
El primer viaje internacional del papa León XIV, realizado entre el 27 de noviembre y el 2 de diciembre de 2025, llevó al Pontífice a dos países fundamentales para la historia del cristianismo y para el equilibrio de Oriente Medio: Turquía y Líbano. Fue un itinerario lleno de símbolos, encuentros y gestos de fraternidad que quiso reafirmar el papel de la Iglesia como constructora de puentes en una época marcada por divisiones y conflictos.
La elección de Turquía como primera etapa no fue casual. En 2025 se celebra el 1700º aniversario del Concilio de Nicea, raíz común de todas las confesiones cristianas. Volver allí donde todo comenzó, en la ciudad que fue cuna de la primera gran asamblea de obispos, tuvo un valor altamente simbólico. El papa León XIV quiso realizar esta peregrinación no solo como homenaje a la historia, sino como invitación a mirar al pasado para reencontrar lo que une.
Ankara e Estambul lo recibieron con ceremonias oficiales y encuentros con las autoridades, pero fue en la dimensión espiritual y comunitaria donde la visita mostró su rostro más auténtico. En las iglesias patriarcales, en las catedrales ortodoxas, armenias y católicas, el Papa dialogó y rezó con representantes de distintas tradiciones, recordando que la unidad no es uniformidad, sino armonía.
El episodio más impresionante fue la peregrinación a İznik, la antigua Nicea. Caminando entre las ruinas del lugar que acogió a los Padres del primer concilio, León XIV recordó que aquel momento histórico sentó las bases del Credo profesado hoy por miles de millones de cristianos. Un mensaje fuerte, especialmente en un tiempo en el que las divisiones y las incomprensiones amenazan con alejar a las comunidades.
Después de Turquía, el viaje continuó hacia Líbano, país querido por muchos pontífices y símbolo de convivencia entre culturas y religiones. El Líbano vive desde hace años una situación compleja: crisis económica, inestabilidad política, creciente emigración. En este contexto, la visita del papa León XIV tuvo el significado de un soplo de esperanza.
En Beirut, miles de jóvenes lo acogieron en la plaza del Patriarcado de Antioquía de los Maronitas. El ambiente fue festivo, pero también de profunda escucha: el Papa les habló con palabras sencillas, invitándolos a no dejarse robar el valor del futuro y a creer en la posibilidad de renovar su país desde dentro.
Un momento particularmente conmovedor fue la oración silenciosa en el Beirut Waterfront, lugar simbólico de renacimiento tras las heridas de la explosión de 2020. En aquella inmensa asamblea al aire libre, el Papa pronunció un vibrante llamamiento a la paz y a la reconciliación, recordando que la presencia cristiana en el Líbano no es solo un legado del pasado, sino un don para todo Oriente Medio.
Significativa también fue la visita a un hospital en la periferia de la capital, donde León XIV se encontró con médicos, enfermeros y pacientes, agradeciendo a los sanitarios su dedicación en años tan difíciles. Su abrazo a un niño herido y a su madre fue uno de los gestos que más impresionó a la opinión pública local.
En cada etapa del viaje, el papa León XIV insistió en cuatro palabras clave: esperanza, unidad, paz y justicia. Fueron el hilo conductor que enlazó discursos, celebraciones, encuentros oficiales y gestos espontáneos.
Esperanza, dirigida sobre todo a los jóvenes.
Unidad, recordada en el abrazo con los líderes de las Iglesias orientales.
Paz, implorada como prioridad en una región marcada por tensiones y guerras.
Justicia, entendida como dignidad para todos y defensa de los derechos humanos.
El viaje mostró un Papa cercano a la gente, capaz de hablar a los corazones más que a las instituciones.
Las comunidades cristianas de Turquía y Líbano acogieron la visita con profunda gratitud. Líderes religiosos subrayaron la importancia de recibir el apoyo de un Pontífice en tiempos de incertidumbre.
La visita fortaleció el diálogo ecuménico, reavivó la esperanza de los fieles y llamó la atención internacional sobre la vulnerabilidad de muchas comunidades de Oriente Medio.
La herencia del viaje queda en los rostros de los jóvenes de Beirut, en los ritos celebrados entre los antiguos muros de Nicea, en las manos estrechadas con patriarcas y líderes religiosos, en las lágrimas de quienes vieron en el Papa a un padre que escucha.
