Su primera celebración de Pascua en Tierra Santa | Custodia Terrae Sanctae

Su primera celebración de Pascua en Tierra Santa

Acaban de terminar las celebraciones de Semana Santa, lo que para algunos jóvenes frailes ha constituido una experiencia increíble, única. Desde el comienzo alegre agitando las palmas y cantando canciones al son de una guitarra mientras descendían por el Monte de los Olivos durante la procesión del Domingo de Ramos, hasta que terminaban con una alegría igual o mayor celebrando la resurrección y aparición pública de Jesús en la aldea de Emaús. Entre medias, el lavado de los pies del Jueves Santo, la crucifixión y muerte del Viernes Santo, y el simbólico encendido del fuego eterno del Sábado Santo. Toda una secuencia de celebraciones que sin duda dejarán huella en aquellos que acaban de vivir su primera Pascua en Tierra Santa.

«Para mí ha sido una experiencia maravillosa», comenta el fray Eduardo Gutiérrez frente a la puerta de la basílica de Emaús, justo después de celebrar los oficios. «En unas fechas tan señaladas como estas todos querríamos estar aquí en Tierra Santa», continúa Eduardo, que llegó de México hace seis meses. Para él ha sido muy importante «participar de forma activa en todas las celebraciones litúrgicas», lo que le ha llevado a un más profundo nivel de entendimiento, a una mayor comunión con Dios. «Me ha permitido confirmar mi vocación como franciscano aquí en Tierra Santa», añade, tras señalar lo duro que le resultó dejar atrás su tierra y, sobre todo, a sus familiares y amigos. «Pero aquí he encontrado una nueva familia, una nueva patria», concluye, antes de salir corriendo para coger el microbús que le había de llevar de vuelta a Jerusalén.

Estas mismas percepciones son compartidas por uno de los religiosos visitantes que se han alojado durante estas fechas en la hospedería con que cuenta el convento de San Salvador. Procedente de la India, el sacerdote carismático Paresh Parmar ha pasado también su primera Pascua en Tierra Santa. «Es una experiencia transformacional, que me ha cambiado profundamente, -comenta en el patio de Santa Elena- he sentido tanta humildad…tanta que cuando el Viernes me encontraba junto a la tumba del Señor casi pierdo la consciencia», señala, asegurando que alcanzó un cierto estado de trance en aquel momento. «Además, después de estas celebraciones la liturgia ha cobrado un nuevo sentido, haciéndose mucho más auténtica», añade. Para este sacerdote de la India –país que solo cuenta con un 2,5% de cristianos, porcentaje aparentemente pequeño, pero que dados sus más de 1.240 millones de habitantes suponen unos 30 millones– lo más importante, según enfatiza, es que cada uno de nosotros experimentemos ese proceso de transformación a través de la catarsis vivida tras la pasión, muerte y resurrección de Jesús. «Yo, desde luego, me siento renovado y espero poder así transmitírselo a mi comunidad, que noten que he experimentado este cambio aquí en Jerusalén», apostilla, ya con las maletas preparadas para salir de vuelta a su país.

Para Ivaldo Evangelista esta ha sido en cambio la segunda vez, pero confiesa que la ha vivido casi con tanta intensidad como la primera. «Nos debemos considerar realmente unos privilegiados, pues hay tantos cristianos en el mundo que no tienen esta oportunidad que tenemos nosotros de celebrar en este lugar del mundo en el que se concentran todos los lugares santos», comenta Ivaldo, que dejó su Mendoza natal hace ya dos años. «Pero precisamente este privilegio nos confiere una responsabilidad mayor que la que tiene el resto, a la vez que nos obliga a desarrollar un mayor ideal de servicio a los demás», procede. Este fraile insiste en la idea de que celebrar la Pascua en Tierra Santa es todo un privilegio y anima a que aumente el volumen de peregrinaciones. A fin de cuentas su país, Brasil, es el que más potencial tiene, dado que cuenta con casi 150 millones de católicos. Para Ivaldo lo fundamental es «que no perdamos ese sentimiento de comunidad como cristianos, pues a diferencia de América Latina, aquí en Oriente Próximo somos una pequeña minoría, por lo que es más importante si cabe que demostremos en estas señaladas fechas que somos una parroquia viva».

Tras vivir su tercera Semana Santa en Jerusalén, Agostinho Matlavela, es ya todo un “veterano” en las celebraciones, pero se siente nuevamente cautivado al ver cómo los “novatos” viven su primera Pascua. «Ves sus reacciones y te recuerdan esa primera vez, tan llena de emociones y sentimientos», comenta antes de tomar unas instantáneas con su cámara fotográfica desde el mirador de la basílica de Emaús. «La transición desde el Calvario hasta el Sepulcro produce una sensación inenarrable, a partir de la cual evocamos el sufrimiento de Jesús», prosigue, y nos encomienda a los demás a compartir ese sufrimiento. Pero también nos anima a hacer nuestros la alegría y el gozo que brotan con la resurrección, fuente de esperanza en este momento histórico caracterizado por las crisis –política e institucional, económica y financiera, moral y de valores– y la incertidumbre.

Las celebraciones de Pascua «deben llevarnos a una regresión por la que nos retrotraigamos al momento en que Jesús estuvo aquí, que nos permita escuchar sus palabras y seguir su ejemplo», continúa Agostinho, que llegó hace tres años procedente de Mozambique.

«Todos lo que venimos aquí nos encarnamos en el papel de los dos discípulos que vieron a Jesús resucitado aquí, en Emaús, pues al final de lo que se trata es de que el Evangelio sea algo vivo», termina, destacando la importancia de la misión individual que porta cada uno de nosotros a la hora de, al igual que los susodichos discípulos de Emaús, transmitir al resto del mundo cómo el mensaje de Jesús no caduca, sino que permanece latente en el interior de nuestros corazones y se manifiesta en cada una de nuestras acciones.