¡No está aquí, ha resucitado! Ante la tumba vacía, Jerusalén proclama el anuncio de la Resurrección | Custodia Terrae Sanctae

¡No está aquí, ha resucitado! Ante la tumba vacía, Jerusalén proclama el anuncio de la Resurrección

La mañana del sábado 8 de abril, en la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén, se celebró la madre de todas las vigilias, la de la resurrección del Señor. El mismo Santo Sepulcro, corazón palpitante de la cristiandad, es testimonio histórico y arqueológico del misterio pascual, es decir, de la muerte y resurrección de Jesús. Aquí mismo, desde el lugar donde una madrugada de hace 2000 años aquella tumba quedó vacía, se produjo el anuncio del gran Aleluya que desata las campanas y las hace sonar de nuevo para trasmitir a la humanidad este mensaje de vida, de resurrección y de esperanza: ¡Cristo ha vencido verdaderamente a la muerte!

Jerusalén es la primera ciudad en el mundo donde se vive la Pascua, al celebrar la misa de la vigilia el sábado por la mañana (en lugar de por la noche), por exigencias relacionadas con el Status quo, que rige la vida de las distintas comunidades cristianas en el Santo Sepulcro.

Esta solemne misa de vigilia fue presidida por el Patriarca Latino de Jerusalén, monseñor Pierbattista Pizzaballa, y en ella participó un gran número de fieles, recibidos con alegría en la basílica desde las primeras horas del día. Con Su Beatitud Pizzaballa concelebraron numerosos sacerdotes, incluidos siete obispos.

La celebración de la vigilia se articuló en cuatro momentos: la liturgia de la luz, caracterizada por el rito del lucernario, en la que se encendió el cirio pascual, símbolo de la luz de Cristo resucitado en la gloria; la liturgia de la Palabra, compuesta por nueve lecturas que recorrieron “la historia de una larga promesa de vida” y que culminaron en el pasaje del evangelio de Mateo que narra el episodio en el que las mujeres encontraron el sepulcro vacío (Mt. 28, 1-10); la liturgia bautismal, en la que se renovaron las promesas del bautismo mediante la renuncia a Satanás y la profesión de fe; y la liturgia eucarística, donde los fieles, recién regenerados por el bautismo, participan de la mesa preparada por el Señor mismo a través de su muerte y resurrección.

Una peculiaridad de esta celebración es la proclamación del Evangelio de la Resurrección por parte del Patriarca de Jerusalén. El obispo de la Ciudad Santa realiza así el anuncio de la buena noticia al mundo a través de la lectura del evangelio.

Ante la tumba vacía, donde se colocó para la ocasión el altar de la misa, monseñor Pizzaballa exhortó en su homilía a “que nuestra Iglesia, la Iglesia de Jerusalén, que fue la primera en recibir este maravilloso anuncio, no busque al Vivo entre los muertos, entre quienes han perdido la esperanza y permanecen encerrados en sus sepulcros”.  Se nos invita, por tanto, a no rendirnos ante las adversidades sino a creer y seguir esta promesa de vida que Cristo nos hizo con su resurrección. Para ello, es necesario realizar un cambio radical en la vida cotidiana, al igual que las mujeres del episodio evangélico: “el Evangelio nos dice que estas mujeres abandonan el sepulcro con prisas, que no se quedan allí llorando, en la tristeza, sino que con temor y gran alegría regresan con los discípulos llevando un anuncio de vida” (Mt. 28, 8).

Pero, ¿cómo concretamente podemos realizar un vuelco así en nuestras vidas? ¿Qué nos dice la Palabra en este sentido? Según el prelado, el evangelio del día viene en nuestra ayuda y destaca dos elementos: el terremoto y el ángel.
El terremoto, siempre relacionado con las grandes teofanías, destruye. “La mañana de Pascua, el terremoto destruye, no la vida, sino principalmente la muerte y su poder”.
El ángel hace rodar la piedra la piedra que cerraba el sepulcro y se sienta sobre ella. “La muerte es derrotada y él ángel se sienta encima. Era una puerta pesada, una piedra que pesaba sobre los corazones de todos nosotros”. Después, el ángel revela a las mujeres que lo sucedido procede de Dios, “que lo que está ocurriendo es un nuevo nacimiento”. Desde aquí, las mujeres, y con ellas toda la humanidad, pueden volver a ponerse en camino hacia la vida.

El predicador comentó: “sin embargo, el evangelio también impone una condición, un paso que haga posible este nuevo nacimiento. Y esa condición es la que les plantea el ángel a las mujeres (Mt. 28, 6). Se trata de permanecer, sin huir, en el lugar de la muerte, en el lugar del fracaso, de la imposiblidad de la vida. De enfrentarse a esa nada, a ese sepulcro vacío. Solo allí, de hecho, se puede volver a escuchar la promesa, solo desde allí se puede creer en un nuevo comienzo. Solo después de tomar conciencia del pecado y de la muerte se puede experimentar el perdón y la salvación”.

Precisamente desde el lugar donde ocurrió materialmente todo esto, donde la muerte fue derrotada y se nos entregó la Vida, monseñor Pizzaballa terminó exclamando: “que desde este lugar, desde el sepulcro vacío de Cristo, siga llegando hoy al mundo entero esta hermosa noticia: ¡No está aquí! ¡Ha resucitado, como había dicho!”

Para cerrar la celebración, el Patriarca despidió a los presentes con la bendición solemne, anunciando la Pascua de Dios que, en su Hijo, ha renovado a toda la humanidad.

 

Filippo De Grazia