Pentecostés en Jerusalén: anticipando la unidad | Custodia Terrae Sanctae

Pentecostés en Jerusalén: anticipando la unidad

El domingo 19 de mayo, la parroquia latina de la ciudad vieja de Jerusalén y la comunidad de los franciscanos se han reunido, en la mañana de este domingo de Pentecostés, para celebrar juntos una única misa solemne.
Presidida por el custodio de Tierra Santa, fray Pierbattista Pizzaballa, junto con el vicario custodial, fray Artemio Vítores, y el párroco, fray Firás Hiyazin, la misa ha sido también especialmente solemne porque, desde que los franciscanos fueron expulsado del Cenáculo, es en la iglesia de San Salvador donde se pueden ganar las indulgencias de la festividad.
Así, no pudiendo celebrar la eucaristía en el Cenáculo, los cristianos latinos de la ciudad participan solemnemente en la misa de este día en la iglesia de San Salvador. En la iglesia, llena de fieles, la comunidad de franciscanos, a la que se han unido una veintena de frailes brasileños, ha ocupado su lugar en el coro.
Por la tarde, la alegría de la fiesta se ha extendido al Cenáculo, en el monte Sión. Varios fieles han llegado antes de la hora de vísperas para reunirse en la habitación superior que, de modo excepcional, ha estado abierta durante este día.
La alegría de poder rezar unidos en este santo lugar, adornado con los colores de la Custodia, ha sido grande. Además de la bandera de la Custodia, se ha podido ver, en la espalda del custodio, la reproducción de uno de los primeros sellos de la Custodia en el que se ve a la Virgen María y los apóstoles recibiendo el Espíritu Santo y el lavatorio de los pies.
Pero, más que el recuerdo de la presencia franciscana en este lugar, es precisamente la liturgia de la festividad la que ha sumergido a los presentes en el misterio que se celebra en este día. La diversidad de culturas de los participantes es grande y, aunque no era posible entender todas las lenguas, la unidad en la fe común se ha podido tocar con la mano. Así, cuando cada uno de los presentes ha recitado el padrenuestro en su propia lengua, la armonía que se ha elevado hacia las cúpulas del edificio ha celebrado tal unidad como un canto en distintas lenguas.
A la salida de la celebración, estos nuevos discípulos llenos del Espíritu Santo se han disgregado fortificados para entrar en el tiempo ordinario y descubrir, en sus respectivas vidas, lo que la misma mañana el papa Francisco llamó «las maravillas de Dios».