Solemnidad de la Madre de Dios | Custodia Terrae Sanctae

Solemnidad de la Madre de Dios

«Aquello que habían visto y oído»
El modo en que los pastores regresan con sus rebaños, después de haber participado en el evento/acogida del nacimiento del Hijo de Dios, manifiesta una doble forma de situarse ante los acontecimientos mismos de la vida: haber visto y oído.
El final del año civil, que la celebración de las primeras vísperas de la solemnidad de la Madre de Dios nos invita a repasar, pone ante nosotros la gratitud por el año transcurrido e, igualmente, la necesidad de la novedad que el nuevo año trae.
Testimoniar lo que este año hemos visto y oído se convierte en un Te Deum de acción de gracias por todo lo que el Señor nos ha dado durante este año. A pesar de las incertidumbres económicas, fruto de la avaricia de los hombres, las divisiones que alejan la paz y la concordia, el egoísmo que nos cierra a la novedad que el Espíritu de Dios quiere darnos, a pesar de todo, el corazón creyente palpita de reconocimiento por el tiempo vivido y por los dones recibidos.
Pero la mirada hacia atrás debe situarnos en el presente, en nuestro hoy, que también en este cambio hacia el nuevo año apela a nuestras responsabilidades, se convierte en empeño renovado por una vida vivida en el sufrimiento, pero también en la certeza de esa presencia que es salvación.
El pasado, el presente, el futuro. El año nuevo que tenemos ante nosotros se puede decir que lleva consigo la esperanza de algo distinto, nuevo, algo a acoger y construir. En esta Tierra, santa y discutida, bendita y dividida, mística y prepotentemente histórica, el grito de esperanza por el nuevo solo puede ser uno: ¡antes que nada la paz!
Significativa y paradójicamente nos encontramos ante estas palabras del inicio y final del Evangelio (cfr Lc 2,14; Jn 20,19) para recordarnos que la vida en Cristo deber tener en la paz no un empeño a perseguir y alimentar, como si fuera del hombre, no una búsqueda de equilibrios difíciles y de exilios acordados como si su mantenimiento y su esfuerzo estuviera ligado a prestigiosas organizaciones sino que la paz del creyente que recibe de las manos de Dios el tiempo de un año nuevo que comienza tiene que ser una renovada profesión de fe en el Dios de la historia que pacifica al hombre, una fe a testimoniar, a entregar, a vivir.
¡Felicidades por este nuevo año, un año en el que se crea (fe) en la paz (presencia de Cristo)!