En una solemnidad que recuerda con fuerza la Resurrección, la historia viva, la esperanza herida y la promesa que se renueva, la fiesta de los santos Simeón y Cleofás en Emaús asumió este año un significado particular. La homilía de frey Francesco Ielpo, Custodio de Tierra Santa, resonó como una invitación urgente a no permanecer prisioneros del dolor, de la desilusión, de la noche.
El-Qubeibeh, cuyo nombre árabe significa "pequeña cúpula", se encuentra a unos 11 kilómetros al noroeste de Jerusalén, en los Territorios Palestinos, justo más allá del muro de separación entre Israel y Cisjordania. La tradición cristiana lo identifica como Emaús, el lugar hacia el que se dirigían los discípulos después de la Resurrección, cuando Jesús se hizo su compañero de camino. Aquí se conservan las ruinas de la basílica cruzada y las de una antigua casa reconocida como la "casa de Cleofás", además de rastros del antiguo poblado dispuesto a lo largo de una vía romana. El terreno fue adquirido en 1861 por la marquesa Paolina de Nicolay y donado a la Custodia de Tierra Santa. Hoy el pueblo es mayoritariamente musulmán, pero el santuario sigue atrayendo a peregrinos y visitantes cristianos y sigue siendo una presencia significativa para la comunidad local, un signo de diálogo y de testimonio ecuménico.
En la homilía, frey Ielpo recordó la experiencia de los dos discípulos que caminaban con el rostro triste, desilusionados por una esperanza rota, aquella liberación que parecía no haber llegado. Es la imagen de todo hombre y mujer que esperan una salvación política o espiritual y se encuentran, en cambio, en la noche del fracaso. En esta condición no son los discípulos los que buscan a Jesús, sino él quien toma la iniciativa, quien se hace compañero de camino, quien entra en el dolor y el desencanto. Jesús ilumina su camino con la Escritura, muestra que el dolor no es ciego sino que encuentra sentido y plenitud en las palabras de los profetas, y finalmente devuelve la esperanza en el gesto de partir el pan, en esa Eucaristía que ilumina la tarde y hace renacer a la comunidad.
El mensaje cobró un eco particular para la Custodia, que vive hoy un tiempo difícil marcado por conflictos, tensiones y pobreza, con esperanzas a menudo puestas a dura prueba. Emaús El-Qubeibeh, situada en una zona de frontera y atravesada por divisiones, sigue siendo un signo concreto de acogida y de resistencia espiritual. Caminar junto a los hombres y mujeres de esta tierra significa, como subrayó el Custodio, no ser espectadores lejanos sino compañeros de viaje que comparten la Palabra y la Eucaristía, para que el Resucitado pueda iluminar también las noches más densas de dolor.
La referencia a los "rostros tristes" no fue una imagen abstracta, sino una invitación a reconocer el sufrimiento sin esconderlo, a dejarse alcanzar por Jesús incluso cuando parece lejano, a vivir la fracción del pan como estilo cotidiano de compartir y cuidar al otro. Los discípulos de Emaús, después de reconocerlo, partieron sin demora para anunciar a los demás su experiencia. Así también los cristianos de hoy, en Tierra Santa y en el mundo, están llamados a hacerse testigos en medio de las contradicciones, de los miedos, de las esperanzas heridas.
La fiesta de Simeón y Cleofás en Emaús no es por lo tanto un rito de memoria nostálgica, sino una invitación a convertir la tristeza en esperanza, la desilusión en testimonio. Con el mensaje del camino, de la compañía del Resucitado, de la Palabra que ilumina y de la Eucaristía que nutre, frey Ielpo recordó a la comunidad cristiana que no debe encerrarse en la resignación, sino abrirse al misterio de la Resurrección incluso en la oscuridad. Para los cristianos de Tierra Santa, y más ampliamente para todos, esta celebración se convierte en un signo vivo: la esperanza puede romperse, la noche puede hacerse profunda, pero Jesús resucitado sigue caminando con quienes están desanimados, dando un nuevo horizonte y haciendo visible la luz cuando parte el pan.
Francesco Guaraldi