Misa de la Asunción en la Basílica de Getsemaní | Custodia Terrae Sanctae

Misa de la Asunción en la Basílica de Getsemaní

A la tumba de la Bienaventurada Virgen María

Son dos las “tumbas vacías” que se veneran en Jerusalén: la de Cristo y la de su madre, la Bienaventurada Virgen María. Al fondo del valle del Cedrón, en la zona de Getsemaní, en el interior de una iglesia cruzada y ahora ortodoxa, una antiquísima tradición, avalada por la concordancia de fuentes literarias y descubrimientos arqueológicos, sitúa el lugar en el que la Virgen fue enterrada y después asunta al cielo en su mismo cuerpo.


Por la tarde, el Custodio de Tierra Santa, P. Pierbattista Pizzaballa, ha presidido las segundas vísperas junto a la Iglesia de la Asunción, en la llamada “Gruta del Arresto”, donde un fresco, situado ante un pequeño altar, representa a la Bienaventurada Virgen María asunta al cielo. Este pequeño lugar estaba lleno de cristianos locales y extranjeros que viven en Jerusalén, aunque había también algunos peregrinos. Un momento de oración solemne y recogimiento al mismo tiempo que ha terminado con la invocación la Reina de Tierra Santa: “…recuerda que aquí fuiste constituida tierna Madre nuestra y dispensadora de las gracias. Vela con especial protección sobre tu patria terrenal, disipa en ella las tinieblas del error para que resplandezca aquí el Sol de la justicia eterna, y haz que se cumpla pronto la promesa de tu divino Hijo de formar un solo rebaño bajo un solo pastor…”. A continuación se ha desarrollado la peregrinación de fieles y franciscanos en la Basílica de la Asunción. La silenciosa procesión ha descendido la larga escalinata de 48 escalones (que junto con la fachada mantiene aún el austero y solemne estilo cruzado) y, ante la Tumba de la Virgen, la asamblea recogida ha vivido un momento breve pero intenso de adoración y oración en un ambiente típico de las iglesias orientales, animada esta vez con melodías marianas de la tradición occidental… hasta formar casi un único eco con la oración incesante que, desde este santo lugar y a lo largo de los siglos, cristianos de todas las denominaciones y peregrinos provenientes de todas las partes del mundo han elevado a Dios. Después, Custodio, franciscanos y cada uno de los presentes ha podido entrar en el edículo y apoyarse en el banco de piedra que es lo único que queda de la tumba vacía de María. Sólo este día se concede a los cristianos latinos presidir una breve liturgia pues la Basílica ,llamada también “Tumba de la Virgen”, está actualmente en manos de los cristianos ortodoxos, griegos y armenios. De hecho, los frailes menores, tras un período de posesión exclusiva fueron definitivamente expulsados el año 1757. Aunque es cierto que ningún texto canónico nos dice cómo transcurrió María sus últimos años en la tierra ni el modo en que la dejó, algunos libros apócrifos, recogidos bajo el título de la Dormición de la Virgen y todos ellos con origen en un documento prototipo judeocristiano redactado en torno al s. II, nos proporcionan una serie de informaciones sobre los últimos días y sobre la muerte de María. Nos dicen, entre otras cosas, que los apóstoles depositaron el cuerpo de la madre de Jesús en Getsemaní, en una tumba nueva que, después de tres días, encontraron vacía. La tumba, custodiada y venerada por los judeocristianos desde los primeros siglos, fue después aislada y encerrada en una iglesia. La veneración y el culto a María en este lugar nunca han decaído, a pesar de las transformaciones, y es justo alrededor de esta tumba vacía donde nació y se alimentó la fe del pueblo cristiano en la Asunción de María al cielo.

Si la Tumba de la Virgen es el lugar santo de Jerusalén directamente relacionado con la solemnidad del 15 de agosto, el momento litúrgico más importante, sin embargo, se ha desarrollado por la mañana – a pocos metros de la Iglesia de la Asunción-, en la Basílica franciscana de Getsemaní. Aquí, el Custodio de Tierra Santa ha presidido una misa solemne en la que han participado sobre todo cristianos que viven en Jerusalén. El P. Pizzaballa en su homilía ha subrayado cómo María anticipa nuestra realidad y el triunfo de toda la Iglesia. “Los Padres de la Iglesia –ha dicho- han visto en Aquella que da a luz al Hijo el modelo para la Iglesia y para todos nosotros. Así se interpreta el pasaje del Apocalipsis que se lee en esta solemnidad: “En el cielo apareció un signo grandioso: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas… Ella dio a luz un hijo, destinado a gobernar todas las naciones…”. María es la mujer elegida por Dios por su simplicidad y humildad –ha proseguido el Custodio de Tierra Santa-. A través de su “sí” total puede cantar el Magníficat: “Mi alma glorifica al Señor y se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva”. Siguiendo este ejemplo podemos también nosotros intentar recorrer el mismo camino”. Como dijo el Papa ayer, recordando que este año se cumple el 60 aniversario de la definición del Dogma de la Asunción: “María asunta al cielo es signo de que Dios no nos abandona… nosotros creemos que María, al igual que Cristo, su hijo, ha vencido ya a la muerte y triunfa ya en la gloria celestial, en la totalidad de su ser, en alma y cuerpo”.