Mano a mano caminando hacia el Padre | Custodia Terrae Sanctae

Mano a mano caminando hacia el Padre

En el ático del convento de San Salvador, lejos de todas las miradas, algunos franciscanos descansan. Tienen entre 88 y 100 años y son la memoria viviente de la Custodia de Tierra Santa. Fray Yad, a su lado desde hace casi nueve años, es el responsable de esta casa de reposo con asistencia médica que permite a estos frailes seguir viviendo su espiritualidad franciscana.

El convento de San Salvador es un mosaico de talleres y oficinas. En el último piso reina la oración y la tranquilidad, un contraste sorprendente con respecto al tumulto de la ciudad vieja de Jerusalén, más abajo. «Muchas personas no saben que tenemos habitaciones para nuestros frailes más ancianos». Estas son las primeras palabras de fray Yad. Un equipo compuesto por seis enfermeros, un médico, una religiosa franciscana y cuatro empleados se ocupa de los ocho frailes presentes, siete días a la semana, 24 horas al día.

«A las 6.30 se realiza la higiene personal a los frailes; después, a las 7.30 tenemos la misa en comunidad y el desayuno», dice fray Yad. La jornada transcurre al ritmo de los frailes, como nos dice varias veces: todo está dispuesto para adaptar la espiritualidad franciscana a la enfermedades y a la edad de los frailes. Así, las vísperas consisten en un rosario y el domingo por la tarde se ofrece un tiempo de adoración.

«Durante las grandes fiestas, como la Navidad, el custodio viene a celebrar la misa en nuestra pequeña capilla y el patriarca nos felicita. Hemos dispuesto también un viacrucis en el interior de la enfermería, así, durante la Cuaresma, participamos según nuestras posibilidades. Rezamos mirando desde arriba el Santo Sepulcro, que tanto nos gusta», explica fray Yad. El hábito franciscano se reserva para las grandes ocasiones; los frailes lo encuentran poco práctico o difícil de poner cuando uno no puede casi ni moverse.

Durante la jornada los frailes leen, corrigen escritos, como el padre Ignacio Mancini; otros reciben visitas, rezan, escuchan canto gregoriano o siguen el canal televisivo italiano Telepace. Fray Yad nos dice, riendo: «¡Saben más que yo! Fray Giuseppe Marra es nuestro informador; lo veis allí, todo acurrucado en su silla, casi somnoliento, pero lo escucha todo y si queréis informaros sobre un cardenal, ¡él conoce toda su vida!». El afecto es profundo y se vislumbra en todas las anécdotas cotidianas.

Después de la comida nos volvemos a encontrar con fray Yad, en compañía de sus frailes, sentado fuera, en la terraza. Juntos, recuerdan el pasado del padre Justo Artaraz, que fue guardián de la Natividad en Belén, o el del padre Félix del Buey, que ha escrito varios libros; está también el padre Emilio Bárcena, que ha recorrido todo el Egipto. Fray Yad ha querido adecuar la terraza, como toda la enfermería, y poner flores para incitar al resto de frailes del convento a visitar a sus hermanos más ancianos. Desde ahora, los miércoles estivales, ¡una barbacoa reúne a toda la comunidad!.
Con el mismo objetivo, en 2007 se instaló un ascensor para facilitar las visitas y los paseos de los frailes. «Nuestros hermanos ancianos aceptan difícilmente su situación o enfermedad», constata fray Yad, y cuando consigue convencer a uno de ellos para que salgan, estos le advierten: «¡Es la última vez!»; y fray Yad, pacientemente, repite que habrá más veces y «me siento feliz de decírselo y de ver cuánto cuentan todavía a los ojos de la Custodia», añade con optimismo este fraile palestino.

Fray Yad, que está encargado del buen funcionamiento de la enfermería y de su logística, es antes que nada quien acompaña a los frailes a su última morada. Es un misión delicada que este fraile ha conquistado poco a poco. «La primera vez que un fraile nos dejó, me tomó la mano y me pregunté: “¿Qué he hecho para heredar esta misión tan importante?”». Fray Yad tenía entonces apenas 26 años. No todos tienen la fuerza de verse cara a cara con la muerte. Y añade: «Algunos frailes me dicen riendo que me he convertido en un viejo como a los que cuido. Eso me hace reír, porque para entender bien a nuestros hermanos más ancianos y sus angustias, debemos meternos en su mentalidad». Eso no es fácil y fray Yad lo reconoce: «¡He cambiado tanto durante estos años!. Tengo un temperamento fuerte y antes tenía la tendencia a ponerme nervioso y responder. Hoy soy mucho más tranquilo, incluso cuando nuestros frailes ancianos me hacen daño con sus palabras, sé que no es de forma voluntaria y sigo tranquilo».

Estos frailes necesitan ánimo, alegría y buen humor, cualidades que, gracias a Dios, no le faltan a fray Yad. A pesar del cansancio y la implicación que supone su misión, este franciscano piensa en el futuro, con un poco de nostalgia: «Me costará dejar la enfermería, vivo aquí relaciones humanas muy intensas. Antes del último respiro, los frailes me dicen “Gracias”; estoy asombrado, porque es a ellos a quienes tengo que dar las gracias».
Recientemente, fray Vianney Delalande marchó a la casa del Padre. «No sé si será la experiencia, pero el día de su marcha, sentí que había algo distinto y me quedé con él», cuenta conmovido. Recuerda también al patriarca armenio ortodoxo, Torkom II Manuguián, acogido durante más de siete meses en la enfermería custodial. «Lo que más me sorprendió fue el comportamiento y la ternura de nuestros frailes hacia él. Le acogieron como uno más de ellos. Fray Basilio Talatinián, también él de origen armenio, ¡cada día le cantaba al oído la misa en armenio!». No hay duda de que, aunque envejezcan, estos frailes son franciscanos hasta el último suspiro y fray Yad está allí para acompañarles en este camino hacia la vida eterna.

Émilie Rey