Querido hermano en Cristo:
El Santo Padre, en la homilía del Domingo de Ramos de 2021, ha usado unas palabras muy fuertes para hablar de la Pasión del Señor: «Sorprende ver al Omnipotente reducido a nada. (...) Ver al Dios del universo despojado de todo. (...) Señor, ¿por qué dejaste que te hicieran todo esto? / Lo hizo por nosotros, para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal. Para acercarse a nosotros y no dejarnos solos en el dolor y en la muerte. (...) Jesús subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento. (...) Experimentó en su propia carne nuestras contradicciones más dolorosas, y así las redimió, las transformó» (Papa Francisco, Homilía del 28 de marzo de 2021).
El Papa Francisco ha vivido en 2021 dos peregrinaciones de esperanza entre las comunidades cristianas de Medio Oriente y de Tierra Santa; esperando contra toda esperanza, mientras todo el mundo se encontraba todavía bajo el embate de la pandemia, ha querido acercarse a algunos de los más pobres y afligidos por el dolor: nuestros hermanos y hermanas de Irak, tierra de Abraham, tierra del exilio, tierra que ha sabido custodiar el nombre de Cristo, aun a pesar de la violencia de la guerra y la persecución. Junto a Él, con la oración y el afecto, también nosotros hemos recorrido las calles de Mosul y de Qaraqosh, nos hemos detenido, en oración, en la catedral siro-católica de Bagdad, recordando a los testigos de la fe asesinados el 31 de octubre de 2010 mientras celebraban la liturgia, que el Oriente gusta llamar “el Cielo en la tierra”. Ese día la tierra se tiñó de sangre y escombros, y, sin embargo, reconocemos, como creyentes, que se liberó ahí la luz de la Pascua de Pasión y Resurrección y se difundieron el bálsamo y el perfume de aquellos que siguen al Cordero inmolado hasta el don de la propia vida. También en Chipre y después en Grecia, tierras de la predicación apostólica, el Papa se ha encontrado con el sufrimiento de la división: de una tierra, de los pueblos, de los mismos creyentes en Cristo, que aún no pueden sentarse en la misma mesa de la Eucaristía, de aquellos que, en gran número, han llegado allí buscando refugio y acogida. No han faltado otras llamadas, gestos e invitaciones a la paz para otras tierras que la historia de la salvación y los episodios bíblicos nos mueven a considerar como “Tierra Santa”.
Ante estos gestos del Santo Padre, que testimonian el deseo de cercanía, de encuentro, de llevar al menos un poco de alivio, como si fuese la caricia del Nazareno, hemos de tener –personalmente y como comunidades cristianas– la valentía de preguntarnos: ¿qué es lo que estoy viendo, de qué me estoy dando cuenta? ¿Cuál es la amplitud de mi mirada? En la Pascua hacia la que nos conduce el camino cuaresmal que hoy hemos comenzado a recorrer, ¿dejaré que el Señor pueda visitar mis y nuestras soledades? Y al Amor que vendrá a visitarme, ¿sabré responder con amor? ¡El amor no se paga sino con amor!
Si en términos personales Cristo ha sufrido y ha muerto una sola vez y no puede de nuevo morir, en su Cuerpo, que es la Iglesia, sigue sufriendo, especialmente en Medio Oriente, pero también en todos los otros lugares del mundo en los que la libertad de vivir la fe es conculcada e impedida: en muchos casos por la persecución, en otros por el ambiente hostil, frecuentemente por la globalización de la indiferencia, y también por la violencia de la guerra, de la que desgraciadamente la humanidad no parece saciarse jamás, como está ocurriendo ahora en Ucrania.
Durante dos años consecutivos los cristianos de Tierra Santa han celebrado la Navidad y la Pascua en una especie de aislamiento, sin el cariño y la amistad solidarias de los peregrinos que visitaban los Lugares Santos y las comunidades locales. Las familias han sufrido más allá de toda medida, y ello más por la falta de trabajo que por los efectos inmediatos de la misma pandemia.
Se debe al expreso deseo de los Romanos Pontífices que se haya celebrado y se continúe celebrando la “Collecta pro Terra Sancta”, habitualmente colocada en el día de la Pasión salvífica del Señor: el Viernes Santo. No se trata de una realidad vieja y superada, porque, por el contrario, en ella se expresa el reconocimiento, ante todo, de nuestras raíces, que se encuentran en el anuncio de la redención, el cual se difundió desde Jerusalén y ha llegado hasta todos nosotros. El gesto de la oferta, aun pequeña, pero realizada por todos, como óbolo de la viuda, permite que nuestros hermanos y hermanas puedan seguir viviendo y esperando, y puedan también seguir ofreciendo un testimonio vivo del Verbo hecho carne en los Lugares y por las calles que vivieron su presencia. Si perdiésemos nuestras raíces, ¿cómo podríamos ser, en cualquier lugar del mundo en el que nos encontremos, un árbol que crece y da frutos de amor, caridad y generosa entrega?
Mirando pues a Cristo, que ha tocado hasta el fondo nuestra realidad humana, dejando que nos inspiren los gestos de proximidad que ha cumplido el Papa Francisco en sus Viajes Apostólicos, y acogiendo su invitación a ser solidarios con nuestros hermanos y hermanas de Tierra Santa, demos nuevo vigor y nueva savia a la práctica de la Colecta de Tierra Santa: a través de las competentes oficinas diocesanas y gracias a la presencia y a lo operado en todo el mundo por los Comisarios de Tierra Santa de la Orden de los Frailes Menores, vivamos la Colecta, y cuidemos igualmente su preparación por medio de testimonios, oraciones o la sencilla celebración del Vía Crucis. En Jerusalén, en Belén y en otros muchos santuarios y monasterios de Tierra Santa, todos los días se celebra la liturgia y se reza por la Iglesia en todo el mundo. Y a nosotros se nos invita a que nos acordemos con el corazón y con un pequeño donativo de todas esos fieles que, con agradecimiento por nuestra generosidad, pronuncian nuestro nombre ante el Señor. El material informativo que todos los años viene distribuido, facilita el ver todo el flujo de caridad y de vida que se hace posible gracias a la Colecta.
A usted, a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles –que ponen su generoso esfuerzo al servicio del buen resultado de la Colecta, manteniendo de este modo su fidelidad a una obra que la Iglesia pide que, con los medios habituales, sea cumplida por todos sus hijos–, gozosamente les transmito el vivo agradecimiento del Santo Padre Francisco. Y mientras invoco abundantes bendiciones divinas para la comunidad encomendada a su cuidado espiritual, le transmito mi más fraterno saludo en el Señor Jesús.
Suyo devotísimo
✠ Leonardo Card. Sandri
Prefecto
✠ Giorgio Demetrio Gallaro
Arzobispo Secretario