Obispo franciscano, con el estilo del discípulo

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Las palabras de la Virgen María al ángel “Secundum verbum tuum” (según tu palabra) son las escogidas por fray Bruno Varriano, nuevo obispo auxiliar del Patriarcado Latino de Jerusalén como lema episcopal y como programa de su servicio. Son las mismas que surgieron en su alma cuando dijo ‘sí’ al nombramiento como obispo. Así describe ese momento: “Después de nueve años en la escuela de Nazaret no podía decir ‘no’ al plan de Dios. Podría haber dicho ‘no’ a mi plan, conociendo mis límites. Dije ‘sí’ a un proyecto que no es mío. Esto es lo que me ha enseñado la Virgen María y también San José, que asumió toda la responsabilidad del plan de Dios, de manera concreta”.

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Fraile de la Custodia de Tierra Santa, fray Bruno ejerce su ministerio en Chipre desde hace poco más de un año, como vicario del Patriarcado Latino de Jerusalén. El próximo 16 de marzo será ordenado obispo en Nicosia y el día siguiente celebrará su primera misa pontificia. Seguirá ejerciendo su ministerio en Chipre, donde los desafíos son múltiples: territorio ocupado, inmigración, refugiados…  Aquí, la Iglesia latina empieza a tener rostro y el nombramiento del padre Bruno vuelve a traer un obispo a la isla después de 400 años.

Discípulo de Jesús

En la entrevista concedida al sitio web de la Custodia de Tierra Santa explica cuál será su “estilo” y cómo siente la llamada al episcopado. En primer lugar, como discípulo. “Nadie se hace fraile o sacerdote para convertirse en obispo. Se entra en la vida religiosa para convertirse en discípulo de Jesús y siguiendo a Jesús todos somos discípulos” dice.  Incluso como obispo “yo solo puedo enseñar aquello que extraigo de mi vida de discípulo”. Es la huella que ha intentado trasmitir durante este año en Chipre. “Vine a caminar con mi rebaño en la Iglesia latina, así como con los hermanos de la Iglesias maronita y ortodoxa”.  Y cita el pasaje de Juan 21: “Apacienta mis corderos”. “Dice ‘mis’: los corderos no son del obispo o del sacerdote, son el rebaño de Jesús, que yo guío”.

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Obispo, franciscano, menor

Discípulo y franciscano. Fraile menor desde hace 25 años, fray Bruno aporta a la Iglesia de Chipre y a la Iglesia universal, como obispo, el carisma de San Francisco. “Como obispo – afirma – siempre seré un fraile menor. Este carisma de minoridad pasa por la preferencia por la Palabra, la Eucaristía, por los sacerdotes y los pobres. Esto ya me ha marcado este año”. Sus ojos brillan cuando habla de sus visitas semanales al campo de refugiados de Pournara, que espera poder seguir haciendo como obispo. “Hemos creado un grupo de pastoral para los refugiados, hacemos actividades para todos y celebro la misa para los cristianos. Cuando estoy allí me identifico con la condición de peregrino y forastero, como quería San Francisco. Esas personas me lo enseñan. Intentamos ayudarlos también a nivel material pero para mí estar en el campo es sobre todo reencontrar mi vocación. Estar en las “periferias” de Chipre, en el campo, en la prisión, en el territorio ocupado, en la realidad de las personas heridas por la división, me hace redescubrir mi identidad de menor”.

Más allá del muro

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Fray Bruno ha vivido casi toda su vida religiosa en Tierra Santa. Estaba en Belén en el momento del asedio a la basílica de la Natividad y cuando empezó la construcción del muro de separación entre Israel y los Territorios Palestinos. “También al llegar Chipre encontré un muro – la residencia está a unas decenas de metros de la zona de contención.  Me dije que el muro no debe ser un límite para mí y para la iglesia de Chipre. Es una realidad que no se puede evitar, pero que debe empujarnos a estar en ambos lados, porque también tenemos comunidades en el norte”. Son cuatro las comunidades latinas presentes en la parte norte de Chipre: la más numerosa está en Nicosia, justo al otro lado del muro – hasta 600 fieles asisten a las misas de Navidad y de Pascua –, y hay comunidades más pequeñas en Kyrenia, Famagosta y en la universidad europea de Lefke. “En este momento, nosotros garantizamos la presencia en lo que se refiere a las celebraciones, pero tenemos que estudiar una forma de presencia más estable”, quizá siguiendo el modelo de ortodoxos y maronitas, que ya tienen algunos sacerdotes en sus comunidades del norte de la isla.

Encrucijada

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En la zona sur los católicos latinos son más de 35.000 y viven en un contexto cada vez más variado. Si Chipre siempre fue encrucijada de pueblos y culturas por su situación estratégica en el Mediterráneo, ahora también se ha convertido en el punto de llegada para muchos inmigrantes.  Además de un pequeño (pero vivo) núcleo de católicos chipriotas, la comunidad latina está formada por una gran mayoría de inmigrantes de Filipinas, Sri Lanka – “desde hace un mes tenemos un sacerdote fidei donum” – indios, africanos (sobre todo de países francófonos) y europeos de distintos países. Entre los retos principales, está el de la pastoral familiar. También aquí, como en toda la Tierra Santa, los matrimonios entre cristianos de distintas confesiones son normales. Además, debido al fuerte empuje migratorio, está creciendo el número de matrimonios entre personas de religiones distintas. “Hemos creado una comisión para la pastoral familiar, junto con la Iglesia maronita. No se trata solo de dar permisos, sino también de acompañar a estas familias, a las personas”. Las relaciones con las otras Iglesias son más que cordiales: “He recibido mucho cariño y acogida por parte de la Iglesia ortodoxa – afirma fray Bruno –. Existe una amistad concreta con el arzobispo mayor Georgios y con algunos obispos, con el arzobispo Porphyrios y el metropolita Basilius, que también ha donado una iglesia a la comunidad latina. Con las otras confesiones hay relaciones muy fraternales y una bonita colaboración con los católicos maronitas. Caminamos juntos y esto también es visible para la gente”.

Marinella Bandini

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