
En el corazón de la Ciudad Vieja de Jerusalén, en la iglesia del Convento de San Salvador, la Custodia de Tierra Santa acogió esta mañana la tradicional Misa en honor de la Dinastía Belga. La celebración, que renueva la larga relación entre Bélgica y la misión franciscana en los Santos Lugares, reunió a religiosos, diplomáticos y miembros de la comunidad católica local.
La liturgia fue presidida por Fray Stéphane Milovitch. La homilía fue confiada a el padre Frans Bouwen, misionero belga de los Padres Blancos y voz autorizada del diálogo ecuménico en Jerusalén. Entre los presentes se encontraba también la Cónsul General de Bélgica en Jerusalén y en los Territorios Palestinos, Anick Van Calster, quien participó oficialmente en la celebración.

Desde las primeras palabras, el padre Bouwen recordó el significado de la jornada, una ocasión para rezar por el Rey Felipe, la Reina Matilde y la familia real, pero también por todo el pueblo belga, "en medio de los desafíos que todos afrontamos hoy."
Con un estilo sobrio pero incisivo, el sacerdote trazó un cuadro del mundo contemporáneo, marcado por "grandes desigualdades, violencia de guerra y desplazamientos masivos de poblaciones." Dinámicas que generan temor y cerrarse ante lo diferente, miedos que, observó, encuentran resonancia en las palabras del Evangelio proclamado durante la misa.
Recordando el pasaje en el que Jesús habla de "nación contra nación" y "fenómenos aterradores," Bouwen subrayó que la enseñanza evangélica no pretende describir la actualidad, sino recordar la fragilidad recurrente de la historia humana. Una fragilidad que, dijo, no debe conducir ni a la resignación ni a la pasividad.

El núcleo de la homilía fue una invitación a no limitarse a esperar que "todo pase", sino a cultivar una esperanza activa. Bouwen recordó las palabras de Jesús, "Ni un solo cabello de vuestra cabeza se perderá," como fundamento de una confianza capaz de impulsarnos a la acción.
Citando a san Pablo, invitó a no caer en la tentación de esperar pasivamente tiempos mejores, "No podemos permanecer indiferentes sin hacer nada," dijo, parafraseando al apóstol.
Estamos llamados, en cambio, a participar en el proyecto de Dios, "vida, reconciliación, libertad y paz."
"Nuestras posibilidades son limitadas," reconoció, "pero siempre podemos añadir nuestra pequeña piedra, con los ojos abiertos y un amor creativo."
Un llamamiento particularmente sentido se refirió a Tierra Santa, definida como una situación "humanamente sin salida." Precisamente aquí, insistió, la fe debe traducirse en pequeños gestos de reconciliación, de ayuda recíproca y de defensa de la dignidad humana, verdaderas "semillas de futuro."

Bouwen invitó finalmente a rezar por Bélgica, implicada como todos "en las incertidumbres de nuestro mundo." Una oración dirigida también al rey, al gobierno y a las instituciones del país, para que encuentren "fuerza y discernimiento" al guiar a la nación hacia una sociedad más justa y acogedora.
La homilía concluyó con la frase evangélica que inspiró todo su mensaje, "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestra vida."

La celebración de la Dinastía Belga en San Salvador se inserta en la tradición de las misas nacionales sostenidas por la Custodia de Tierra Santa. A lo largo de los siglos, la Custodia ha podido llevar a cabo su misión gracias al apoyo constante de algunas naciones europeas que, por motivos históricos, religiosos y diplomáticos, se han convertido en columnas portantes.
Francia, Italia, España y Bélgica han garantizado de hecho a lo largo de los siglos ayudas materiales, protección política y contribuciones culturales fundamentales para la salvaguardia de los Santos Lugares y de las comunidades cristianas presentes en Oriente Medio.
Este vínculo privilegiado, nacido del entrelazarse de fe, tradición y responsabilidad internacional, continúa hoy expresándose en formas de cooperación, solidaridad y apoyo a la presencia cristiana en Tierra Santa.
Francesco Guaraldi
