Tras nueve años de servicio como Custodio de Tierra Santa, el padre Francesco Patton concluye una experiencia intensa y única. Nombrado Custodio en 2016, ha vivido acontecimientos históricos complejos, desde la guerra en Siria, pasando por la pandemia, hasta el reciente resurgimiento de los conflictos, acompañando a la Custodia en un momento de gran transformación. En esta entrevista, nos cuenta qué significa vivir como "peregrino" aun con responsabilidades institucionales, qué encuentros le han tocado más profundamente y qué ha aprendido de esta misión que combina vida fraterna, espiritualidad y diplomacia.
"Me siento peregrino como ser humano, como cristiano, como franciscano, porque la categoría del peregrino es utilizada por San Pedro y en la Carta a los Hebreos del Nuevo Testamento precisamente para describir nuestra condición. No estamos aquí en esta tierra permanentemente, sino sólo de paso. Hay algunos hermosos pasajes del Evangelio, entre ellos el del domingo pasado, en los que se habla de viajar ligeros de equipaje. Así pues, el sentido de ser peregrino, incluso cuando se presta un servicio importante, es ser consciente de que se está de paso, de que se está aportando algo y de que la mirada debe ir más allá del momento presente. La categoría de peregrino es muy útil también para poner tu servicio en perspectiva, en el buen sentido. No significa hacer las cosas con menos compromiso, sino con menos ansiedad, y con la perspectiva adecuada: no eres el dueño de un servicio, sino que estás, como dice la fórmula latina, pro tempore (temporalmente). Otro lo hizo antes que tú, y otro lo hará después. En términos humanos, ayuda no imaginarnos sobrecargados, o más importantes de lo que realmente somos. En términos cristianos, ayuda a vivir y actuar confiando en Dios".
"Hay muchos episodios. Me conmovió profundamente la fidelidad de los dos frailes que permanecieron en el valle del Orontes cuando el ISIS y Al Qaeda estaban presentes. Se quedaron porque sabían que eran pastores, y no asalariados, usando las palabras del capítulo 10 de San Juan. Su disponibilidad para dar la vida no era hipotética, sino concreta en un contexto muy arriesgado. También me impresionó la importancia de los santos lugares para los cristianos que sólo pueden visitarlos una vez en la vida. En Brasil, vi a personas que ahorraron un poco de dinero cada mes durante 10 o 15 años sólo para visitar Nazaret, Belén y el Santo Sepulcro. O a un cristiano de Siria que visitaba el Sepulcro y rompía a llorar de la emoción. Y luego el valor de las escuelas: aunque seamos una realidad pequeña, mantenerlas abiertas significa ofrecer un pequeño signo de un futuro posible, porque allí se convive y se educa para la convivencia entre diferentes etnias, culturas y religiones. Por último, me afectó negativamente ver el crecimiento de la intolerancia, el extremismo y la manipulación ideológica de la religión con fines políticos. Eso me hizo, y aún me hace, sufrir".
"La primera escuela importante para mí fue la de los frailes, por su internacionalidad y multiculturalidad. Vivir en un contexto así te obliga constantemente a salir de tu cultura para entrar en la de los demás, y viceversa. Es un intercambio continuo. Desde niña me fascinaba imaginar lo que había más allá de las montañas que rodeaban mi pequeño pueblo, y en Tierra Santa redescubrí esa mirada al mundo en mis relaciones con los tres componentes principales: fieles locales, trabajadores emigrantes y peregrinos. Los cristianos locales son una minoría sufriente, en una lógica de resistencia que espero no sea de resignación, sino de nueva vida. Los trabajadores emigrantes me ayudaron a comprender cómo Dios guía la historia por caminos distintos de los que imaginamos. Y los peregrinos, venidos de todo el mundo, se encuentran con otros cristianos de todas las partes del globo. Aquí redescubren la universalidad de la Iglesia, su origen pentecostal, que a menudo no pueden experimentar en sus propios países. Es una riqueza inmensa".
"Creo que he aprendido mucho. Cuando vives en un contexto marcadamente internacional e intercultural, tienes que salir constantemente de tu propia cultura, para entrar en la ajena. Es una experiencia de intercambio continuo. Me gusta mucho una expresión de Don Tonino Bello: la convivialidad de las diferencias. Significa que ser de lugares diferentes no debe llevar al conflicto, sino a compartir riquezas y valores. Lo vi concretamente en ocasiones como la fiesta de San Antonio en Jaffa, donde fieles de todos los orígenes, árabes, filipinos, indios, africanos, latinoamericanos, europeos, rezan juntos, y luego comparten bailes, canciones y comida. Es un poderoso símbolo de lo que podría ser la Iglesia del mañana".
"Mi oración se ha profundizado. El contacto con los lugares me ha convencido cada vez más del valor de la Encarnación. Los santuarios, con su fisicidad, devuelven la fe a un ámbito concreto, existencial. Son una gran ayuda para evitar un cristianismo desencarnado e intelectualizado. Son un antídoto contra el racionalismo religioso y el intelectualismo. Y también nos ayudan a comprender la religiosidad de la gente. A los intelectuales les encanta razonar, pero a la gente le encanta tocar. Les encanta besar una piedra, oler el perfume de la mirra, ver los olivos de Getsemaní, la gruta de Belén, el Calvario y la tumba vacía. La religiosidad popular está mucho más cerca del misterio de la Encarnación que la de los teólogos profesionales".
"A los cristianos locales siempre les he dicho, especialmente a los jóvenes, que cultiven su identidad como cristianos de Tierra Santa. No deben centrarse en identidades etnopolíticas, sino en una identidad más profunda: ser custodios, con nosotros, de los lugares santos. Muchos lugares se han recuperado gracias a los cristianos locales que preservaron su memoria. Los santos lugares son una parte esencial de su identidad. He sugerido a los párrocos que lleven allí a los jóvenes, que cuenten el Evangelio en los lugares del Evangelio. Los lugares santos les pertenecen. Ser cristiano en Tierra Santa es una vocación y una misión. Si Dios te deja nacer aquí, te está llamando a ser luz y sal, precisamente porque eres minoría y el contexto es difícil. Y Jesús nos recuerda que la sal que pierde su sabor es inútil".
"La Custodia debe ser cada vez más internacional, fiel a la intuición del Papa Clemente VI en 1342. Durante estos nueve años, he invitado especialmente a las provincias franciscanas de Asia y África a enviar frailes. Hoy la Custodia ya no es sólo europea o americana, sino que se ha expandido. Y debe seguir expandiéndose. En una tierra donde se lucha por cada metro cuadrado en función de la etnia y la cultura, poder convivir frailes de países, culturas y lenguas diferentes es un signo concreto de que la convivencia no sólo es posible, sino profundamente enriquecedora."
"Me diría a mí mismo: estás loco. Porque hace falta una buena dosis de locura y temeridad para lanzarse a un contexto tan complejo, con tan poco conocimiento de la realidad local como el que yo tenía entonces. Pero tal vez sea mejor así, porque también significaba llegar aquí con menos prejuicios, y con más apertura y, necesariamente, con más confianza en Dios que en mí mismo. Es difícil imaginar de antemano lo que significa realmente este tipo de servicio. Cuando llegué, era el peor momento de la guerra en Siria, luego vino COVID, luego otra guerra. Espero que ahora se puedan cerrar los distintos frentes y que haya un tiempo de paz. Pero si no cambian las mentalidades, sólo habrá treguas, no una paz real. La paz requiere la aceptación mutua entre los dos pueblos enfrentados desde hace décadas, y la superación de las lecturas ideológicas de la historia, de la geografía e incluso de la Biblia. Sería necesario enseñar la convivencia en las escuelas, en lugar de una ideología que sólo genera miedo, ira y resentimiento. Ninguno de los dos pueblos debe marcharse, y ambos deben poder convivir en paz. Si ambos fueran capaces de superar la cerrazón mutua, las próximas generaciones podrían por fin crecer en paz, sin miedo y sin ira."
Francesco Guaraldi