Peregrinación al río Jordán | Custodia Terrae Sanctae

Peregrinación al río Jordán

Una vez bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco." Animados por estas palabras tomadas del Evangelio de Mateo, los frailes de Tierra Santa guiados por el p. Custodio, fray Pierbattista Pizzaballa, y acompañados de toda la comunidad de la parroquia de Jerusalén a la que se han unido muchos peregrinos tanto de Europa como de América Latina, además de numerosos religiosos, se han acercado como cada año a finales de octubre hasta la orilla occidental del río Jordán para contemplar el misterío salvífico del bautismo de Jesús. Al canto de salmos de alabanza y acción de gracias por la bondad de Dios hacia los hombres y hacia su pueblo, se han acercado procesionalmente hasta el lugar en el que se ha celebrado la Eucaristía, cuya liturgia ha estado animada por los jóvenes estudiantes franciscanos y por un nutrido coro húngaro llegado en peregrinación hasta Jerusalén. Durante la liturgia bautismal, el Custodio ha recordado las enseñanzas del apóstol san Pablo. En efecto, todos nosotros a través del bautismo hemos sido sepultados con Cristo en la muerte y, lo mismo que Él ha resucitado de entre los muertos, también nosotros debemos caminar en la novedad de la vida del Espíritu, sabiendo que nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Cristo para que no fuéramos ya esclavos del pecado. Al finalizar la renovación de las promesas del santo bautismo, el canto del salmo 50, el Miserere, ha acompañado a la aspersión del agua bendita sobre los participantes en la celebración. Este momento ha sido especialmente emotivo porque se ha celebrado en la orilla misma del río que contempló la escena del Cordero de Dios. Muchos son, además, los eventos significativos ligados a la Escritura que se relacionan con este tramo del río. En particular, el paso del pueblo de Israel, guiado por Josué, que hace su entrada en la tierra prometida y el episodio del rapto de Elías hacia el cielo en el carro de fuego llevado por caballos de fuego, bajo los ojos atónitos de su discípulo Eliseo. Hechos recogidos en la Escritura, respectivamente, en el Libro de Josué y en el segundo Libro de los Reyes. Al finalizar la santa misa, la peregrinación ha continuado hasta los lugares que conmemoran los cuarenta días transcurridos por Jesús en el desierto tras el bautismo en las aguas del Jordán y las tentaciones de Jesús, por obra del maligno, sobre el monte que la tradición llama el Monte de la Cuarentena (en árabe Yabal Qarantinata). La montaña, en cuya ladera está escavado el sugestivo monasterio greco-ortodoxo, domina la actual ciudad de Jericó, que dista pocos kilómetros de las ruinas de las diversas ciudades antiguas de Jericó, numerosas veces construidas y destruidas en el curso de los siglos, y a poca distancia una de la otra. Entre ellas, la del tiempo de Jesús, que fue testigo de su paso y de sus distintos milagros, como nos cuentan los Evangelios. En la sugestiva esquina del oasis, a los pies del monte, mientras la mayor parte de los peregrinos se dirigía por el camino empinado que lleva hasta el monasterio en la espléndida cornisa del desierto de Judá, un pequeño grupo se ha quedado a la sombra de dos centenarios sicómoros que se alzan cerca de la fuente de Eliseo, donde se recuerda el segundo milagro del profeta, después de aquél de la división de las aguas del Jordán. La fuente del oasis de Jericó, de hecho, se había contaminado provocando abortos y muertes. Cuando la gente le pidió ayuda, Eliseo ordenó que se llenara de sal una cacerola nueva y después la volcó sobre la fuente. Anunció entonces que el Señor había vuelto sanas estas aguas. La fuente fue purificada y sigue siendo hoy en día fuente de vida para toda la ciudad. En fin, en recuerdo de la cuaresma transcurrida por Jesús en el monte, como nos narra el evangelista Marcos: “Estaba con las fieras y los ángeles le servían”, todos han recordado la profecía de Isaías: “Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá”. La profecía de un mundo reconciliado hecho de unidad y de amor, de hermandad y reconciliación que se ha verificado en la persona de Jesús: “He aquí que el Reino de Dios está en medio de vosotros”.

SG