En la solemnidad de la Santísima Trinidad, el domingo 15 de junio, la Custodia de Tierra Santa celebró la ordenación diaconal de catorce frailes franciscanos. La liturgia, presidida por el Cardenal Pierbattista Pizzaballa, Patriarca de Jerusalén, tuvo lugar en la Iglesia del Santísimo Salvador del complejo conventual de la Custodia de Tierra Santa.
La homilía del Cardenal Pizzaballa profundizó en el significado del ministerio diaconal a la luz del Evangelio de Juan (16,14-15): "Tomará de lo mío y os lo anunciará". Estas palabras, explicó el Patriarca, revelan la dinámica interna de la Trinidad, donde cada Persona da y recibe en un movimiento perpetuo de amor. Del mismo modo, el diácono está llamado a vivir un servicio que no nace de sí mismo, sino de Cristo, convirtiéndose en canal de Su gracia.
El Cardenal contrapuso esta lógica de comunión a la mentira de la serpiente en el relato del Génesis. Mientras el tentador siembra desconfianza y separación, el Espíritu Santo – subrayó – "no añade ni quita nada a las palabras de Jesús, sino que las hace vivas en nosotros". En un tiempo marcado por conflictos y fragmentación, esta verdad interpela directamente la misión de los nuevos diáconos: "Vuestra tarea es devolver a la humanidad la conciencia de ser criatura, dependiente del amor del Creador".
Los hermanos ordenados proceden de distintas naciones, reflejo de la dimensión universal de la Iglesia:
El cardenal Pizzaballa les recordó que el diaconado "no es un título, sino un don que hay que gastar en la vida cotidiana", especialmente en Tierra Santa, donde las divisiones hacen aún más urgente el testimonio de la unidad.
En su homilía, el Patriarca esbozó tres aspectos concretos del servicio diaconal:
El servicio a la Palabra:"Tendréis que proclamarla sin alterarla, como hace el Espíritu con las palabras de Jesús", dijo el Patriarca, invitando a los hermanos a "rumiar" las Escrituras para que se conviertan en vida antes de la proclamación.
Servicio en la Eucaristía: la referencia a "partir el pan" se vinculó a la llamada a "romper la propia existencia" por los demás, renunciando a toda forma de protagonismo.
El servicio en la Comunión: en un pasaje de su homilía, el Cardenal señaló: "Así como en la Trinidad nada se retiene, vuestro ministerio deberá construir puentes, no muros".
La celebración concluyó con una invocación a la Virgen María para que guíe a los nuevos diáconos por un camino que "no eluda la historia, sino que la redima mediante el don". "En un contexto marcado por las tensiones, su ordenación adquiere un valor simbólico: mostrar que es posible vivir relaciones basadas no en el poder, sino en la aceptación mutua".
Queridos hermanos y hermanas, nuestros corazones se alegran en el Señor. San Agustín, dirigiéndose a los hermanos de la comunidad, entre los cuales había también diáconos, afirmaba: “Los diáconos son pobres y mendigos de Dios, y esperan en la misericordia.” También nosotros, hoy, por gracia divina, hemos recibido el orden del diaconado respondiendo personalmente a la llamada que el Señor ha dirigido a cada uno de nosotros.
Abrazando la pobreza evangélica, hemos reconocido en Él nuestra única riqueza. Enriquecidos de misericordia, somos hechos testigos de la eficacia de la gracia de Dios. Dios es bueno, y Él nos ha llamado. La iniciativa viene solo de Él, y cada uno de nosotros ha respondido a esta invitación desde lo profundo de su corazón. Por eso, damos gracias incesantemente a Dios, que ha dirigido hacia nosotros una mirada misericordiosa.
Agradecemos a Su Eminencia, Pierbattista Card. Pizzaballa, por habernos conferido hoy el orden del diaconado al servicio de la Iglesia de Jerusalén y de la Iglesia Universal. Agradecemos al Reverendísimo Custodio de Tierra Santa, Padre Francesco Patton, que nos fortalece en la misión de la Custodia de Tierra Santa. Agradecemos al Padre Rector del Seminario, Fray Ulisse Zarza, y a todos los frailes formadores que nos animan a formar nuestros corazones según Dios. Agradecemos a Fray Rosario Pierri, decano del Studium Biblicum Franciscanum, Facultad de Ciencias Bíblicas y Arqueología en Jerusalén, y a Fray Nicolás Márquez Gutiérrez, moderador del estudio ontológico jerosolimitano, junto a todo el cuerpo docente que, con su dedicación, nos ayudan a conocer el misterio de Dios a través del estudio de las ciencias sagradas.
Agradecemos a Fray Rodrigo Machado, maestro de ceremonias, a los hermanos del servicio litúrgico, a la Schola Cantorum y al Coro del Instituto Magnificat, que nos han ayudado a vivir esta celebración con mayor dignidad y belleza. Agradecemos a la fraternidad custodial que nos acoge, así como a nuestras provincias de origen, nuestros provinciales, sus delegados y todos nuestros hermanos que nos acompañan con su oración. Agradecemos a la Iglesia de Jerusalén, a la que pertenecemos, y que hoy se alegra con nosotros para que nuestro ministerio produzca frutos abundantes en su favor.
Agradecemos y saludamos a nuestras familias presentes aquí en esta Iglesia o unidas espiritualmente a través del Christian Media Center. Sepan que sus oraciones son nuestro apoyo. Nuestro seráfico padre San Francisco, en su ministerio diaconal, se hizo siervo de los pobres y los que sufren.
Recen por nosotros al Dios trino y uno, para que podamos ser imagen de Cristo en la caridad y dispensadores de la paz, de esa paz tan deseada e invocada para toda esta tierra, especialmente para aquellos hermanos que sufren las devastaciones de la guerra. “¡Ay de nosotros si no predicamos el Evangelio!” María Santísima, hija predilecta del Padre, madre del Verbo encarnado, esposa del Espíritu Santo, interceda por nosotros, para que siempre sigamos adelante y nunca nos quedemos atrás.
Muchas gracias.
De mi parte, de parte de la custodia, les agradezco por haber aceptado una vez más celebrar la ordenación diaconal de nuestros jóvenes y les dirijo un deseo a ustedes que acaban de recibir la ordenación diaconal: recuerden que, aunque el diaconado que reciben es transitorio, es decir, es un paso hacia el sacerdocio, también es permanente, es decir, nadie se los quita. Debajo de la casulla de Su Beatitud todavía está la estola de diácono, lo que significa que incluso cuando uno se convierte en obispo sigue siendo diácono. Y por tanto, no piensen que lo que han recibido hoy es una especie de escalón en una carrera eclesiástica.
Recuerden que la carrera que nos indicó Jesucristo es la de quien desciende, se humilla, se hace siervo, lava los pies, muere en la cruz y da la vida por sus hermanos. Así que inspírense en este modelo, no se dejen encantar por las sirenas de quienes les prometen honores, carreras o beneficios. Que el amor por Cristo, en respuesta al amor de Cristo, los sostenga siempre.
Francisco Guaraldi