Los franciscanos, en oración en el Cenáculo por la apertura del cónclave | Custodia Terrae Sanctae

Los franciscanos, en oración en el Cenáculo por la apertura del cónclave

El martes 12 de marzo, el custodio de Tierra Santa, fray Pierbattista Pizzaballa, rodeado de frailes y algunos fieles, ha presidido una misa en el Cenacolino para acompañar a los cardenales reunidos en cónclave en Roma.

En la Custodia, como en todas las comunidades católicas de Tierra Santa, las oraciones se vuelven aún más intensas en este día en que se inicia el cónclave que dará a la Iglesia un nuevo papa; oraciones para invocar al Espíritu Santo para que guíe a los cardenales en su elección.

A algunos metros de la «habitación superior», donde el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, los franciscanos han releído los textos de la fiesta de Pentecostés.

«Estamos aquí, junto al Cenáculo, unidos a la Iglesia de Jerusalén –explica el custodio- para invocar al Espíritu Santo. Que Él asista a los cardenales en la elección del papa según la voluntad de Dios. Como religiosos y creyentes, rezar es la mejor cosa que podemos hacer».

En su homilía, el custodio ha subrayado cómo aquí, en el Cenáculo, nació el pueblo de Dios en su universalidad como Iglesia una e indivisible. Podemos experimentarlo viendo a los peregrinos de todo el mundo venir a Jerusalén a rezar.

Si toda la cristiandad mira a Jerusalén, Jerusalén mira a Roma, porque Jerusalén necesita de Roma y de Pedro. «Tras haber recibido el Espíritu Santo, los apóstoles no hicieron declaraciones comunes, ni se realizó ninguna declaración oficial. Es Pedro quien habla haciendo una relectura de toda la historia de la revelación. Si el mundo entero mira a Jerusalén para tener una visión de la universalidad de la Iglesia, Jerusalén debe mirar a Roma y a la sede Pedro, que garantiza dicha universalidad».

Continuando con su meditación, el custodio ha insistido en el amor fraterno y la comunión con Cristo. «Aunque la unión, la unidad, es difícil de realizar en Jerusalén, son sin embargo una invitación dirigida constantamente a la Iglesia; la unidad en el amor recíproco, porque solo el amor puede transformar los corazones, solo el amor puede hacer crecer. Aunque esté herida, la Iglesia sigue siendo la Iglesia de Cristo».

«Hoy, debemos rezar para que los cardenales voten según la voluntad de Dios, y en todas las partes del mundo, aquí en Jerusalén o en Roma, podamos colaborar para que el Reino de Amor inaugurado aquí en Jerusalén se haga tangible, visible a través de nuestras vidas, nuestras obras. No se trata de una estrategia, se trata de testimoniar la vida nueva recibida de Cristo, aquello que se pide al sucesor de Pedro pero también a cada uno de nosotros, en la medida que nos es propia».