Viernes Santo: conmemoración de la Pasión y Viacrucis | Custodia Terrae Sanctae

Viernes Santo: conmemoración de la Pasión y Viacrucis

Este Viernes Santo de 2015, la gran asamblea que se concentraba ante el Santo Sepulcro portaba gran número de teléfonos inteligentes, artilugios para autorretratarse y máquinas fotográficas. Varios cientos de peregrinos y cristianos locales han madrugado para asistir al ingreso solemne del patriarca latino de Jerusalén, guiado por los franciscanos, y a la apertura de las puertas de la basílica de la Resurrección, que estaban cerradas desde la vigilia. Unos cantan, otros hablan entre ellos, pero todos están atentos, preparados para entrar en el templo antes de que las puertas se vuelvan a cerrar, durante la celebración de la Pasión de Cristo.

En el Calvario, el clero y la coral de la Custodia están acompañados por algunas docenas de peregrinos, mientras que el resto de los fieles están apretujados en las escaleras, más abajo. Pero la asamblea forma un grupo compacto. «Al inicio había mucho ruido, y es porque cada uno intentaba encontrar un puesto, pero nada más empezar la lectura cantada de la Pasión se ha hecho un silencio profundo, total, impresionante», dice Maëlle, una joven francesa de la coral. Dominic, procedente de Singapur, afirma: «Estaba abajo pero he podido escuchar todo en un una atmósfera de oración». La veneración de la santa Cruz en el mismo lugar de la crucifixión es el culmen de esta celebración. Allí donde se plantó la cruz de la infamia, las reliquias de la misma cruz son el signo tangible de la salvación. Mientras que las ostias consagradas durante la vigilia se llevan en procesión de la tumba al Calvario, el fervor es tal que hay aglomeración para recibir la comunión.

Tras la celebración se habla en voz baja con los vecinos, en espera de la apertura de las puertas del Santo Sepulcro. Todos estos cristianos, procedentes de distintos países, están aquí reunidos para vivir el Viernes Santo en Jerusalén, que continúa con el Viacrucis.
El contraste es sorprendente. Solo hace algunos días, para la gran procesión del Domingo de Ramos, la asamblea estaba alegre, con danzas y cantos. Hoy, en las calles de Jerusalén, el cortejo es muy numeroso, pero mucho más recogido porque esta es la ocasión para los cristianos de vivir solemnemente el Viacrucis de Cristo. La asamblea casi no cabe en las estrechas calles de la ciudad vieja. El ejército y la policía israelí, que proporcionan el servicio del orden, intentan, bien o mal, hacerse obedecer. A pesar del desorden, el jaleo que se escucha entre las piedras pluriseculares de Jerusalén es hermoso: decenas de lenguas distintas se unen para rezar el padrenuestro y el avemaría.

A última hora de la mañana se celebran dos viacrucis. Primero, el de los franciscanos, seguidos por un pequeño número de fieles, y luego el de la parroquia árabe latina, guiada por los exploradores. En la asamblea, una peregrina comenta: «¡Es difícil rezar así! Pero lo importante es estar aquí presente, en gran número, para caminar siguiendo a Cristo». Como todo viacrucis, la procesión termina en el Santo Sepulcro, en el mismo lugar donde, 2.000 años antes, Cristo entregó su vida para la salvación del mundo. La asamblea se detiene. Se hace silencio por la tarde. Muchos fieles se unirán después a la impresionante liturgia de la Procesión fúnebre de Cristo.