Los olivos de Getsemaní están llenos de vida | Custodia Terrae Sanctae

Los olivos de Getsemaní están llenos de vida

17 Noviembre de 2008

Los peregrinos los veneran, los turistas los admiran. Se estima que pueden tener más de 2.000 años. Son los olivos de Getsemaní. Tras la cancela, los días transcurren tranquilos y felices disfrutando de la vista de su venerable presencia. Protegidos en su recinto, ven pasar decenas de miles de peregrinos cada año. A pesar de las verjas y vallas, les tiran de las manos, de los brazos, pero ellos permanecen impasibles a la piedad concupiscente de los peregrinos que desean coger un “pequeño” ramito de sus ramas.

Los peregrinos, presas de tal deseo, se dicen que, estando así de frondosos, un ramito menos no se notará. Son miles, sin embargo, los que tienen esta misma idea negativa, y ni siquiera todos los ramos satisfarían su piedad destructiva; y los árboles no sobrevivirían por mucho tiempo. ¿Sobrevivir por tantos años para morir por el asalto repetido de peregrinos inconscientes? Intocables. Así son más venerables y venerados.

Sin embargo, esta mañana de noviembre los árboles se regocijan, divertidos, alegres por los trabajos que se les han hecho. Es día de fiesta. Ellos, los antiguos ancianos demuestran todo su vigor. Están dando todos los frutos que, desde hace algunas semanas, tanto les pesaban. Bajo la mirada maravillada de los caminantes, todo el año, han trabajado en silencio para prepararlos. Hoy, se unen a las risas, las discusiones y dan aceitunas con gran profusión.

Es tras las primeras lluvias, cuando tradicionalmente se recogen las aceitunas en Tierra Santa. No obstante la escasa pluviometría de Jerusalén –ha llovido sólo cuatro o cinco veces desde septiembre-, los miembros de la comunidad Vida Nueva (New life) de Nazaret se movilizan, aprovechando la fiesta que representa esta recogida un poco excepcional. Son cinco y tienen el honor de realizar la recogida de las aceitunas. De esta forma, agitan, acarician los ramos para recoger los frutos. Escalan estos árboles milenarios cuyos nudosos troncos, debido a la vejez, tan bien se prestan a este juego.

Hace ocho años había trabajadores, cristianos y musulmanes, que realizaban este trabajo. “Recogían la aceituna como si se tratase de cualquier otro olivo. Nosotros lo hacemos con espíritu de alegría y oración”, explica Nabil, el portavoz de la comunidad. “Habíamos pedido a los franciscanos poder realizar esta recogida porque se trata del signo de nuestra encarnación, y nosotros, que vivimos en Nazaret, vivimos esta espiritualidad de la encarnación. En Nazaret, María dijo: “Sí, hágase tu voluntad”. Aquí, en este jardín, Jesús dijo: “Sí, hágase tu voluntad”. Estos dos “Sí”, estos dos abandonos a la voluntad de Dios, nos han valido la Salvación. Nuestra espiritualidad está fundada sobre esta frase del Evangelio de san Juan: “Ninguno tiene amor más grande que éste: dar la vida por los propios amigos”. Encarnamos, no sólo de forma espiritual, en este Santo Lugar, este deseo de donarnos enteramente, hasta la última gota, como la aceituna da todo su aceite”.

Vida Nueva es una pequeña comunidad formada por árabes cristianos de diferentes confesiones. Gracias al misterio de la Encarnación, trabajan y rezan por la unidad de la Iglesia. Una unidad sin confusión: cada uno es respetado en la diversidad de su rito y las celebraciones que animan con sus cantos, lo son siempre en la tradición de la Iglesia que les acoge. Se hacen todo a todos porque allí donde van ésa es su casa. Ellos animan la oración de la procesión semanal, el sábado por la tarde, en la Basílica de Nazaret, acompañados de la comunidad brasileña Shalom. A mediodía, Nabil, Denise, Nisriin, Samia y Farhah interrumpen las labores. En corro, a los pies de un árbol, cantan la oración del ángelus, una oración muy querida por ellos.

Los peregrinos que pasan no creen a sus ojos y las máquinas fotográficas son las más solicitadas. No, la Tierra Santa no es un museo, es un lugar de vida, ¡y qué vida!
Se necesitan cinco días para terminar de recoger las aceitunas de la decena de olivos del pequeño jardín. No son los únicos que la Custodia de Tierra Santa tiene en esta colina. Pocos días antes, los miembros del grupo ecuménico de la Teología de la Liberación palestina (Sabeel) son los que han recogido los frutos de los árboles del jardín que se encuentra al otro lado del camino, que acoge numerosos grupos de protestantes con ocasión de las celebraciones al aire libre. Y también están los del eremitorio.

¿Qué se hace con estas aceitunas? La suerte varía según provengan de los árboles más viejos o de los del resto de la propiedad. Estos últimos son prensados en parte en la abadía cisterciense de Latrún, y su aceite servirá para las lámparas de los santuarios. Los huesos de las aceitunas del jardín de los olivos, propiamente dicho, servirán a las familias de Beit Sahour para hacer los rosarios que luego la Custodia de Tierra Santa pondrá a la venta a los peregrinos como recuerdos. El trabajo del deshuese es siempre manual. Con la pulpa que sobra se hace también aceite, también destinado a ser vendido en pequeñísimos frascos. Tesoros muy preciados.

Por los laterales que rodean el jardín de los olivos, los peregrinos piden como limosna un ramo, una aceituna, una hoja, a aquellos que ven dentro del recinto sacro. De cualquier forma, son centenares, así que es necesario no discriminar, y no dar a ninguno. Los porteros del lugar vigilan de modo implacable, con gran desesperación de los peregrinos, para que aquellos que vengan detrás disfruten de la felicidad de contemplar los árboles llenos de vida.
En la calle, un chaval espera hacer feliz a la gente vendiendo ramos de olivo, cogidos no se sabe dónde, a cambio de algunas monedas.

MAB