ORDENACIÓN SACERDOTAL DE FRAY LUAI BISHARAT RITO MELQUITA-CATÓLICO | Custodia Terrae Sanctae

ORDENACIÓN SACERDOTAL DE FRAY LUAI BISHARAT RITO MELQUITA-CATÓLICO

Amán, 16 de octubre de 2014

«¿Actios?» La voz del obispo resuena en la asamblea, mientras con las manos extiende la estola que, inmediatamente después, como yugo suave, caerá sobre la espalda del candidato. «Actios», responde unánime la asamblea interpelada, atenta a la voz del obispo que, poco después, vuelve a repetir la pregunta: «¿Actios?». «Actios» responden aún más fuerte y convencidos los fieles, mientras el consagrante coloca el manípulo en las muñecas del ordenando, ahora ya prisionero de Cristo. «¿Actios?», insiste seguro de la respuesta el prelado, mostrando al pueblo el cingulum castitatis que adornará la cintura del sacerdote novel. «¡Actios!», suena como un trueno que parece salir de la nave central de la iglesia.
Menuda experiencia de la verdad y potencia del dicho latino Vox populi, vox Dei. La certeza segura del pueblo desciendo como aceite perfumado y consagrante sobre la mente del nuevo sacerdote y se introduce en su corazón, acabando con las últimas trazas del temor y encendiendo la llama viva del amor.
Y helo aquí, como dócil cordero, flanqueado por quien le ha precedido en los caminos del Señor, danzando en torno al altar de Dios por tres veces, besando las esquinas con la boca abierta y los labios húmedos de deseo. Solo tras haberse abajado y arrodillado ante el obispo para besar el crucifijo, vuelve a arrodillarse ante el altar, símbolo de Cristo, apoya en él la cabeza y en ella toda su pasado y su futuro, libres ya para siempre desde ese instante presente. Un icono de esa ordenación enriquece el iconostasio de imágenes que siguen a aquel día: durante el Canon, tras la consagración, el nuevo sacerdote –siempre rodeado por sus padrinos con las lámparas encendidas- se dirige a los pies del altar apretando contra sí, en realidad apretándose junto al cuerpo de Cristo, ofreciéndose por primera vez con Él al Padre.
Otro icono: el obispo católico, junto al consagrado, el custodio con veinte frailes que quieren significar la presencia de toda la Custodia, muchos sacerdotes de rito melquita y de rito latino, los indispensables diácono y coro. La amada madre con los hermanos, las hermanas, la abuela y los parientes próximos que, con su intervención, han confirmado la regla de la participación activa de los fieles. Incalculables e incontrolables han sido los amigos y amigas que han hecho de bisagra entre la celebración litúrgica y la fiesta que la ha seguido. Centro de las dos, siempre Luai, que en el primer momento, el más sagrado, estaba con el espíritu en el cielo y con el cuerpo arrodillado ora ante el altar, ora ante el obispo; en el segundo momento estaba más en el cielo, incluso con el cuerpo; o sobre las espaldas de improvisados padrinos, o lanzado al cielo por quien estaba preparado a recogerlo en un abrazo afectuoso.
A pesar de que la tarde parecía no querer terminar, enriquecida con la presencia del secretario de la Nunciatura de Jordania, llegó luego el día después, el de la primera misa en la parroquia de origen del recién ordenado sacerdote.
No podía ser en nada menos sugerente que la anterior, y de ello debemos estar agradecidos al párroco y a sus coadjutores. Estaban todos los ingredientes del día anterior, enriquecidos por la palabra tan esperada del nuevo sacerdote, que nos ha hecho esperar hasta el fin de la misa para hacernos llorar, quizá para cumplir la enseñanza del papa Francisco, que lamenta que el hombre contemporáneo haya perdido la capacidad de llorar.
El recuerdo del papa, casi presente, y la enumeración de todos los ángeles, y no las últimas las hermanas ursulinas, artífices de largo y complejo camino vocacional, por cantidad, no tenía nada que envidiar a la rúbrica telefónica, como testimonio de que el sacerdocio es un don de que Dios hace a todo su pueblo. De las palabras de Luai se ha percibido realmente «el olor de las ovejas», pero también el calor afectuoso de su lana y en la mesa… el sabor de su carne.
Durante cuarenta y ocho horas hemos vivido en un territorio extra-territorial, no nos parecía estar en el polvorín explosivo de Oriente Medio, no veíamos la persecución de los cristianos, sino por un momento su alegría y su gran fe; por un momento Luai nos ha llevado al cielo, o bien el cielo ha bajado a la tierra para que pudiéramos disfrutarlo.
No podemos concluir dulcis in fondo sin dar las gracias a quien ha hecho posible todo esto: los infatigables fray Rami y fray Rashid, inigualables patrones de casa, que nos han despedido con el saludo más hermoso, ¡la invitación a volver! Que es precisamente lo que queremos hacer.

G.G.