Octavo centenario de la fundación de las Clarisas: Una historia de amor que continúa | Custodia Terrae Sanctae

Octavo centenario de la fundación de las Clarisas: Una historia de amor que continúa

Jueves, 11 de Agosto

Con mucha emoción y cariño, numerosos amigos de las hermanas clarisas de Jerusalén se han reunido en el monasterio de Santa Clara para participar en las celebraciones con ocasión de la fiesta de esta gran santa, amiga y discípula de san Francisco, en el año en que se celebra el VIII centenario de la fundación de la Orden. Ha sido realmente emocionante para todos descubrir cómo este lugar de recogimiento y búsqueda interior, situado a poca distancia del Monte Sión, en la larga y transitada carretera que va de Jerusalén a Belén, representa también un punto de referencia, un centro que irradia vida y que se encuentra en el corazón de muchas personas. Y es que, junto a los franciscanos que han asistido masivamente a la cita, la pequeña iglesia del convento se ha llenado de sacerdotes y religiosas de otras congregaciones, voluntarios, peregrinos y amigos venidos para participar en la fiesta.

Las primeras Vísperas, celebradas durante la tarde del día 10, estuvieron presididas por el padre Custodio, fray Pierbattista Pizzaballa, que dirigió a los presentes una reflexión centrada en la pobreza, aquel “privilegio” extremo que santa Clara tanto deseó que se le concediera a su comunidad, de tal forma que “el Señor no la dejó partir hasta que no obtuvo lo que deseaba”. La regla escrita por santa Clara, de hecho, fue aprobada por el Papa Inocencio IV el día anterior a la muerte de la santa, ocurrida el 11 de agosto de 1253. La pobreza, además -ha subrayado el padre Custodio-, no se refiere exclusivamente a la falta de bienes materiales, a los que Clara renunció siempre con gran ímpetu de corazón, sino que representa también “un modelo de relación en el que se experimenta la libertad y la gratuidad de la relación con Dios y con el mundo”, dando testimonio de una vida apasionada, de quien ha sabido dejarlo todo para llenarse completamente de esa relación con Dios.
Al finalizar la celebración, el Custodio impartió la bendición solemne con la reliquia de santa Clara, custodiada en el monasterio. El encuentro se concluyó con un relajado encuentro de todos los presentes en el precioso jardín del monasterio.

La mañana del día 11 de agosto la pequeña iglesia del convento de las clarisas se volvió a llenar de fieles durante la celebración de la santa misa, presidida por Mons. William Shomali, Obispo auxiliar del Patriarcado latino de Jerusalén. Concelebraron los padres Frédéric Manns ofm, asistente espiritual de la comunidad de clarisas de Jerusalén, y Stéphan Milovitch ofm, actual guardián de la basílica de la Natividad, en Belén. Inspirándose en las imágenes de Jesús “el Buen Pastor” y “Puerta de las ovejas” contenidas en el evangelio de san Juan (Jn 10,1-18), Mons. Shomali ha recordado la doble función de la puerta como clausura, protección y seguridad para quien está dentro y apertura, acogida y hospitalidad para todos. Estas son las importantísimas funciones que corresponden a la puerta de un convento, y también a la puerta de la Iglesia a través de sus sacerdotes.

Como Cristo, “buen pastor” que conoce profundamente a cada una de sus ovejas, las cuida en su familiaridad y las protege, dispuesto a ofrecer su vida por ellas (Jn 10-11), así también se dirige a nosotros la invitación del Señor a seguir su ejemplo, a amar y custodiar la vida del prójimo. “Generaciones de hombres y mujeres a través de los siglos se han ofrecido enteramente para que el Evangelio y el amor fueran conocidos y vividos, para que el ministerio de Cristo se realizara, para que la comunión universal de todos los hombres finalmente se lleve a cabo y reinen la paz y la justicia”.

Especialmente emocionante ha sido el momento del ofertorio, animado por el delicado y elegante toque de una joven clarisa ruandesa que, entonando un canto litúrgico en su propia lengua, ha acompañado con una ligera danza la presentación de las ofrendas en el altar.
Al finalizar la celebración, antes de volverse a encontrar en el jardín para disfrutar de un merecido refresco, todos han podido felicitar a esta alegre comunidad de religiosas intercambiando las pocas, pero esenciales, palabras que bastan para alimentar toda historia de auténtica amistad.

El monasterio, en la entrada a Jerusalén, se fundó a finales del siglo XIX por la madre francesa Elisabetta del Calvario, que tanto deseaba la presencia de las clarisas en Tierra Santa. Un oasis del espíritu que, superadas las dificultades de los años últimos años, ahora acoge a una viva comunidad de 13 religiosas de clausura de distintas nacionalidades. Un mundo complejo pero auténtico en su dinámica y en su sensibilidad y que, dentro de poquísimos días, acogerá a una nueva joven que desea vivir la vida del claustro siguiendo las huellas de santa Clara.

Una historia de amor que continúa, desde hace ya 800 años. Un mundo intenso en su simplicidad y humildad, una experiencia de vida que quiere testimoniar la esencia del Evangelio y la alegría de la acogida en esta tierra tan disputada y martirizada. Éste es el sentido más auténtico -dice sor Cristiana, la madre abadesa del convento- de la presencia de las clarisas en Tierra Santa que contribuyen a custodiar fielmente la memoria de una historia que ocurrió precisamente en estos lugares y que se sigue viviendo en la pequeña Iglesia de Tierra Santa.

Dios continúa mostrándose cercano y actuando en el silencio, en la pobreza y en la gratuidad. El “lenguaje del don” en su radicalidad es la sustancia de la vida divina y de la auténtica relación con Él. El don abre al misterio de una reciprocidad necesaria, siquiera tan solo deseable y concebida como fruto de libertad y de confianza. Y eso sólo nace de un amor oblativo apasionado, gratuito que, en su superabundancia, acepta llevar con ligereza la responsabilidad moral de la relación “como si todo el edificio de la creación se sustentase sobre sus espaldas”.

Texto de Caterina Foppa Pedretti
Fotos de Giovanni Zennaro