos se inclinan, tocan la cruz con su frente, después con los ojos, después besan la cruz y se van»; es el relato de una peregrina del siglo IV.
Tras el canto de la Pasión, fieles a una larga tradición, los sacerdotes y, después, algunos fieles, han podido venerar la cruz. La liturgia se termina con la comunión después que el patriarca, acompañado por numerosos sacerdotes, ha tomado las especies eucarísticas de la tumba vacía, donde reposaban.

Pero la jornada de los cristianos de Jerusalén se ha terminado aún. Al final de la mañana, muchos de los peregrinos y fieles de Tierra Santa se han unido a los franciscanos de la Custodia para la ceremonia del vía crucis. Atravesando las callejuelas tortuosas y llenas de gente de la Ciudad Vieja, la procesión se ha ido deteniendo en las 14 estaciones para conmemorar la Pasión de Cristo, a lo largo de la Vía Dolorosa y en el Santo Sepulcro.
Pero no han sido solo ellos quienes ha celebrado el vía crucis. Otros muchos grupos, en este mismo día, han seguido el mismo recorrido. Durante toda la tarde se irán sucediendo los grupos de las parroquias, exploradores, peregrinos…

En el convento de San Salvador, a la vuelta del vía crucis, cada uno vive el silencio de la muerte de Jesús a su modo y se prepara para volver, por la noche, al Santo Sepulcro para la celebración del oficio del Funeral de Cristo. Este mismo oficio lo ha celebrado la parroquia árabe por la tarde. Pero en el Santo Sepulcro, allí donde Jesús fue colocado en la cruz, allí donde las santas mujeres prepararon su cuerpo para la sepultura en la tumba, allí donde reposó sobre la roca desnuda, allí donde la piedra fue corrida y donde todo se cumplió, el oficio revista una solemnidad particular.
Es el oficio más típico de la Semana Santa, el más atrayente, el más conmovedor. El oficio ha estado presidido por el custodio de Tierra Santa y seguido por una extraordinaria muchedumbre, hasta tal punto que no todos pueden seguir las distintas etapas, aunque todos estén unidos en la misma oración.

Las últimas etapas son las más impresionantes. Cuando Jesús es desclavado de la cruz en el Calvario, cuando es ungido en la piedra de la unción, cuando es trasladado a la tumba. Las puertas de la tumba se han cerrado después, recordándonos que no siempre ha estado vacía y que allí se cumplió un misterio inefable.

Pero la hora aún no ha llegado.

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