Viernes Santo: la gracia de estar aquí, a pesar de la multitud y el jaleo | Custodia Terrae Sanctae

Viernes Santo: la gracia de estar aquí, a pesar de la multitud y el jaleo

Es difícil acceder al Calvario en la Basílica de la Resurrección el Viernes Santo. El Oficio de la mañana comienza alrededor de las 7:15 a.m., pero a las 7 a.m. las puertas de la iglesia aún están cerradas mientras la muchedumbre se agolpa para entrar. Cuando finalmente las dos puertas se abren, los que entran se encuentran con que el acceso al Calvario está cerrado. Los fieles pueden entrar sólo detrás del coro, de los celebrantes y de la fila de franciscanos. Además, los empujones son constantes, a veces virulentos, a pesar de que todo ello se deba a la devoción. No todos consiguen subir pues el espacio no da para mucho. Hay quien permanece debajo de un grupo de peregrinos de la India, sin esconder su desilusión: “estábamos esperando desde hacía mucho tiempo”. Sin embargo, para un fiel filipino, “no importa, me basta con estar a los pies del Calvario”. Y son muchos los que, situados bajo el Calvario, miran y se las desean para tratar de unirse como puedan a la oración, algunos siguiendo su libro litúrgico, otros leyendo la Biblia, otros moviendo entre sus dedos las cuentas del Rosario. Apenas se consigue escuchar la lectura de la Pasión que se realiza arriba, aunque la historia es conocida. Por lo menos, su oración viene acompañada por los cantos del coro de la Custodia de Tierra Santa, reforzado durante todo el Tríduo por las voces de una coral alemana. Otros eligen permancer cerca de la Tumba vacía, que en realidad no está vacía porque el día anterior se ha depositado en ella el repositorio del Santísimo Sacramento, quedando de esta forma inaccesible para el público. “Una vez –dice el padre Atanasio- se podía acceder a ella, pero luego muchos grupos daban más importancia a la visita que a la adoración, y ése no era el momento”. Así que la monja rusa espera paciente. Sólo tendrá un breve instante para acercarse a la Tumba en un Santo Sepulcro excepcionalmente silencioso. De hecho, tras los peregrinos que estaban en la fila a las 7 de la mañana, las puertas se volvieron a cerrar rápidamente. Y así permanecerán hasta las 10 de la manaña. Algunos turistas se han quedado dentro, y seguramente lo tomarán como una broma de mal gusto, pero todos han sido advertidos. Quizá habría sido mejor haber avisado en lengua eslava, o quizá ellos deberían saber inglés, italiano, o por lo menos algunos rudimentos del griego, pues ¡se les ha tratado de advertir de todas formas!

Francisco sabe que las condiciones para vivir el Tríduo pascual en Jerusalén son un poco dantescas, y quizá sean las menos indicadas para poder recogerse en estos días santos. “Intento abstraerme de toda la confusión que tengo a mi alrededor para poder disfrutar de la gracia de estar aquí, porque aquí se llevó a cabo la Salvación. Ayer por la tarde en Getsemaní, se trataba del Huerto de los Olivos, y yo estaba en el Huerto de los Olivos. Hoy aquí se recuerda la Pasión, que se realizó aquí. En ningún otro lugar del mundo se puede vivir este “aquí”, y cuando pienso en los millones de personas que querrían tener la gracia de venir a Tierra Santa, aunque sólo fuera una vez en su vida, no me puedo quejar de todos los sacrificios que la Semana Santa exige aquí, en la Ciudad Santa”. Son millones los que querrían estar en el lugar de los peregrinos de Jerusalén estos días santos, y los peregrinos son millares. Las calles de la Ciudad Vieja alrededor del Santo Sepulcro y a lo largo de la Vía Dolorosa están casi impracticables. Bendito sea el Status Quo y los usos y construmbres que permiten poner un poco de orden en este caos.

Están también aquellos que han decidido mantenerse aparte. Sí, hay muchos que deciden vivir los oficios de la Semana Santa en una u otra comunidad religiosa. Pero en este Viernes Santo de 2010, hay unos mil peregrinos un poco particulares: unos mil indios residentes en el Estado de Israel, donde están como inmigrantes para trabajar. La mayor parte de ellos vive en Tel Aviv y en sus alrededores, y la mayor parte está aquí solos, sin familia –las leyes israelíes no permiten el reagrupamiento familiar-. Todos viven en condiciones precarias, a menudo con el miedo de que caduque su visado y pasen a encontrarse como clandestinos; pero corren el riesgo pues lo que ganan aquí es de gran ayuda para la familia que dejaron allí, en la India. Hoy están todos unidos, una hermosa familia de creyentes, reunidos en el Vallé del Cedrón, allá donde el Papa Benedicto XVI celebró la misa durante su peregrinación el mes de mayo pasado. Son un millar, venidos para hacer el Vía Crucis y para escuchar la Pasión, y su liturgia en Konkani, la lengua oficial de la región de Goa, es espléndida. Pero lo que la hace hermosa es su fe, su número, sus sonrisas, su alegría. Muchos de ellos llevan una vida dura, que parecen haber olvidado completamente en su contemplación de Cristo. Un sacerdote indio de paso y tres franciscanos animan la oración, mientras un grupo de laicos se ocupa de los cantos y de las lecturas. También ellos son cristianos de Tierra Santa. El padre Pra Veen de Souza, estudiante de la Flagelación desde hace algunos meses les hace de capellán en Jaffa. Es él el que ha organizado este momento fuerte, para darles la gracia de vivir este “aquí” de la Tierra Santa.

Durante toda la jornada, y en cualquier parte de la ciudad, las distintas Iglesias, cada una según su propio rito, en el Santo Sepulcro, en las calles o en las parroquias, todas veneran el misterio de la Pasión. En la Iglesia católica latina, y también en la oriental, el oficio que más emociona a los fieles es el de los funerales de Cristo. Este año la parroquia latina ha salido en procesión por las calles que rodean el convento de San Salvador, con la representación del cuerpo de Cristo. En su trayecto se ha cruzado incluso con la procesión greco-ortodoxa, en la que no se porta ningún tipo de imagen, retiradas por el culto ortodoxo en favor de los iconos.

En el Santo Sepulcro, por la tarde, el Custodio preside la celebración de los funerales de Cristo. La fe de los presentes conmueve: todos se acercan para tocar la imagen. Todos lo viven conscientes de que el cuerpo de Cristo ya se ha transfigurado en la gloria de la resurrección y que esta imagen es sólo una ayuda para recordar que Él murió realmente, fue realmente sepultado, y resucitó realmente para toda la eternidad… pero este misterio forma parte del Sábado Santo.

Mab